Jofre Casanovas. El Viejo Topo. 9 diciembre, 2016
Jack London decía jocosamente que la única cualificación de los editores era ser escritores fracasados y Nabokov los definió como “brutos pomposos avunculares”. Sin embargo, la relación entre editores y autores ha sido en múltiples ocasiones fructífera, determinante e indispensable para estructurar y afilar la narrativa de los autores. Michael Crichton declaró con respecto a la labor de un editor que “todo escritor necesita tatuarse del revés en la frente, como en las ambulancias, las palabras ‘todo el mundo necesita un editor’”. El comentario de Crichton es fruto de su relación con el editor Robert Gottlieb, quien fue editor en jefe de Simon & Schuster y Knopf, el nombre propio entre bastidores que muchos otros escritores tan diferentes como Doris Lessing, John le Carré y Joseph Heller, también halagan. Otros nombres propios que a veces han salido del despacho de edición y han llegado a pisar el escenario de librerías y publicaciones son el de Gordon Lish, editor de Don DeLillo, Barry Hannah y controvertidamente también de Raymond Carver, y el de Maxwell Perkins, siendo este último uno de los más destacados al ser el editor, y también catalogado como el descubridor, de F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe. Perkins es muchas veces más conocido como la figura vestida de traje que acompaña a Hemingway en una icónica imagen con peces espada que por su trabajo con el autor de “Por quién doblan las campanas”.
En muy pocas ocasiones se tiene la oportunidad de entrar en el despacho de edición y ver la relación de un autor con su editor. El biógrafo, y ganador del Pulitzer, Andrew Scott Berg escribió una tesis para graduarse en Priceton sobre Maxwell Perkins centrada en los años entre 1919 y 1929. Tardó ocho años en expandirla y darle forma de libro, el cual apareció en 1978 con el título de “Maxwell Perkins: Editor of Genius”. Con el título original editado y acortado a solo “Genius”, el cual juega igualmente con la identidad de quién posee la genialidad, llega ahora esta película centrada principalmente en su colaboración con Thomas Wolfe, seguramente la más compleja de su vida como editor.
La película es un homenaje a la palabra escrita y una mirada nostálgica a una de las épocas más prolíficas de la literatura estadounidense, presentada como una época dorada para escritores y editores. Es una visión romántica no solo de la relación entre Perkins y Wolfe pero de toda una era perdida y, para lograr esta sentida recuperación, la película decide jugar sobre seguro. Su título en español, “El editor de libros”, es síntoma de que el filme padece de cierta planitud. Aún así, es un disfrute para cualquier amante de la literatura y toda una reivindicación tanto de la importancia literaria de Thomas Wolfe como del papel cada vez más secundario del editor con visión literaria.
Thomas Wolfe publicó solo dos novelas en vida y otras dos aparecieron póstumamente. El filme se concentra en la labor de edición de la múltiplemente rechazada “El ángel que nos mira” y su obra cumbre “Del tiempo y el río”. Son dos obras monumentales donde la exuberancia de la prosa de Wolfe solo es equiparable a la de su personalidad, y “El editor de libros” muestra la interrelación de ambas con el editor Maxwell Perkins. Interpretado muy contenidamente por Colin Firth, Perkins es el héroe de esta historia, un hombre taciturno con cuyo punto de vista descubrimos el talento que llega sobre su mesa con el extenso manuscrito firmado por un desconocido Thomas Wolfe. Con sus ojos asistimos al embriagador despliegue de la prosa, las pasiones y la vitalidad del escritor junto con su soberbia, éxito y también tendencias destructivas y egocéntricas que se agudizan a medida que su carrera avanza. Jude Law interpreta con una gran profusión de energía al escritor, aunque son las escenas con F. Scott Fitzgerald, su contrapunto tanto literario como vital perfectamente interpretado por Guy Pierce, las que dan la gravitas necesaria a la historia de Wolfe y Perkins. Otras secuencias, como la analogía musical entre Henry James y la música trasnochada, son pequeños divertimentos tremendamente agudos propios de la Jazz Age.
Este biopic apunta cuestiones altamente complejas dentro de la relación entre la figura de un escritor y un editor, aunque pocas líneas de diálogo se les otorga para poder ahondar en ellas. La relación entre vida y obra, la dominación de una sobre la otra, la relación paterno filial que se forma entre ambos protagonistas y el incapturable poder de la palabra escrita son problemáticas que se esbozan dentro del argumento del filme.
Más señaladamente, las dudas de qué implica editar un libro cogen mayor peso narrativo en ambos personajes. Éste es un filme sobre edición, más que sobre escritura. Perkins manifiesta que su trabajo es poner buenos libros en manos de la gente pero también, en otro momento del filme, se pregunta si al sugerir cambios, cortes y modificaciones, no está significativamente variando la obra. El anteriormente mencionado editor Gordon Lish es un paradigma de esta cuestión. Tras años de rumores, se ha comprobado que Lish fue el responsable de crear en los primeros cuentos de Raymond Carver el estilo que hoy reconocemos como característicamente propio de los relatos de Carver. Recortes de hasta la mitad del texto, cambios de los finales y profundas eliminaciones de adjetivación por parte de Lish dieron forma final a los textos. El propio Lish opina que si él no los hubiera editado, nadie habría prestado atención a Carver. Tras aparecer la edición no editada de “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, bajo el título de “Principiantes”, Lish ha sido demonizado. Sin embargo, queda la gran duda de si lo que se ha llamado una traición a la escritura real de Carver no es literariamente un éxito de enorme influencia en el siglo XX. Al menos así lo han pensado durante décadas millones de lectores, autores y críticos.
El propio Thomas Wolfe es otro ejemplo de que la frontera entre influencia excesiva y pulido no está clara. Cuando Maxwell Perkins editó “El ángel que nos mira” consiguió darle una forma, fluidez y estructura que sedujo a los críticos de su época y logró que Wolfe fuera un éxito comercial. Wolfe fue calificado como un “genio” gracias a este libro, el cual sufrió en su proceso de edición enormes recortes y muchas de sus partes fueron reescritas por Wolfe a indicación de Perkins. El resultado fue que hasta William Faulkner consideró a Wolfe como el escritor con mayor talento de la generación formada por él mismo, Dos Passos y Hemingway. La influencia de los tiempos, con una preferencia por la prosa directa y desnuda, seguramente fue un condicionante en las recomendaciones hechas por Perkins, quien reconoció desde su inicio el talento de Wolfe y buscó controlar su desbordamiento textual nunca perdiendo de vista su viabilidad comercial. En el año 2000 se publicó en inglés la versión no editada de “El ángel que nos mira”, con 66.000 palabras más de extensión y bajo el título inicialmente elegido por Wolfe de “O Lost”. Lo cierto es que, si durante un periodo de su corta vida, Wolfe se sintió traicionado por la labor de Perkins como editor, también le estuvo enormemente agradecido. “El editor de libros” es un testamento a esta compleja relación, ensalzando la figura de quien primero cree en el autor y que, en la película, Fitzgerald califica como el único hombre dispuesto a viajar en la larga carretera de éxitos y fracasos que conforman la vida de un escritor. A Fitzgerald, Perkins le acompaño desde el principio hasta el final, al igual que a Wolfe, siendo siempre un personaje que ha vivido entre líneas dentro de las historias de estos grandes escritores.
Ficha técnica:
Dirección: Michael Grandage.
Intérpretes: Colin Firth, Jude Law, Nicole Kidman y Laura Linney.
Año: 2016.
Duración: 104 min.