En campaña electoral
Verano fascista
Hermanos de Italia, la formación heredera del Movimiento Social Italiano, encabeza todas las encuestas de cara a setiembre, mientras la centroizquierda continúa su pérdida de identidad y la violencia racista se hace sentir en la calle.
Gennaro Carotenuto, desde Roma
Brecha, 5-8-2022
Italia vive, por primera vez en su historia republicana (empezada el 2 de junio de 1946), un verano electoral. Anteriormente siempre se votó en los meses de la primavera boreal y, aunque la novedad no parezca sensacional, es probable que contribuirá a la creciente desafección de los italianos que cada vez votan menos y con más desilusión.
A la caída del gobierno encabezado por el antiguo presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, el presidente de la república, Sergio Mattarella, no tuvo dudas y actuó sin perder tiempo: utilizó el poder que le otorga la Constitución, disolvió las cámaras con unos seis meses de antelación y convocó a comicios en la primera fecha posible, el próximo 25 de setiembre. Todo apunta a que, para el polo que se va construyendo alrededor del Partido Democrático y sus aliados, se vienen tiempos difíciles y que, para la derecha, posiblemente en sus tintes más extremos, se venga la hora de la revancha en la figura de la primera mujer que podría alcanzar el cargo de primera ministra, Giorgia Meloni.
«Me llamo Giorgia, soy una madre, soy italiana, soy cristiana»
Así lo recuerda en sus actos públicos cada vez que puede. Tanto que la frase se convirtió en un meme en Internet y hasta en un remix viral y, a sus 45 años, su liderazgo no se puede definir como un accidente de la historia. Muy romana por carácter, postura, jerga, desde su primera adolescencia Meloni militó en las agrupaciones juveniles neofascistas. Aunque nunca renunció a sus «ideales», supo crecer políticamente en el mundo de Silvio Berlusconi, quien ofreció a la extrema derecha la legitimidad política que desde 1946 hasta 1994 nunca tuvo y también el poder, lo que le permitió ser parte del gobierno y hasta juntarse durante unos años con el magnate en un único partido.
Diputada desde 2006, ministra desde 2008 hasta 2011 –cuando cayó el último gobierno Berlusconi–, desde las cenizas de aquella experiencia apostó a la fundación de un nuevo partido que hoy día encabeza los sondeos y tiene en ella a la principal candidata a conducir el futuro gobierno. Durante la última década del largo crepúsculo de Berlusconi, Meloni se ligó a la ola «soberanista» anti Unión Europea. Al frente de su propia formación, Meloni reluce como madrina de su homólogo español, el Vox de Santiago Abascal, como hizo el 13 de junio en Andalucía, donde se liberó de todos los pruritos con un discurso mucho más duro que sus intervenciones italianas en las que proclama su ideología ultraderechista.
Parte de esta es la xenofobia abierta contra la inmigración, el catolicismo más conservador con tintes homofóbicos –que, por supuesto, es presentado como «defensa de la familia tradicional»– y la apelación a una (falsa) vocación social de la derecha que no se define liberal. Su partido apuesta abrumadoramente al voto de las capas populares, que se dicen abandonadas por las izquierdas en una época en la que la desigualdad creada por el modelo neoliberal crece sin parar en ausencia de una crítica democrática. Meloni acusa a lo que queda de la izquierda de ser parte de las elites, pero con la prudencia debida para ganarse la confianza de las cumbres empresariales y de Estados Unidos. Mientras sus principales aliados en Italia y la región se comprometieron mucho con Vladimir Putin, ella ha tomado distawncia adhiriendo públicamente a las posiciones de la OTAN.
Con esta prudencia, a pesar de ser tan extrema como la Liga de Matteo Salvini y de estar acusada de un sinfín de escándalos de corrupción y de contactos con el crimen organizado, Hermanos de Italia (las primeras palabras del himno italiano fueron utilizadas como nombre del partido) creció paulatinamente. En las elecciones de 2018 cosechó apenas el 4,3 por ciento de los votos, siendo la pierna más chica y conservadora de la coalición de derechas. Esta, por primera vez, no tenía a la cabeza a Silvio Berlusconi, sino a la ex Liga Norte, y Salvini tuvo su momento de auge como ministro de Interior, en coalición con el Movimiento Cinco Estrellas, en aquella época el partido más votado.
Salvini se infló y luego se desinfló. Desde el gobierno, en su delirio del verano boreal 2019 pidió «plenos poderes», y así perdió su touch de gloria. Luego estuvo en la oposición, más tarde apoyó el gobierno de Draghi y luego contribuyó a su caída. Hoy día se espera que la Liga coseche menos votos que en 2018 y menos de la mitad que en su máximo auge, en las elecciones europeas de mayo de 2019, cuando llegó al 34,3 por ciento.
Todavía entonces los Hermanos de Italia de Meloni estaban en el 6 por ciento. Pero, al contrario que su aliado/rival en la extrema derecha, ella se mantuvo siempre en la oposición. En los siguientes tres años su agrupación no paró de crecer y ahora se le atribuye en las encuestas un 23 por ciento, lo que convertiría a los Hermanos en el primer partido de Italia, por delante del Partido Democrático, con un 21 por ciento. La coalición de las tres derechas, que se presentó casi siempre unida en todas las elecciones desde los noventa hasta hoy, cambió de mando. Ya no la conduce Forza Italia, el partido liberal-conservador creado y liderado por Berlusconi, sino una generación nueva, que mueve el tablero aún más a la derecha.
Un pésimo sistema electoral
Es difícil explicar al mundo que Italia cambia de sistema electoral casi en cada elección, según la conveniencia de quien mande. El sistema electoral con el que se votará el 25 de setiembre fue diseñado entre 2015 y 2017 por el entonces poderosísimo Matteo Renzi, el otrora hombre nuevo que desde Florencia escaló a la cima del Partido Democrático. Es un sistema mixto, medio mayoritario y medio proporcional, que le otorga todo el poder a las cúpulas de los partidos, que así pueden elegir en larguísima medida quiénes entre los candidatos se colocan en posiciones donde puedan esperar ser elegidos.
Además, en estas elecciones se reducirá el número de diputados y senadores de 1.030 a apenas 600, fruto de una exitosa batalla política del Movimiento Cinco Estrellas. En suma, una campaña electoral veraniega para elegir menos gente, con la mayoría de los escaños ya decididos y con las derechas muy por delante en los sondeos equivale a una campaña electoral que tocará nuevos abismos de desinterés y abstención.
En este contexto, la propuesta política del centro, entre cálculos electorales y una derrota probable, se fue de a poco dando a conocer en los últimos días, hasta tomar forma en las horas del cierre de esta nota. El Partido Democrático –que representa el fin del largo camino que viene de los antiguos comunistas y los democristianos progresistas– ha cumplido su transformación histórica en una entidad liberal-progresista fuertemente arraigada en el proyecto integrador de la Unión Europea. Ya es un partido de las capas medias, del empleo público, de la burguesía iluminada y a menudo acomodada, que privilegia los derechos civiles y perdió cualquier interés en defender los intereses de las clases trabajadoras y sus derechos sociales y sindicales.
Así, a sus electores les resulta natural que al frente del partido esté Enrico Letta, un señor burgués y muy civilizado, sobrino del brazo derecho de Berlusconi, y de igual manera les parece normal la alianza con un pequeño partido neoliberal –Acción– liderado por Carlo Calenda, un cincuentón romano de proveniencia muy acomodada, que ve un motivo de mérito propio en pertenecer a la alta burguesía. En esta alianza, es Acción quien termina dictando la agenda política a un partido, el Democrático, que se supone tendrá cinco o seis veces sus votos.
Al cierre de esta edición aún no está definido quién se sumará a la coalición de los democráticos. Casi seguramente no estará Renzi; el ex primer ministro tiene el repudio casi total del cuerpo electoral (hay sondeos que hablan de entre un 96 y 99 por ciento de rechazo). Probablemente se adhieran un pequeño partido izquierdista y el diminuto partido Verde, como testimonio de un otrora poderoso campo de izquierdas. Poca cosa para llamarlo aún centroizquierda.
Afuera de este caudal que podríamos definir mainstream, además de varias pequeñas agrupaciones izquierdistas que intentan juntarse sin que se espere mucho de ellas, queda el Movimiento Cinco Estrellas. Después del increíble 32 por ciento de 2018, el Movimiento se fue hundiendo cada vez más en sus fallidos intentos de demostrarse capaz de gobernar, mientras el resto del sistema político y mediático lo hacía blanco de una sistemática demonización y ridiculización. Hoy día podría conservar apenas la tercera parte de sus antiguos votos. Esta fuerza, con la que todos gobernaron, pero con la que nadie quiso aliarse para este elección, supo construir su caudal electoral con base en la defensa de las clases populares, especialmente de las del sur, de los pobres y los desocupados, presentando y aprobando medidas como la renta ciudadana: un sueldo básico para todo el mundo de unos 500 euros por mes (que todos los demás partidos pretenden eliminar, a menudo con un burdo discurso clasista). Y este es uno de los pocos motivos de interés de una elección que podría conducir al poder a una derecha tan dura como las de Hungría y Polonia, pero que muy difícilmente cambie la posición internacional de Italia en tiempos de guerra europea.
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El asesinato de Alika Ogorchukwu
Un día de verano a orillas del Adriático
Mediodía, calor asfixiante en Civitanova Marche, un pueblo de unos 50 mil habitantes al lado del mar Adriático, provincia de Macerata, región de Las Marcas, de la que tiempo atrás salieron cientos de miles de inmigrantes hacia el Río de la Plata. Alika Ogorchukwu, de 39 años, inmigrado de Nigeria, con problemas de movilidad que lo obligan a usar una muleta, casado, padre de dos niños, se busca la vida vendiendo calcetines en la calle principal del pueblo, no muy lejos del mar. Filippo Ferlazzo pasea con su novia, se cabrea con la presencia del ambulante, que según él habría «insistido» con venderle, lo persigue, le quita la muleta, le pega salvajemente, luego, ya en el piso, lo estrangula hasta matarlo. Ahí, en el medio de la calle, frente a decenas de personas. Mientras el hombre blanco estrangula al hombre negro, nadie interviene. Varios testigos toman videos del homicidio –cuatro minutos dura la escena hasta dejar a Alika muerto–; un señor llega, mira la escena, se sienta en un banco y acaricia a su perrito.
La capital de la provincia, Macerata, a 20 minutos de Civitanova, es la ciudad que fue portada en todos los diarios del mundo hace cuatro años, cuando el militante neofascista y de la Liga Norte Luca Traini salió a «cazar negros». Seis fueron entonces los heridos de gravedad antes de que se rindiera a la Policía, envuelto en la bandera italiana. El discurso de Traini era el mismo que en estos años enarbolaron varios autores de masacres, desde Nueva Zelanda y Noruega hasta Estados Unidos, que han reivindicado la necesidad de purificar sus países frente a una «amenaza demográfica» al dominio de la raza blanca.
La información difundida hasta el momento sobre el asesinato de Ogorchukwu no permite confirmar que se haya tratado de un acto político consciente, como sí lo fue la masacre de Macerata. Ferlazzo parece tener problemas mentales y repetidas veces fue protagonista de actos violentos hasta contra su propia madre. Sin embargo, el contexto permite perfilar un ambiente. Una provincia otrora tranquila y con una riqueza distribuida se fue hundiendo en las últimas décadas en el agotamiento de su modelo social. La única respuesta que gran parte de su población sabe dar a la indudable pérdida de estatus y de seguridad económica es que la culpa es de los inmigrantes.
¿Qué habría pasado si hubiese sido el hombre negro el que estrangulaba al hombre blanco? ¿Tampoco nadie habría intervenido durante cuatro minutos de estrangulamiento? El mismo Ferlazzo, que hoy nos explican que estaba loco, ¿hubiese estrangulado de la misma manera a un vendedor de piel blanca? ¿Frente a tanta brutalidad, de verdad es lo normal sacar el celular para publicar el video en Tik Tok?