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Nosotros, los irreductibles – A la memoria de Oscar Agustín Díaz Velásquez y de Héctor Velásquez Díaz

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a la Memoria de Oscar Agustín Díaz Velásquez y de Héctor Velásquez Díaz

Nosotros, los irreductibles

Dedicado a la Memoria de Oscar Agustín Díaz Velásquez y de Héctor Velásquez Díaz, militantes del Partido Socialista Revolucionario, sección de la IV Internacional en Chile.

Nacidos ambos el Año 1951, en puertos australes, Oscar en Punta Arenas y Héctor en Puerto Natales, compartieron niñez y adolescencia durante su formación escolar en el Sur y durante la educación universitaria en Valparaíso.

La represión desatada tras el Golpe de estado de 1973, les obliga a ambos, a abandonar sus estudios y buscar refugio en Santiago e incorporarse a las tareas de resistencia y recomposición partidaria. Oscar Díaz Velásquez, fallece trágicamente el 23 de septiembre de 1978, en la casa de seguridad ubicada en la Población Chacarillas, al sufrir un paro cardiorespiratorio, ante el cual no pudo recibir asistencia alguna por encontrarse otalmente solo.

Héctor Velásquez fallece el 5 de octubre del Año 2003, sobrevive a su estimado camarada, amigo por cinco lustros, durante los cuales desarrolla una destacada labor como dirigente sindical en el Sindicato N° 1 de MADECO y como militante y dirigente revolucionario, aportando de esta manera a la concreción de los anhelos de igualdad, justicia y libertad que impulsaba la vida de estos coterráneos.
Sean estas líneas un reconocimiento y memoria para estos legítimos representantes de las luchas de los trabajadores.

Nosotros, los irreductibles

Escrito por: Faber Díaz

Nosotros, los irreductibles, siempre a contracorriente y en medio de nuestra
temporalidad de los fuegos. Nosotros los austras, ,los reluctantes de tozudos
aprendizajes, los mismos, de los apremiantes pasos inquietos que alguna vez,
lucharon por la victoria.

Yo, uno de ellos, lo hice y ya está.

Libre, consciente y por voluntad propia, opté por esa forma disruptiva de
encaramarme a la vida, sin olvidar la presencia eterna de aquellos rostros que
poblaron mi naciente existencia.

En los brazos inmensos de ese gran árbol del fondo de la casa, que me permitía
circular, por todo su verdoso cuerpo protector, miré el panorama amoroso de mi
intrusa niñez calma y de mi entusiasta adolescencia.

Todo un pequeño esbozo naciente, siempre a la espera de las ternuras de esos
cuerpos que sostuvieron esos años de calidez irremplazable.

Esos actos indulgentes e impolutos en su entrega, siguen siendo un recordatorio
punzante, aún, en momentos de las pequeñas traiciones a uno mismo.

Y no hay desacople posible en esto. Pues, nunca se desliga uno, de ese amor sin
dobleces, ni de las escarchas luminosas de junio, ni del grosellaje deslumbrante
que habitaba en nuestro largo patio sembrado de paciencia constante.

Pero, llamaba el ventarrón del encumbramiento.

Y fue en esos días, que raspando el fin del verano, salté al émbolo dulce y me
acomodé en el misterio de su impulso. 

Sin deslices incómodos, trepé a otros espacios, extraños a esas caminatas
húmedas y de trotes silentes, en las nevadas veredas somnolientas.

Visualicé pronto, el alto portón metálico de EstanenNhouSen. El tránsito se hizo en
medio de un atajo seco y desprovisto de certezas.

Los trancos se tornaron más audaces.

Quedaron lejos, esos apacibles tiempos, en los cuales, con fragante ternura,
pudimos degustar el lento crecer de nuestras aterciopeladas hojas australes.

Más tarde, en ese acto de pulsión militante, y percibiendo ese algo, a lo cual se
estaba expuesto, optamos por el vuelo, en momentos álgidos de luchas sociales. 

Y, decididamente, ocupamos un lugar en la trinchera de los desposeídos.

Por esa razón digna, nadie es una víctima candorosa del enemigo de clase.

La derrota por muy dura que haya sido, no merece la excusa de recurrir a la
insultante pose de sujeto iluso; ni a la cobardía justificadora de los entusiasmos
juveniles; ni al desencajado rictus quejumbroso de la dignidad pisoteada; ni
menos, al vergonzoso reniego de los ideales que nos movieron en esa
temporalidad de los fuegos. 

Y en esto, no hay disculpa alguna, por la elegida existencia.

Diluirse rápidamente en los tristes grises de la historia, no es nada nuevo.

Si eso, es parte de las posibilidades subterráneas de la vida, está bien. Pero nadie
nos quitará esa fruición roja, que atraviesa ya, dos siglos y que nos llevó a
transitar, sin pausa ni sosiego alguno, por ese joven devenir pasional nuestro. 

Y como agregado sigiloso, soportar los ramalazos sospechados, y aun así,seguir
manteniendo, en nuestros bolsillos nacarados, a esos inolvidables gigantes de la
historia.
Incluso, en esos instantes, donde los inesperados combates con intensidad
terminal, abrían sus entreluces a la infinitud desconocida. 

Y siempre, al igual que ellos, pensando en aquellos fogonazos que estremecerán
el futuro.

Esos chicos, que crecieron tan rápido, en aquellos linderos reverberantes de vida,
y acariciados por la aurora de aquel colgajo planetario nuestro ¿dónde están, para

abrazarlos, nuevamente? ¿Sospecharon esos hacedores de sueños, que en algún
minuto de sus vidas, más adelante, no habría recorridos de lecturas fáciles, ni
segundo alguno de quietud grisacea?
El paso del tiempo nos hace, contradictoriamente, más jóvenes. Y la rapidez se
torna más serena.

Y, ¿qué tenemos hoy?
Sólo una juvenil vejez sepia; boquitas pintadas que nadie besa; modelajes
tragicómicos insufribles; tintineos pétreos en piel humana.

Deshagámonos, pues, de todos los ritos fatuos inconclusos. 

Ya no es tiempo ni de fonemas ni de palabras, palabras, palabras: es tiempo de
actos colectivos motivados.

¿Está, tan tristemente herida, esta pequeña humanidad, a la cual, no se le puede
exigir, el mínimo rescate de aquellas perspectivas ya probadas?

Si es así, reconozcámoslo: estaría suspendido, tal vez, ese impulso superior de
erguirse armados de fuerza transgresora.

Y no sería tiempo, aún, para desafiar, su latir mórbido desesperanzado. 

Si la enmascarada desidia, instalara su boca seca y borrara la incólume huella de
los que ya no están, la distopía y el laberinto del, oscurantismo, tendrán su
arenosa vía libre, para deponer a la historia.

Y… si los goznes del transitar subversivo se oxidan…

Ya no encontrarás, ni amantes febriles de Mayo ni menos, apasionados hijos de
La Higuera.

Por ahora, no.

Aunque, la vida en todos sus planos, siempre nos estremece con su pulso
intempestivo. 

Esta insustancial perdida de horas irreconocibles, tiene hace ya, mucho, mucho
tiempo. 

Actualizar los intentos, de recomponer las cuartillas desechadas, no posee fecha
alguna de caducidad. 
Nunca, la despreciable impostura, tuvo cabida, ni fue parte de esto. 
Punta Arenas.

 

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