Chileno-español, exiliado durante la dictadura de Augusto Pinochet, Marcos Roitman Rosenmann es Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, además de profesor titular en esa casa de estudios e investigador invitado en numerosos centros académicos de América Latina y el Caribe.
Autor de una quincena de libros, entre sus últimas obras destacan Por la razón o la fuerza. Historia de los golpes de Estado, dictaduras y resistencia en América Latina (2019); La criminalización del pensamiento (2017); Tiempos de oscuridad (2013); Indignados: el rescate de la política (2011); Democracia sin demócratas y otras invenciones (2008); Pensar América Latina: el desarrollo de la sociología latinoamericana (2008) y Las razones de la democracia en América Latina (2005).
Para reflexionar acerca de la trayectoria política de Salvador Allende y del Chile de la Unidad Popular (UP), Correo del Alba le comunicó y sostuvo un nutrido diálogo.
¿Quién fue Salvador Allende? ¿Cuál fue su trayectoria política hasta alcanzar la presidencia de Chile en 1970? Y ¿cuál era su formación intelectual y su horizonte político-ideológico?
Son tres preguntas. Trataré de responder uniendo los interrogantes. Salvador Allende fue parte de una generación política formada en los años 30 del siglo XX. Sus referentes fueron la Revolución mexicana, la Revolución rusa, el antiimperialismo, el nacimiento del fascismo y el nazismo. Junto a lo anterior se debe unir el avance del pensamiento socialista, los debates de la Tercera Internacional, el marxismo y la revolución. Confluían el primer latinoamericanismo, las reivindicaciones sobre el Canal de Panamá, la reforma universitaria en Argentina, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en Perú, la crisis económica consecuencia de la Primera Guerra Mundial y el crack financiero en 1929. El movimiento obrero y los partidos populares tomaban protagonismo, el sindicalismo de clase era una realidad. La represión, la violencia, el uso de las Fuerzas Armadas y los golpes de Estado marcaron los años 20 y 30 del siglo pasado. Era un momento candente.
El Chile de los años 30 vivía las contradicciones de un orden oligárquico nacido de la derrota del proyecto nacional-antiimperialista del presidente Jose Manuel Balmaceda en 1891. Figura que tuvo para Allende y la UP un rol destacado, reivindicando su proyecto como uno de sus referentes históricos antiimperialistas y de soberanía nacional. Fueron años de inestabilidad. Golpe de Estado contra Arturo Alessandri, una nueva Constitución, represión y la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo en 1927. Una generación forjada en el antiimperialismo, la paz mundial y la defensa de un proyecto latinoamericano.
En 1932, Marmaduke Grove, comodoro del aire, encabezó una insurrección militar, instaurando la primera República Socialista de Chile, que duró 14 días. De su seno nacieron los fundadores del Partido Socialista (PS) un año más tarde. Salvador Allende se convirtió pronto en un líder político. Médico de profesión, influido por su abuelo y su padre, ambos masones y de tradiciones libertarias, se comprometió, acercándose a los debates de época. Pronto se definió marxista, socialista y antiimperialista; también anticapitalista. El fascismo en Chile urdía su trama.
La crisis de la Segunda República en España, la Guerra Civil y la dictadura del general Francisco Franco dejaron huella en Salvador Allende. Como ministro de Salud Pública de Pedro Aguirre Cerda, recibió en Valparaíso a los primeros exiliados que llegaron en el barco fletado por Pablo Neruda, Winnipeg.
Su trayectoria política estuvo ligada al PS de Chile. La Segunda Guerra Mundial será un parteaguas. La Guerra Fría, el estalinismo, la Revolución china, impregnaron los debates del socialismo. En 1947 el Partido Comunista (PC) chileno fue declarado ilegal, sus dirigentes perseguidos, confinados en campos de concentración. La conocida como “Ley Infame” de Defensa Permanente de la Democracia, promulgada en 1948, vigente hasta 1958, supuso una toma de posición sin ambages de Allende; la condenó y rechazó. Con sus viejos camaradas surgieron diferencias, una parte asumió el anticomunismo y el partido se quebró. Otra fracción decidió apoyar la candidatura de Carlos Ibáñez del Campo en 1952. Allende buscó recomponer el socialismo chileno con su primera participación como candidato presidencial en 1952, en coalición con el PC, aún ilegalizado. El Frente Nacional del Pueblo (Frenap) obtuvo el 5% de los votos, Ibáñez del Campo superó el 45%. Pero fue la consolidación del liderazgo político de Allende.
En 1953, con el partido aún dividido, fue elegido senador, como único representante del PS. El Partido Socialista Popular (PSP), obtuvo seis. La deriva del gobierno de Ibáñez acabó por desencantar a los “socialistas populares”. La estrategia de una organización de clase, revolucionaria, anticapitalista para y de los trabajadores se impuso. En julio de 1957 y tras fuertes debates se consolidó la propuesta de crear un frente de trabajadores como línea política del partido. Se unificó. Su primer Secretario General fue Salomón Corbalán. En 1958, para las elecciones presidenciales de ese año, se constituyó el Frente de Acción Popular (FRAP), unidad socialista-comunista. Una propuesta antioligárquica, antifeudal y antiimperialista. Allende fue designado por segunda vez candidato. Allí se fraguó el conocido Tren de la Victoria, que recorría Chile pueblo a pueblo, con Allende a la cabeza. Fue el punto de inflexión, momento clave en la política nacional. La derecha presentó como candidato al hijo del expresidente Arturo Alessandri, Jorge. Eduardo Frei Montalva acudió como el representante de la Democracia Cristiana (DC), nombre que adoptó la Falange chilena, copia de la española, brazo político del dictador Franco. Los resultados electorales dieron la victoria al candidato liberal conservador: Alessandri 31%, Allende 29%. Se habló de fraude, pero Allende no impugnó el resultado, previendo un posible golpe de Estado. Así, nos encontramos con un gobierno de la derecha, represivo y fuertemente cuestionado.
En las elecciones de 1964, el escenario fue diferente. La Revolución cubana era una realidad, el bloqueo económico, la guerra psicológica y la campaña anticomunista estaban presenten en América Latina y Chile no fue la excepción. Allende fue, por tercera ocasión, candidato del FRAP. Pero la estrategia del miedo, el anticomunismo, el apoyo directo de Estados Unidos a Frei Montalva le dio, por vez primera vez en el país, la mayoría absoluta en unas presidenciales. Su lema “revolución en libertad” era la manera de distanciarse de los procesos de cambio social anticapitalistas y socialistas que miraban a Cuba como referente. Un mundo distinto estaba emergiendo. Frei Montalva obtuvo un 56% de los votos, Allende el 39%. La DC se alzaba como respuesta a la propuesta socialista. Reformar las estructuras y potenciar un capitalismo criollo, nacional, bajo el liderazgo de una supuesta burguesía nacional y los sectores medios urbanos. Una forma de modernización capitalista con una visión paternalista a las clases populares. Frei Montalva impulsó algunas reformas cuyo resultado acabaron en represión y una violencia extrema. Un ejemplo lo constituye la matanza de Puerto Montt o Pampa Irigoin, contra los pobladores de una toma de tierra en 1969, ordenada por el entonces ministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic.
Entre 1964 y 1970, el gobierno de Frei Montalva se fue diluyendo y las esperanzas se convirtieron en frustración y decepción. A fines de 1969, un acuartelamiento de los militares, un conato de golpe de Estado, exigiendo mejoras salariales, fue la culminación del desencuentro. La izquierda se unía, esta vez bajo la hegemonía de los partidos marxistas. Socialistas y comunistas lideraron una gran alianza policlasista con progresistas, el Partido Radical (PR), socialdemócratas, independientes y un sector proveniente de la DC, el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), encabezados por Jacques Chonchol, exministro de Frei Montalva. Allende será el candidato de esta coalición. En una alocución poco conocida en el Gran Templo de la Masonería chilena, en abril de 1970, Allende señaló las relaciones que unían el gobierno de Alessandri y Frei, subrayando que al fracaso del capitalismo de Alessandri le siguió el fracaso del reformismo demagógico de la DC y el gobierno de Frei.
¿Cómo se inscribe la UP en el concierto de la región latinoamericana caribeña –post Revolución cubana– y en la Guerra Fría, así como dentro de la propia evolución política chilena del siglo XX?
La UP, bien dirá Salvador Allende, era el resultado histórico de la realidad chilena, no imitación o resultado dogmático de recetas. La vía chilena al socialismo fue sin duda un hecho extraordinario. La anécdota puede sintetizarse en la dedicatoria que el Che hizo a Salvador Allende en 1961, cuando le regala un ejemplar de su texto, Guerra de guerrillas, en su visita a Cuba. Tras largas pláticas sobre el carácter de la revolución en Cuba, América Latina y Chile, Guevara firmó: “A Salvador Allende que por otros medios trata de obtenerlo mismo. Afectuosamente. Che”. En la campaña electoral de 1970, Allende volvió a señalar la peculiaridad de la vía chilena: “Si la Revolución cubana tiene sabor a ron y el azúcar, la chilena tendrá gusto a empanadas de horno y vino tinto”. Era la vía pacífica al socialismo, respetando las instituciones, la legitimidad constitucional, profundizando las libertades sociales y respetando las libertades políticas. Se trataba de implementar reformas y abrir una puerta a la transición al socialismo. En definitiva, el debate sobre la vía insurreccional o la vía pacífica. Mal planteado como ¿reforma o revolución? La revolución no es contradictoria con la vía pacífica, es una de sus posibilidades. Chile fue visto como una oportunidad para quienes desde el triunfo electoral podrían realizar los cambios. La historia de Chile lo avalaba. Triunfo en las urnas, sistema presidencialista con división de poderes, unas Fuerzas Armadas, hasta ese momento, subordinadas y no deliberantes. De allí la respuesta del imperialismo y la plutocracia chilena, nunca más podría ganar una izquierda marxista, anticapitalista y antiimperialista unas elecciones. Eso provocó inmediatamente una estrategia desestabilizadora para ahogar a la UP y que culminaría con el golpe de estado el 11 de septiembre de 1973.
“En Chile las instituciones gozaban de legitimidad, era un sistema republicano y se aceptaban las reglas de ese juego, no era viable patear el tablero”
¿Cuáles eran las principales características políticas, económicas, sociales y culturales del Chile de los 60 y cómo viabilizaron el triunfo popular de 1970? ¿Por qué la derecha no pudo confluir en una única candidatura como sí lo hizo en 1964?
En 1964 también hubo tres candidatos. Eduardo Frei Montalva por la DC, Julio Durán por el PR y Salvador Allende por el FRAP. La diferencia la marcaba el desgaste de la derecha agrupada en liberales y conservadores. El gobierno de Arturo Alessandri Palma (1958-1964) había sido nefasto. La derecha buscó un nuevo proyecto, tras la derrota de 1964. En 1965, un año después de las elecciones, se había refundado como Partido Nacional (PN), nombre con el cual concurrieron a las presidenciales en 1970. Era ya un partido que buscaba enraizarse en la población, abandonando la perspectiva oligárquica y elitista. La nueva derecha chilena se adentraba en los movimientos sociales. Se transformó en un partido de masas. Su rechazo a las reformas impulsadas por Frei, fundamentalmente la reforma agraria, llevó al Partido Nacional a identificar a la DC como filocomunista. La unidad era ya inviable. Si en 1964 la mejor opción para la derecha fue la DC, la distancia entre el centro derecha y el PN era insalvable. Hubo un hilo conductor, entre ambos, la campaña anticomunista, la guerra psicológica, que sembraba de miedo a la población. Así, el electorado se decantó en 1964 por Frei Montalva. La DC era la mejor opción para la derecha, tanto que fue la única ocasión en que en un candidato presidencial obtuvo mayoría absoluta, lo cual obviaba el trámite de ser rectificado por el Congreso Pleno. Ganó con un 56% de los votos. Durán, el candidato radical, mantuvo su nominación, aunque aconsejó votar por Frei Montalva.
Por otro lado, las estructuras sociales y de poder en el Chile de los años 60 respondían a los procesos de modernización política, social y económicos iniciados en los años 50. El propio proyecto de Kennedy, la Alianza para el Progreso, un fracaso de las políticas estadounidenses en la región, tenía como finalidad introducir cambios a fin de controlar el proceso político. Se buscaba frenar el potencial revolucionario que, a la luz del triunfo de la Revolución cubana, se desarrollaba en el continente. Frei tomó la bandera de la “revolución en libertad”. Era la cara amable de la derecha tradicional. La oligarquía latifundista había perdido protagonismo político, aunque mantenía su poder real, cuyos mecanismos de control eran caciquiles y paternalistas. El proceso de urbanización e industrialización, junto a las inversiones directas de Estados Unidos, cambió la alianza entre los sectores de clase dominante y el imperialismo. La burguesía se oligarquizó y la oligarquía se aburguesó. Frei Montalva interpretaba perfectamente los intereses plutocráticos y defendía las inversiones de las multinacionales, tanto como los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Se unió al bloqueo y no reanudó nunca las relaciones diplomáticas con Cuba. Eso será obra del gobierno de la UP. Así, las elecciones de 1964 tuvieron el desenlace esperado. Con el periódico El Mercurio apoyando a Frei, la campaña anticomunista, la Crisis de los Misiles y unos movimientos de liberación nacional en auge, Allende no tenía grandes opciones, mejor dicho, pocas o ninguna.
En 1970, el gobierno de Frei Montalva cerraba la etapa que desde Ibáñez del Campo y Alessandri habían buscado aplacar el avance del movimiento popular y sus organizaciones. La UP fue fruto de un largo proceso de aglutinar fuerzas, experiencias y un liderazgo político como el de Allende, que agrupaba mucho más que el voto de los partidos que componían la coalición. Era el “Allendismo”. La complicidad política con Allende era parte de la confianza otorgada en 1970 y me atrevería a decir que Allende encarnaba el sentido común que define la cultura política del pueblo chileno.
Indistintamente Allende habló en sus discursos de campaña y entrevistas de “sentar las bases para un futuro gobierno socialista” y, luego, de que allí se estaba “experimentando una transición inédita de socialismo”. ¿Qué pasó realmente en Chile entre 1970 y 1973? ¿Hubo transición socialista o al socialismo? ¿Cuál era y sigue siendo la novedad de esa experiencia? ¿Cuánto de lo vivido no fue sino fruto de la evolución misma del escenario político criollo?
Bueno, bueno…, estas interrogantes ameritarían horas de debate. Muchos han dedicado años al análisis de la vía chilena y sus peculiaridades. Creo que hay dos textos imprescindibles y ambos de Joan Garcés: 1) La vía chilena al socialismo; y 2) Allende y la experiencia chilena. Las armas de la política. En este sentido, remito al lector a dichos ensayos. Sin embargo, si pensamos en el concepto de “transición”, podríamos señalar que se trata de un cambio generalizado de las estructuras del actuar y del pensar. Cambios en la manera de entender la cultura, la familia, las relaciones sociales, de poder, entre otras, y efectivamente la UP significaba un cambio en las maneras de actuar y pensar. Pero ello supone resistencias y obstáculos. Cualquier reforma estructural conlleva enfrentamientos, conflictos y una pugna por direccionar el proceso político. Sin duda, la reforma agraria, los cambios institucionales, la reforma educativa, las nacionalizaciones, las expropiaciones, la propuesta de área social, mixta y privada en la economía, alteraban la correlación de fuerzas. La derecha y la plutocracia pueden admitir la disminución de sus beneficios, pero no compartirán ni aceptarán nunca la democracia como forma de organización política social. El poder no se comparte. La UP tuvo que hacer frente a un estrangulamiento económico, un sabotaje político, un proceso desestabilizador apoyado por el gobierno Nixon-Kissinger. Allende lo dejó claro en sus últimas palabras, el día 11 de septiembre de 1973, al referirse a quiénes eran los responsables del golpe. Movilizaron los gremios patronales, los comerciantes, los grupos empresariales. El mercado negro, la inflación, el desabastecimiento. No resulta extraño que el general Alberto Bachelet, quien se encargaba de la distribución y las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP) durante el gobierno de la UP, fuese tan odiado por sus compañeros de armas y la derecha. Su final es demostración de lo apuntado, fue detenido, encarcelado y muerto en la tortura.
Cambiar una sociedad, las costumbres y articular nuevas formas de convivencia social no es tarea fácil. La experiencia chilena fue sobre todo un proyecto cultural de ciudadanía plena, dentro de su idiosincrasia, mitos, valores y representaciones. No sucede en el aire. Y el camino estaba sembrado de anticomunismo. Recordar que los latifundistas, tras el triunfo de Allende, quemaron sus cosechas, mataron su ganado y desmontaron su maquinaria. Otros se llevaron sus ahorros y descapitalizaron. Sin olvidar las acciones desestabilizadoras de la ITT, el secuestro frustrado que acaba en el asesinato de René Schneider. Además del viaje de Agustín Edwards a Estados Unidos para entrevistarse con Kissinger y Nixon, solicitando apoyo financiero para el golpe de Estado.
Por último, los procesos políticos se explican por las historias nacionales no por manuales de materialismo histórico. Lula se entiende por las estructuras sociales y de poder de Brasil, lo mismo Evo Morales en Bolivia, Lázaro Cárdenas en México o Fidel en Cuba. En la política no hay modelos, hay procesos sociales. Es cierto que hay tendencias globales, pero eso no quita la peculiaridad de cada caso y la vía chilena fue justamente, por su historia, una posibilidad real nacida de su historia y su proceso político. Lo mismo podríamos decir de Hugo Chávez en Venezuela. No existe el socialismo del siglo XXI; existen los proyectos articulados a las fuerzas sociales de cada país. La vía boliviana, argentina, uruguaya, peruana, chilena, etcétera.
El Programa de la UP, así como las propuestas de sus partidos principales, claramente se anclaban a un Estado e institucionalidad republicana, a la que algunos tacharon de “burguesa”. ¿Cuánto afectó eso al propio proyecto político y la realización de dicho Programa? ¿Hubo (o es posible que hubieran) propuestas reales por reformar la institucionalidad de entonces? ¿Era factible materializar el Programa en tales condiciones?
Podría responder con otra pregunta: ¿dónde se deberían anclar? Ya he señalado que todos los procesos sociales se articulan en tiempos diferenciados. Experiencias históricas otorgan su singularidad a cada país. Hablar de Estado Pluriétnico y Plurinacional en Bolivia es parte de la lucha de los pueblos originarios y su historia, la República fue excluyente; tiene sentido cambiar la denominación de República por Estado Plurinacional. Si llevamos el ejemplo a España, la República fue un espacio democrático, reivindicarlo es luchar contra una Monarquía, su vinculación con el franquismo y el golpe de Estado de 1936. Los proyectos no se construyen en el aire. En Chile las instituciones gozaban de legitimidad, era un sistema republicano y se aceptaban las reglas de ese juego, no era viable patear el tablero. Se ganó unas elecciones; a partir de ahí la situación cambió. No se trataba de ser la izquierda de un sistema republicano, sino el principio de un proyecto anticapitalista. Lo que estaba en juego era la capacidad de dichas instituciones para facilitar el paso a un nuevo proyecto. No se buscaba reformar la casa, sino construir otra, manteniendo los muros de carga que la sostenían. Se trataba de tirar paredes y pensar en otra distribución. Hubo un proyecto de nueva Constitución, punto de partida para habilitar los cambios, pero la UP bregó a contracorriente. Fueron mil días de acoso y derribo. Hubo errores, claro, pero la UP fue derribada por un golpe de Estado. Además, el Programa de la UP era una propuesta señera con los pies en el suelo, por primera vez se hablaba de una renegociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI); de un Sistema de Salud para todos los chilenos; de la alimentación para niños en exclusión social; de la disolución del cuerpo represivo de Carabineros; de jubilaciones justas; de la supresión de los sueldos millonarios; de la lucha contra la corrupción fiscal; de la articulación de centros de salud primaria y consultorios materno-infantil en todas las poblaciones; de casa; de luz y agua potable para todos los chilenos; de alquileres a precios fijos; de asistencia médica sin burocracia; de más becas estudiantiles; del fin de la especulación; de la creación de un Instituto Nacional de Arte y la Cultura; esas son al menos algunas que recuerdo.
Como dato, sirva señalar que el Programa, conocido como las “40 medidas básicas”, fue presentado con anterioridad a la elección del candidato, en diciembre de 1969, mientras que Allende fue elegido en enero de 1970. Recordemos que tuvo que competir por su nominación al interior del PS para lograr ser el candidato. Aniceto Rodriguez renunciaría, posteriormente, pero Allende de los 27 votos, solo obtuvo 13, los 14 restantes se trasformaron en abstención.
Con el fin de impedir que Allende fuese ratificado por el Parlamento, a fines de octubre de 1970 grupos de la derecha atentaron contra la vida del comandante en Jefe del Ejército René Schneider, y un año antes el amotinamiento de Roberto Viaux ya demostraba el rol protagónico de los militares en la coyuntura nacional, ¿cómo caracterizaría al Ejército chileno para esa época? ¿Existían efectivamente corrientes constitucionalistas y otras golpistas? ¿Cuál fue el actuar durante los mil días de gobierno de Allende, tanto en lo ministerial, ejercicio de la represión y alzamientos como el Tanquetazo? ¿Era inevitable un golpe de Estado en Chile?
Las Fuerzas Armadas chilenas, como toda organización piramidal y disciplinada, obedecen a sus mandos, es una de sus características. Si su Comandante en Jefe es constitucionalista, las órdenes que se derivan de dicha posición permean toda la institución. El triunfo de la UP encontró unas Fuerzas Armadas lideradas por una corriente no deliberante, el propio René Schneider señaló que el respeto a la Constitución y la subordinación al poder Ejecutivo, no dependía de quién ganase las elecciones, sino de su respeto a la Constitución y su rol en ella asignado. Tras el triunfo electoral volvió a refrendar esta posición.
Ahora bien, toda institución está compuesta por personas y sus ideologías y, en este sentido, la formación de los militares chilenos, como de la mayoría de los altos mandos en América Latina, están formados en las academias estadounidenses de defensa. La Escuela de las Américas, en la antigua zona del Canal de Panamá, era el semillero de tales mandos; muchos dictadores salieron de sus aulas. En Chile, tras el triunfo de la UP, comenzó a desarrollarse, por parte de la derecha política, en colaboración con el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), una trama para articular a dichos mandos. Su punto de unión: el anticomunismo y la lucha antisubversiva. Militares proclives, deseosos de derrocar o impedir el ascenso de la UP, fueron conectados. Fue esta política de estrechar lazos, el mecanismo para abrir paso al golpe cívico-militar de 1973. Esta estrategia fue calando en las tres ramas de las Fuerzas Armadas. La cobertura se la proporcionó el PN y la DC. Con la excusa de preparar un asado, una fiesta de cumpleaños, celebraciones variopintas, se les convocaba en sus casas, allí se reconocían y podían conspirar sin ningún problema.
Las Fuerzas Armadas chilenas estaban impregnadas de anticomunismo, pero ello no suponía romper su institucionalidad. Lo reconoció el general Carlos Prats en sus Memorias. Aconsejo leerlas, es la muestra de un constitucionalista que llegó a defender el Gobierno por convicción democrática. La represión dentro de las Fuerzas Armadas a los sectores constitucionalistas, asesinatos, bajas y expulsión se realizó nada más producirse el golpe de Estado. La depuración fue destacable. El asesinato, en 1974, como parte de la Operación Cóndor, del general Prats y su mujer, Sofía Cuthbert, en Buenos Aires, da pistas. Claro que existían militares demócratas y también socialistas y comunistas, radicales, miristas. Baste recordar la detención de los marinos en agosto de 1973, cuando denunciaron las maniobras golpistas. El texto de Jorge Magasich: Los que dijeron No. Historia del movimiento de los marinos antigolpistas de 1973, es un excelente trabajo, documentado y riguroso. Las Fuerzas Armadas chilenas, al decir de Alain Joxe en su obra Las Fuerzas Armadas en el sistema político chileno, texto señero publicado en 1970, avanzaba una de las características que podía crear un espejismo sobre la no intervención de los militares en la acción política. Mientras en América Latina las intervenciones eran recurrentes, en Chile, dirá, una equivale a 10 en cualquier otro país, “es perfecta”.
Otro texto que puede aportar luz sobre el período es el publicado por Pio García: Las Fuerzas Armadas y el golpe de Estado en Chile. Constituye una recopilación de escritos realizados por sociólogos, periodistas, politólogos sobre el papel de las Fuerzas Armadas durante los mil días, publicados en la revista Chile Hoy, entre 1970 y 1973. Destacan artículos de Augusto Olivares, Theotonio dos Santos, José Cayuela, Víctor Vaccaro, entre otros que recuerde.
Por último, nada es inevitable, pero claro está, dicho a posteriori. Allende era sabedor de las consecuencias de una guerra civil, trató de impedir a cualquier precio una salida violenta. Su objetivo fue evitar una masacre. Si recordamos en la segunda alocución del 11 de septiembre, antes de su testamento político, apuntaba que “el pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas”, siempre tuvo siempre en mente la Guerra Civil española. Es más, ese 11 de septiembre Allende convocaría a un referéndum para dar una salida al conflicto con el poder Legislativo. Pero, desde las diferentes instituciones, incluido el Congreso, se declaró ilegítimo al Gobierno y se llamó a intervenir a los militares. Los colegios profesionales, el presidente del Senado, a la sazón Eduardo Frei Montalva, o el negociador de la DC, Patricio Aylwin, se unieron a la petición; fue el punto de inflexión. El golpe de Estado se había decidido en los despachos, con la inestimable colaboración de Estados Unidos, el Pentágono y la CIA. Pero esa es otra historia. Una parte del relato está en el texto que escribí en 2019: Por la razón o la fuerza. Historia de los golpes de Estado, dictaduras y resistencia en América Latina (2019), editado por Siglo XXI, España.
En su entrevista con Patricia Politzer, Carlos Altamirano hizo referencia a que fue una minoría la oficialidad abiertamente golpista, aunque cohesionada, disciplinada, astuta y articulada, atributos que le permitieron triunfar: ¿coincide con esa apreciación? ¿Realmente Allende estaba convencido del “profesionalismo” de las Fuerzas Armadas chilenas? ¿Por qué no hubo un plan defensivo cívico-militar?
Hay verdades de Perogrullo. Siempre una conspiración es minoritaria, responde a un grupo que se caracteriza por el secretismo. El problema es cómo lograron hacerse con los mandos, y esa es otra historia. Conspiraron y buscaron la renuncia del comandante Carlos Prats, asesinaron al edecán del Presidente, Arturo Araya, emprendieron una campaña de desprestigio contra los militares constitucionalistas, les aislaron y acosaron, yendo a sus casas, profiriendo insultos. Así sucedió con el general Bachelet; también con los mandos de Carabineros. Se utilizaron a las esposas de los golpistas para la maniobra. Fue un proceso que se urdió desde el mismo día del triunfo de Salvador Allende y la UP.
Cabe recordar que hubo dos visiones del golpe de Estado: primero, lo que hoy llamaríamos un impeachment o golpe blando. Se trató por todos los medios de evitar que Allende asumiera la presidencia, presionando a la DC para que votase en contra a la hora de validar la candidatura de la UP en el Congreso Pleno, plan que se frustró al ser asesinado René Schneider. Pero, a continuación, ya Presidente, se buscó crear las condiciones políticas, sociales y económicas para la destitución. Ese era el plan. Buscar mediante el mercado negro, la desestabilización, el sabotaje, el desabastecimiento, el bloqueo económico, reducir los apoyos del gobierno de la UP. La fecha para este segundo intento, también frustrado, era el 4 de marzo de 1973, día de las elecciones parlamentarias. La derecha buscaba conseguir los dos tercios de los escaños. Así, se unieron la DC, el PN y sus aliados menores, en la Confederación de la Democracia (CODE); pero no lograron su objetivo. Allí se bloqueó el golpe blando. La UP consiguió el 44% de los votos, en el peor escenario posible. Había aumentado su apoyo popular respecto a las presidenciales donde obtuvo el 36% de los votos. Frustrado el golpe blando, se pasó al segundo plan, donde el protagonismo del golpe cívico-militar lo asumieron las Fuerzas Armadas.
Por otro lado, Allende no era ingenuo, claro que estaba al corriente de los planes y era consciente de la coyuntura, otra cosa es apelar al constitucionalismo, más que al profesionalismo, con el fin de mantener un equilibrio en el interior de las instituciones armadas. Hay que recordar que con el gobierno de la UP se reconocieron a los militares múltiples beneficios: subidas salariales; modernización del armamento; cursos de especialización y capacitación en el extranjero; se compraron terrenos para sus ejercicios. Nunca antes tuvieron tantas regalías y un trato preferencial.
En cuanto a un plan defensivo militar de la UP, estaba fuera de toda lógica. La defensa estaba en manos de las Fuerzas Armadas; la traición está en sus miembros. Ello lo recuerda el general Prats en sus Memorias, cuando el 12 de septiembre escribió cómo sus compañeros de armas han violado los Derechos Humanos, asesinado, violentado la Constitución, bombardeando La Moneda y matado a sus compatriotas. Afrenta, subraya, que no podrán borrar y quedará en la historia de una traición y sus conciencias.
¿Cuáles estima fueron los mayores avances en materia económica y social del gobierno de Salvador Allende?
Desde luego la recuperación de las riquezas básicas: la nacionalización del cobre, la más importante. Nunca mejor señalado como Día de la Dignidad Nacional. Curiosamente no hubo ningún voto en contra, toda la derecha votó a favor; no tuvieron otra alternativa. Eran millones de dólares los que se repatriaban, aunque inmediatamente comenzó el bloqueo internacional para intentar que los beneficios que reportaba disminuyeran.
Otro avance: la profundización de la reforma agraria, que si bien inició el gobierno de Frei Montalva, la UP estableció nuevos criterios, favoreciendo la articulación de cooperativas entre los campesinos.
Tampoco podemos olvidar el Área de Producción Social, donde las innovaciones tecnológicas y el crecimiento de la producción supusieron un freno al mercado negro. Las expropiaciones de las empresas abandonadas y restablecer su producción, entregarlas a sus trabajadores, están entre sus logros. Pero no hay que olvidar que todas las políticas fueron boicoteadas por la derecha. Chile era y es un país primario-exportador y dependiente tecnológicamente de las compañías transnacionales, las cuales tienen un poder casi omnímodo. Allende lo recordó en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas en diciembre de 1972. Lograr la independencia económica e invertir en I+D estaba entre los objetivos del Gobierno; la creación de la empresa nacional de repuestos. Pero fueron mil días de una continua lucha por bloquear toda acción del Gobierno.
En lo social, el desarrollo de las pensiones; jubilaciones dignas; limitación de salarios; la escolarización total; el acceso al Servicio Nacional de Salud de todos los chilenos; mayores y mejores condiciones para la incorporación de la mujer al proceso de toma de decisiones; sin olvidar el reconocimiento estatutario de la Centra Única de Trabajadores (CUT); becas a los estudiantes y el tan conocido plan del medio litro de leche los niños; el desarrollo de las artes plásticas, los deportes, el teatro. No podemos olvidar en Tren de la Cultura, proyecto que recorrió casi todo Chile, donde figuras de primer orden cantaban, recitaban, promovían obras de teatro, entre otras. Fue un momento único en la historia de Chile. El acceso a la Universidad de los trabajadores; la construcción de viviendas; la mejora de salarios; la participación de la juventud y algo que puede considerarse un elemento que define el comportamiento solidario, el trabajo voluntario. El reconocimiento, por primera vez, de los derechos del pueblo Mapuche. El golpe de Estado destruyó ese tejido social y refundó el orden bajo la tortura y el asesinato. Así se impuso el neoliberalismo en Chile.
¿Cuáles fueron los aciertos y debilidades de la conducción política de los principales partidos y movimientos de la izquierda chilena en ese período?
No tiene una respuesta fácil, incluso me atrevería a señalar que aún hoy cualquier intento por conceptualizar el período desde las estrategias de los partidos y organizaciones, está condicionada por el 11 de septiembre de 1973, por el golpe de Estado. Era una época donde la Guerra Fría campeaba a sus anchas. La Revolución china y las críticas a la Unión Soviética estaban sobre la mesa; la Revolución cubana; los movimientos como Tupamaros en Uruguay, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Bolivia; la dictadura en Brasil; la invasión en República Dominicana, por señalar algunos casos. Sin olvidar a Omar Torrijos en Panamá y Velasco Alvarado en Perú. En efecto, un puzzle con muchas piezas.
“Allende no era ingenuo, claro que estaba al corriente de los planes y era consciente de la coyuntura, otra cosa es apelar al constitucionalismo, más que al profesionalismo, con el fin de mantener un equilibrio en el interior de las instituciones armadas”
Más que aciertos o debilidades, habría que señalar cuál era debate de la izquierda latinoamericana y dónde se ubicaban las estrategias de los partidos. En esos años la Teoría de la Dependencia era hegemónica en el pensamiento de la izquierda política. Tres debates eran los destacados: 1) Feudalismo-capitalismo; 2) Subdesarrollo o Revolución; y 3) Fascismo o socialismo. En ese campo de condiciones el carácter de la revolución y el cambio social estaba ligado a la conceptualización de las estructuras sociales, es decir, por una parte, si feudalismo, alianza con las burguesías nacionales, desarrollistas. Era una visión gradualista propia de los partidos comunistas de la época, encasillada en la teoría de las etapas –primero capitalismo y luego transición al socialismo–; por otra, estaba la definición de ser América Latina como una región donde se había forjado un capitalismo dependiente y subdesarrollado, haciendo inviable cualquier tipo de desarrollo capaz de romper las estructuras de dominación y explotación capitalistas. No había opción: subdesarrollo o revolución; en esta perspectiva se situaba el MIR y muchos movimientos de liberación nacional. Así se podía leer: lumpendesarrollo-lumperburguesía. Todo ello mediatizado por vía insurreccional armada-vía pacífica y electoral. Todos los debates estaban teñidos de estas discusiones. El papel de los sectores medios, las Fuerzas Armadas, el campesinado, el movimiento obrero se cuestionaban tanto como el papel del partido y la vanguardia. Por ello no hablaría de aciertos o errores. Lo cual no supone señalar que no los hubo, en cuanto a las decisiones concretas de políticas sectoriales. La lucha de clases y la dinámica que definió el proceso chileno es para sacar conclusiones, más que para buscar culpables; si hay un culpable, fueron los golpistas y traidores. Sin embargo, por descontado, sí hubo responsabilidades, según la cuota de poder y la capacidad de incidir en el proceso de toma de decisiones. Se trata de explicar y comprender, más que justificar. Errores, repito, los hubo y no pocos, como en todo proceso que es nuevo y supone cuestionar las estructuras de poder oligárquicas, las clases dominantes y el imperialismo. A decir de Simón Rodríguez: “Inventamos o erramos”.
A la luz de los años ¿cómo se comprende el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 con el origen de un nuevo modelo de acumulación y explotación capitalista como es el neoliberalismo?
La derecha chilena se había refundado en 1965 con un proyecto diferente; nacía el PN. Sus debates internos ya estaban impregnados de las ideas que planteaban acabar con las caras de una misma moneda, según sus ideólogos: el proteccionismo cepalino y el intervencionismo estatista de los partidos marxistas. Los nuevos dirigentes apostaban por la refundación del Estado, bajo los principios neoliberales articulados en el grupo de Monte Pelerin, fundación nacida tras la Segunda Guerra Mundial y defensora de los principios de la economía de mercado. Sus fundadores, entre otros, Von Mises, Hayek, Karl Popper, Milton Friedman y John Rawls. Con un ideario antikeynesiano y articulado en torno a dos textos, Camino de servidumbre y La mentalidad anticapitalista de Hayek y Von Mises, respectivamente, fueron definiendo las nuevas pautas del neoliberalismo. Sus estudios los llevaron a la Escuela de Chicago. Los primeros escarceos se producen a principios de los años 50, con la llegada de una legación estadounidense a la Facultad de Economía de la Universidad Católica de Chile. Se firmó un convenio y los becarios viajaron a Chicago. Sergio de Castro, constituye la avanzadilla. Cambian los programas de estudio, debaten con los banqueros, e industriales y se vinculan a la Academia de Guerra como profesores. Allí nacieron los lazos con los sectores golpistas. Entrados en los años 60 habían tomado puestos estratégicos. En 1970 configuraron el equipo del programa económico de Alessandri y el PN. La historia que he descrito, fue narrada en términos épicos por uno de los acólitos del pinochetismo, conocedor a fondo del proceso: Arturo Fontaine. Su texto Los economistas y Pinochet permite entender la propuesta. El golpe de Estado contó con su colaboración y de los llamados “Chicago boys”. La síntesis fue el programa de política económica de la tiranía, conocido como El Ladrillo, y que Pinochet lo sintetizó en su frase: “No tengo plazos, tengo metas”.
A diferencia de las dictaduras de los años 60, desarrollistas y keynesianas, la nueva derecha chilena, salida del golpe, tomó las riendas de una nueva política económica. Despolitizar, desideologizar y hacer una revolución liberal fue su baza. Hayek visitó Chile y quedó impresionado de los avances en la reforma del Estado; su entrevista con Pinochet, sin embargo, fue un fiasco, pero siguió apoyando la tiranía. Solo recordar las palabras del vicepresidente de Chile durante el gobierno de Bachelet, Alejandro Foxley, para entender hasta qué punto el proyecto se ha considerado uno de los aportes del pinochetismo al nuevo Chile. Foxley señaló que Pinochet pasará a la historia como un gran estadista que se anticipó a las reformas, al proceso de globalización y que cambió la vida de todos los chilenos para bien, no para mal.
La traición hizo que lo sembrado a sangre acabara siendo aceptado como redención de la tiranía. Hoy se ven sus límites y sus consecuencias para el pueblo chileno: hambre, miseria, crisis humanitaria y unos gobiernos empeñados en salvar el sistema. Las raíces del neoliberalismo son profundas. Pero los procesos sociales no se pueden diseñar ni controlar indefinidamente. El actual estallido de octubre de 2020, y el cuestionamiento de la Constitución de la tiranía, es muestra de una voluntad de combatir al neoliberalismo implantado tras el golpe de Estado.
A medio siglo del triunfo de Allende, ¿qué es lo más valioso de esa experiencia? ¿Cuán vigente es su proyecto emancipador? Y ¿cuáles considera son las primordiales cualidades de Allende rescatadas hoy?
Podemos sintetizar, si te parece, todas las preguntas en esta respuesta, donde se aborda su vida y el significado político de su legado. Muchos dirigentes políticos se atribuyen su legado. Otros tantos dicen encontrar en sus principios un referente. Pocos son consecuentes con su pensamiento y su acción política. Cuatro veces candidato a presidente de Chile, la última en 1970, lo llevó a la presidencia. La campaña, como las anteriores, desde 1952, centraba su atención en la guerra sicológica y el anticomunismo. La izquierda chilena llevaba décadas sufriendo el embate de la plutocracia y el imperialismo estadounidense. Con un gran sentido del humor, Allende había manifestado cuál sería el epitafio de su lápida: “Aquí yace el Dr. Salvador Allende, futuro Presidente de Chile”. De militancia socialista, declarado marxista y masón, su coherencia se mantuvo hasta el final de sus días. Lo importante de su decisión consistió en la posibilidad de procesar a los golpistas en Londres en 1998. No renunció, por lo tanto la Junta Militar hubo que construir su orden desde la ilegitimidad de su acceso al poder. Allende estuvo presente en todas las luchas que se libraron en Chile desde su temprana militancia. Participó en la fundación del PS, en 1933. En 1938 fue ministro de Salud Pública del Frente Popular, con Pedro Aguirre Cerda. Senador y presidente de la Cámara, protagonizó múltiples debates. La defensa contra la ilegalización del PC; la Ley de la Sanidad Pública Universal; la reforma del código laboral; leyes sociales, educativas, de vivienda y culturales. Pero no fue lo único que caracterizó su vida política. Siendo senador y en medio de la campaña presidencial de 1952, un 6 de agosto, Allende retó a duelo con pistola al senador radical Raúl Rettig. Allende le llamó “gestor”, siendo Rettig abogado, y este le replicó: “matasanos”. Padrinos y testigos acudieron, por suerte para ambos, su puntería los dejó con vida. Ironías de la vida, Rettig sería designado en 1990 para encabezar la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación contra los crímenes de lesa humanidad.
Pero Allende era sobre todo un humanista comprometido. Ya hemos relatado su decisión de interrumpir el pleno del Senado, mientras Andrés Zaldívar defendía en sesión su ley de reajuste salarial en 1967, dado que la esposa de este era internada de urgencia con riesgo de muerte. Andrés Zaldívar, el mismo que apoyó el proceso de desestabilización desde 1970, el golpe de Estado en 1973, el ministro del Interior con Michelle Bachelet en 2006 que aplicó la ley antiterrorista al pueblo Mapuche, contó en 2008 que nunca pudo superar el gesto humano de Allende. No fue la única ocasión en la cual Allende mostró sus convicciones, señorío y sentido del humor. El 11 de septiembre de 1973, el general del Ejército y promotor del golpe, Ernesto Baeza Michelsen, llamó a La Moneda, pidiendo la rendición del Presidente. Osvaldo Puccio, amigo y secretario personal de Allende, relató la conversación telefónica: “Le preguntó a Baeza cómo estaba su señora y el general le respondió que bien”. A continuación le inquirió sobre su estado de salud, ya que había sufrido un infarto hacía poco tiempo. Allende le aconsejó cuidarse mucho y evitar cualquier inquietud. De alguna manera, el General reunió ánimos para transmitir el mensaje del jefe de los golpistas. Lo que no se sabe es si los tuvo para trasladarle la respuesta de Allende: “Dígale que no sea maricón y que venga a buscarme personalmente”.
Su vida está plagada de actos nobles. Nunca cedía ante la mentira. En su viaje a Naciones Unidas para pronunciar su discurso en diciembre de 1972, George Bush, embajador de Nixon en las Naciones Unidas, pidió entrevistarse con Allende. Joan Garcés relató el diálogo: “Allende: ‘quiero reiterar a su gobierno que el pueblo de Chile desea tener las mejores relaciones dentro del mutuo respeto. No identifico al pueblo de Estados Unidos con las acciones de la CIA en los asuntos internos de mi país’. Bush: ‘señor presidente, la CIA es también el pueblo de EE.UU.’. ‘Señor embajador, le ruego que se retire’. Bush sonrojado y confuso balbucea: ‘Señor presidente ¿he dicho algo improcedente?’ Allende: ‘la entrevista ha terminado. Adiós’”.
Hoy, todos se reivindican de su legado, pero la mayoría no es capaz de asumir la coherencia ni la firmeza de convicciones que lo caracterizó. No le pudo el pragmatismo, la traición, ni tampoco la renuncia a sus principios. Por eso, su ejemplo es parte del legado universal del pensamiento y la lucha socialista, antiimperialista y anticapitalista en América Latina. La batalla que hoy libra el pueblo chileno por un proceso constituyente, por derogar la Constitución de dictadura, en plena pandemia y con un gobierno deslegitimado, en medio de una brutal represión, donde prima la violencia y la desigualdad más grande en la historia de Chile, eleva aún más la figura de Salvador Allende como ejemplo de dignidad y compromiso. Como señala el eslogan de la celebración del 50 aniversario del triunfo de la Unidad Popular, el proyecto sigue vigente es: “Un pasado como futuro”.