por Franco Machiavelo
En la actualidad, el imperialismo ya no necesita desembarcar tropas con banderas extranjeras para imponer su voluntad sobre los pueblos de América Latina. Su intervención ha mutado, se ha sofisticado, y hoy se reviste de discursos moralistas y supuestas cruzadas por la “democracia”, los “derechos humanos” o la “lucha contra las drogas”. Pero bajo esa máscara humanitaria y legalista se esconde la misma lógica de dominación económica, política y cultural que por siglos ha mantenido a la región subordinada a los intereses de las grandes potencias, principalmente Estados Unidos.
La llamada “guerra contra las drogas” ha sido uno de los pretextos más eficaces del nuevo imperialismo. En nombre de combatir el narcotráfico, se han desplegado bases militares, operaciones encubiertas y redes de inteligencia que violan la soberanía de los Estados latinoamericanos. En realidad, este argumento sirve como un instrumento de control geopolítico y de justificación para intervenir en naciones que no se alinean con los dictados del capital transnacional. Los países que sostienen una política exterior independiente o que desafían el orden neoliberal, como Cuba, Venezuela o Nicaragua, son rápidamente señalados como “amenazas”, “narcodictaduras” o “violadores de derechos humanos”, mientras las oligarquías aliadas al poder imperial son presentadas como ejemplos de democracia y modernidad.
El imperialismo contemporáneo opera, sobre todo, a través del control económico y mediático. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones financieras actúan como instrumentos de coerción: condicionan préstamos y “ayudas” a reformas estructurales que abren las economías nacionales al saqueo de recursos y a la privatización de bienes públicos. Paralelamente, los grandes medios globales construyen un relato que legitima esta dominación, criminalizando las resistencias populares y presentando las políticas de dependencia como únicas opciones racionales.
A esto se suma el uso de las llamadas “revoluciones de colores”, la manipulación digital y las campañas de desinformación como mecanismos de intervención blanda. Se infiltran organizaciones no gubernamentales, se financian grupos opositores y se fomenta el caos político interno bajo la fachada de promover la libertad. Es la vieja doctrina del control indirecto, ahora adaptada a la era de la información y las redes.
Sin embargo, el verdadero conflicto de fondo sigue siendo el mismo: el enfrentamiento entre los pueblos que buscan su autodeterminación y un sistema mundial basado en la acumulación capitalista. Las nuevas formas de intervención imperialista no son sino expresiones actualizadas de esa lucha histórica entre el capital y la soberanía de los pueblos. Y aunque cambien sus métodos y discursos, la esencia de su dominación permanece inalterada: mantener a América Latina como un espacio de extracción, subordinación y dependencia.
La resistencia, entonces, no puede limitarse al rechazo de las tropas extranjeras, sino que debe desenmascarar los mecanismos económicos, mediáticos y culturales que perpetúan la dominación imperialista bajo nuevos disfraces. Porque solo la conciencia crítica y la organización popular pueden romper las cadenas invisibles del nuevo colonialismo del siglo XXI.











