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El Febrero victorioso

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Por Gustavo Espinoza M. 

De manera general se vincula la expresión “el febrero victorioso” con lo que ocurriera en Praga a partir del 25 de febrero de 1948 cuando, ante la crisis de la democracia formal, los trabajadores de Checoslovaquia a la cabeza de todo el pueblo respaldaron al Partido Comunista de su país para tomar el Poder y proclamar la República Socialista, que forjó un régimen social nuevo y distinto.

Pero en realidad, febrero era ya un mes victorioso. 100 años antes, en febrero de 1848, fue publicado el Manifiesto Comunista, elaborado por Carlos Marx y Federico Engels. El genial documento abrió una nueva era en el pensamiento humano y generó los cambios sustantivos que modificaron la faz del planeta sore todo a partir del siglo XX.

El Manifiesto, abrió los ojos a millones de trabajadores de todos los países y señaló un camino orientado a construir un mundo nuevo, ajeno a la opresión y a la explotación humana.  Hoy, 177 años después de su primera edición, el documento guarda vigencia plena.

 Nadie puede dudar de su aserto: “Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción    y al consumo de todos los países”, nos dijeron sus autores como si vivieran en nuestros días.

“En lugar de las antiguas necesidades satisfechas con productos nacionales –añadieron describiendo con asombrosa precisión lo que hoy vivimos-  surgen necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos”-

Pero de la descripción, pasaron a la acción y demandaron un cambio radical que echara a la descompuesta sociedad capitalista y abriera un nuevo escenario esforzada y creadoramente construido por los trabajadores mismos. 

Fue, quizá esa, la primera experiencia del Febrero Victorioso, que coincidiera, además, con la tercera Revolución Francesa, la de 1848, la primera en la que la Clase Obrera intervino con un Programa propio y objetivos definidos.

Y fue el 25 de febrero de 1917 -de acuerdo con el antiguo Calendario Gregoriano- cuando se inició en Rusia el proceso que diera al traste con el régimen Zarista y abriera la puerta a la primera Revolución Socialista de la Historia, en octubre de ese año. 

Años después, en febrero de 1943, la batalla de Stalingrado señaló el giro decisivo que marcó la II Guerra Mundial y abrió paso a la victoria de la URSS sobre la Alemania Nazi.  Evocando la hazaña, Pablo Neruda escribía: “Hoy bajo tus montañas de escarmiento / no sólo están los tuyos enterrados / temblando está la carne de los muertos / que tocaron tu frente, Stalingrado”.

Y es verdad, más allá del legado de la sangre derramada en cada rincón, está la vida misma que florece en la lucha cotidiana de los pueblos.

Pero el año siguiente, en 1944, hubo otro febrero victorioso. Estuvo signado por el paso imbatible del Ejército Rojo que liberó su propio suelo y el territorio de los países amigos de Europa Oriental ocupado por la Alemania Nazi. Ese año, las llanuras y montañas de Polonia, Hungría, Rumania, Checoslovaquia, Bulgaria, Yugoeslavia e incluso Austria, conocieron del paso de sus libertadores.

Y allí también se pudo comprender la magnitud y la integridad de las expresiones de Ilya Ehrenburg: “los pueblos son como los hombres; para unos el destino es fácil. Encuentran en seguida su vocación, emprenden el camino acertado; la vía de otros es compleja, sinuosa, llena de sufrimientos…”, pero a todos los hombres, los alumbra un fuego que los conduce a la victoria. 

En febrero del 45 -hace ya 80 años- la lucha se desarrolló en suelo germano. Del 4 al 11 de febrero se desarrolló la última cita de “los Grandes”, la Cumbre de Yalta. En ella, los aliados concertaron la ofensiva final sobre Berlín. Allí, el fascismo se batió cual fiera herida; pero finalmente cayó derrotado.

Uno a uno fue batido cada reducto de la Alemania Nazi. Iulián Semiov describe esa maravillosa experiencia a través de su personaje ficticio Max Otto Von Stirlitz, el agente soviético infiltrado en las altas esferas hitlerianas.

No faltaron, sin embargo, acciones viles. El bombardeo de Dresde, que genero la muerte de más de 90 mil personas, fue un genocidio consumado por los aliados occidentales, encabezados por los Estados Unidos. Después habría otros, también obra de la misma mano: Hiroshima y Nagasaki, injustificables ambos.

Y ya no fue en febrero, sino en abril, cuando acabó la Guerra. Mussolini, en las orillas del lago Como, fue capturado por los Partisanos Comunistas y ejecutado por orden del Coronel Valerio. Su cuerpo fue mostrado en la Piazzola Loreta el 30 de abril de ese año.

 Hitler y los suyos tuvieron su propio fin. Unos, se quitaron la vida y otros huyeron finalmente protegidos por el gobierno de los Estado Unidos. El Juicio de Nuremberg fue el epílogo de ese drama.

En abril de este año se cumplirán 80 de la derrota del fascismo a manos del pueblo Soviético y del Ejército Rojo. Como dice el poeta, se percibirá otra vez “la mirada de Stalin en la nieve” y se evocará la epopeya más grande de la que se tenga memoria.

En definitiva, febrero, un mes de victoria, fue siempre la antesala del triunfo de los pueblos. ¿Será también ese nuestro caso?

América Latina tuvo también sus febreros victoriosos:  el 4 de febrero de 1992 Hugo Chávez se alzó en Caracas; y años antes, el 5 de febrero del 75,  detuvimos en el Perú  las acechanzas del fascismo.

Ahora, en el 2025 se reanuda la lucha por abatir aquí las prácticas fascistas.  Mucho más temprano que tarde, la victoria será de nuestro pueblo

 

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