Juan Pablo Cárdenas S.
Jueves 16 de abril de 2020
Amanecimos estremecidos por la muerte de Luis Sepúlveda, amigo de tantas décadas y notable escritor nuestro que se consagró entre los dos o tres más leídos en el mundo entero.
Lo conocí casualmente durante los años más negros de nuestra historia. Fue en Hamburgo nuestro encuentro casual en casa de Anna Petersen, alemana enormemente comprometida y solidaria con la causa democrática chilena. Recuerdo que tímidamente me preguntó si estaría yo interesado en leer una novela suya que recién había escrito y no había logrado el interés de las casas editoriales alemanas, aunque él quería que esta se divulgara especialmente en Chile.
En esa larga noche discurrimos de todo lo que se hablaba en los encuentros de los exiliados con quienes veníamos “del interior”. Sin sospecharlo, desde allí forjamos una larga amistad y volví con el compromiso de editarle bajo el sello de la revista Análisis su texto “Un viejo que leía novelas de amor”. Se trató de una edición rápida, artesanal y extraña, porque de verdad muy pocos, casi nadie, sabía en nuestro país de quién se trataba.
Sin embargo, su libro fue promisoriamente exitoso, por lo que al poco tiempo una casa editorial francesa se interesó en imprimirla. De allí, el mismo Lucho y sus amigos nos dimos a la tarea de recuperar todos los ejemplares distribuidos en librerías, para que los franceses creyeran que ellos habían sido los primeros en descubrir esta obra que hace algunos años celebró la venta de un millón de copias solo de su edición de bolsillo.
Desde entonces, Lucho se consolidó como un gran novelista y casi inigualable cronista. Su pluma traspasó los ámbitos se la literatura e ingresó a los del periodismo. Se lo exigió su compromiso político y muy pronto lo tuvimos como columnista y amigo de Análisis y de todas las publicaciones que hasta hoy luchan por un mundo mejor. Además de formar parte de las organizaciones de Derechos Humanos y sumarse al desfile incesante de lo que luchan en todo el mundo por la justicia social.
Pero a sus méritos, Lucho suma haber sido un entrañable hermano y amigo. Nos encontramos muchas veces en Francia, España, México y en su inolvidable Chile. Porque fue de esos famosos que nunca renunció a sus convicciones, a su sencilla forma de ser y vivir. Íntegro y valiente como siempre lo conocimos. Su inteligencia, imaginación y bondad se multiplicaron en muchos libros que no solo nos entretenían, sino nos invitaban a formar parte de sus anhelos y esfuerzos. A esos propósitos que le dedicó mucho dinero, viajes, conferencias y los más diversos escritos.
Haciendo distingo de tantos escritores famosos, Lucho practicó la modestia y el apoyo a todos los viejos y jóvenes escritores que todavía no alcanzaban debido reconocimiento. Así como muchos, abandona la vida para recibir el pleno reconocimiento posterior y universal.
Muere también un gran bohemio, un inigualable conversador y fumador, por lo que de muy poco sirvieron los cuidados médicos para fastidiarlo con una larga y cruel agonía, allí en Gijón donde terminó su vida… Siempre le daré gracias a Dios por haberlo conocido y disfrutado tanto de su talento. Mi solidaridad con su compañera y tantos hijos.
Lucho se nos va en tiempos de pandemia y cuando en nuestro país circulan otra vez los aires de impunidad, ahora por obra y gracia de Sebastián Piñera, su gobierno y los jueces abyectos que se resisten a morir. Quizás fallece en el momento mismo que debiera hacerlo, porque no estoy seguro si habría resistido los virus de la desvergüenza política. El dolor de los pobres y excluidos que recibieron el don y ahora legado de su vida y ejemplo.