Ivan Godoy Contreras <chilenodel59@gmail.com>
Columna de opinión.
“No hay dinero para las demandas sociales”, dentro del léxico del Chile neoliberal, es una obviedad. Los medios en su mayoría, no se detienen a revisar si esto es un disparate, menos si es un capricho de la presidencia, de algún asesor gubernamental, ministro, o de alguna asociación empresarial. Declarar que no hay dinero para la educación, para la salud, para el Sename, para las pensiones, que “hay que hacer cola para la pedida”, es una total infamia, que a estas alturas no escandaliza a nadie.
Poco importa señalar que “no hay dinero en Chile” para políticas publicas” sea una brutal mentira. Poco importa que se mueran niños en el Sename por falta de atención medica, que la gente en los hospitales muera esperando atención medica (1.313 + 25.000 = 26.313)… No escandaliza que falten médicos en Chile!!!
¿Que importa que una mujer mapuche tenga que parir engrillada? ¡Qué tontera indignarse por que haya candidatos a la presidencia de Chile que quieran “correr bala” en la Araucanía! Que importa que nuestros abuelos reciban pensiones de miseria y la educación pública sea una vergüenza, mientras otros de los nuestros, explotando nuestras riquezas, se instalen en la lista Forbes, dentro de las 100 mayores fortunas del planeta. Esto no es un insulto para nadie ¿cómo habría de serlo si nadie “se sale de madre” en el $hileanway?
No es un agravio para nadie que el “lamebota” de la dictadura sea hoy el “felatista” del empresariado, y sea además el que impera, el que pone las reglas y el decoro en el decir y en el hacer. A los que se quejan los arrinconan, o peor, los hacen desaparecer transparentándolos (vieja y mendaz practica nacional para anular la alteridad). Nadie dice “mierda”, menos “mentiroso”, que decir “tramposo”. Sin duda el $hileanway es muy “bien hablado y comportado”. Hoy en Chile hay miedo, no a la parrilla o al electrodo, hay miedo a la deuda, a quedarte sin pega y en la calle, a no poder levantarse, a ser un miserable más, sin acceso al crédito.
“Me cago en tu puta madre”, “Me cago en dios” y “Me cago en tus muertos” son tres de los más atroces insultos que se puedan proferir en la lengua castellana hacia un Otro. Los tres son instrumentos de pura maledicencia. Los tres se dirigen a tres ámbitos de lo humano: lo familiar, lo divino y lo social. Los tres son parte de una liturgia de lo infame, que ordena y formaliza privada y públicamente: capricho, disparate, infamia, calumnia, humillación, etc. La maledicencia es maldad y violencia, es “palabra armada” que media entre su concepción y su fin, procurando dañar con su impronta, no solo el cuerpo mismo de otro, sino que su “alma”, su cultura y comunidad.
La maledicencia es el hábito de mal-decir, es la permanencia en el lugar de la “prescripción” (del latín praescriptio = lo que precede), de la “estigmatización” y “denostación” del Otro y lo Otro. La maledicencia -y aquí lo delicado-, es perfomática, preludia males mayores e “incita a la acción”. Malas y buenas palabras participan de la maledicencia. Unas explicitas y vehementes, groseras y burdas, y otras recatadas, muy finas y distinguidas. ¿Las peores? Sin duda las perfumadas, las “prescriptivas”, las constitucionales y legales, aquellas escritas desde arriba, por pocos y entre cuatro paredes, en una “cocina” preferentemente. ¿Las peores? Las distantes, frías y despiadadas, que se articulan originariamente para otorgar y determinar los bienes y sus accesos, para discriminar y nominar lo diferente, lo que se resiste al dominio y control sobre los bienes y su reparto, y que se convierte indefectiblemente en amenaza.
Señala Terry Eagleton que “El mal tiene la uniformidad de la mierda o la de los cuerpos en un campo de concentración” . Julia Kristeva a su vez se interroga si: “Una boca exaltada a la categoría de ano, ¿no es el blasón de un cuerpo para combatir, de un cuerpo atrapado por su adentro, que así rechaza el encuentro con otro?”. En la guerra del Golfo (guerra contra el “eje del Mal”), los soldados estadounidenses no dudaron en escribir sendos mensajes al pueblo iraquí en sus misiles: “métanselos por el culo”.
Apunta Slavoj Zizek irónico, que: “la situación actual es una gran mierda” y precisa que “hay que jugar con la comedia”, “cuando las cosas van muy mal, solo puedes recurrir a la risa. Evidentemente se trata de una risa medio vacía, medio enloquecida” Precisa Žižek , que el lenguaje está infectado por la violencia a causa de circunstancias contingentes patológicas que distorsionan la comunicación simbólica, de ahí la maledicencia.
La violencia es utilitaria al Mal, el cual la programa, metodologiza y ejecuta para sus propósitos. El Mal y la violencia son complementarios, elásticos y polisémicos y tienden a travestirse en sus contrarios: Bien y Paz. El Mal es daño escrito sobre los cuerpos física y simbólicamente. En el despojo, en la arbitrariedad, en la herida y sobre la piel desnuda del vencido despliega su caligrafía. Su gramática es restringida pero elocuente. El Mal emerge con el poder y la institucionalización de la injusticia. El Mal crece y se despliega a través del miedo y dolor que causa. Señala lucido Paul Ricoeur: “Todo mal cometido por uno es mal padecido por el otro. Hacer el mal es hacer sufrir a alguien”, donde “la violencia no cesa de recomponer la unidad entre mal moral y sufrimiento”.
Slavoj Zizek señala que el “verdadero mal” radica en la “pulsión de muerte” y este no es otra cosa que aquella actitud que “implica un sabotaje de uno mismo”, que “nos hace actuar contra nuestros propios intereses”, que no son otros que los de la común humanidad. Para el filósofo esloveno, tres niveles específicos de violencia que circularan de la palabra a la acción: La “violencia subjetiva”, referida a lo explicito de actos criminales y daño físico; La “violencia simbólica”, descrita como aquella que se despliega en el lenguaje (insulto, infamia, agravio) y que preludia la “violencia subjetiva”; Por último Zizek señalará la “violencia sistémica”, aquella que emerge en los discursos rectores que estipulan fines y prioridades sociales, discriminando, categorizando y creando las condiciones sociales para el desarrollo de determinados sistemas de poder y administración, tales como: modelos económicos, políticos o religiosos.
De las tres, la “violencia sistémica” es la menos perceptible pero la más infame, y opera transparente entre los intersticios de las sociedades, constituyendo aquel abuso, aquel “estado de cosas -que se considera-, normal”.
El Mal y sus violencias suelen ocultarse tras la “culpa del otro”. Toda maledicencia desde el poder es tramposa, pues oculta siempre sus intenciones. No hay peor maledicencia que aquella que huele a Channel y se esconde tras los profesionales de la palabra, tanto en medios de comunicación como en el congreso. La maledicencia guarda bajo la falda el puñal del secreto, la confidencia de la traición, el espurio y mezquino interés de su decir. La palabra “maltrata”, que duda cabe, y cuando lo hace desde el poder del dinero, lo hace de forma infame.
La maledicencia “por anga o por manga” tiende a recaer siempre sobre el mas débil, sobre el más precarizado. La peor de las maledicencia no es el “insulto aleve” o el “garabato”. Lejos el peor de los maldecires es el despiadado, el inmisericorde, el que no empatiza ante nada y con nadie. El que no dice, sino que dictamina, el que no menciona sino que norma. Rara vez la responsabilidad del daño es transferida a la maledicencia, a la palabra, al que la prescribe, al que la invoca y la pronuncia. Suelen criminalizarse los hechos, más no las palabras que los provocan. Siempre y en todo lugar, a la acción infame la precede un enunciado infame, por mas que este no lleve aparejado la palabra “mierda” y huela a perfume.