Esta gran movilización tuvo su preludio el día anterior con la convocatoria de huelga por parte de las dos ramas de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), huelga general a la que se sumó la Confederación General del Trabajo (CGT) al día siguiente. El país quedó totalmente paralizado: transporte por carretera, ferroviario y aéreo, la administración pública, la sanidad y educación y una enorme lista de grandes y pequeñas empresas. Como la prensa capitalista ha tenido que reconocer, fue una contundente demostración de fuerza de la clase obrera en defensa de unas condiciones de vida dignas frente al saqueo de la oligarquía y el FMI.
Macri un Presidente al servicio de la oligarquía y las multinacionales
En noviembre de 2015, Mauricio Macri logró una victoria pírrica en la segunda vuelta de las elecciones argentinas. El resultado electoral puso de manifiesto la gran polarización social que ya entonces vivía el país.
Las políticas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, aunque supusieron un cambio en determinados aspectos respecto a los gobiernos neoliberales y privatizadores anteriores, con los juicios a los responsables de los crímenes de la dictadura y las reformas de carácter asistencial que aprobaron, dejaron intactas las estructuras capitalistas del país y afianzaron un modelo dependiente de las exportaciones de materias primas. Argentina consolidó en aquellos años una enorme deuda externa en dólares, y abrió de par en par su tejido productivo a la precarización, los bajos salarios y el dominio de los grandes monopolios imperialistas en los sectores más estratégicos de la economía.
El descontento entre las capas medias, y la desilusión ante un candidato peronista que defendía el ajuste y la austeridad, dieron el triunfo al que pretendía pasar por representante del “cambio”. Pero en pocos días la careta demagogia de Macri cayó estrepitosamente. El Gobierno aprobó 40 decretos, que incluían medidas que beneficiaban a los latifundistas y empobrecían a los trabajadores. Devaluó el peso, eliminó impuestos a la oligarquía tradicional, aprobó subidas en el recibo de la luz e incrementos del precio del transporte y puso encima de la mesa el despido de miles de empleados públicos. El carácter del nuevo gobierno quedó claro también en el terreno de los derechos democráticos: nombró como cargos públicos a personajes ligados a la dictadura y liberó a torturadores que estaban encarcelados.
Pero el estrecho margen con el que Macri ganó las elecciones era un claro indicativo de que la clase obrera y los sectores más desfavorecidos no se iban a quedar de brazos cruzados. Los trabajadores públicos, los maestros, los pensionistas, las mujeres, los estudiantes protagonizaron importantes movilizaciones desde el primer momento, destacando el gran conflicto con los jubilados por la reforma de las pensiones, y que acabó con una brutal represión policial ante el parlamento. En este ambiente de resistencia, la irrupción de la lucha de las mujeres contra la violencia machista, la justicia patriarcal y por el derecho al aborto ha marcado un punto de inflexión.
La presión en la calle acabó por desbordar a unas direcciones sindicales que han mantenido, en general, una actitud conciliadora con Macri para asegurar la paz social. Pero el gobierno actúa sobre un gran polvorín social, que ahora que la economía argentina amenaza con hundirse, puede estallar. La perspectiva de un nuevo argentinazo como en el año 2001 está presente en la situación.
La economía argentina en barrena
La frágil economía argentina, golpeada por distintos factores internos y externos (peso de la deuda y dependencia de la financiación externa por un lado, y subida de los tipos de interés en EEUU, hundimiento de la lira turca, etc, por otro), profundizó su crisis durante el mes de abril. El tipo de cambio del peso argentino se derrumbó y para apoyar a la moneda nacional, el Banco Central de Argentina aumentó la tasa de interés del 27,25% hasta el 40% y en una semana vendió casi el 10% de sus reservas en divisas extranjeras. De nada sirvieron estas medidas: el peso ha experimentado una caída del 53% en los últimos 12 meses y un 68% en lo que va de año. El 1 de agosto 1 dólar se compraba por 28 pesos, pero hoy la moneda estadounidense cotiza a más de 40 pesos, a pesar de que la tasa de interés alcanza el 60%, la más alta del mundo.
En el mes de mayo Macri recurrió al FMI para obtener un préstamo por valor de 50.000 millones de dólares a condición de que el gobierno argentino llevara a cabo un duro plan de ajuste. Pero nada ha impedido que la economía argentina siga su descenso al abismo.
La inflación ha alcanzado el 35% en los últimos 12 meses y las previsiones son que en diciembre se sitúe en el 40%. La fuga de capitales ha alcanzando los 16.676 millones de dólares el primer semestre de 2018, incrementándose un 117% respecto a 2017, año en que alcanzó los 22.148 millones de dólares. La perspectiva de un nuevo “corralito” cobra cada vez mas fuerza.
El Gobierno argentino negocia ahora desesperadamente con el FMI para que adelante a 2019 el dinero que había prometido para 2021, ante el fracaso del primer plan. A cambio, Macri se ha comprometido a reducir el déficit fiscal primario a cero (antes del pago de intereses de la deuda) para el año próximo, y ofrece en el altar del FMI nuevos y más profundos recortes que hundirán todavía más las ya de por si deterioradas condiciones de vida de la población argentina.
¡Abajo Macri, por un Gobierno obrero que acabe con los recortes y la austeridad!
Llegados a este punto es necesario impulsar la movilización a un nivel superior con un programa revolucionario. Hay que preparar las condiciones en los centros de trabajo, en los barrios, escuelas y universidades, a partir de la acción de los sindicatos combativos y clasistas, las organizaciones de la izquierda anticapitalista y los movimientos sociales y populares, para la convocatoria de una huelga general indefinida con un objetivo central: ¡abajo el gobierno de Macri! Hay que sustituir este gobierno de la oligarquía y el capital por uno de la clase obrera. Un objetivo que sólo puede alcanzarse ganando a la mayoría de la clase obrera a un programa socialista. Esta debería de ser la tarea de las organizaciones de la izquierda que lucha, empezando por el Frente de Izquierdas y de los Trabajadores (FIT), desplegando una estrategia no sectaria para sumar a esta batalla a la base de las organizaciones de la izquierda peronista que están girando hacia la confrontación con el gobierno.
Existe una oportunidad histórica para transformar radicalmente la situación en Argentina y abrir decisivamente la puerta a la transformación socialista en toda América Latina y el mundo.