Pepe Gutiérrez-Álvarez
Los llamados procesos de Moscú marcaron -junto con el ascenso de Hitler-, el punto más oscuro de que Walter Benjamín llamó la “medianoche en el siglo; ambos acontecimientos marcaron un antes y un después entre el periodo en el que la revolución de Octubre sacó a Rusia de la “Gran Guerra”, y el tiempo que precede una II Guerra Mundial sin una oposición revolucionaria como la que pudo darse en “las jornadas de junio” de Francia y con una revolución española que mostró su potencia y alcance en las jornadas de Octubre de 1934.
Ambos desastres tuvieron una trágica influencia en la crisis español, Hitler animando la vía golpista en la derecha española, en tanto que por su parte el ascenso de Stalin, fue decisivo para desviar la revolución de su objetivo como oposición a una guerra que enfrentó a los malos (Aliados) contra los mucho peores (Eje).
Remitiéndonos a los procesos, se puede decir que con ellos Stalin realizó su propia versión de la “noche de los cuchillos largos” que tanto le había fascinado. Desde el poder absoluto, el “Zar rojo” (Stalin era un producto cultural amén de una víctima del zarismo), impuso unos métodos de liquidación del disidente que carecían de antecedentes en la historia social. Y lo más monstruoso de esta reacción radica en el hecho de que eclipsó a varias generaciones de militantes comunistas ajenos al cinismo de buena parte de sus líderes, que tenían el suficiente conocimiento del papel que Trotsky había jugado con Lenin, o que conocían sobradamente a la gente del POUM por años de lucha en común.
La obnubilación llegó hasta el extremo de implicar a intelectuales como José Bergamín que pondría una mancha en su vida prolongando un infecto libelo, “Espionaje en España” (reeditado por Renacimiento con prólogo de Pelai Pagès) para justificar la tentativa de “noche de San Bartolomé” contra el POUM.
Sin embargo, a pesar del grado de embrutecimiento que llegó a alcanzar, la militancia comunista no siguió una única dirección. Sobre todo cuando se trataba de gente obnubilada debajo de cuyo estalinismo, subsistía un alma revolucionaria. No frieron pocas las ocasiones que desde el comunismo democrático se ha tenido que defender y reconocer las aportaciones de muchos estalinistas que permanecían convencidos de que servían a la revolución.
La historia de Leopold Trepper y la “Orquesta Roja” durante la II Guerra Mundial resulta bastante significativa. Trepper sirvió a la “causa obrera” apoyando a la URSS a pesar y en contra de Stalin; luego dejó un testimonio apabullante tanto en lo que respecta a su talento y audacia como a la maldad y estupidez del dictador.
Otro buen ejemplo de esta ambivalencia fue André Marty (1886-1956), un mítico comunista francés que en 1919 protagonizó la revuelta en la flota francesa del Mar Báltico en Odessa contra la intervención imperialista. En su furor estalinista, Marty fue llamado el “carnicero de Albacete” por sus delirios por encontrar “trotskistas” en las Brigadas Internacionales (Hemingway realizó un sórdido retrato suyo en la célebre ¿Por quién doblan las campanas?).
Pero Marty fue también el único dirigente del Partido Comunista Frances (PCF) con un pasado revolucionario, y figuró entre los primeros en organizar la Resistencia a pesar de Stalin y del partido. Al final de su vida, a principios de los años cincuenta, comenzó a denunciar la corrupción de la cúpula del PCF, con Thorez a la cabeza, y fue denunciado como “agente de la policía”. Marty comenzó entonces una evolución que le llevó, a los 70 años, a reexaminar muy duramente sus errores y horrores, y llegar hasta las puertas del “trotskismo”.
El discurso ante su tumba lo ofició Pierre Frank, y es un modelo de comprensión sobre como el estalinismo llegó a “tener” y corromper hasta a los mejores, o como los mejores tenían una “parte oscura” que fue alimentada por un aparato puesto al servicio de una mistificación, de un pequeño Dios que acabaría por caer.
La tradición socialista revolucionaria no conseguirá recomponerse in hacer sus cuentas con la “cultura” estaliniana, en realidad mucho más cercana a las tradiciones zaristas-gran rusas que a cualquier variante del socialismo que era el sueño de la inmensa mayoría de las clases trabajadoras del mundo.