XATAKA
La deslocalización de procesos de negocios desde países desarrollados a otros en vías de desarrollo es un fenómeno con el que llevamos décadas conviviendo, y que ha permitido salir de la pobreza a millones de personas. Los críticos, sin embargo, apuntan que las condiciones de trabajo de estos empleados son lamentables, y que existe un largo camino por recorrer hasta igualarlas a la de sus homólogos en el primer mundo. Otros, en respuesta, aducen que es mejor tener un trabajo, por penoso que sea.
Se trata de un dilema conocido y al que se suma una nueva variable, la automatización, que amenaza el empleo en los países menos desarrollados al reducir la ventaja en costes que disfrutan en la actualidad. Esta automatización afecta de manera importante a sectores como la industria pesada o la automoción y está llegando, en una versión mejorada, al sector textil.
La historia se repite
El 11 de marzo de 1811 un grupo de tejedores entró en una factoría textil en Nottingham (Reino Unido) y destrozó piezas de 63 telares mecánicos, en lo que se considera el primer disturbio causado por el movimiento ludita. No es extraño que las máquinas afectadas fuesen telares, por cuanto el sector textil fue uno de los primeros en sufrir los efectos de la industrialización.
Los luditas eran artesanos que se oponían a la introducción de máquinas, ante el temor de que redujeran sus salarios al ser necesarios trabajadores menos cualificados para realizar la tarea que venían desempeñando hasta entonces. La experiencia nos dice que la falacia ludita, la idea de que la innovación tecnológica perjudica a largo plazo el nivel de empleo, no es cierta. ¿Quién tendría trabajo tras dos siglos de crecimiento de la productividad? Si acaso la tecnología lleva a una redistribución de los empleos hacia otros sectores y nuevas actividades.
Y sin embargo se trata de una idea recurrente desde la revolución industrial y que gana adeptos en los últimos tiempos con la ola de automatización en la que nos encontramos y los desarrollos basados en inteligencia artificial. ¿Se cumplirán los augurios en esta ocasión?
Lo cierto es que los procesos de automatización se van repitiendo periódicamente, afectando en cada pasada a nuevas tareas con efectos más o menos profundos dependiendo de la intensidad de la innovación aplicada. Y nadie se extrañará si os cuento que una nueva ola de automatización está afectando al sector de la confección.
La internacionalización del textil
Y es que, pese a lo temprano de la introducción de maquinaria en la fabricación de tejidos y prendas, el coste de la mano de obra ha sido siempre una variable clave en el negocio. Fruto de ello hemos asistido, en las últimas décadas, a una deslocalización de la fabricación desde países desarrollados a otros con menores costes laborales, principalmente en Asia. Además, a medida que estos destinos dejaban de ser competitivos por la elevación del nivel de vida, nuevas factorías se iban abriendo en naciones con mano de obra más barata.
Así, progresivamente hemos visto cómo se instalaban factorías en países como Corea del Sur, Taiwán, China, Vietnam, Indonesia o, más recientemente, Bangladesh. De hecho, en esta carrera, hay empresas que están empezando a mirar hacia África como nuevo destino de fabricación, aunque esta transición podría verse limitada.
La automatización y sus problemas
Efectivamente, el proceso de deslocalización de la producción, el saltar de un país a otro, podría ralentizarse e incluso revertirse. El motivo no sería otro que la automatización creciente en la industria, que relativiza las ventajas de producir lejos del mercado en el que se vende el producto.
La producción textil se compone de una variedad de tareas que poco a poco están siendo automatizadas: tejido, corte, cosido, ensamblaje, etc. Si bien la mecanización del sector se inició hace siglos, el trabajo no es tan sencillo de automatizar como podría parecer, ya que la tela es un material flexible que se estira y arruga, lo que hasta ahora ha hecho necesaria la presencia de operarios humanos que realicen continuos ajustes. Algo fácil para una persona, pero no para una máquina.
Pero todo eso puede ser cosa del pasado en poco tiempo. Softwear Automation, por ejemplo, es una empresa estadounidense que fabrica líneas de producción autónomas para la fabricación de diversos tipos de prendas. Una de estos sewbots es capaz de hacer tantas camisetas como 17 operarios manuales en un turno de ocho horas, con mínima supervisión.
Adidas, por su parte, ha abierto dos plantas Speedfactory, una en Alemania y otra en EE. UU. Se trata de un nuevo concepto de fabricación, altamente robotizado y destinado a producir calzado personalizado. El objetivo es acortar plazos en la cadena de suministro, muy altos en el calzado deportivo, a lo que ayuda el acercar la producción al mercado donde se vende el producto.
Muchas otras empresas están trabajando en la fabricación del futuro. Jeanologia es una empresa española líder en tecnología de acabado de prendas, una actividad muy intensiva en mano de obra. Según la compañía, más de la cuarta parte de los 5.000 millones de vaqueros fabricados anualmente en el mundo utilizan su tecnología. Un ejemplo: Levi Strauss espera que su colaboración con Jeanologia le permita reducir el proceso de acabado de un pantalón de 20 minutos a noventa segundos.
Esta creciente automatización tiene, lógicamente, consecuencias para los empleados en la industria, a los que perjudica de varias maneras:
- Al recortarse el personal necesario en el proceso de fabricación, se condena a muchos a buscarse la vida en otra parte. Se da la circunstancia, además, de que estos trabajadores tiene escasa cualificación, por lo que les resulta mucho más complicado recolocarse en otros sectores con salarios iguales o superiores. Tampoco ayuda a ello que esto ocurra en países con estructura productivas poco desarrolladas.
- Por otra parte, la automatización perjudica a los trabajadores del sector sin necesidad de llegar a aplicarse. La existencia de tecnología que sustituye el trabajo humano fortalece la posición negociadora de los empleadores, que pueden así imponer condiciones más favorables a la empresa.
La presión sobre el empleado tiene, sin embargo, sus límites. Las factorías textiles tienen una mala reputación histórica, desde el nacimiento de las infames sweatshops a principios del siglo XIX. Las prácticas abusivas utilizadas entonces fueron poco a poco abolidas en los países desarrollados para pasar a ser aplicadas en los nuevos destinos de fabricación, que cuentan con políticas laborales y de seguridad más laxas.
Lentamente las condiciones de trabajo en estos países también están mejorando, gracias en buena medida a las políticas de suministro implantadas por los principales clientes, grandes compañías del sector en el primer mundo. Baste ver las de compañías como El Corte Inglés, Gap, H&M, Inditex, Primark, Target o Walmart, que realizan auditorías periódicas de las instalaciones de sus proveedores y les exigen garantías para los trabajadores.
Y, si bien esta mejora en las condiciones de los empleados es algo positivo, al mismo tiempo eleva el coste salarial de la mano de obra, creando incentivos para la automatización a las empresas locales. Asimismo, muchos empresarios del sector ven este proceso como una solución a la conflictividad laboral y usan la automatización como arma negociadora con los sindicatos locales.
Un desafío para los proveedores low-cost
El caso de Bangladesh es paradigmático de la evolución del textil. Se trata de un país muy pobre y poblado(el octavo del mundo) y con una altísima densidad de población. El sector textil ha crecido con fuerza en Bangladesh desde los años 80 del siglo pasado gracias a lo competitivo de sus salarios, hasta representar el 80% de las exportaciones del país. Y hace seis años McKinsey lo señalaba como futuro gran foco de suministro para la producción que abandonaba naciones como China por la elevación de los salarios de los trabajadores. El sector ha sido así durante años una locomotora en lo que a generación de empleo se refiere (particularmente femenino), permitiendo a muchas familias salir de situaciones de extrema pobreza, pero en los últimos tiempos está perdiendo fuerza debido a la creciente mecanización de tareas.
Bangladesh debe así ir pensando en introducir en su modelo productivo nuevas actividades de valor añadido que generen empleo y aumenten el nivel de renta de la población. Pero hay varios problemas: el peso del sector textil mantiene los salarios bajos y reduce la inversión en sectores alternativos. Además, la automatización va por delante, conquistando los sectores en los que el país podría ser competitivo por sus menores costes salariales. Por si fuera poco, la sustitución de trabajo hombre por máquina amenaza la estabilidad social de un país pobre, sin apenas recursos naturales, muy joven y poblado y con una densidad de población altísima (casi tres veces la de Holanda).
El futuro de la moda y la vuelta de la producción
Quizá el fenómeno sectorial más importante de las últimas décadas ha sido el nacimiento de la moda rápida o fast fashion. El precio de la ropa no deja de bajar y el tiempo desde que se detecta una tendencia y se crea un diseño hasta que los clientes se encuentran el producto en las tiendas se ha reducido de forma drástica.
Como consecuencia, el ciclo de vida del producto se ha acelerado considerablemente. El concepto de temporada se desvanece y las prendas se renuevan a un ritmo cada vez más elevado. El cliente, ante los precios bajos y la enorme oferta de diseños, cambia su manera de consumir. Así, la frecuencia de compra aumenta, estimulada por facilidades como la venta online o las favorables políticas de devoluciones.
La moda rápida requiere de flexibilidad y tiempos de producción más cortos, y encuentra una solución a estas demandas en los nuevos desarrollos tecnológicos. Además, la automatización recorta poco a poco el diferencial de costes con la producción manual, lo que haría posible devolver producción a los países desarrollados, como hemos visto en el caso de Adidas.
Yendo un paso más allá, los avances en la automatización pueden hacer posible en un futuro un escenario, el de la fabricación individual bajo pedido, que tendría importantes repercusiones en el modelo de negocio de la industria:
- Simplificación de la cadena de suministro, acortando todavía más los plazos de entrega, por la cercanía de la producción al cliente. Pensemos en una especie de impresora 3D de ropa o calzado, ya sea en una factoría o en la propia tienda, que recibe las medidas del comprador, obtenidas a partir de una app en el móvil que analiza una foto o mediante un probador virtual en tienda, y fabrica la prenda a medida.
- Reducción en los inventarios a mantener por las empresas, con la consiguiente disminución de los costes operativos y financieros asociados.
- Capacidad de aplicar políticas de discriminación de precios con la individualización de los diseños. En cualquier sector la capacidad de personalizar la oferta es vista como algo positivo, pues abre la puerta a discriminar precios y maximizar así el retorno obtenido por cliente. La moda, sin embargo, es básicamente gregaria, lo que podría limitar el alcance de dicha personalización.
- Adiós a la escasez. El cliente ya no tendría que preocuparse por la ausencia de talla y la marca se asegura la venta.
- Reducción del número de devoluciones y costes logísticos asociados.
La fabricación personalizada tiene, eso sí, el inconveniente de que pone límites a las generosas políticas de devolución aplicadas por las compañías líderes. En un escenario de fast fashion a medida resultaría complicado colocar el producto a otra persona si el cliente desiste de su compra. Igualmente se reduce el valor de segunda mano de las prendas con la desaparición del tallaje estándar.
Como vemos, aun trabajando con un producto físico, el mundo de la moda no es ni mucho menos ajeno al efecto disruptivo que provocan las nuevas tecnologías. De hecho, podemos esperar una digitalización creciente de las actividades de diseño en paralelo al avance en nuevos materiales y automatización. Esto permitirá el desarrollo de mejores herramientas de simulación para beneficio de los creadores, así como ajustar aún más los plazos en la cadena de suministro de las empresas.
Y hablando de creadores, los avances en simulación reducirían las barreras de entrada al mundo del diseño, al que podrían sumarse no profesionales, plataformas de diseños colaborativo, comunidades de intercambio, etc. Por no hablar de influencers, y celebridades, que verían aquí una nueva oportunidad de monetizar su capacidad de arrastre de audiencias.
La digitalización, unida a la producción personalizada, traerá consigo nuevos modelos de negocio, y empresas como Inditex, a la vanguardia del sector, harán bien en tener los ojos bien abiertos. Por ejemplo, la copia y adaptación de diseños de otros también se vería facilitada, con lo que la ventana de exclusividad de un producto o diseño determinado se reduciría a un mínimo.
Con el tiempo, la digitalización del diseño y la automatización de la producción permitirán a cualquier competidor fabricar sus propios productos y al lado del cliente. En este sentido, países como Bangladesh son meros oferentes de capacidad de producción y tienen poco que decir en las actividades que generan más valor en la industria, como el diseño.
La automatización no va a mejorar su situación, más bien al contrario, con el traslado de parte de la producción hacia los mercados de venta y una mayor competencia en costes. Algunas empresas ya están reaccionando a la amenaza, como la china Tianyuan Garments, que está instalando una planta de producción en Arkansas (EE. UU.).
Dilema a la vista
De acuerdo a la teoría de la ventaja comparativa, los humanos buscamos emplearnos en aquella ocupación que maximiza nuestro retorno. Esto ha llevado a los países desarrollados a abandonar actividades como la producción textil para concentrarse en otras de mayor valor añadido. Naciones como Bangladesh, apoyándose en sus bajos costes salariales, han aprovechado esta oportunidad para crear empleo y sacar de la pobreza a millones de personas.
Los avances recientes en la automatización del sector reducen la relevancia del coste salarial en la producción, menoscabando la posición de los países especializados en la fabricación de ropa y calzado y amenazando con hacer rentable la reversión del proceso de deslocalización.
A las grandes marcas del sector el producir localmente les hace ganar puntos ante sus clientes, muchos de los cuales recelan de los procesos de deslocalización, a los que hacen responsables de la pérdida de empleos en sus países. Para los últimos de la fila la automatización es un quebradero de cabeza, ya que al tratarse de un fenómeno transversal les va cerrando vías de escape.
A ello se suma la necesidad de desarrollar a su capital humano como única manera de competir en la nueva economía 1, algo en lo que llevan mucho retraso frente al primer mundo y que requiere de tiempo, medios y un marco institucional adecuado. Además, la ausencia de un mercado interno fuerte los aboca a seguir volcándose en las exportaciones de textil mientras conserven una ventaja en costes, lo que puede restar recursos a posibles alternativas. Y todo ello con la amenaza de agitación social que pueda surgir por el debilitamiento del mercado laboral.
El dilema está servido y los grandes clientes occidentales tienen mucho que decir. Sus políticas de RSC, centradas en la mejora de las condiciones de trabajo y salariales puestas en práctica por sus proveedores, pueden resultar contraproducentes para los trabajadores al estimular la automatización. Pero, en ausencia de otras salidas para los empleados, ¿existe alternativa a la automatización que no pase por la aplicación de políticas intervencionistas? ¿Y no conducirían estas a un retorno de todavía más producción al primer mundo? Sí parece claro que el proceso de automatización es imparable y no hay una salida sencilla a los retos que plantea.
1 Países como China hace años que apuestan por la economía del conocimiento. Está por ver si consiguen converger con la renta per cápita de los países desarrollados, un reto complicado dado el temprano envejecimiento de su población. ↩