Inicio Política Argentina – Cambiemos: ¿Una nueva hegemonía?

Argentina – Cambiemos: ¿Una nueva hegemonía?

634
0

Fernando Rosso

Revista Panamá, 22-8-2017

http://panamarevista.com/

Lunes (13 de agosto) por la madrugada, se cierran los ojos trasnochados e irrumpe, una vez más, la pregunta maldita: ¿qué es esto? Una parte de la oposición al cambiemismo tuvo sensación de déjàvu, de casa tomada, de incomprensible fiesta del monstruo.

Si la previa a las PASO estuvo sobrecargada de cierto exitismo por la presunta derrota que sufriría el oficialismo, luego de las elecciones emergieron análisis que sobredimensionan el volumen y la densidad de la fuerza política que nacionalmente salió triunfante.

El nacimiento de una nueva hegemonía, que estaría tiñendo el mapa argentino de un amarillo furioso fue anunciado por el siempre agudo y controversial José Natanson en el diario Página 12. Pablo Semán también acuñó el concepto en Panamá, mientras que Jorge Aleman lo puso en cuestión desde un pos-posmarxismo que asevera que lo que verdaderamente existe, antes que una hegemonía, es una trágica dominación biopolítica que ya no crea a los sepultureros del capital, sino que produce en serie a inconscientes suicidas. Por último, Julio Burdman no lo dijo pero lo insinuó cuando afirmó que Cambiemos estaba en proceso de consolidación de un nuevo partido histórico.

Estas lecturas son útiles para equilibrar los simplismos que reducen todo al “Macri basura, vos sos la dictadura”, “ganaron los boludos” o la insoportable levedad a la que estaba condenado el gobierno de los CEO, por obra y gracia de vaya a saber qué astucia de la providencia. Pero inferir de los resultados de las primarias que hay en curso la formación de una nueva hegemonía nos parece un poco mucho. O, de mínima, prematuro.

Existe un largo y espeso itinerario del concepto de hegemonía desde los tempranos debates entre los marxistas rusos de principios del siglo XX, pasando por su transformación y ampliación en Gramsci hasta llegar a la deformación del posmarxismo de Ernesto Laclau y sus epígonos. Puede sintetizarse como aquella articulación en la que el interés particular de un grupo dirigente (o fracción de clase) logra imponerse -más o menos voluntariamente- como el interés universal. Este convencimiento puede tener lugar por diversas razones. Pero nunca puede reducirse a la esfera ideológica o de las superestructuras políticas y alcanzar una autonomía absoluta de las determinaciones económicas. Gramsci define que la hegemonía “si es ético-política no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejercita en el núcleo decisivo de la actividad económica” (Cuadernos de la cárcel, C13 §17). La zona núcleo es 100% verde-amarela, pero al país sojero se lo puede acusar de cualquier cosa, menos de nobles pretensiones hegemónicas. Digamos todo.

Y más allá del fantasma agitado en las elecciones con las supuestas tempestades que desataría algún resultado, la economía macrista tiene sus problemas y desequilibrios endógenos de compleja salida en el mediano plazo.

El Nagasaki violento del peronismo, expresión de una crisis de dimensiones históricas, no convierte al macrismo en el triunfador infalible que sólo debe sentarse a esperar el devenir de su edad de oro o sus “30 gloriosos”.

¿Qué hay de nuevo, viejo?

Primero los datos duros. Cambiemos es una primera minoría que mantuvo su caudal de votos durante el año y medio transcurrido. Obtuvo el 34,15% en las presidenciales generales de 2015 y en las recientes primarias alcanzó el 35,90% y paró de contar. Aún se desconoce el resultado final en la madre de todos los escrutinios. Su crecimiento fue de un “contundente” 1,75%. Venció en diez provincias y perdió en trece, empató en la más importante: Buenos Aires. Perdió en la tercera, según el padrón: Santa Fe. Equiparar a la primera minoría cómoda con la absoluta mayoría abrumadora es un pecado de leso impresionismo.

Inmediatamente después del largo 13A, las comparaciones con las anteriores elecciones de medio término se multiplicaron. Con las de Raúl Alfonsín de 1985, Menem de 1991 y 1993 y con las de 2005 de Néstor Kirchner. El triunfo del caudillo radical fue pírrico y comenzó su deriva dos años después. Kirchner salió victorioso cuando la crisis (y Eduardo Duhalde) había hecho el trabajo sucio, con un potente viento de cola internacional y pivoteando la escena para contener al contencioso país que estalló en 2001.

El género próximo con el que corresponde cotejar a la actual coalición de gobierno es el menemismo: su programa neoliberal y objetivos de contrarreformas estructurales son similares. Menem alcanzó a imponer algo parecido a una “hegemonía” luego de ciertos avances que Macri todavía está lejos de lograr.

Previo a la consolidación del Plan de Convertibilidad –en abril de 1991–, Menem lidió con bruscos vaivenes de la situación económica que a los tumbos pudo estabilizar. Arribó a sus elecciones de medio término con un cambio cualitativo de las relaciones de fuerzas sociales y políticas. Derrotó las grandes huelgas que enfrentaron el festival de privatizaciones de YPF, los ferrocarriles o los teléfonos, entre otros. Contó con la colaboración indispensable de la dirigencia sindical “participativa” al precio de cooptar y adornar jugosamente a sus aparatos.

Pero además, existieron dos factores adicionales que contribuyeron a las condiciones de posibilidad de éxito del programa y la hegemonía menemista: el contexto internacional de un neoliberalismo que aún gozaba de buena salud y habilitó un ciclo de negocios con el arribo masivo de capitales al país, y el elemento disciplinante de la reciente hiperinflación que agobió a los argentinos y condujo casi a la impotente disolución social.

En las primeras elecciones, Menem obtuvo el respaldo de los sindicatos y las 62 Organizaciones realizaron un acto en apoyo a Duhalde, candidato del justicialismo en la provincia de Buenos Aires.

El reciente triunfo de Cambiemos (si no varía sustancialmente en el segundo tiempo de octubre) es bastante menos intenso. Consolidó los avances de sus puntadas “gradualistas” (pérdida del poder adquisitivo del salario, caída del empleo, endeudamiento salvaje que hipoteca el país a largo plazo y a la vez lubrica la coyuntura) pero está aún a una distancia considerable de las necesidades que le marca el metro-patrón de su propia vara y las reformas estructurales que reclama el “círculo rojo”. Aquellas que impliquen el asentamiento de una solución neoliberal para los problemas argentinos.

Después de las elecciones, un grupo de empresarios estadounidenses se reunió en Buenos Aires y presentó –con más entusiasmo, es cierto– el mismo pliego de reivindicaciones que antes: bajar el costo laboral, disminuir realmente el déficit fiscal y achicar al Estado para agrandar la ración. Ese es el único “clima de inversiones” que considera viable el termómetro del capital. Para ellos, en este punto, Macri todavía es una atractiva promesa, un arma cargada de futuro y de buenas intenciones, como las que abundan en el camino al infierno.

Francisco Olivera, editorialista económico y político del diario de los Mitre, experimentado en la escucha activa de los machos del off del universo empresario describió su estado de ánimo: “Atmósfera y palabras saludables, pero todavía insuficientes para un establishment que se ilusiona con la posibilidad de una verdadera transformación. La incógnita es si una eventual confirmación en las urnas le dará al Presidente aire para ser el que se propuso en diciembre de 2015: bastante más que un administrador de la herencia. Ese objetivo, que requerirá alentar la inversión eliminando costos, supone lo más impopular de esa transición”. (La Nación, 19/8). Traducido al lenguaje light de las campañas PRO, degustando una barrita de cereal, exigen a Macri: animémonos y andá, sé vos, el cambio es aquí y el cambio es ahora.

No pasaron ni diez días de la hora cero de la nueva hegemonía y el Gobierno enfrenta una movilización que la CGT no pudo levantar, no por ánimo combativo precisamente, sino por el descrédito que pueden seguir experimentando algunos de sus dirigentes ante el malestar de sus bases. Junto a la gravitación que alcanzaron conflictos como el de PepsiCo, son botones de muestra de que la cuestión social en general y la cuestión obrera en particular no están resueltas pese al veredicto de las urnas en las primarias.

En ese mismo reservorio hay que ubicar a las impactantes movilizaciones por la defensa de las libertades democráticas: contra el 2×1 o el reclamo potente por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Un tema que llegó hasta las editoriales de los grandes medios que hicieron infames contorsiones para ocultar la desaparición y ahora aseguran que tiene al Gobierno en un “callejón sin salida” (Van Der Kooy, 20/8).

Por último, está el mundo según Trump, el Brexit y los Estados nacionales que retornan con rabia y parecen alertar a los guías espirituales de la globalización armónica que l’etat et moi y el muerto que vos matasteis está vivito y coleando.

Empate y final abierto

En realidad, la disposición de fuerzas contiene muchos más elementos de una crisis de hegemonía o de un empate, antes que la construcción de una nueva. Las formas de las campañas descafeinadas, con características “no políticas” encierran la crisis de representación de la política tradicional (un fenómeno que en cierta medida es mundial). El lugar común gramsciano, pero que ahora corresponde: lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer, con sus correspondientes hijos aberrantes.

“Cada uno de los grupos tiene suficiente energía como para vetar los proyectos elaborados por los otros, pero ninguno logra reunir las fuerzas necesarias para dirigir el país como le agradaría”, sintetizó Juan Carlos Portantiero para referirse a momentos como el presente argentino.

Además, en estas democracias degradadas y de males menores, el voto tiene un importante componente de rechazo. Las primarias no estuvieron exentas: voto para que ella no vuelva, voto para que él se vaya, voto porque me tienen harto todos. Que la fuerza de los partidos radique en el Estado y que “el Ejecutivo, dicen algunos sin eufemismos, es el partido político nacional argentino” (Burdman dixit) habla de su debilidad.

En términos de gobernanza concreta, sin los interesados y generosos donantes de gobernabilidad, el engendro que nació híper minoritario no hubiese podido administrar ni el Metrobus. Hay algo paradójico en la oposición a su majestad (de gobernadores, legisladores peronistas y dirigentes sindicales): lo sostuvieron a cuatro manos para evitar la implosión por la fragilidad de origen y ahora sorprende la magnitud y densidad del triunfo.

No existe tanto una subvaloración de los “estrategas” del PRO como una sobrevaloración del pasado inmediato, tanto en términos estructurales como coyunturales. Hay mucho de continuidad con cambios en la vida cotidiana de la gente de a pie y sobre todo en el conurbano bonaerense. Estructuralmente, el proyecto posneoliberal mantuvo pilares esenciales: precarización del trabajo y de la vida, flexibilidad y pobreza. Mientras que en la coyuntura, especialmente los dos últimos años (2014-2015), fueron de ajuste por varias vías. También hicieron su aporte los desaguisados que quedaron expuestos a cielo abierto y que ocurrieron con el vigésimo intento fallido de parir una “burguesía nacional”.

Con todo esto incluido, el oficialismo empató en el distrito estratégico y perdió en el tercero en orden de importancia (Santa Fe). Y hay otros datos que también componen el escenario:en una de las trincheras de avanzada del laboratorio macrista, Jujuy (con presos políticos ilegales y estado policial), la izquierda radical (el FIT) logró un 13% de los votos de la mano de Alejandro Vilca, un trabajador, coya y recolector de residuos. En otro bastión cambiemita, Mendoza, repitió una buena elección con el 9% y lo mismo en Neuquén, Salta y Santa Cruz. Más que hegemonía, huele a polarización con sus correspondientes aristas y pliegues.

En síntesis: hubo triunfo amarillo que debe ser balanceado en su justa medida y armoniosamente, avanzó el ajuste con gradualismo, hay enérgica dispersión peronista que no es sinónimo de infalibilidad cambiemita. Octubre es otro partido que no necesariamente cambiará la foto actual y parafraseando al filósofo que oficia como Jefe de Gabinete de Ministros, con los resultados de las PASO, la hegemonía, por ahora, te la debo.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.