El ataque trapero lanzado en contra de Siria por Donald Trump y sus criados británicos y franceses ratifica por enésima vez el acelerado proceso de putrefacción moral del imperio norteamericano, comandado ahora por un Calígula redivivo. Los cronistas de la época y los historiadores caracterizaron al emperador romano como un sujeto despreciable: cruel, extravagante y propenso a dar rienda suelta a sus perversas fantasías sexuales. En pocas palabras, un personaje desequilibrado, caprichoso y para quien el derecho y la ley eran intolerables obstáculos a sus más profundos deseos. En su libro el historiador Suetonio cuenta que Calígula quiso nombrar a su caballo favorito, Incitato, como cónsul para demostrar con ello lo ilimitado de sus poderes y el absoluto desprecio que sentía por las instituciones públicas de la Roma imperial. No muy diferente es el perfil psicológico del Calígula que habita en Washington. Al menos eso es lo que en vano advirtió la carta que al inicio de su mandato enviara un grupo de la Sociedad Americana de Psiquiatría al Congreso de la Unión denunciando el extremo peligro que representaba que un sujeto tan enfermo como Trump tuviera a su alcance el botón nuclear que podría, en cuestión de horas, poner fin a todo rastro de vida en el planeta Tierra.
Una muestra de su talante (in)moral lo ofrece el reciente bombardeo descargado sobre Damasco. ¿Por qué hacerlo si se sabía que el tan mentado ataque con armas químicas realizado en las afueras de Damasco, en Duma, fue un montaje de los servicios de inteligencia occidentales y sus aliados en los medios de comunicación para justificar la agresión de EEUU y sus lacayos? No había ninguna evidencia que confirmara ese presunto ataque, y sin embargo se procedió a bombardear Damasco. ¿Por qué no se facilitó la labor de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), el organismo que fiscaliza este tipo de amenazas en el marco del sistema de Naciones Unidas?
¿Por qué los más grandes medios occidentales, por ejemplo El País de España y los pestilentes medios de la oligarquía mediática latinoamericana silencian toda crítica y justifican un ataque criminal e indiscriminado? Respuesta: lo hacen porque hace largos años que dejaron de ser medios de comunicación para convertirse en «house organs» de la Casa Blanca, en sus agentes de propaganda. Hay excepciones: en el caso que nos ocupa las noticias online de la BBC hablaban de un «presunto» ataque con armas químicas que habría ocurrido en Duma; o de depósitos militares en donde «presuntamente» habría armas químicas. Una cosa es la presunción, otra la corroboración. “Todo el mundo sabe que no hay armas de destrucción masiva en Iraq”, le dijo un periodista del New York Times a Karl Rove, el principal asesor de George W. Bush en vísperas de la invasión y cruenta guerra de Irak en 2003. “Entonces, ¿qué sentido tiene una guerra?” La respuesta de Rove fue paradigmática de la prepotencia norteamericana: “Nosotros ahora somos un imperio, y creamos la realidad. Ustedes la comentan, nosotros la creamos. Y si la Casa Blanca dice que hay armas de destrucción masiva en Iraq todo el mundo dirá que hay armas de destrucción masiva en Iraq.” La historia se repite: si Washington dice que hubo un ataque con armas químicas en Siria todo el mundo dirá lo mismo, aunque por supuesto siempre estarán los incrédulos que se resistan a admitir el engaño.
Lo cierto es que la irresponsabilidad de Washington tensa al máximo la delgada cuerda de la paz mundial. Rusia lanzó una enérgica advertencia que, dados los antecedentes de Vladimir Putin, sería temerario no tomar en cuenta. China está harta de Trump, su nacionalismo económico y su pandilla de cobardes halcones -John Bolton y Mike Pompeo, los más notables- que mandan a matar a miles de personas, ocasionan una guerra que ya produjo cinco millones de refugiados y siguen disparando misiles en medio de una borrachera de poder desde la seguridad que -¡por ahora, sólo por ahora!- les brinda estar separados por dos grandes océanos de los sitios en donde perpetran sus crímenes. Lo que hicieron fue un replay de la agresión a Irak y a Libia y el objetivo es acabar con el más laico, avanzado y tolerante de los estados del mundo árabe, y uno de los más desarrollados también.
Un paso más en el viejo proyecto, del cual no se apartó ningún presidente norteamericano, si siquiera el “progre” Obama: destruir a todos los estados nacionales de Medio Oriente para que el mar de petróleo sobre el cual están parados quede sin dueño y las transnacionales estadounidenses se apoderen de ese recurso estratégico sin nadie que les oponga resistencia. Aunque, como Calígula lo hizo con las leyes del imperio Romano, deban hacer del actual orden mundial un «orden de m….», como Trump calificara a nuestros países pese a lo cual los colonizados gobernantes del área hacen caso omiso del grosero insulto y pugnan entre sí para ver quien se arroja con mayor obsecuencia e ignominia a los pies del sociópata de la Casa Blanca. Apoderarse de ese petróleo, decíamos, aunque, como antes en Irak, sean millones los que mueran en el vano intento de postergar la inevitable declinación del American dream, convertido en una pesadilla mundial.
Por eso, ahora más que nunca, es fundamental intensificar la campaña internacional que consagró al día 9 de Agosto (aniversario de la bomba atómica arrojada sobre Nagasaki) como el Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad. El drama de Siria nos obliga a trabajar incansablemente para detener toda esta escalada belicista cuyo desenlace puede ser de inimaginables proporciones. El lanzamiento de la campaña se hará en esa fecha en Bolivia, muy probablemente en Santa Cruz de la Sierra, y será un gran acontecimiento internacional, un grito de paz en medio del fragor de la batalla exigiendo que la humanidad ponga fin a la barbarie desatada por un imperio que se resiste a admitir su inevitable decadencia. “Si Esparta y Roma perecieron”, decía Rousseau, “¿qué estado puede esperar durar para siempre?»
Este texto es una versión ampliada de un artículo del mismo nombre publicado en la edición en papel de Página/12 del domingo 15 de abril de 2018.