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La (nueva) gran transformación

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PAOLO GERBAUDO

TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE

Los paralelos entre los años treinta del siglo veinte y el momento presente están a la orden del día. Recuperemos, entonces, a uno de los teóricos de la economía que mejor interpretó aquellos momentos para echar luz sobre la situación actual.

Pocos teóricos de la economía son tan relevantes para entender la coyuntura actual como Karl Polanyi. Las ideas de este economista austrohúngaro, que vivió y trató de explicar la crisis del capitalismo en la primera mitad del siglo veinte y el desencadenamiento de movimientos fascistas que produjo, tienen una resonancia familiar en el presente, marcado por una economía estancada que está sometida a perturbaciones de los tipos más diversos, por la perspectiva de una catástrofe climática y por el miedo al autoritarismo de derecha. La coyuntura contemporánea puede ser leída como un escenario similar al que Polanyi definió como «contramovimiento»: una etapa en la que una fase de crecimiento capitalista es seguida por una caída que precipita respuestas colectivas contra la rapacidad de la lógica de la ganancia y revela en el proceso el instinto de autoprotección de la sociedad. Teniendo en cuenta la pertinencia de estas ideas, algunos economistas definieron la situación actual como un nuevo «momento Polanyi».

Personaje intelectual destacable que combinaba conocimientos de economía, historia, sociedad, política y antropología, Polanyi impulsó firmemente el pensamiento socia- lista mediante la reconstrucción de las premisas sociales del capitalismo moderno y del modo en que la sociedad había reaccionado a su desarrollo. En términos teóricos, su aporte clave fue destacar la ficción detrás de la noción liberal del mercado como estructura social autónoma, independiente y separada de las instituciones y las ataduras sociales. De hecho, como en las ciudades medievales, el mercado siempre estuvo incrustado en relaciones sociales y regulado por instituciones. Esto no implica concebir el funcionamiento de la sociedad como un apéndice del mercado: «en vez de la economía incrustada en las relaciones sociales, son las relaciones sociales las que están incrustadas en el sistema económico».

Esta transformación de la sociedad en una sociedad de mercado fundada en la ficción de un «mercado autorregulado» fue clave en la concepción del mundo liberal, caracterizada por su intento de separar los procesos económicos del resto, vaciándolos así de toda consideración social, cultural o política. Sin embargo, esta noción terminó derrumbándose en momentos de crisis, cuando quedó claro que el mercado no era una institución separada de la sociedad sino una parte de la sociedad cuya supervivencia dependía de una variedad de instituciones sociales que abarcaban mucho más que las actividades económicas. 

En los años en que Polanyi empezó a trabajar en su gran obra, La gran transformación, estaba observando uno de esos momentos de explosión capitalista que hacen que la lógica de la ganancia se vuelva todavía más brutal y abierta, precisamente cuando merman las oportunidades de obtener beneficios. La prosperidad de la Belle Époque, que permitió la construcción de los imponentes rascacielos de la isla de Manhattan y el estilo de vida extravagante de los ricos de los grandes centros metropolitanos de Europa y de Estados Unidos —bien retratado en muchas novelas de la época—, pronto reveló estar fundada en una enorme burbuja financiera que empezó a mostrar signos de agotamiento el martes negro del 24 de octubre de 1929. 

La sociedad entró en pánico mientras los bancos quebraban, las empresas cerraban sus puertas y millones de desempleados quedaban a la deriva buscando formas de ganarse la vida. El crack sacó a luz las dudosas premisas en las que descansaba el liberalismo de la globalización de comienzos del siglo veinte, con su fe en el espíritu emprendedor, el enorme poder que ejercían los barones de la industria y los financieros y el limitado poder del Estado, al que el liberalismo asignaba el papel de «vigilante nocturno». Con todo, aun en medio del caos, la especulación y la explotación continuaron, tornándose aún más odiosas debido a lo evidente de la bancarrota moral del capitalismo después de la crisis.

Polanyi argumentó célebre- mente que, enfrentada con estas condiciones, la sociedad exhibía un instinto de autoprotección fundado en un principio que «apunta a la conservación del hombre y de la naturaleza, además de la organización productiva, y que descansa en el respaldo variable de los elementos más inmediatamente afectados por la acción perjudicial del mercado». Entre estos estaban «la legislación fabril, la seguridad social, el socialismo municipal, las actividades y prácticas sindicales», utilizados con el objetivo de reinsertar el control social y la solidaridad en la economía, y «socialmente necesarios para prevenir la destrucción de la sustancia humana por medio de la acción ciega del automatismo del mercado». Detrás de estos intentos humanos desesperados era posible encontrar la manifestación de formas de solidaridad que la lógica de la ganancia capitalista siempre tendió a negar, dado que no se adecuaban a su perspectiva, pero que actuaban de repente —a veces violentamente— cuando la codicia capitalista atacaba los mecanismos fundamentales de reproducción y supervivencia de la sociedad.

La intención de Polanyi era res- catar el término protección de su asociación restringida con el proteccionismo comercial y la economía política nacionalista de Friedrich List. Para Polanyi, la autoprotección de la sociedad era una tendencia que podía llevar a resultados políticos muy distintos. Una respuesta fue el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, que se sirvió de una intensa intervención estatal con el fin de evitar que la economía colapsara y aplicó enormes planes de desarrollo económico. Desde la Autoridad del Valle del Tennessee hasta la Public Works Administration, las inversiones estatales generaron empleos que beneficiaron a millones de personas que las avaras empresas capitalistas habían abandonado. Y la intervención estatal también creó condiciones fértiles para el desarrollo de los sindicatos, capaces de negociar buenos salarios para sus miembros.

Una respuesta muy distinta fue la de los movimientos fascistas en Italia, Alemania y Japón. El fascismo respondió a la crisis creando lo que Polanyi definió como una «sociedad crustácea» que perseguía una «soberanía más celosa y absoluta que cualquier otra conocida hasta entonces». Aplicó políticas autárquicas a menudo relacionadas con la defensa imperialista de mercados cautivos y una carrera armamentística que preparó el terreno para la explosión de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, la única protección que los movimientos fascistas tenían para ofrecer era la proyección étnica y nacionalista del país como un todo, mientras que los salarios y el bienestar de los trabajadores eran sacrificados en nombre del interés más elevado de la nación.

En años recientes, muchos comentadores (Yanis Varoufakis, por ejemplo) establecieron paralelos entre los años 1930 y el presente y, de manera más o menos explícita, entre los análisis de Polanyi y la situación económica contemporánea. Por supuesto, también es necesario destacar las diferencias que existen entre ambos momentos, y evitar la tentación de leer en términos demasiado simplistas el peligro actual como el de un retorno del fascismo bajo la misma forma que adoptó hace casi un siglo. Una diferencia fundamental entre el presente y aquel momento es que el fascismo fue posible por la Primera Guerra Mundial, la masacre de millones de personas y la creación de ejércitos de soldados mutilados y desempleados que los movimientos fascistas reclutaban con facilidad. Afortunadamente, por ahora no existe ese nivel de desesperación fundado en la experiencia directa de la guerra. Además, las instituciones capitalistas, a pesar de su continuo fanatismo por el mercado, aprendieron algo sobre la necesidad de evitar la implosión de la economía en medio de una crisis, aunque eso implica suspender su creencia en el hecho de que «el mercado es más sabio». Con todo, existen muchos puntos de contacto entre el contexto histórico que analizó Polanyi y las condiciones actuales.

Como en la época de Polanyi, estamos en un mundo de financierización extrema donde el ánimo de lucro invade cada vez más áreas, incluso aquellas que según nuestro autor nunca deberían haberse transformado en mercancías, como la tierra, el trabajo y el dinero. Pensemos en las tendencias radicales hacia la gentrificación y la inflación de activos en la denominada economía de activos, que convirtieron al capitalismo en un sistema rentista, donde importa más lo que heredamos que lo que ganamos. Pensemos en el modo en que el capitalismo trata el trabajo como si fuera una mercancía cualquiera que se puede comprar por fracciones mediante contratos de cero horas o fingiendo que los trabajadores de Uber o de las plataformas de delivery son autónomos. O pensemos en la enorme especulación que se está produciendo en los mercados financieros, y en particular en torno a las criptomonedas, una forma de «dinero» cuya única función es actuar como instrumento de especulación.

Cuando consideramos todos estos frentes de manera simultánea, la imagen que obtenemos es la de un capitalismo pervertido, que ni siquiera hace lo que se supone que hacen los capitalistas: hacer inversiones productivas para cosechar beneficios. Pero las inversiones están tan estancadas como la productividad, y esta condición conduce al capitalismo a una lógica caníbal. El capitalismo contemporáneo es caníbal en dos sentidos. En primer lugar, porque hace que unas empresas devoren a otras, en una economía dominada por fuertes tendencias oligopólicas. Pero, en segundo lugar, porque el capitalismo contemporáneo a menudo apunta a devorar las estructuras de soporte social que lo hacen posible, como un animal que come poco a poco el árbol que garantiza su supervivencia.

Otro elemento de enorme similitud radica en el colapso de la globalización. Lo que Polanyi observó fue la desaparición de la globalización de fines del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, cuya existencia fue puesta en cuestión por el desarrollo de la competencia imperialista entre potencias mundiales que intentaban defender con celo sus propios mercados aumentando tarifas y aplicando otras medidas proteccionistas. En la actualidad estamos viendo una dinámica similar en medio de un proceso definido a veces como «desglobalización»: muchos indicadores de interconectividad mundial están estancándose o decreciendo, y la competencia entre potencias está ejerciendo mucha presión sobre las cadenas de suministro. El mundo, que hasta hace poco era concebido como un mercado único, empieza a parecerse cada vez más a un espacio fragmentado a lo largo de las fronteras entre distintos bloques de poder, mientras muchos países muestran una preocupación creciente por el suministro de productos básicos que tienen un valor estratégico más general, especialmente la energía, la comida y la tecnología.

El último elemento que remite a la semejanza de nuestra época con el escenario analizado por Polanyi es que, una vez más, estamos observando en Occidente el ascenso y la popularidad creciente de movimientos de extrema derecha que tienen rasgos similares a los de los movimientos fascistas que describió Polanyi, y que en muchos casos comparten sus referentes ideológicos. El Rassemblement National en Francia, los Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni y el ala trumpista del Partido Republicano tienen preocupantes reminiscencias con los movimientos fascistas del pasado. Como sucedió en los años 1930, su crecimiento está fundado precisamente en la capacidad de demanda de protección de las personas en medio de un capitalismo en colapso, que hace que los ciudadanos teman por su propia supervivencia y por la de la sociedad. De ahí el tono milenarista y apocalíptico que ostentan muchas de estas formaciones, y el modo en que tematizan el miedo a la desaparición como consecuencia de la baja fertilidad, la inmigración y las amenazas geopolíticas de China y de otros países.

En un mundo de inestabilidad vertiginosa y de extremos políticos y sociales, de populistas de derecha y de empresarios narcisistas, de políticos corruptos y de instituciones esclerosadas, todo indica que enfrentamos dilemas muy parecidos a los que consideró Polanyi. Estas semejanzas también destacan la relevancia de la estrategia política implícita del autor, la necesidad de una política de protección que surja de la izquierda como un medio de brindarles a los ciudadanos y a los trabajadores un sentimiento de seguridad, y de neutralizar a la vez el atractivo de la política de protección de la derecha. Mientras que durante la época socialdemócrata el discurso de los partidos de centroizquierda estaba repleto de referencias a la protección y a la seguridad, el giro individualista de nuestra sociedad, y la política que puso en juego, hacen que estos términos —y las preocupaciones asociadas a ellos— parezcan ajenos y poco atractivos para muchos activistas. Sin embargo, las condiciones actuales ponen de manifiesto que estas cuestiones vuelven a ser muy relevantes y que, en gran medida, la batalla contemporánea por el consenso gira en torno a las distintas perspectivas de la protección, a las diferentes maneras de entender cómo, por qué y de qué quiere protegerse la sociedad.

Esta política de la protección no debería ser concebida simplemente como una política del miedo o como una política puramente negativa orientada a escudarse contra las amenazas. Como sugiere el análisis de Polanyi, es también una oportunidad democrática de tomar el control sobre el curso de la realidad y pensar cómo reconstruir la sociedad y responder a necesidades que son universales y que implican no solo el bienestar económico si- no también la dignidad humana, un ambiente seguro y un sentido de la solidaridad, de la comunidad y de la identidad. En última instancia, una de las tendencias más brutales del capitalismo es la precariedad existencial, que hace que las personas se sientan permanentemente inseguras y frágiles y que facilita su explotación. Luchar por un sentido de la seguridad también significa luchar por las condiciones mínimas en las que los individuos y las sociedades sean capaces de elegir conscientemente la dirección de su futuro en lugar de ser meras presas del curso arbitrario dictado por la presión de los acontecimientos y las exigencias del mercado.

PAOLO GERBAUDO

Sociólogo y autor, entre otros, de The Great Recoil (Verso, 2021).

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