En el mercado y en la economía, tanto a nivel de cuantía de las intervenciones, como a nivel psicológico, los bancos centrales ejercen una poderosa influencia. Una influencia que supuestamente les sirve para su objetivo de reorientar la economía cuándo esta se aparta del camino establecido, con el fin último de salvaguardar los intereses socioeconómicos de todos los ciudadanos.
Pero este tradicional papel regulador en su máximo esplendor, puede estar escurriéndoseles a los bancos centrales entre los dedos, cuan arena del inclemente reloj del Dios Cronos. Efectivamente la próxima crisis se acerca conforme avanzamos en el actual ciclo económico, y esta vez parece que a los Bancos Centrales no les va a dar tiempo de recargar su artillería para combatirla.
Esa socorrida artillería que hace batidas al cielo cada vez que se acercan los bombarderos de cada crisis
Efectivamente, todos los agentes del mercado saben que, cada vez que se oye acercarse el sordo zumbido de los B-52 de la próxima crisis, los bancos centrales tienen ya cargada su artillería para batir el cielo con sus obuses. Y no es que los agentes socioeconómicos del mercado simplemente lo sepan, es más, es que deben tenerlo muy en cuenta de cara a sus próximos movimientos en el mercado e inversiones.
El efecto que consiguen los bancos centrales es doble. Primeramente, resulta obvio que, con sus regulaciones o intervenciones monetarias o de otra naturaleza, pueden zarandear el mercado en la dirección que tengan como objetivo. Un banco central siempre dispone de recursos monetarios de gran peso específico dentro del conjunto del mercado, y sus meros movimientos ya influyen poderosamente según sea la dirección que éstos toman.
Pero además tenemos que, en segundo lugar, los bancos centrales juegan adicionalmente con un segundo factor todavía más poderoso si cabe que el primero: el efecto psicológico. Los agentes del mercado literalmente temen (y no es para menos) que los movimientos de los bancos centrales les cojan con el paso cambiado.
Y sólo este hecho psicológico ya hace que, sin tener que llegar a gastar ni un euro, las reses del mercado se auto-conduzcan mansamente hacia donde el pastor quiere. De hecho, la demostración más clara de este punto es el juego del gato y el ratón que siempre hay tras las palabras, intencionadamente ambiguas, de las declaraciones públicas de los banqueros centrales. En este caso la política es utilizar la incertidumbre para que los agentes socioeconómicos se auto-regulen.
Pero claro, esto tampoco funciona siempre, y a veces hay que recurrir a la artillería pesada. Un buen ejemplo de cómo a veces con las declaraciones no basta, es aquella famosa referencia de Greenspan a la “exuberancia irracional de los mercados” que precedió a la burbuja .com, y que no evitó que la burbuja siguiese inflándose hasta estallar dejando miles (sino millones) de damnificados.
Para poder contra-atacar con la artillería es preciso haberla podido cargar antes
Pero, aún tratándose de bancos centrales, y por mucho que pueda parecer que sus recursos monetarios y de otro tipo son virtualmente infinitos, lo cierto es que no lo son (o más bien, nunca deberían llegar a serlo). La artillería no sólo es limitada, de ahí la importancia de potenciarla con el factor psicológico, sino que además hay que recargarla a tiempo.
Una de las principales municiones con las que cuenta todo banco central, es la política monetaria, y más concretamente los tipos de interés. Con estos tipos de interés el banco central hace valer y gran capacidad de influencia sobre la economía, y en base a ellos hace que se articulen los préstamos y créditos del mercado. Pero esta influencia se extiende también a todo lo que va indexado a estos tipos de interés, que en la práctica extiende su radio de alcance a prácticamente todo indicador económico.
Pero las armas monetarias no salen gratis, tampoco para un banco central. Y menos se puede decir que estén disponibles para su uso en cualquier momento. Para ello hay que mantener las baterías de cañones antiaéreos debidamente, y proceder a ir cargándolas conforme van llegando los suministros de obuses.
Esto se traduce en la práctica en que, durante las épocas de bonanza económica, hay que ir incrementando gradualmente los tipos de interés no sólo para ejercer un férreo control de la inflación (y fomentar además la creación de empleo en el caso de la FED), sino para luego poder descargar con contundencia sobre los B-52 en cuanto aparezcan por el horizonte, acometiendo efectivas bajadas de los tipos de interés que reactiven la economía.
El verdadero Talón de Aquiles de la actual recuperación
Y es precisamente en este último punto donde está el verdadero Talón de Aquiles de la actual recuperación, y el objeto central del análisis de hoy. Este punto complicado está en las políticas ultra-expansivas, tanto de inyecciones monetarias como de tipos de interés ultra-bajos (o incluso negativos), que se han prologando en el tiempo durante un periodo mucho más extenso que en crisis anteriores.
Como pueden leer en esta breve reseña de Quartz, esta publicación ya aboga abiertamente por el hecho de que la FED no va a disponer del tiempo necesario para “recargar” a tiempo el cañón de los tipos de interés. No podemos estar más de acuerdo con esta afirmación, y de hecho en las redes sociales ya hemos afirmado también nosotros en alguna ocasión esta preocupación. Y al igual que a la FED, lo mismo aplica también al BCE, BoE, BoJ… y a casi todos los miembros de este selecto club que ha regado las economías con millones de liquidez.
Las conclusiones pueden perfectamente sacarlas por ustedes mismos. Y son muy similares a las de la analogía de la artillería antiaérea cuyos suministros de munición no llegan por las vías estratégicas de aprovisionamiento: pues que los B-52 de la próxima crisis van a soltar toda su letal carga de obuses sobre nuestras indefensas y desprotegidas cabezas.
Traducido a lenguaje económico, esto significa que la próxima crisis descargará sobre nuestras economías en toda su plenitud y con gran crudeza. Porque recargar ahora las baterías antiaéreas a toda prisa puede resultar ser todavía peor.
La disyuntiva de los bancos centrales no es nada fácil, pero su oficio nunca ha sido sencillo. No sé si habría otra solución a la ecuación de la reciente Gran Recesión, pero lo cierto es que la forma en la que la han gestionado ha supuesto un trasvase virtual de (relativa) pujanza económica de la Gran Recesión a la próxima crisis. Si ésta ha sido la decisión correcta ya no es algo que podamos juzgar ustedes o yo ahora mismo, sino que será algo que acabe juzgando la Historia Económica (y lo va a hacer más bien en breve).