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TAREAS DE LA IZQUIERDA ISRAELÍ EN TIEMPOS DE GENOCIDIO

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Por Hadas Binyamini

El pasado junio, la noticia de la fusión de dos veteranos partidos políticos israelíes de la izquierda sionista, el partido laborista y Meretz, no despertó mucho interés. En un momento en que el antaño hegemónico partido laborista no ocupa más que cuatro escaños en un parlamento de 120 miembros, y en que el Meretz no cuenta con ninguno desde las elecciones de 2022, esto no debería sorprender. A falta de una visión alternativa convincente al perpetuo sometimiento del pueblo palestino bajo las botas del ejército israelí, la izquierda parlamentaria de Israel ‒dirigida actualmente por Yair Golan, otro exgeneral del ejército, quien en verano encabezó el llamamiento a la invasión de Líbano‒ está condenada a la irrelevancia.

“En Israel no hay política de izquierda; esta es una realidad que mucha gente olvida”, tuiteó el activista palestino Hamze Auaude en julio. Su comentario vino después de que la Knesset aprobara una resolución contraria a la creación de un Estado palestino por 68 votos a favor y nueve en contra; solo votaron en contra los disputados de partidos dirigidos por palestinos. “Aunque existen algunos movimientos de base de izquierdas, la izquierda como fuerza política simplemente no existe en Israel.”

La cuestión de cómo la izquierda puede cambiar la política de Israel desde dentro en ausencia de un liderazgo político de izquierda provoca interminables debates entre activistas sobre el terreno. Desde el proceso de paz de Oslo, la opinión convencional, tanto en el seno de la izquierda como fuera de ella, descarta todo potencial político de la izquierda israelí, debido al escaso tamaño de este sector, a su debilidad electoral, a sus divisiones internas y a su abandono de la solidaridad con Palestina y su dirección.

La marginación completa de la izquierda, impuesta por la policía politizada israelí, no ha hecho más que acelerarse desde el 7 de octubre. Incluso las familias de rehenes israelíes, que exigen un alto el fuego para que se los libere, se ven acosadas y tachadas de traidoras izquierdistas. La creciente supresión de la sociedad palestina también ha limitado radicalmente el horizonte de disensión o acción política colectiva a lo largo del año pasado. Desde pocos días después del ataque de Hamás, la población palestina de Israel se enfrenta a una campaña de intimidación, persecución, vigilancia y acoso apoyada por el gobierno. A pesar de todo, este año transcurrido ha visto cómo activistas israelíes de izquierda persisten en sus esfuerzos por acumular fuerzas en pro de un futuro más pacífico, justo y equitativo para israelíes y palestinos.

El campo pacifista más moderado, cercano a la izquierda sionista, representado en gran parte por ONG y financiado por entidades filantrópicas internacionales, se halla actualmente en un proceso de reconstitución tras el trauma de los ataques de Hamás del 7 de octubre y el desespero ante la subsiguiente masacre que lleva a cabo Israel en la Franja de Gaza. Un poco más a su izquierda se halla una red más pequeña de activistas que es objeto de menos atención internacional y que a menudo se ve ninguneada incluso por el campo pacifista. Abarcando desde antisionistas y no sionistas hasta quienes rechazan estas categorías, estos y estas activistas se sitúan en el margen extremo izquierdo de la sociedad israelí, identificándose a veces como izquierda radical.

A diferencia del campo pacifista moderado, se opusieron inequívocamente a la guerra actual desde su mismo comienzo, y reclaman el desmantelamiento del régimen de ocupación israelí, la apartheid, y rechazan la supremacía judía. Preconizan la construcción de una organización de abajo arriba, el refuerzo de la lucha común judeopalestina y la denuncia de los lazos entre la dominación colonial israelí sobre la población palestina y la desigualdad etnoclasista dentro de la sociedad israelí.

Casi siempre podemos encontrar a estas personas planeando manifestaciones contra la guerra o participando en ellas, o practicando la presencia protectora, es decir, el apoyo físico a comunidades palestinas en la Cisjordania ocupada amenazadas de expulsión y víctimas de la violencia de los colonos y los militares. Muchas de estas personas han estado en la cárcel por negarse a prestar el servicio militar obligatorio y suelen unirse a manifestaciones convocadas por entidades palestinas en Cisjordania y el interior de Israel.

Nadie se hace ilusiones de que una presión interna de la izquierda sea el factor decisivo que permita forzar a Israel a poner fin a la matanza en Gaza; en su lugar, reclaman a los gobiernos extranjeros que dejen de enviar armas a Israel. Los sentimientos que prevalecen son una resignación contenida y el desespero, pero consideran que su activismo es lo mínimo que han de hacer desde su posición de privilegio relativo, aunque reconocen el escaso impacto material de sus acciones.

Las casi dos docenas de estas y estos activistas que han hablado con +972 reconocen asimismo que un alto el fuego sin más no alteraría las estructuras políticas en Israel y EE UU, las mismas que han hecho posible que la gente de ambas sociedades participe en el asesinato y la condena a muerte por hambre de la población palestina a escala masiva masiva. Por mucho que se llegue a un acuerdo, el proceso de lidiar con el hecho de que uno forma parte de una sociedad eliminacionista, una sociedad que ha cruzado nuevos umbrales en su deshumanización del pueblo palestino, apenas está comenzando.

“Tanta gente aquí se halla en pleno frenesí fascista”, dice el activista y locutor Yahav Erez a +972. “Me pregunto si viviendo en un Estado genocida en que casi toda la gente que te rodea siente nula empatía con quienes no son su pueblo, y sigues en contacto con ella, ¿cómo puedes legitimarla? Pero, por otro lado, hubo un tiempo en que yo era igual que ella.”

Ante estos retos aparentemente insuperables, la izquierda radical ha puesto su punto de mira en un cambio político a largo plazo. El primer ministro Benjamin Netanyahu no es inmortal; el centro militarista y la extrema derecha mesiánica aparecen actualmente como sus sucesores más probables. El objetivo de la izquierda consiste en sentar las bases que le permitan convertirse en una fuerza política viable una vez haya terminado la guerra. Para ello, ahora tienen la obligación de revisar cómo valoran su propio poder, su base y su capacidad para generar un cambio.

Tirar hacia la izquierda

Durante las dos últimas décadas, los partidos de centro y de la derecha israelíes han procurado gestionar y contraer el conflicto, con la idea de que Israel puede controlar violentamente a la población palestina e imponer la ocupación y el asedio gracias a su avanzada tecnología militar, buscando al mismo tiempo la normalización de las relaciones con los países árabes.

Esto pareció funcionar durante un tiempo. Activistas tanto de la izquierda radical como del campo pacifista más amplio lucharon por generar alarma popular y provocar una crisis en torno a los derechos de la población palestina, y la mayoría de la gente judía israelí continuó con sus quehaceres cotidianos normales sin prestar mucha atención. “Seré sincera: nos quedamos de piedra”, dice Sally Abed, una destacada activista palestina del movimiento judeo-árabe Standing Together. “Nadie hablaba de la ocupación, nadie hablaba de paz. La actitud era: ¿a quién le importa?

A pesar de los enormes fallos del gobierno y del ejército el 7 de octubre y desde entonces, la dirección israelí no ha variado su planteamiento. Para Abed, políticos de todo el espectro han seguido ofreciendo al público la misma política con algunos matices diferenciados. “Incluso si vas al extremo de la izquierda [en el parlamento], nadie ofrece al público israelí algo que vaya mas allá de ‘Sigamos bombardeando. ¿Que no sirve de nada? Hay que bombardear todavía más’.”

Fuera de los salones del poder, la creciente oposición a la guerra ha dado pie a subidones de energía ocasionales en el campo pacifista israelí, simbolizados por el acto del 1 de julio bajo el lema “Ha llegado la hora: la gran Conferencia de Paz”. Esta supuso de apertura potencial para la gente de izquierda que ha estado luchando por que el movimiento por el alto del fuego articule una agenda explícitamente contraria a la ocupación. Abed explicó que Standing Together, que ocupa un espacio intermedio entre el campo pacifista tradicional y la izquierda radical, pretende hacer de “peso que inclina [hacia la izquierda] a quienes están justo a nuestra derecha, que mayoritariamente nos apoyan, pero que no se atreven a decir lo que decimos.”

Pero para no correr la misma suerte que el campo pacifista israelí desde los acuerdos de Oslo, las y los activistas dicen a +972 que hay que aprender de los fracasos de la izquierda a lo largo de la historia, y más recientemente de las manifestaciones masivas en contra de la reforma judicial impulsada por el gobierno de extrema derecha. En aquellas manifestaciones, que tuvieron lugar desde enero de 2023 hasta el 7 de octubre, se congregaron cientos de miles de personas en defensa de la democracia. Los líderes de las protestas hicieron todo lo posible por “limitar el alcance del debate a la reforma judicial y las acusaciones de corrupción contra Netanyahu”, según No a Levy, secretaria de la agrupación de Tel Aviv-Jaffa del partido Jadash y asesora legal y cofundadora de la red Mesarvot de apoyo a quienes rechazan prestar el servicio militar.

Frente a estos intentos, Levy y otras activistas formaron un bloque antiocupación en el seno del movimiento de protesta, insistiendo en que el apartheid y el desalojo de poblaciones palestinas son cuestiones centrales en todo debate sobre la democracia en Israel. El sector moderado del movimiento de protesta trató en general al bloque antiocupación ‒que ocasionalmente reunía a varios miles de manifestantes ‒ como un paria molesto con sus banderas palestinas, consignas en árabe y frases como “Con ocupación no hay democracia”. Y dentro del propio bloque hubo fuertes desacuerdos.

El Bloque Radical, un colectivo de unos pocos centenares de israelíes de extrema izquierda que se formó paralelamente al bloque antiocupación, emergió pronto como fuerza independiente y presente en todas las manifestaciones que reclaman un alto el fuego desde el 7 de octubre. A diferencia del otro bloque, este colectivo entiende que el sionismo es un proyecto colonial y lucha por una sociedad igualitaria en que quepa todo el mundo entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, así como el derecho al retorno de la gente palestina refugiada.

Desde “No es un conflicto, es un genocidio” y “Piloto, deja de matar niños” hasta “Abuela, ¿dónde estabas cuando el genocidio de Gaza?”, sus consignas y lemas en las manifestaciones por el alto el fuego suponen más que un elemento molesto para el sector moderado: es más bien un repudio frente al mismo. Estos desacuerdos entre facciones no pueden tildarse de disidencias izquierdistas o luchas intestinas, sino que reflejan respuestas diferentes a la misma cuestión fundamental: ¿Puede cambiar la sociedad israelí, o está estancada en un estado permanente de odio violento antipalestino?

La opinión en la izquierda israelí no es unánime. “No creo que podamos cambiar las opiniones de la gente desde dentro”, dice M., una activista del Bloque Radical que prefiere mantener el anonimato por temor a que se publiquen sus palabras en las redes. “No estamos convenciendo a nadie que no esté ya en nuestras filas.” El objetivo, dice, no es que la gente cambie de ideas, sino más bien decir la verdad en una sociedad que se halla en un estado casi compulsivo de negación con respecto a la violencia que inflige. “Existe aquí un ‘síndrome de David y Goliat’”, continúa M. “Siempre nos vemos [la población judía israelí] como David, y siempre tiene que ser un Goliat el que nos ataca. Por mucho que matemos a más de 40.000 personas, siempre somos la víctima.”

Yahav Erez no lo ve así. El sionismo no es una identidad innata de la gente israelí, sostiene, sino más bien una ideología política que se puede rebatir como cualquier otra, y hacerlo es una tarea fundamental de la izquierda israelí. “Hablo con gente cuya historia es una prueba viva de que se puede cambiar”, explica a +972. “El sionismo no es algo que te identifica para el resto de tu vida.”

Yeheli Cialic, activista que milita en el Partido Comunista Israelí y excoordinador de la red Mesarvot de objetores de conciencia, coincide. “No quiero que nos pinten [al pueblo israelí] como [gente diferente de] cualesquiera otros cretinos de este mundo”, afirma. “Si pensamos que la gente se estanca y que no es posible arreglar las cosas, entonces no hacemos una política de cambio. Esto es irresponsable, pues estamos hablando de vidas humanas.”

Los distintos enfoques de la cuestión giran en torno al lenguaje utilizado, bien en pancartas, grupos de chateo o comentarios en redes sociales. En noviembre de 2023, los acuerdos ocasionales del Bloque Radical con el bloque antiocupación se rompieron debido a la renuencia de este último a utilizar el término genocidio para calificar las acciones israelíes en Gaza. “Su estrategia consistía en dirigirse a la mayoría de la gente en la medida de lo posible”, explica M. “Nuestra estrategia era de no aceptar componendas en nuestras declaraciones; si el público mayoritario no puede [llamar genocidio a lo que es genocidio], al menos nosotras decimos la verdad.”

Cialic, en cambio, piensa que el uso de un lenguaje descarnado por parte de la izquierda israelí y entre activistas revela una mentalidad perdedora. “Es una política de autoafirmación y no una política de acumular fuerzas o de jugar a ganar”, sostiene. “Cuando llevas una pancarta en la calle escrita en hebreo, estás conversando, tratando de comunicar algo al público israelí. Si tu mensaje directo hace que la gente se cierre en banda o ni siquiera lo entienda y se enfade, entonces tu acto de comunicación ha fracasado y tu acción política en este terreno también.”

Los y las activistas que tratan de interpelar al público israelí chocan con la insensibilidad total del gobierno israelí a la presión popular. Incluso si se expandiera el movimiento por el alto el fuego, no es probable que llegara a afectar a la acción militar israelí. Esto es así no solo en Israel, sino en todo el mundo: desde EE UU y Alemania hasta Egipto y Turquía, las calles han sido escenario de enormes manifestaciones reclamando justicia para Palestina, que apenas han afectado a las políticos de sus respectivos gobiernos. Este problema genera una sensación más amplia de inutilidad entre las y los activistas, cuando es prácticamente imposible calibrar si sus esfuerzos tienen alguna repercusión.

“No hay absolutamente ningún elemento en el gobierno al que valga la pena presionar”, dice Amjad Shbita, secretario general del partido Jadash y ciudadano palestino de Israel. “Durante los gobiernos anteriores de Netanyahu, al salir a la calle diríamos: ‘Vale, Bibi no va a escucharnos, pero hay otros elementos moderados que serán sensibles a la presión’. Ahora no es el caso.”

Dados los magros resultados de la protesta de abajo arriba, la izquierda israelí tiene que apoyarse en fuerzas externas: presión diplomática y reivindicación del Estado palestino, tribunales internacionales, movimientos por el boicot y sanciones. A finales de octubre de 2024, más de 3.500 israelíes firmaron una carta abierta  llamando a ejercer toda clase de presiones posibles sobre Israel para detener el genocidio en Gaza. “Por desgracia, la mayoría de la población israelí apoya la continuación de la guerra y las masacres”, afirman, “y en estos momentos no es posible operar un cambio desde dentro.”

Asociación fracturada

Con escasas posibilidades de presionar a su gobierno o persuadir a sus compatriotas, buena parte de la izquierda israelí ha intentado sostener una lucha conjunta palestino-judía. Sin embargo, los ataques del 7 de octubre y la subsiguiente violencia generalizada en Gaza han llevado a las organizaciones palestino-judías al borde de la ruptura.

“A comienzos de octubre, nadie imaginaba cómo podía alguien ni siquiera sentarse en el mismo lugar y reconocer el duelo mutuo. Era inimaginable”, recuerda Abed, de Standing Together.  “Muchas personas de izquierda judeo-israelíes cambiaron su visión fundamental de a quién incluye la palabra ‘nosotros’”, explica Levy, de Hadash. “Ahora, cuando dicen ‘nosotros’, piensan en judíos, y ‘ellos’ son árabes que han de demostrar que son ‘nuestros’ socios. De pronto pasó a cuestionarse la unidad misma.”

Nisreen Morqus, secretaria general del Movimiento de Mujeres Democráticas en Israel (cuyo acrónimo en hebrero es Tandi), una asociación afiliada al Partido Comunista, piensa que estas tensiones forman parte natural de la lucha conjunta, que resurgen con cada escalada de la violencia. “Los sentimientos nacionalistas pueden imponerse sobre nuestros principios compartidos y nuestra ideología”, dice. “Cuando sucede esto, hemos de prestar oído a la perspectiva de todas, pero también hemos de seguir actuando para influir en las políticas del gobierno y en el público. Para esto necesitamos la lucha conjunta, no por separado.”

La lucha conjunta no implica la unidad en todas las iniciativas, según explica Shbita, de Jadash; las y los activistas han de discernir cuándo la acción conjunta es más estratégica. Para Shbita, “Una manifestación conjunta de árabes y judíos tiene un gran valor añadido; la gente nos ve juntos y esto les da esperanza”. Pero en unas elecciones municipales o nacionales, en que los partidos judeo-árabes suelen obtener magros resultados y afrontan obstáculos políticos y burocráticos adicionales, entiende que “una colaboración judeo-árabe demasiado estrecha puede resultar a veces mucho menos efectiva”.

Al margen de si algunas tácticas se aplican conjunta o separadamente, concluye Shbita, “lo que importa es que la gente tenga las ideas claras y sea abierta, entendiendo que esto es una lucha común”. Y para convencer a su base de que esta lucha común existe, las activistas valoran la capacidad de mostrar que los intereses judíos y palestinos son complementarios y están entrelazados, que el pueblo judío saldrá ganando si la gente palestina consigue libertad y derechos.

Esto no es tan evidente para la mayoría de israelíes que no son de izquierda. A menudo se ve la paz como algo parecido a un acto de generosidad hacia el pueblo palestino, que supondría un coste para la sociedad judeo-israelí.

Frente a esta opinión dominante, la izquierda afirma que al pueblo judío israelí le interesa abandonar los privilegios de la supremacía judía, puesto que esos privilegios se basan en una idea falsa. La subyugación de la gente palestina requiere niveles crecientes de deshumanización y violencia que no deja de afectar a sus supuestos beneficiarios; el régimen de supremacía judía solo puede mantenerse con una sociedad militarizada que exige uniformidad y obediencia de todos sus miembros, dirigiendo su violencia también hacia el interior, hacia las y los inmigrantes, las mujeres, las personas queer, discapacitadas, pobres, disidentes y las de cultura árabe.

Apelar a los intereses propios del pueblo judío israelí incomoda a mucha gente; hablar de los temores judíos puede ser una experiencia cruel o inconexa mientras el genocidio israelí en Gaza causa horrores todos los días, cuyo alcance real todavía se desconoce. Es más, en medio del tira y afloja en el seno de la izquierda mundial entre puntos de vista opuestos sobre el significado y la práctica de la solidaridad, hay quienes insisten en que el sector privilegiado ‒los colonos‒ no se sentirán motivados por sí mismos a apoyar a la gente oprimida ni a hacerlo incondicionalmente.

Desde otro punto de vista, la solidaridad no es una mera expresión discursiva de apoyo de un grupo a otro. Es más bien un proceso de transformación social y política que sustituye a la lógica de la separación y las relaciones de violencia con nuevas políticas de alianzas a través de la lucha política conjunta. Esta solidaridad comienza con el reconocimiento de que los destinos de quienes viven en el territorio entre el río Jordán y el mar Mediterráneo están material e irrevocablemente entrelazados.

Una debilidad persistente de los espacios antiocupación tradicionales ha sido la descalificación frecuente de la mitad de la población judía del país como un sector irrelevante para crear un poder político de izquierda, es decir, de las y los mizrajíes, que tienen su origen en Oriente Medio y el Norte de África y que históricamente han estado marginados en Israel a manos de los judíos askenazíes, cuyas raíces se hallan en Europa. Esto se debe a la noción popular de que la gente mizrají está apegada a la derecha y en particular al partido Likud de Netanyahu.

“Existe el estereotipo de que la gente mizrají apoya a la derecha que defiende la ocupación y de que si no fuera por ella es posible que no habría ocupación”, explica el profesor Moshe Behar, cofundador del Colectivo Cívico Mizrají. Este punto de vista persiste en los espacios contrarios a la ocupación, pese a los estudios que demuestran que la diferencia entre los votos mizrajíes y askenazíes a la derecha fluctúa mucho en el tiempo y que la educación es un indicador más significativo en relación con el voto que no la etnicidad.

De acuerdo con Behar, la izquierda antiocupación considera que las divisiones etnoclasistas en la ciudadanía israelí son una “cuestión secundaria o marginal” en la lucha por los derechos palestinos. Sin embargo, continúa, no se puede separar ambos factores, dado que “la cuestión palestina no solo se basa en el conflicto entre dos naciones opuestas, una judía de habla hebrea y otra palestina; sino que la ocupación se nutre de consideraciones económicas y materiales”. Y fue “precisamente la tradicional separación por parte de la izquierda de las divisiones etnoclasistas de los derechos políticos del pueblo palestino ocupado y sin Estado en Cisjordania y Gaza la que ha debilitado a la izquierda desde 1967”, añade.

Este fallo se vio claramente en las manifestaciones por la democracia del año pasado, que no movilizó a las y los mizrajíes o ni siquiera lo intentó. Las protestas pasaron por alto hasta qué punto las reformas judiciales de la extrema derecha afectarían a la gente pobre de Israel, a la clase trabajadora y a las comunidades privadas del derecho al voto, una omisión que dio pie a una respuesta de activistas y movimientos mizrajíes de izquierda. Como explica Behar, las protestas en defensa de la democracia “no mencionan el sistema de bienestar, la sindicación, los derechos laborales o no hablan de cómo las reformas judiciales desmantelarían por completo la educación pública y los sistemas de salud”. Esto facilitó que la derecha movilizara el resentimiento popular y la política de identidad revanchista mizrají contra la elite askenazí, el sector dominante en las movilizaciones.

De acuerdo con Sapir Sluzker Amran, abogada de derechos humanos y cofundadora del movimiento feminista mizrají Shovrot Kirot (que recientemente anunció que dejaría de actuar a finales de año), la derecha caricaturizó a la gente que se manifestaba de “askenazíes privilegiados, ricos y de izquierda, que han controlado [el país] todos estos años y ahora se quejan porque alguien está tratando de poner en tela de juicio sus privilegios”.

Al poner el acento en la justicia distributiva junto con el desmantelamiento de la ocupación, el Colectivo Cívico Mizrají y Shovrot Kirot se oponen a la cooptación populista y conservadora de toda la lucha mizrají. En esto representan un enfoque materialista renovado del activismo mizrají. Según Behar, en los últimos 15 años o así, “gran parte de lo que solía ser la izquierda mizrají pasó a dedicarse a cuestiones culturales, teatro, música y arte”, dejando de lado cuestiones palestinas y socioeconómicas. “Es el abandono de su base material lo que facilitó tanto a la derecha cooptar la lucha mizrají”.

Para Netta Amar-Shiff, abogada y cofundadora del Colectivo Cívico Mizrají, la izquierda israelí debe dejar de tratar la oposición a la ocupación como una cuestión de clase, condición social o educación. “El apoyo a la paz no es un bien cultural” accesible únicamente a la población israelí de determinada procedencia, insiste. “Ofrecemos algo que actualmente no existe en el campo pacifista: una comprensión más amplia, un espectro más amplio de enfoques políticos. Y si decides escucharnos, entonces todos y todas nosotras juntas seremos capaces tal vez de hacer frente a la desigualdad y la guerra.”

La batalla por la periferia

Vinculando las luchas contra el apartheid y etnoclasista, la izquierda israelí puede capitalizar pequeñas fisuras en el apoyo al régimen en lo que Israel llama su periferia, o sea, las regiones en torno al Negev/Naqab en el sur del país y Galilea en el norte. Esto se da especialmente entre las gentes beduina, mizrají y residentes de clase obrera en las zonas que rodean la Franja de Gaza, que figuran entre las comunidades más gravemente afectadas por el ataque del 7 de octubre dirigido por Hamás. Ese día se sintieron abandonadas por el gobierno, al igual que en los planes de rehabilitación subsiguientes, lo que supone una clara continuación de la larga historia de discriminación institucional.

Ahora más que nunca, las simpatías políticas de las comunidades desatendidas y vulnerables parecen estar indecisas, un hecho que no ha pasado inadvertido para la derecha. Omer Rahamim, cabeza visible del Consejo de Yesha, el grupo que coordina los consejos municipales de los colonos, advierte de que las encuestas de la derecha muestran que “el público más numeroso que siempre ha votado al Likud, pero podría cambiar de orientación, es el tradicional público mizrají”.

Mientras, nuevas iniciativas, como Okef Israel, de Shovrot Kirot, se proponen construir una infraestructura política alternativa a través de la cual representantes de las ciudades y pueblos no reconocidos de la periferia puedan dedicarse conjuntamente a recaudar fondos y elaborar políticas. “La gente [entre las y los residentes] está abierta a nuevos enfoques”, dice Amar-Shiff. Sin embargo, la derecha está más preparada para capitalizar esta apertura. “Puedo venir a Ofakim [una ciudad de mayoría mizrají en el sur de Israel, que fue escenario de las batallas más significativas del 7 de octubre] como buena mujer y ofrecer mi ayuda a la comunidad a alcanzar sus ojetivos políticos, pero allí también está el Garin Torani [una red religiosa sionista de nuevas comunidades misioneras que pretenden judeizar más barrios y pueblos]. Y vienen con más que no solo bonitas palabras. “Pueden ofrecer armas, viviendas, cuidado de menores y programas extraescolares”, continúa. “Y vienen con su propia versión del judaísmo, que es un judaísmo del odio.”

El Colectivo Cíovico Mizrají, por otro lado, practica lo que denomina ayuda mutua, la idea de que diversas comunidades materialmente vulnerables de la región ‒residentes de las periferias geográficas y sociales de Israel, por ejemplo, y poblaciones palestinas de zonas rurales de Cisjordania‒ sean capaces de defenderse mutuamente de la violencia y la desposesión, y de que esta mutualidad es altamente política.

Mucha gente de izquierda, recelosa de las iniciativas de coexistencia despolitizadas y crítica con toda afirmación de equivalencia entre judíos y palestinos israelíes, rechaza esta idea. Sin embargo, como explica Amar-Shiff, no propone que judíos y palestinos actúen en las mismas condiciones.  “La mutualidad como tal no acaba con la jerarquía entre israelíes y palestinos o las jerarquías propias de esas sociedades”, apunta. “Hay [todavía] una jerarquía, no hay simetría.”

“No digo que la población judía se halle actualmente bajo una amenaza existencial”, afirma Amar-Shiff. “Lo que digo es que llevo dentro de mí esta amenaza, tanto porque soy de Yemen, donde tuvimos nuestras propias atrocidades, como porque soy judía. No podemos dejar que la derecha sea la única que siempre habla de esto [de este temor], porque la derecha lo lleva a un lugar violento de mutua aniquilación.”

En efecto, los horrores del 7 de octubre han revelado el potencial de la ayuda mutua a la mayoría de activistas judeo-israelíes con quienes ha hablado +972, que han recordado momentos en que amigos o compañeras palestinas expresaron su solidaridad y preocupación inmediatamente después de los ataques. Más que cualquier otra cosa, sus relaciones políticas con personas palestinas han reforzado su decisión y compromiso de ofrecer resistencia al régimen israelí, atajando la desesperación e impotencia prevalecientes.

Amar-Shiff, que trabaja de abogada que lucha contra el desplazamiento de comunidades palestinas, dice que sus colegas palestinas fueron “quienes me llamaron y se preocuparon por mí [el 7 de octubre]. Y estas eran las personas que querían ayudarme, que me ayudarían si pudieran en el momento de la verdad. Lo sé. Ahí fue cuando me percaté del poder de la ayuda mutua.” He aquí, continúa, porqué la población judía israelí “tiene que comprometerse ante la población palestina, que se enfrenta a una destrucción real en estos momentos. Esa es la gente que me ayudará. En esto estamos juntas. De manera que no abandonaré la mutualidad. Ya puede hundirse el mundo que yo no abdicaré de la mutualidad.”

Hadas Binyamini escribe sobre la política y el conservadurismo judío en la historia de EEUU. Es doctoranda por la Universidad de Nueva York.

Traducción: viento sur

Publicado en la revista antisionista Israeli digital +972

Fuente: https://vientosur.info/tareas-de-la-izquierda-israeli-en-tiempos-de-genocidio/

 

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