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Canadá, historia (y presente) de persecución, ironía y odio

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Mario R. Fernández

La hostilidad de una persona a otra, de un grupo humano a otro, incluso de una nación o varias naciones a otra, es realidad. El odio que muchas veces mantiene la hostilidad no es espontáneo como se lo presenta, ni necesariamente causado por el otro sino a veces nuestro, calculado y con propósito.

Canadá en su historia ha odiado tanto como otros países colonialistas y capitalistas; en especial a odiado a los aborígenes de este país y a los descendientes de esclavos africanos, y aunque ha cambiado su perspectiva y disminuido ese odio, este no ha sido totalmente eliminado y aun hoy hay abusos, crímenes, discriminaciones y humillaciones hacia ambos grupos y sus descendientes.                           

Existe todavía un numeroso sector de la sociedad canadiense, blanca de origen europeo que, aunque más disimuladamente por la ilegalidad del racismo, continúa odiando, es como que se les escapa el odio. Una nación puede, como a nivel personal el abusador hace, odiar a quien victimiza, la propaganda ayuda a expandir la idea de que la existencia misma de estos “otros” es molesta, quizás porque su mera existencia visibiliza el pasado de maltrato, abuso o genocidio.  La historia se complica en Canadá alrededor de los asiáticos, en particular los chinos emigran desde 1780, en 1858 trabajadores chinos son traídos para las minas, y entre 1871 y 1882 trabajadores chinos son usados en la construcción del ferrocarril. Son 17 000 que no encuentran justicia en este país que les paga la mitad de lo que recibe un trabajador regular, un salario de hambre que se suma al trato racista, los llaman “chink” con desprecio. Mas de 700 de ellos mueren en los trabajos y muchos se les suman por mala nutrición. Por décadas se les maltrata y abusa porque se los mantiene sumergidos, no son razones tan diferentes de las que se usan contra otros, aborígenes, africanos. Hay que notar que hoy personas de origen chino y sus descendientes vuelven a enfrentar odio, son inmigrantes legales y hasta ciudadanos nacidos en este país con raíces de hasta tres generaciones. Odios latentes emergen justificados en gran parte por la odiosa política exterior de este gobierno, y a pesar del multiculturalismo que es ley en este país.

Para el siglo 20 Canadá empieza a tener protagonismo en la Primera Guerra Mundial (1914) en este caso los odiados son europeos que siendo enemigos del Imperio Británico se vuelven enemigos de Canadá como dominio de ese imperio. Se trata especialmente de Alemania y del Imperio Austro-Húngaro, pero incluye también al Imperio Otomano. La propaganda en Canadá comienza a estructurarse y basada en un nacionalismo adulterado, trata al mismo tiempo de detener las intensas luchas de los trabajadores y de convencer jóvenes para que se enrolen en la guerra. Efectivamente miles de canadienses, muchos de zonas rurales, son parte del grupo de 650.000 soldados embarcados a Europa de los cuales 66.000 pierden la vida. Muchos pequeños villorrios del oeste canadienses tienen modestos monumentos con sus nombres, al lado de quienes murieron en la Segunda Guerra Mundial. Las listas son la mas de las veces más largas y numerosas que el número de habitantes que el lugar tiene hoy.

Anteriormente a la guerra llegan inmigrantes ucranianos principalmente de la región de Galicia en el oeste de lo que es Ucrania en el presente, este territorio de Galicia era parte del Imperio Austro-Húngaro. En Canadá se toma la decisión absurda, una que se repetirá en el futuro, de declarar enemigos a estos inmigrantes ucranianos de Galicia y los toma prisioneros. Mas de 8000 hombres, mujeres y niños ucranianos, algunos nacionalizados en este país y otros hasta descendientes nacionales, son llevados a 24 campos de confinamiento regados por todo el territorio donde son sometidos a trabajos forzados. Luego de pasar años prisioneros cuando son liberados el miedo y trauma de estos ucranianos sobrevivientes hizo que muchos cambiaran sus nombres.                                                                                      Pero al atropello gratuito se le suma continuo desprecio por haber sido maltratados en este país. Eran en su mayoría eran campesinos y pobres, como casi todos los inmigrantes, estos ucranianos recibían burlas, se hacían chistes sobre su “falta de inteligencia” incluso hasta en los años 80 del siglo 20, pues yo mismo alcance a escuchar algunas de ellas. Lo irónico hoy es que, sin explorar, reflexionar y entender, incluso sin disculparse del vicioso trato que se les dio a los ucranianos del pasado, el gobierno canadiense apoya hoy a una Ucrania fascista. Peor, defiende a esta Ucrania surgida del golpe de estado del 2014 que oprime a su propio pueblo y tergiversa incluso la historia rindiéndole tributo a Stepan Bandera, de agente nazi ayer, a héroe hoy.  Hay que resaltar que posterior a la Revolución Rusa, sin embargo, muchos simpatizantes y activistas ucranianos, rusos y otros inmigrantes en Canadá, fueron encarcelados y hasta deportados por serlo, debido a la histeria de las clases dominantes canadienses contra quienes ellos llamaron “bolches.” Ese odio de entonces sigue vigente hoy, porque en realidad estaba poco sumergido, nunca fue totalmente abandonado.

Un acontecimiento conectado con esa obsesión canadiense es la del barco SS Kristianiafjord que viajando desde Nueva York a Rusia hace escala aquí en el puerto de Halifax, Canadá, el 13 de enero de 1917.  Todos los pasajeros hombres son enviados a un campo de concentración donde ya había marinos mercantes alemanes; este campo había sido una fundición grande en el pueblo de Amherst, a unos 200 kilómetros de Halifax. Entre los prisioneros rusos estaba quien fuera dirigente de la Revolución Rusa, León Trotsky que había vivido exiliado en Nueva York con su familia. Trotsky fue confinado en el campo mientras su familia estaba en un albergue reportando diariamente a la policía. Trotsky estuvo dos meses recluido; durante ese tiempo, y a pesar de las amenazas de sus guardias, él les explicó a los demás prisioneros los acontecimientos en la Rusia revolucionaria.

La lucha de clases en Canadá se intensifica a finales de los años 20, la Revolución Rusa ya realidad, era símbolo y referente de estas luchas en el mundo. La oligarquía canadiense comienza una propaganda anticomunista y otros militantes anticapitalistas que perdura hasta los años 80. Acusados de subversivos y sediciosos varios de ellos son condenados a prisión, incluso el líder del P.C. canadiense, Tim Buck, mecánico tornero, pasó dos años preso de 1932 al 34. Entre los extranjeros cerca de 30.000 fueron deportados. La propaganda creó tal odio contra el marxismo, socialismo, soviético o ruso, y demoniza a cualquier idea progresista para evitar que prosperen, siempre usando la “amenaza soviética.”

Producto de la depresión económica, aumenta el desempleo y la miseria; el gobierno canadiense en 1932 crea nuevamente campos de confinamiento que llama “Relief Camps” allí se envía a trabajadores desempleados mayormente solteros. Para 1936 más de 170.000 trabajadores canadienses e inmigrantes muchos de ellos activistas y militantes de izquierda son obligados a trabajar en obras públicas como si fueran prisioneros y muy mal alimentados. La sociedad canadiense tiene en ese entonces partidos nazistas y desde 1925 la organización fascista y racista Ku Klux Klan, respetada por la alta sociedad, llega a contar con miles miembros que apoyan la represión a los trabajadores canadienses. Al estallido de la Segunda Guerra Mundial muchos socialistas, anarquistas, trotskistas y comunistas se oponen a que Canadá intervenga en la guerra, tal como se opusieron los socialistas a que participara en la primera en 1917. Esta vez se crea una ley contra quienes se oponen a la guerra, así se deja ilegal al partido Comunista canadiense hasta 1959.

Canadá participa en la Segunda Guerra con 1,1 millones de soldados, más del 10 por ciento de su población en esa época, de ellos 42.000 mueren y miles sufren daños de por vida mayormente a manos del ejército alemán nazi. Después que declara la guerra a Japón, Canadá crea por tercera vez campos de concentración (1942-1946) con más de 21.000 japoneses inmigrantes e hijos de inmigrantes nacidos en Canadá, prisioneros en 20 campos de confinamiento para asegurar la “seguridad nacional.” La propaganda genera mucho odio hacia ellos en buena parte de la población. Familias enteras quedan prisioneras luego de ser despojadas de todos sus bienes -vivienda, negocios, tierras, botes de pesca etc.  En 1949 pasados cinco años del fin del conflicto mundial se permite a estas familias libertad de movimiento, pero nunca recuperan sus bienes. Este es uno de los pocos casos de violación de derechos humanos que Canadá reconoce como estado en su historia, pero mucha de la extensa documentación sobre estos campos y otros fue igual destruida por las autoridades.

En los años 50 el país crece industrialmente y crea un Estado de Bienestar Social que juega un rol en combatir el comunismo y el sindicalismo radical. Estas instituciones democráticas y populares creadas en esos años, el sistema de salud y educación, por ejemplo, sobreviven hasta el presente. Canadá participa con otros países occidentales en la Guerra de Corea (1950-53) y sus enemigos son Corea del Norte, Unión Soviética y China. Esta guerra, que no podría repetirse en el futuro debido a la existencia de potencias nucleares, extendió a niveles surrealistas la propaganda anticomunista, antisoviética y sobre todo antirrusa que ya existía en décadas anteriores, impone una rusofobia a la cultura, la política y la imagen de lo que era ruso, soviético y hasta eslavo.                                                                                                                                                   

La guerra contra el “comunismo” vuelve aunque el poder de la oligarquía canadiense nunca se ve amenazado. Se persigue a individuos, según documentos rebelados hace unos años. En los años 50 y 60 la policía federal de Canadá investiga calladamente a más de 70 mil empleados públicos, científicos, profesores universitarios y dirigentes de organizaciones laborales. En esos años activistas y dirigentes comunistas y marxistas son eliminados de sindicatos y otras instituciones sociales, con apoyo incluso de muchos centros-izquierdistas autodenominados socialistas democráticos. Sin duda había quienes no estaban de acuerdo con esta hostilidad.                                                                                                                         

El caso de Gordon Martin, piloto de la Real Fuerza Aérea Canadiense por cuatro años durante la Segunda Guerra Mundial y licenciado con honores al final de ésta, es un ejemplo. Martin se dedica a estudiar leyes y una vez graduado solicita, como es requerimiento para ejercer, entrada en la Asociación de Abogados, pero esta nunca lo acepta por haber sido miembro del Partido Comunista canadiense desde 1938. Martin no pudo ejercer de abogado, trabajó como operador de máquinas, luego en un aserradero y finalmente en su propio taller de televisores y falleció en 1974. El gobierno canadiense pide disculpas oficialmente a su familia veinte años después. Estas persecuciones son costosas para los perseguidos, a unos les reducen posibilidades, a otros les arruinan completamente la vida.

Durante la histeria de lo que se llamó la guerra fría se toman medidas extremas en Canadá, como la construcción de refugios subterráneos o bunkers esparcidos en todo el territorio para protegerse de una supuesta invasión rusa y guerra nuclear. Los “rusos vienen” (The Russians Are Coming) es tema y título de películas y libros de ficción y no ficción.  Eventualmente los bunkers cierran y algunos son museo.  Tres líneas de telecomunicaciones cruzando el país son creadas; la más al norte cerca del Ártico se llama DEW (Distant Early Warning line) y es construida por Canadá y Estados Unidos. Con casi diez mil kilómetros de largo, 63 estaciones albergando hasta 200 personas cada una y radares detectando submarinos rusos funcionando en 1957 es claramente otro elemento de la locura por “detener” a los rusos. Los radares dejan de ser efectivos en tres años por lo que algunas estaciones cierran. DEW deja de funcionar en 1993.

Para los años 90 el imperialismo occidental, incluido Canadá, viven su éxtasis cuando se concreta su odio propagandeado por décadas con la caída de la Unión Soviética y el llamado campo socialista en Europa del este.  Su regocijo era tal y tan obvio que se hablaba que Rusia iba a entregar el armamento nuclear de la Unión Soviética a la OTAN.  Se comentaba de lo siniestro y brutal que había sido el comunismo en los llamados estados socialistas y del encanto del mundo con la libertad y la magia del capitalismo. Francis Fukuyama, científico de orden liberal asociado a Standford, escribe su Fin de la Historia.              

En aquellos años desde Canadá se envían a Rusia consejeros de negocios, contratistas, religiosos y cientos de organizaciones no gubernamentales. En intercambio numerosas agencias conectadas con Rusia ofrecen mujeres rusas para casarse, y otros menesteres, y sin duda operan mafias rusas en Norteamérica.  Rusia, era una jauja a conquistar, saquear y por qué no destruir; algunos políticos atrevidos dicen: a este país que ha sido una potencia comunista hoy lo tenemos en el bolsillo. Para muchos canadienses empecinados los rusos eran aun desconfiables, quizás comunistas disimulados. Pero nadie en Canadá durante esa década, desde ningún medio de información, de la academia, de los políticos ni siquiera de organizaciones de derechos humanos ni sindicatos denunció los estragos que la imposición del capitalismo causaba a los trabajadores, pensionados y al pueblo ruso y ucraniano en general, saqueados, robados, denigrados por los propios agentes nacionales, groseros, hampones, nuevos ricos y agentes extranjeros del “Nuevo Régimen” impuesto con la caída de la Unión Soviética. La gente perdió salarios, viviendas, atención médica, servicio social, medicamentos, los más vulnerables murieron en las calles mientras gran parte de su economía diaria estaba en manos del hampa.

Para 1992, caída la Unión Soviética, el imperialismo occidental tenía las manos libres para destruir el mundo si así lo decidía, cualquier lugar con bandera de “democracia y libertad” y en nombre de las Naciones Unidas. Invade Somalia un país con un estado frágil y muy pobre, que le hizo resistencia. Las tropas canadienses participan y torturan hasta la muerte al adolescente Shidane Arone, hecho documentado con fotografías, luego publicadas en Canadá. Los militares canadienses quedaron con muy mala reputación.

Unos años después, en 1997 de nuevo en nombre de la Naciones Unidas tropas de paz canadienses intervienen en Bosnia-Herzegovina parte de la antigua Yugoslavia. La historia no es mejor aquí pues 47 soldados canadienses son acusados, de bajo estado de ebriedad, agredir sexualmente y abusar pacientes en un hospital de salud mental. Escándalos que traen enorme desprestigio a las Fuerzas Armadas Canadiense. El desprestigio no decrece cuando Canadá se une a las fuerzas de la OTAN en los bombardeos a Yugoslavia en marzo de 1999 y sus pilotos bombardean la infraestructura del país y destruyen todo sin arriesgar nada en el terreno.

Canadá se niega a participar de la invasión a Irak, pero acepta ser parte de la invasión de la OTAN a Afganistán el 2001, una guerra de 13 años que a Canadá le cuesta 159 soldados muertos, de más de 40.000 enviados a lo largo de estos años, y más de 20 mil millones de dólares. Otra experiencia intervencionista que se sabe a poco. El 2004 Canadá es parte, junto con Estados Unidos, Francia y Chile, de la invasión a Haití. En parte los prejuicios y el racismo contra Haití ayuda a que esta invasión se vea con indiferencia.

El año 2007, durante la intervención de Canadá en Afganistán, se organiza una campaña, todavía presente, en favor de las fuerzas armadas y tratando de borrar el desprestigio anterior. La campana se llama “Our Troops” (Nuestras Tropas) enorme propaganda que incluye donaciones a los familiares de militares, venta de gorros, insignias, bolsos, camisetas, banderines y más, con el símbolo estampado, involucrando además sectores comunitarios, presentaciones en escuelas y lugares de trabajo.                                                     

Es legítimo que en un país se organicen acciones de apoyo a sus soldados, pero tuve una experiencia la primavera del 2007 en la planta de procesamiento y refinamiento de arenas bituminosas de petróleo en Suncor en el oeste canadiense. Se organiza una ceremonia militar, algo que nunca había visto en un lugar de trabajo, y de los 4000 trabajadores de la planta pocos pueden asistir a la ceremonia, pero los contratistas (más de mil) son llevados en horas de trabajo a participar. Querían honorar a alguien, pero no había un exsoldado canadiense entre los trabajores. Deciden honorar a Leo, una persona de 70 años de edad que era conocido en su sindicato como exsoldado de la Segunda Guerra Mundial, pero quien era austriaco enrolado a los 16 años por el ejército nazi y prisionero de guerra de los aliados. Sorprendió a muchos esa actitud de rendirle honores, aunque era casi un niño a alguien que había sido soldado y había peleado por el lado enemigo, pero así fue.

A principios de la década del 2000 el gobierno ruso comienza a reconstruir su estado y expulsa organizaciones entrometidas en lo político y en religioso. El gobierno ruso favorece la globalización capitalista pero occidente lo demoniza, en particular demoniza a su líder Vladimir Putin, habla de “régimen ruso” en vez de hablar de gobierno ruso y la histeria en occidente aumenta con la intervención rusa en Georgia el 2008. Los medios en Norte América hablan de como Rusia es una amenaza al mundo libre y para el año 2015 cuando Rusia va en ayuda de Siria no le queda a occidente duda de que Rusia vuelve a ser enemigo de la “civilización occidental.”

Rusia invade Ucrania hace un año y occidente lanza nuevamente su máquina de propaganda, siempre útil, y en Canadá se reactiva el “chip del odio” a Rusia que ha sido útil en esto de lavar cerebros en décadas pasadas, tanto que hasta los pequeños pueblos se llenan de banderas ucranianas, y todos los días la prensa expone a Rusia la “siniestra: y ahora acompañada con la “conspiradora” China. En noviembre del 2021 en el diario Ottawa Citizen se comenta que 200 tropas canadienses en Ucrania entrenan a la Guardia Nacional, cuyos líderes, dicho sea de paso, son los neonazis del batallón Azov. Pero hoy nada de la verdad sobre los lideres ucranianos es permitido publicar pues el totalitarismo reinante no lo permite y ha sido efectivo en convencer por lo menos aparentemente que hijos o nietos de soldados que cayeron prisioneros o fueron muertos o ejecutados por el ejército nazi en la pasada guerra hoy deben apoyar firmemente esta nueva forma de nazismo simplemente porque la propaganda y su gobierno se los dice.  Será acaso el odio más grande que el dolor bueno, veremos a donde va todo esto.

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