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Chile – ¡Hay que ganarle el quién vive!

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por Franco Machiavelo

El escenario político que se cierne sobre Chile no es más que el resultado de décadas de descomposición ideológica, de rendiciones sucesivas y de una transición administrada por los mismos guardianes del neoliberalismo. Hoy, el país enfrenta un dilema que parece repetirse como tragedia: por un lado, una candidata oficialista incoherente, sin programa de transformación real, que repite los mismos discursos vacíos mientras se abraza al modelo económico que precariza, endeuda y aplasta a las mayorías. Por el otro, una ultraderecha que ya no se esconde, que avanza con un discurso abiertamente fascista, autoritario y represivo, legitimada por la debilidad de quienes, en teoría, debían oponérsele.
 
Lo que está en juego no es simplemente una elección, sino la posibilidad de que se consolide un orden político que intensifique la vigilancia, la represión y el control social, disfrazado de “seguridad” y “orden”. Un proyecto que busca domesticar la disidencia, criminalizar la protesta y normalizar la desigualdad como un destino inevitable. El fascismo moderno no aparece de la nada: es parido por las claudicaciones de los partidos que se dicen progresistas, por los pactos oscuros de quienes prefirieron ser administradores del capital antes que transformadores de la sociedad.
 
Por eso, las organizaciones sociales y los movimientos autónomos no pueden caer en la ingenuidad de confiar en que las instituciones resolverán el problema. No lo harán. La experiencia histórica demuestra que los aparatos estatales, incluso bajo gobiernos “democráticos”, terminan protegiendo el mismo entramado de intereses económicos y geopolíticos. La única defensa real ante el avance autoritario es la organización popular, la construcción de redes comunitarias, la autodefensa política y cultural, y la creación de espacios autónomos capaces de resistir la colonización de la mente y del cuerpo.
 
Prepararse ante una eventual victoria del fascismo no es paranoia: es responsabilidad histórica. Porque allí donde el miedo, la desinformación y el servilismo se imponen, solo una ciudadanía organizada puede mantener vivo el horizonte de emancipación. Las razones sobran: una candidata oficialista que representa puro continuismo y una ultraderecha fortalecida por el servilismo de los lamebotas pro-capitalistas que pavimentaron el camino.
 
La pregunta ya no es si habrá un retroceso, sino si el pueblo será capaz de anticiparse, de ganarle el “quién vive” a quienes pretenden reinstalar la sumisión como norma. Y eso solo se logra con autonomía, conciencia y organización desde abajo.
 
 
 
 
 

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