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Brasil – La Amazonia se convirtió en tierra de nadie

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Con la científica brasileña Luciana Gatti, sobre las consecuencias del desmonte

“La Amazonia se convirtió en tierra de nadie”

Según un nuevo estudio publicado en Nature y liderado por Gatti, hoy la selva amazónica libera más gases de efecto invernadero de los que puede absorber. En diálogo con Brecha, la investigadora desmenuza los alcances de este hallazgo y explica cómo se llegó a esto.

Marcelo Aguilar, desde San Pablo 

Brecha, 23-7-2021

https://brecha.com.uy

Luciana Gatti es doctora en Ciencias, especialista en Química Atmosférica y coordinadora del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil, conocido como INPE por sus siglas en portugués. En un estudio publicado en Nature la semana pasada,(1) el equipo de 18 científicos que ella lidera concluye que entre 2010 y 2018, y a consecuencia de la deforestación, la Amazonia empezó a liberar a la atmósfera más dióxido de carbono del que absorbe. Con base en las medidas tomadas en los últimos dos años y en los recientes datos de desmonte discutidos en esta entrevista, afirma que ese fenómeno está empeorando a un ritmo vertiginoso.

—Vamos primero al dato: ustedes comprobaron que la Amazonia hoy está emitiendo más carbono del que puede absorber. ¿Qué significa esto y cómo lo descubrieron?

Lo que constatamos es que la Amazonia ahora emite más de lo que absorbe, por culpa del desmonte y las quemas. No es que la selva dejó de absorber y pasó a emitir, sino que continúa absorbiendo, pero menos que antes. Se está calentando y están muriendo más árboles. En nuestro estudio, medimos la concentración atmosférica de dióxido de carbono (CO2) en cuatro regiones, por medio de aviones, durante nueve años, dos veces por mes. A través del uso de monóxido de carbono, conseguimos separar el CO2 que viene del fuego y analizar el resto. Esa metodología nos permite ver todos los procesos que están ocurriendo en la Amazonia: emisiones por desmonte, quemas y mortalidad de árboles. Al sumar, por ejemplo, muestras de dos de las áreas amazónicas referenciadas, Pará y el norte de Mato Grosso –que son dos regiones que representan un total de 2 millones de quilómetros cuadrados y tienen un desmonte superior al 30 por ciento de su superficie–, vimos que emiten diez veces más carbono que la región oeste, que tiene un desmonte promedio del 11 por ciento. También hay zonas bastante deforestadas en los estados de Rondonia, Acre y en el sudoeste del estado de Amazonas, pero en esa región se concentra la mayor parte de áreas preservadas. A nivel total, la Amazonia libera en promedio 300 millones de toneladas de carbono por año: las emisiones por las quemas son de 400 millones de toneladas y la selva consigue remover 100 millones de toneladas. Esa liberación enorme de carbono resultante ocurre en buena medida porque el desmonteestá muy concentrado, sobre todo en regiones donde existen más facilidades para sacar la producción, como rutas y puertos. A eso se suma el problema de que esas regiones que concentran una mayor emisión no estaban contando con una buena densidad de estudios científicos, porque la mayoría de los lugares estudiados estaban en las regiones que todavía están bien preservadas.

—¿Cómo se llega a la situación actual?

Las masas de aire que vienen del océano entran a la Amazonia por el nordeste, traen humedad y generan precipitaciones. Pero luego se precisa una reposición de agua a la atmósfera. La evapotranspiración de los árboles tiene aquí un papel importante: se calcula que representa entre el 25 y el 50 por ciento de la reposición de agua. Por tanto, al deforestar provocamos que en ese lugar haya menos precipitaciones. Y hacemos que aumente la temperatura: para convertirse en vapor, el agua absorbe energía, lo que enfría el entorno. Si faltan árboles, sube la temperatura y, al mismo tiempo, bajan las lluvias. Esto hace que los árboles típicos de la selva tropical húmeda pasen ahora por un estrés muy grande, lo que reduce su fotosíntesis y aumenta su mortalidad. En la región estudiada que presentó el mayor aumento de temperatura mensual, la mortalidad de los árboles es muchísimo mayor que en las otras regiones.

—Entonces, los árboles no solamente mueren por el desmonte en sí mismo, sino también como consecuencia indirecta de ese proceso

Exacto. El desmonte representa una fuente directa e indirecta de emisión. Hace que el clima sea muy estresante para los árboles de la selva que aún no fueron talados o quemados, principalmente durante ese pico de la estación seca que es agosto, setiembre y octubre. Nosotros estudiamos 40 años de lluvia, mes a mes. Lo que nos sorprendió fue cuánto han cambiado esos meses. Vimos que la cantidad de lluvia que se pierde se corresponde aproximadamente con la extensión del desmonte. El nordeste de la selva tiene un promedio de 37 por ciento de desmonte, lo que provocó una reducción de lluvias en esos tres meses de un 34 por ciento. En la parte sudeste, que está deforestada en un 28 por ciento, la pérdida de lluvias en este período fue de 24 por ciento. Esa fue la región donde la temperatura aumentó más: dos grados y medio. Además de la emisión por el desmonte y las quemas, que ya es muy superior a lo que la Amazonia es capaz de absorber, en la región sudeste hay ahora más árboles muriendo que creciendo. Toda esa materia sigue emitiendo carbono, pero la absorción ya es menor. En el resto de las regiones, la selva todavía absorbe más de lo que emite por sí misma, pero sigue siendo insuficiente cuando se toma en cuenta la emisión de las quemas y el desmonte.

—¿Si el escenario no cambia, la tendencia es que todas terminen como la región sudeste?

Exacto. En la naturaleza todo está interligado, y aunque a veces no entendamos sus procesos, ocurren. A mí me gusta usar la analogía del dominó: el tipo que está allá prendiendo fuego ve aquella cantidad de árboles y piensa: «Voy a quemar y agarrar acá un pedacito de tierra para mí; con tantos árboles, ¿qué problema va a haber?». Él es quien ve la primera ficha del dominó: va y corta. El otro que está ahí hace mucho tiempo sabe que las regiones con más tala tienen menos lluvia. Este, a pesar de no ser un científico, observa la naturaleza y ya entiende la segunda ficha. Los y las especialistas que estudian el asunto están viendo la tercera ficha, y nosotros acabamos de descubrir una ficha más, una que la propia comunidad científica no conocía. Lo que muestran nuestros estudios es que la región con más desmonte registra una emisión de dióxido de carbono diez veces mayor que la que sufre menos desmonte. Esto va a tener muchas consecuencias, algunas no somos capaces ni de imaginarlas.

—¿Cuáles podrían ser algunas de esas consecuencias para el continente y el mundo?

La Amazonia está contribuyendo con la aceleración de los cambios climáticos no solamente al emitir carbono a la atmósfera, sino también a través de la reducción de las precipitaciones y el aumento de la temperatura. Estamos dejando la vegetación más susceptible al fuego, más inflamable, y esto empeora cada año. Son dos procesos que ocurren simultáneamente: la deforestación regional y el cambio climático global. La Amazonia podría ser nuestra protección climática: un climate buffer que podría amenizar todos esos cambios al emitir cantidades enormes de agua hacia la atmósfera y con eso ayudar a enfriar el planeta. Pero estamos haciendo al revés e impedimos ese proceso. El primero en sentir los efectos negativos es Brasil, pero los impactos llegarán a toda América del Sur. Están y estarán llegando también a Uruguay. La naturaleza no tiene límites, paredes ni fronteras. En los últimos tres años hemos visto cómo se superan una y otra vez los récords de desmonte y de quemas, cómo se alcanzan nuevos récords de falta de lluvias y de altas temperaturas, con incendios incontrolables. Estos factores se potencian en un círculo vicioso. Hoy en Brasil, a nivel de políticas ambientales, estamos haciendo exactamente lo opuesto a lo que deberíamos hacer.

—Esta semana se publicaron algunos datos: según el instituto Imazon, de Belém, el ritmo de desmonte creció 51 por ciento en los últimos 11 meses, y un estudio de la Universidad Federal de Minas Gerais reveló que, durante los dos primeros años del gobierno de Jair Bolsonaro, un 93 por ciento de las multas ambientales no se pagaron. ¿Cuál es el impacto de esto?

El agronegocio quiere más tierra para plantar y por ello deforesta la selva. Pero se da un tiro en el pie. En el futuro, va a ser el primer afectado por las decisiones equivocadas que se están tomando ahora. La mayoría de ese desmonte, por otro lado, es ilegal. Como el mensaje que viene de arriba es que no hay multas o no hay por qué pagarlas, todo lo que habíamos avanzado en protección ambiental se está perdiendo y unos pocos criminales están lucrando y haciéndose una fiesta. La Amazonia se convirtió en tierra de nadie. Es la máxima expresión del capitalismo salvaje: en nombre del lucro todo vale, destruir el medio ambiente, acabar con especies silvestres y animales, ecosistemas ricos en biodiversidad. Es un retroceso civilizatorio y toda la sociedad termina pagando la cuenta. No podemos desvincular el desmonte de la crisis hídrica que atravesamos este año, por ejemplo. Y, encima, la gran solución que viene para la crisis energética, empeorada por la crisis hídrica, es privatizar el sistema de producción de energía y obligar por ley a construir un porcentaje mínimo de termoeléctricas a gas (véase «Pagar para vender», Brecha, 25-VI-21). El mundo entero está pensando en cómo va a dejar de usar combustibles fósiles y Brasil va en sentido contrario. Quieren que este país sea la gran hacienda del mundo, exportadora de carne y granos, pero se olvidan de que este país tiene una productividad maravillosa en ese rubro porque tiene un clima maravilloso. Y, si tenemos un clima maravilloso, es porque tenemos la Amazonia. Estamos matando a la gallina de los huevos de oro por ignorar a la ciencia.

—¿Esta situación es reversible?

Es difícil decir que sí y es difícil decir que no. Por aquello del dominó. Ahora que sabemos lo que ocurre, imaginemos lo contrario: soñemos con que serán prohibidas las quemas de julio a noviembre, que se impondrá una moratoria de por lo menos cinco años con desmonte cero y un control feroz, y que habrá proyectos de recuperación forestal en las áreas más afectadas. Basta con que paremos de quemarla y desmontarla para que la Amazonia ya empiece a absorber más carbono. Ahí la situación al menos dejaría de empeorar. La selva se regeneraría, y con la reforestación tendríamos más árboles para evapotranspirar y ayudar a reducir la temperatura. Año a año iríamos teniendo condiciones más favorables para que la selva creciera. Pero se trata de empujar el dominó hacia el otro lado. No podemos no intentarlo. No podemos dejar que continúe la actual destrucción.

Nota

1). «Amazonia as a carbon source linked to deforestation and climate change», disponible en nature.com.

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