por Irene Fridman //
En el trabajo clínico con pacientes varones es habitual escuchar que, a través del relato de sus padecimientos, aparece otro relato, una suerte de melodía de fondo que atraviesa todos los cuestionamientos y que se basa en la permanente interrogación acerca de su masculinidad, junto con una constante comparación con un ideal de masculinidad exitosa y total.
En los recuerdos que traen a sesión surgen muchas veces vivencias angustiantes acerca de cómo han sido “masculinizados” por sus padres; esto es, constantes apelaciones acerca de haber logrado o no ser “ suficientemente hombres” y por ende estos recuerdos se acompañan con la vivencia de nunca ser demasiado o establemente exitosos en la tarea de ser varones.