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Argentina – Los cambios en el gobierno

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Nuevo timonel, rumbo a estribor

Sergio Massa aterrizó con poderes extendidos en el gabinete de Alberto Fernández. Mientras arrecia la crisis económica y la tensión interna en el oficialismo, el gobierno se desespera por mostrar signos de recuperación.

Fabián Kovacic, desde Buenos Aires

Brecha, 5-8-2022

https://brecha.com.uy/

Un despliegue mediático similar a la asunción de un presidente acompañó la llegada de Sergio Massa al gabinete presidencial para jurar como ministro de Economía, Desarrollo Productivo, y Agricultura, Ganadería y Pesca. El Frente de Todos deposita en su gestión las esperanzas para revertir la crisis económica y financiera de los últimos dos meses, con inflación galopante y dólar paralelo en firme ascenso. «Massa es para Alberto Fernández lo que Domingo Cavallo fue para Menem», le deslizó a Brecha un diputado oficialista que observa a Massa con desconfianza. El presidente Fernández ya resignó parte de su poder en favor de la supervivencia de la coalición de gobierno.

Pese a las expectativas, el anuncio de las primeras medidas por parte del flamante ministro se circunscribió a acciones para sostener los ingresos de jubilados y sectores de menores ingresos con ayuda suplementaria, promover regímenes fiscales de excepción para aumentar la producción y sostener las metas de pagos acordadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI). «Vamos a iniciar una ronda de diálogo con todos los sectores para mejorar la producción y los ingresos de divisas», dijo Massa al cerrar su conferencia de prensa.

Crónica de un cambio

Mientras la hasta entonces ministra de Economía, Silvina Batakis, volaba el sábado 23 de julio rumbo a Washington para confirmarle a Kristalina Georgieva, la titular del FMI, que todo seguiría igual a como se lo prometió el exministro Martín Guzmán allá por marzo, el dólar sojero desataba la crisis que le permitió a Massa, por fin, aterrizar en el gabinete presidencial.

El miércoles 27, desde el Banco Central comunicaron la decisión de volver a fragmentar el valor del dólar para un nuevo uso: lograr que los productores de soja liquiden cuanto antes casi 22 millones de toneladas de la oleaginosa, lo que permitiría un ingreso de 2.500 millones de dólares a las alicaídas arcas estatales. Un dólar a 239 pesos solo para los productores de soja, actores políticos y económicos de peso en el vertiginoso escenario argentino sonó a mucho para el resto de los sectores que pretenden hacer oír su reclamo, es decir, la Unión Industrial Argentina y la Asamblea de la Pequeña y Mediana Empresa. La jugada reveló la debilidad del gobierno que encabeza Alberto Fernández en su permanente necesidad de divisas.

Pero los empresarios agrarios, enemistados con el Ejecutivo por la falta de combustible y los aumentos impositivos, no se decidían a liquidar la cosecha especulando con la suba del dólar. Lo dijo con claridad el factótum de los sojeros Gustavo Grobocopatel: «No creo que sea un incentivo un dólar diferenciado para el campo». Y en su apoyo corrió Nicolás Pino, el titular de la Sociedad Rural Argentina: «El gobierno no tiene necesidad de maltratar y faltar el respeto al sector de la economía más competitivo, el que más invierte», señaló. Los empresarios rurales permanecieron tranquilos, tienen sus razones y la sartén por el mango. En la vereda opuesta, los movimientos sociales, con el economista y diputado oficialista Itai Hagman y el piquetero Juan Grabois como referentes, insisten en la necesidad de aprobar un salario básico universal para 7 millones de personas en situación de vulnerabilidad.

Demasiados frentes abiertos para el presidente, cuya espalda empezó a doblarse ante los reclamos, las críticas de su vice, Cristina Fernández, y las chicanas opositoras. Mientras Batakis discutía números con Georgieva, Alberto Fernández vio que el problema ya no era de falta de dólares, sino de maniobra política. Y recurrió a la bala de plata, la última chance: Massa, el hombre cuya figura el propio Fernández ayudó a construir y con quien intima políticamente desde la muerte de Néstor Kirchner, de cuyos gabinetes ambos fueron parte.

El superministro

El desembarco de Massa era un secreto a voces desde la salida de Martín Guzmán. Llega en un escenario en el que se sabe protagonista a la par de Cristina Fernández: ambos conducen las facciones que más votos aportan al Frente de Todos. La vicepresidenta dio una tregua al gobierno para que Massa se acomode. Ella tiene argumentos para oponérsele: en 2009, Massa, su exjefe de gabinete, tildó a la expresidenta y a su esposo de patoteros. «Kirchner es un psicópata», le dijo a la embajadora estadounidense durante una cena en la embajada. En esa ocasión, su propia esposa le hacía gestos para que dejara de hablar, según cuenta la diplomática estadounidense en los cables revelados por Wikileaks en 2009.

Massa asumió con tres áreas a cargo: Economía; Agricultura, Ganadería y Pesca, y Desarrollo Productivo, junto con las relaciones económicas y financieras internacionales. Tres ministerios en uno. Superpoderes para superproblemas. Massa asume en Economía para resolver las cuestiones financieras y económicas de un dólar desatado; en Agricultura para lidiar con los empresarios del campo; en Desarrollo Productivo para entenderse con los industriales, y hasta toma para sí el trato con el FMI y el Mercosur. No es economista, pero supo cultivar los contactos necesarios en el frente interno –fue cercano al macrismo y a su círculo empresarial– y en el externo –tiene una nutrida agenda de empresarios y políticos republicanos y demócratas de Estados Unidos– como para hacer pensar que su muñeca política puede salvar las papas del fuego infernal. Todo con la mira puesta en resolver problemas estructurales del gobierno de cara a las elecciones presidenciales de 2023, en las que Massa no solo pretende un nuevo triunfo del Frente de Todos, sino encabezar la fórmula oficialista. Menuda tarea para un político ambicioso.

Un equipo de derecha

Con Massa como ministro de Economía, el área de Desarrollo Productivo y de Agricultura, Ganadería y Pesca se convirtieron en secretarías. La primera quedará a cargo de Ignacio de Mendiguren, un hombre cercano al nuevo ministro desde la primera hora y dos veces presidente de la Unión Industrial Argentina. La segunda, Agricultura, quedó a cargo de Juan José Bahillo, exintendente de Gualeguaychú y productor agropecuario local.

Pero quizá el hombre más observado sea Daniel Marx, nombrado como asesor en el Comité para el Desarrollo del Mercado de Capitales y Seguimiento de la Deuda Pública. Marx fue funcionario negociador de la deuda externa durante los gobiernos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Entre 1986 y 1988, junto con Carlos Melconian, entonces jefe del Departamento de Deuda Externa del Banco Central, decidieron que las investigaciones de una comisión especial para determinar la legitimidad del endeudamiento generado por la dictadura militar no tenían mayor sentido y complicaban las posibilidades de un nuevo acceso a un crédito internacional. Era menester, entendieron, considerarlo legal y pagar toda la deuda. Hoy Melconian es el economista de cabecera de Mauricio Macri.

En 1988, cuando entró en vigencia el llamado Plan Brady para renegociar la deuda argentina –pergeñado por Nicholas Brady, titular del Tesoro estadounidense en tiempos de Ronald Reagan–, Marx logró generarles ganancias de hasta 84 por ciento a los bancos extranjeros que participaron de ese plan de salvataje financiero. Brady no solo se llevó a Marx a trabajar con él a Nueva York, sino que se convirtió en su suegro. Marx se casó con su hija y le dio cinco nietos. Más adelante en el tiempo, el ahora designado por Massa fue procesado por estafa junto con Domingo Cavallo por su participación protagónica en el megacanje instrumentado por el gobierno de De la Rúa, que, junto con el llamado blindaje que le precedió, no solo llevó a una fuga millonaria de capitales, sino que, en pos de solucionar los problemas de la deuda externa de Argentina, terminó aumentando ese pasivo en un 35 por ciento.

En las próximas dos semanas, Massa iniciará un periplo por Estados Unidos, Francia y Catar, donde presentará a Argentina como una «fábrica de dólares», una gran oportunidad de inversión en materias primas e industrias extractivas. Marx será su compañero de viaje.

Por la banda izquierda

Las buenas relaciones labradas por el flamante ministro de Economía con la cúpula de la Confederación General del Trabajo y algunos sectores de los movimientos sociales le garantizan una cierta paz a mediano plazo. «Les pido 100 días para mostrar los resultados de las medidas que voy a implementar», dijo el nuevo funcionario en reuniones con varios de esos referentes.

Pero la interna del Frente de Todos está caldeada. Los 19 partidos que lo integran a nivel nacional todavía esperan una convocatoria para discutir la institucionalización de la fuerza política, tal como lo prometió hace meses el presidente. «Vamos a esperar las medidas del nuevo ministro y el efecto que produzcan, pero, según como sea el resultado, no vamos a avalar políticas por las que la sociedad no votó», advierte a Brecha el economista Claudio Lozano, actual director general del Banco Nación y dirigente del sector oficialista Unidad Popular. «Si no hay un cambio de rumbo, nos retiraremos del gobierno, pero no del Frente de Todos, y nos constituiremos como una línea interna, una corriente de opinión opositora dentro de la coalición. Y no somos los únicos que tenemos esta mirada», remató.

Desde afuera del oficialismo, la coalición de izquierda opositora del Frente de Izquierda y de Trabajadores criticó con dureza la designación de Massa. «Alberto Fernández y CFK [Cristina Fernández de Kirchner] ponen a Massa como superministro del ajuste. Festejan las grandes patronales, la embajada norteamericana y el FMI», escribió el diputado Nicolás del Caño en su cuenta de Twitter. «Más que la lapicera, le entregan a Massa la botonera completa para aplicar el ajuste que piden los grandes empresarios y el FMI», agregó.

Mientras tanto, todas las expectativas están puestas en las medidas y sus efectos por parte del nuevo equipo económico. En eso va la suerte del gobierno y de la coalición que lo sostiene de cara a las elecciones presidenciales de 2023.

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