por Franco Machiavelo
El Chile neoliberal y burgués reformista de hoy ha intentado sepultar, con discursos vacíos y homenajes superficiales, el verdadero filo revolucionario del legado de Clotario Blest. Se lo presenta como un “líder sindical ejemplar” o un “humanista comprometido”, pero se oculta lo esencial: su vida fue un grito inquebrantable contra la explotación capitalista, contra el imperialismo y contra la oligarquía que hasta hoy controla las riquezas del país.
En tiempos donde la política institucional se arrodilla ante los consensos del capital y las elites reformistas venden migajas como grandes conquistas, la voz de Blest sigue siendo un recordatorio incómodo: la lucha de clases no se negocia ni se maquilla, se enfrenta. Él entendía que el trabajador jamás alcanzaría la verdadera dignidad mientras existiera un sistema basado en la apropiación privada de la riqueza y en la subordinación de los pueblos a los intereses extranjeros.
El pensamiento de Salvador Allende, que denunció el imperialismo y la dependencia estructural de Chile frente al capital transnacional, se conecta directamente con la praxis de Blest. Ambos nos enseñaron que no basta con reformas cosméticas: el desafío es la transformación radical de la sociedad, desmantelando los cimientos de un orden que convierte al ser humano en mercancía.
Hoy, cuando la política oficial celebra la “paz social” mientras los trabajadores sobreviven con salarios indignos, mientras los pueblos originarios son perseguidos por defender su tierra, y mientras las transnacionales saquean nuestros recursos naturales, la figura de Clotario Blest se alza como una advertencia: la emancipación no vendrá desde arriba, sino desde la organización de los de abajo.
Su legado no es para el bronce, sino para la calle, la asamblea y la huelga. Clotario nos dejó una enseñanza clara: el pueblo no debe resignarse a la sumisión ni a las migajas del poder, debe levantarse con dignidad, conciencia y organización revolucionaria.
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