Irrespeto de gobiernos a una carrera diplomática cuyos egresados rara vez ocupan cargos relevantes en organismos internacionales, embajadas, legaciones y consulados, lo cual hace del servicio exterior chileno una oficina que sirve para dotar de empleos bien remunerados a miembros del partido gobernante
Arturo Alejandro Muñoz
¿Hemos tenido alguna vez, a lo largo de nuestra Historia, una buena Cancillería? Posiblemente sí. Ello habría ocurrido a fines del siglo diecinueve y comienzos del siglo veinte, cuando Chile hubo de negociar con Perú y Bolivia las condiciones de fronteras definitivas emanadas de la Guerra del Pacífico, o guerra del salitre como la conocen en Lima y en La Paz.
Era asunto sabido nuestro retroceso –que en unas primeras décadas sólo fue estancamiento- en esos quehaceres, pero quizá jamás imaginamos el bajo nivel al que llegaría una vez avanzados los años. La existencia de la Academia Diplomática “Andrés Bello” estuvo salvando el honor durante un tiempo… ya no. De ella egresaban diplomáticos de carrera, bien preparados, ajenos al tono ideológico del gobierno de turno, pues lo esencial era Chile y sus intereses, Chile y su presencia en foros y organizaciones supranacionales, muy particularmente en los de nuestro propio continente.
En algún momento se produjo la coyuntura que actuó como bisagra para torcer la historia privilegiando lo partidista por sobre lo diplomático propiamente tal. Nobleza obliga… que yo recuerde, creo que el último verdadero canciller chileno fue Hernán Cubillos, en plena dictadura cívico-militar. Después del patinazo horroroso de su antecesor, el exparlamentario derechista devenido canciller en la dictadura, Sergio Diez, quien ante la Asamblea General de la ONU aseguró que en Chile no había presos políticos, torturados ni asesinados, le correspondió a Cubillos la durísima y peligrosa tarea de negociar con Buenos Aires una paz difícil, cual fue sobrellevar primero la inaceptable decisión de los dictadores argentinos que declararon “insanablemente nulo” el fallo arbitral de la reina Isabel II y, después, participar en las reuniones y alegatos –con la presencia del enviado papal, el cardenal Samoré- que culminaron con el acuerdo final respecto de las islas Lennox, Picton, Nueva, y el canal del Beagle.
Podemos destacar también –merced a la carestía de intelectos en la materia- a Heraldo Muñoz, ministro que reemplazó a Roberto Ampuero y logró sacar airosa una tarea difícil y controversial incluso al interior de nuestras fronteras, cual fue la disputa con Bolivia ante el Tribunal de La Haya. Y no hay más. Eso sería todo, pues en nuestra Cancillería comenzó nuevamente a oscurecer. Hubo algunos paréntesis, pero la tendencia fue definitivamente a la baja. ¿Qué gobierno ha utilizado a plenitud -en las últimas décadas- los servicios de esos diplomáticos de carrera en embajadas, legaciones, consulados y organismos internacionales?
Chile no posee un Foreign Office, como Inglaterra, ni un Torre Tagle, como Perú, lugares donde esas naciones forman, capacitan y estructuran a sus respectivos cuerpos diplomáticos para que ellos, independientemente del gobierno de turno, representen a sus países administrando una verdadera política de estado. Aquí, los dueños de la férula y el poder creen ser tan “distintos” al resto de los habitantes de América Latina que suponen más que suficiente, en materias internacionales, nominar a algunos individuos que conforman su “servicio político-doméstico” para representarlos en el exterior, especialmente cuando se trata de dialogar o discutir con naciones donde la mayoría de la población pertenece a raza no blanca”.
Es así entonces que para administrar nuestro servicio exterior las autoridades del duopolio han echado mano a profesionales de índoles variopintas, algunos de los cuales reconocen saber poco y nada de la materia que les corresponde aplicar.
El caso más conocido fue el del “canciller-novelista”, Roberto Ampuero, quien manifestó que para ser ministro de relaciones exteriores (y diplomático) resultaba suficiente haber viajado y leído mucho. Un puñetazo a la exigente preparación de quienes alguna vez estudiaron en la Academia Diplomática ‘Andrés Bello’. El exministro Ampuero les estaba diciendo que perdieron el tiempo, pues bastaba con pertenecer a uno de los partidos políticos del gobierno de turno y hablar de corrido para ser designado embajador en cualquier nación del planeta. La de Ampuero no se trató sólo de una justificación por su propia carencia en estos temas, sino además constituía un espaldarazo abierto a los políticos que alguna vez fungieron como diplomáticos o ministros de relaciones exteriores y tuvieron cuestionable actuaciones.
Es el caso de José Miguel Insulza, quien siempre prestó oídos sordos a las críticas recibidas por su paso como ministro en la Cancillería. Dijo Insulza: “Chile ha tenido una política exterior exitosa, fundada en principios claros y unidad. La actitud irresponsable y apresurada del gobierno ante el Pacto Migratorio rompe con ambos fundamentos”. ¿A qué llamará Insulza “política exterior exitosa? Tal vez para él resulte “exitoso” el haber impedido que un dictador de la talla de Pinochet hubiese sido juzgado en Inglaterra o en España, toda vez que como ministro, con el beneplácito del entonces presidente Frei Ruiz-Tagle (otro que ‘bien baila’ en estos menesteres pues es sólo un empresario metido en la política), se burló de la justicia inglesa sumándose a un show vergonzoso que convirtió a Chile en un país bananero en la escena mundial.
En nuestro servicio exterior hemos tenido demasiados Ampuero ocupando cargos en el extranjero, mas, escasos diplomáticos de carrera. Estos últimos han comenzado también a alzar la voz y a marcar presencia, cuestión que en forma directa es una flecha clavada en el corazón de quienes creen necesario aplicar los requerimientos propios del gobierno interior a las necesidades y actualidades internacionales.
Así ocurrió con la rebeldía del que fuera nuestro embajador en Naciones Unidas, Milenko Skoknic, quien se negó a leer ante los países presentes en aquella organización el documento que habían preparado la Moneda y la Cancillería detallando ciertos reparos al Pacto Migratorio firmado en Marruecos. Ese acto rebelde apuró en la Moneda una decisión que estaba más que en ciernes, cual era desechar definitivamente el Pacto y no firmarlo, vale decir, borrar de una plumada lo que sólo un par de meses antes había validado. De esa forma se satisfacía también la opinión del entonces ministro del interior, Andrés Chadwick, indiscutible vocero de ultra nacionalistas que se oponen a cualquier aroma a inmigración “no europea o blanca” en nuestro país.
Hoy no podemos decir que estamos en buenas manos si nos referimos a nuestra Cancillería. Don Andrés Allamand sirve ese oficio y cree hacerlo de maravillas; sin embargo, bastó que concurriese al Consejo de Derechos Humanos de la ONU en EEUU para que se despachara “un numerito” que avergüenza no sólo al gobierno que representa, sino también al país, En la ONU Allamand aseguró que la administración del presidente Piñera había logrado “restablecer la normalidad del país luego del estallido social, de octubre de 2019”. Esa audaz y falaz afirmación no requiere siquiera comentarios. Las vergûenzas suma y suman.
Lo de Allamand se agrega al accionar torpe del propio presidente Piñera cuando viajó a Cúcuta (Colombia) convencido de ser un “líder internacional”…desgraciadamente, en la Cancillería nadie se atrevió a encararlo diciéndole que ese viaje sólo le reportaría dificultades y fracaso, como ocurrió finalmente. ¿Quién osaría en el gobierno decirle aquello, si los “diplomáticos” chilenos (la mayoría, por cierto) son designados por el mandatario y deben cumplir a raja tabla las órdenes y estultas ideas de quien es su jefe.
Resumiendo entonces, en un mundo globalizado e interdependiente, para una sólida integración armoniosa con nuestros vecinos y con el planeta en general, Chile requiere contar con un servicio exterior profesional altamente calificado, que represente y defienda los intereses de nuestro país sin tener que someterse a los vaivenes y antojos de los gobiernos de turno… para ello, es imperiosa la estructuración de una política internacional, con objetivos y metas claramente definidas y consensuadas por la sociedad nacional a través del mundo político.
¿Es mucho pedir?