EL PORTEÑO.
por Humberto Valenzuela
«En 1907, los obreros pampinos de la Provincia de Tarapacá solicitaron de los salitreros que sus salarios fueran pagados en oro, ya que éste se hacía en papel moneda y fichas, en circunstancias que el salitre se cotizaba en oro esterlino y el pago de los artículos de primera necesidad se hacía al cambio de nuestra moneda. Pidieron también que se estableciera el libre comercio en las oficinas, ya que existía el monopolio por parte de los salitreros, quienes eran a la vez dueños de las Pulperías, únicos centros de abastecimiento existentes. Solicitaron además, que se establecieran balanzas en las pulperías, pues las ventas eran “al reverendo lote”, y la abolición de las fichas, con las cuales se pagaba el trabajo de los obreros. Además, este sistema tenía el inconveniente de que las fichas de una determinada firma salitrera no tenían ningún valor en las oficinas de otras firmas y cuando los obreros debían ir a un pueblo cualquiera, o bajar al puerto, estas fichas no poseían ningún valor; entonces, los obreros tenían que verse en la necesidad de cambiar éstas fichas por dinero, en los mismas oficinas, con un cincuenta por ciento de descuento sobre su monto total, robándoles así la mitad de sus dineros. Los pampinos pedían también que cuando no se pagare una carretada de caliche por estimarla de baja Ley, ésta no fuera utilizada en la elaboración de salitre, como se estaba haciendo por parte de los administradores. Pedían además, que no se despidiera a los obreros que participaran en la huelga, o que se les indemnizara como corresponde, y que todos los acuerdos a los que se llegara fueran reducidos a Escritura Pública, firmada por los delegados obreros y los patrones. ¡¡ Y pensar que por pedir y defender todo esto, los mataron!!
Como de costumbre, los patrones rechazaron de plano estas peticiones; y los obreros decidieron la huelga. Esta se inició de inmediato en las oficinas San Lorenzo y en Jaspampa, extendiéndose rápidamente a toda la Pampa del Tamarugal y a los cantones Norte y Sur Lagunas. Paralizaron cerca de treinta oficinas con un total aproximado de 12 mil obreros. Era el día 10 de Diciembre de 1907.
El día 13, se realizó una concentración en el alto de San Antonio, un pueblito salitrero. Se había dicho que a ella concurría el Intendente, pero no fue así. Los obreros decidieron bajar al puerto, muchos alcanzaron a irse en tren, pero el resto tuvo que hacerlo a pie, por cuanto no cabía más gente en los carros. El día 15 aparecieron en los cerros de Iquique los primeros contingentes de huelguistas que formaban parte de la caravana que marchaba a pampa traviesa, la cual se había ido engrosando, ya que los patrones en un esfuerzo por impedir la bajada de los pampinos, había suspendido el tráfico ferroviario.
El día 15, habían en el puerto más de 16 mil huelguistas, pues a los pampinos se empezaron a sumar los gremios del puerto. La burguesía porteña y las autoridades estaban presas del pánico y hacían esfuerzos desesperados para que los pampinos no se juntaran con sus hermanos de clase del puerto, pues temían una acción de conjunto; a los pampinos los concentraron en el Sporting Club, lugar que abandonaron en una imponente columna, rodeados por los soldados de caballería e infantería. Los pampinos seguían invadiendo el puerto; nuevas columnas compuestas por hombres, mujeres y niños seguían llegando desde la pampa después de haber caminado kilómetros y kilómetros, durante más de 1 día.
Las autoridades trataron de hacer regresar a los pampinos, colocando varios carros planos para su vuelta. Algunos alcanzaron a subir, muy pocos, pero la gran muchedumbre logró persuadirlos y bajaron de nuevo. El Intendente subrogante les ofreció, como alojamiento, el Convento de San Francisco para los hombres y la Casa Correccional para las mujeres. Los huelguistas rechazaron de plano la oferta. Se les ofreció entonces, el cuartel del Regimiento Húsares, lo que también fue rechazado; finalmente, aceptaron la Escuela Santa María, en la cual días después serían masacrados.
El puerto estaba abarrotado no sólo de huelguistas sino también de soldados y marineros que habían desembarcado del Crucero Esmeralda y del Zenteno. Los huelguistas habían organizado piquetes que se turnaban en resguardo del orden; había que impedir la venta de vino y otras bebidas alcohólicas. El Ejército, había facilitado algunas cocinas y los huelguistas habían organizado el rancho; desayuno de 7 a 8, almuerzo de 12 a 1 y comida de 6 a 7. El Comité de Huelga estaba compuesto de la siguiente forma: Presidente José Brigg, vice‑presidente Manuel Altamirado, tesorero José Santos Morales, secretario Nicanor Rodriguez, delegados: José Santos Paz, Ignacio Monarde, Pedro Sotomayor, Juan Ordoñez, Francisco Sanchez, Luis Muñoz, Manuel Cáceres, Víctor Cerda, Manuel Toro, Manuel González y Luis Córdova. Además integraban este comando los compañeros Luis Olea y Manuel Aguirre. Los salitreros y las autoridades solicitaron ayuda al Gobierno y éste, que estaba presidido por Pedro Montt, quién también era salitrero, teniendo como Ministro del interior a Rafael Sotomayor, que andaba en amoríos con una viuda dueña de una oficina salitrera, respondió enviando más barcos de guerra y nuevos regimientos y designó como Jefe de Plaza al general Silva Renard. Por su parte, los huelguistas realizaron un plebiscito, cuyo resultado fue pedir al gobierno que los trasladaran al sur junto con sus familiares.
El día 20, se decretó el Estado de Sitio y Silva Renard, personalmente, dio a los huelguistas un plazo de 24 horas para abandonar la Escuela y regresar a la pampa. Los Cónsules de Argentina, Bolivia y Perú, pidieron a sus connacionales que hicieran abandono de la Escuela, pues el general iba a cumplir la orden de desalojo y querían evitar futuras reclamaciones diplomáticas, por las consecuencias que pudiera acarrear dicho acto. Nadie se movió, ni un solo hombre abandonó la Escuela. Mientras tanto en la pampa, en el Cantón de Negreiros, se había producido el primer choque entre los huelguistas y el regimiento Carampangue; la noticia llegó al puerto junto con los heridos; esto creó un clima de efervescencia entre los huelguistas. Se ordenó el desembarco de la marinería y del grupo de Artillería de Costa. Tropas del Ejército y Marinería rodearon estratégicamente la Escuela Santa María, procediéndose a emplazar ametralladoras. Las familias ricachonas pedían a las autoridades les permitieran refugiarse en los barcos surtos en la bahía. Tal era el clima el día 20 de Diciembre de 1907. El Sábado 21 de Diciembre a las 3.30 de la tarde el general Silva Renard se acercó de nuevo a la Escuela, acompañado del Corneta y dio un plazo de 5 minutos para que los obreros la abandonaran y se concentraran en el Sporting Club; cumplido el plazo, iba a proceder a desalojarla. Los obreros se mantuvieron firmes en sus posiciones y vino la primera descarga de fusilería, la que fue contestada por los obreros con algunos tiros de revólver. Se ordenó entonces, cargar a la bayoneta y como esto tampoco fuera suficiente para aplastar a los bravos pampinos, entraron en acción las ametralladoras, entonando una sinfonía trágica, cuyos acordes se dejaron sentir por espacio de cinco minutos. Terminado el fuego y entre doble fila de lanceros a caballo, se empujó a los que quedaron con vida hacia el Hipódromo, lugar hacia donde apuntaban los cañones de los barcos de guerra.
Al día siguiente, el gobierno y los salitreros, pusieron trenes para llevar de retorno a los huelguistas hacia la pampa, tratando de ésta manera de obligarlos a volver al trabajo.
Pero la masacre no había terminado. Faltaba la segunda parte de ella. Había que dar un duro escarmiento a los obreros; la burguesía y el gobierno no vaciló en hacerlo.
La mayor parte de los carros que se pusieron fueron los llamados carros planos, sin barandas, en los que se cargaban los sacos de salitre; allí iban hacinados hombres, mujeres y niños. La “pijería” del puerto, “los hijos de su papá”, habían organizado una milicia armada para ayudar a mantener el “orden”; cuando el tren iba saliendo del puerto rumbo a la pampa, los “pijes”, atrincherados en las calicheras abandonadas dispararon a mansalva sobre los obreros y sus familiares. A éste nuevo crimen, “los pijes” lo llamaron, “Palomear Rotos”. Muchos obreros que se negaron a ir en el tren, quizás presintiendo la nueva masacre, y los que abandonaron el tren sobre la marcha cuando eran baleados, emprendieron el camino de retorno a pie, con lo que quedaba de los suyos.
Hay que conocer la pampa para tener una idea aproximada de lo que significó el regreso de los pampinos junto con sus compañeras e hijos. Sin agua, a pleno sol y ¡como quema el sol en la pampa!, caminando kilómetros y kilómetros a pampa traviesa, por la arena, subiendo y bajando cerros, hasta llegar al puerto y luego el regreso, derrotados en sus aspiraciones, con el recuerdo de dos masacres mordiéndoles el corazón, con los puños apretados y las lágrimas corriéndoles por sus mejillas, como expresión de ira impotente, frente a la injusticia, al crimen contra ellos cometido.
Así fue la matanza de Santa María, cantada después en los versos de la canción “La Pampa” por Francisco Pezoa y en la que se cubrieron de “gloria” el presidente Montt, su ministro Sotomayor, el general Silva Renard y el Intendente Eastman.
El 28 de Diciembre, Rafael Sotomayor dirigía al Intendente Eastman la siguiente comunicación: “Señor Intendente, en estos momentos me percibo que no se ha enviado a Ud. el telegrama acordado, tan pronto como se tomó conocimiento del desenlace de la huelga, o mejor dicho, del motín, aprobando a nombre del gobierno sus procedimientos y la actitud del señor Silva Renard y demás jefes que cooperaron a su obra. La opinión pública comprende que el extremo ha sido doloroso, pero que lo imponía la necesidad ineludible de cumplir con el deber primordial de afianzar el orden y la tranquilidad pública. Hágalo así presente al señor General, a nombre del gobierno. Las voces aisladas de protesta que se han levantado, no han tenido eco como puede Ud. verlo por las apreciaciones de toda la prensa seria”.
Pero las banderas ensangrentadas de la Mancomunal Obrera y de las Asociaciones en Resistencia no se iban a arriar tan fácilmente. No, ellas siguieron flameando al viento de las luchas reivindicativas de las masas, empuñadas cada vez con mayor firmeza por las manos callosas de los trabajadores. Sin embargo, años más tarde, la agudización de la lucha interna entre las corrientes del “radicalismo obrero” y la “democracia proletaria”, fue minando poco a poco la existencia misma de la Mancomunal, extinguiéndose ésta a fines de 1912.
Al desaparecer la Mancomunal Obrera, desapareció con ella una de las más poderosas centrales sindicales que hayan tenido los trabajadores chilenos. Su trayectoria marca brillantes páginas de la historia del movimiento obrero. Junto con ser la primera central sindical de los trabajadores chilenos, y a pesar de la falta de principios doctrinarios definidos, supo imprimir a los movimientos reivindicativos un carácter centralizado y un accionar combatiente, a través de la acción directa, herencia que recogerán más tarde los cuadros de la Gran Federación Obrera de Chile, la Federación Obrera de Chile (F.O.CH.) y en cierta medida, los cuadros de la I.W.W. y la C.G.T.»
(de Historia del Movimiento Obrero Chileno).
[Imagen: Obreros dirigiéndose a la Escuela Santa María]