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1917…La historia de Nikolai Sujanov

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En sus Notas sobre la revolución (1923), Lenin señalaba que las dos obras que mejor retrataban lo que había sido la revolución eran la de John Reed y la Sujanov.

 

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez

En sus Notas sobre la revolución (1923), Lenin señalaba que las dos obras que mejor retrataban lo que había sido la revolución eran la de John Reed y la Sujanov. Se refería en el caso del primero a Díez días que conmovieron el mundo (Ten Days that Shook the World, 1920) que cuenta con numerosas ediciones,  la última en Txalaparta (2006) Es importante señalar que “el Reed” fue prohibida bajo Stalin. Existe una versión “soviética” con anotaciones que vienen a resultar algo así como un desmentido de pasajes enteros de la obra

Lo que sigue pertenece a la introducción que el historiador norteamericano Joel Carmichael dedicó a la edición abreviada de los siete volúmenes que compone la Historia de la revolución rusa, de Nicolai Nicolaievicth Himmer, más conocido como Sujanov. Carmichael es también un historiador, que yo sepa, su propia historia de la revolución no fue traducida al castellano, aunque me consta haber poseído una versión francesa (aunque ahora no sabría especificar su orientación que en su día me pareció bastante “objetivista” o sea que rehuía las simplificaciones sumarias). Son varios los motivos de esta exclusión, aunque ninguno de ellos puede ser su valor e importancia. Conocido son los elogios del propio Lenin, y el hecho (no citado por el prologuista) de que durante los años veinte la obra de Sujanov junto con la de Reed figuró como las historias recomendadas desde el mismo Estado.

El primero es claro está una extensión que dificulta cualquier proyecto editorial, y obras así deberían contar con el apoyo de una editorial estatal, pero la que teníamos por aquí (que editó exquisitamente obras como ¿Qué es la propiedad?, de Pierre J. Proudhom), se la liquidó el PSOE como parte de sus actividades de “modernización” del Estado. También cabía la formula de la edición abreviada, y la que aquí se hizo un padrino tan poco recomendable como la editorial de Luis de Caralt, un “camisa vieja” que sirvió desde su empresa a las exigencias propagandísticas del régimen. Quizás el servicio más evidente fue la edición debidamente adaptada por un tal Manuel Fraga Iribarne, que convirtió el libro de Burnett Bollotten “The great Camouflage” en La gran traición… No hay más que echar una ojeada a la contraportada del libro de Sujanov para detectar compañías muy incómodas para este intelectual marxista y judío.

Pero nos guste o no, ni la vida ni la historia son una línea recta -como la avenida Nevski, decían los rusos-, sino algo bastante más complicado.

Por aquel entonces, el trabajo editorial no era precisamente de los más rentables, y el hecho de producir libros implica que un editor por muy conservador que sea nos suele desdeñar los beneficios que le pueden rendir lectores de otra opinión. Así, junto con nazis y fascistas, Luis de Caralt editor dio a conocer a otros muchos autores, muchos de ellos fuera de toda duda en cuanto al régimen, por lo demás, sus libros estaban cuidados y bien editados. Nicolai era sin duda uno de ellos. Su filiación podía ser descrita como de la extrema izquierda del partido menchevique, en el sector que apoyaba la revolución pensando que tenía que gestionada por una coalición de partidos de izquierdas.

No es éste el lugar de entrar en aquel debate, ya Trotsky se encarga de puntualizar sus discrepancias mientras elogia las descripciones. Pero una idea de su carácter nos lo pueda ofrecer el hecho de que el mismo Trotsky, utilizando el concepto de “centrista de izquierdas” -una ubicación intermedia entre el reformismo y la revolución- comparó el POUM con este sector que estaba encabezado por Yuri Martov, cuyo fallecimiento causó tanto pesar a Lenin, no en vano ambos fueron los discípulos predilectos de George Plejanov. Trotsky se pasaba algún que otro pueblo ya que en el curso de la guerra española no había nada parecido a lo que pudo ser el partido bolchevique entonces. De hecho, solamente el curso estatalista y “blindado” que adquirió el poder en la Rusia soviética tras la guerra civil, justifica que estas diferencias llegaran a parecer abismales. Lo cierto es que Sujanov trabajó para el Estado soviético a lo largo de los años veinte, y pudo seguir haciendo sus actividades hasta que el estalinismo comenzó a ser honor a su nombre.

El destino de Sujanov no ha sido muy diferente al del menchevismo incluyendo el de izquierdas. Esta importante corriente del movimiento obrero ruso quedó marginada del curso histórico, dividido entre los sectores más reacios a aceptar la revolución, y los más abiertos a colaborar con ella, entre los que se situaría Nicolai con su actuación y su obra. En su obra no hay ninguna complacencia con al zarismo, y por lo tanto las notas de Carmichael en este sentido no tienen que ver más que con Carmichael. De hecho, su apreciación más bien benevolente no resulta incierta si se analiza con rigor. Es cierto que dado lo que llegó a ser el estalinismo, la represión zarista fue moderada. Pero Carmichael se olvida en remarcar al menos tres factores a considerar.

Primero, que la “Gran Guerra” significó un retroceso a todos los niveles; segundo, que corresponde a la reacción zarista el desencadenamiento de una guerra civil que acabó dejando al país al borde del abismo, y tercero, y no por ello menos importante, no se puede comprender el estalinismo sin la herencia cultural del zarismo. Herencia cultura que se tradujo sobre todo en el ámbito funcionarial, y por supuesto en los métodos, Stalin está más cerca humanamente de Iván el Terrible que del socialismo…Otra cosa claro está, es la dinámica social de la URSS, y sobre esto, Sujanov no tuvo tiempo de decir gran cosa.

He escrito estas notas después de darme una vuelta por el Google, y comprobar lo poco, por no decir casi nada, que hay registrado sobre Sujanov y su monumental Historia de la revolución rusa, y como un voto para que alguien edite aunque sea esta versión abreviada. Desde hace bastante tiempo que tenemos acceso a prácticamente a todas las interpretaciones del acto histórico más importante del siglo XX desde la zarista hasta la anarquista, y es lamentable que esta, la más valorada, más prolija y detallada, no pase de ser simplemente una de las más citadas. Espero que la introducción de Carmichael ayude a los lectores que quieran ampliar su horizonte.

Añadamos que Sujanov estaba casado con una bolchevique que trabajaba en el secretariado del Comité Central, bajo las órdenes de Yákov Sverdlov. En su casa, prestada por su esposa y sin su conocimiento, se realizó la célebre reunión del Comité Central bolchevique del 10 de octubre de 1917 en la que -con asistencia de Lenin, que se hallaba perseguido- se aprobó la insurrección que tomaría el poder el 25 del mismo mes. En los siguientes párrafos, Sujánov recuerda la reunión de los bolcheviques en el Palacio Kshesinskaya, inmediatamente después de la llegada de Lenin a Petrogrado, después de años de exilio. Aunque usa un tono satírico, lo interesante que se destaca de ellos son dos cosas: 1) la percepción de que el Partido bolchevique es notablemente distinto a los otros partidos “socialistas”, no sólo en su política sino en sus métodos y estilos de trabajo; y 2) la mística bolchevique que aunado a lo anterior hacia de él un Partido disciplinado y decidido, una vez puesto en acción. Lenin enfatizaba esto, en su defensa de las Tesis de Abril en la Conferencia bolchevique, cuando decía: Nosotros, los bolcheviques, tenemos el hábito de adoptar un máximo de revolucionarismo…, en el fragmento se puede leer

“Abajo, en una gran sala, estaba reunida mucha gente: obreros, “revolucionarios profesionales” y damas. Habían pocas sillas, y la mitad de los presentes tuvo que estar incómodamente de pie o sentada sobre las mesas. Alguien fue elegido presidente de la reunión, y se procedió a los saludos en la forma de informes de las localidades. Esto fue, en su integridad, monótono y extenso. Pero de vez en cuando se deslizaba en lo que yo pensaba era curioso y característico del “estilo” bolchevique, el modo particular del trabajo del Partido Bolchevique. Y se hizo obvio, con absoluta claridad, que todo el trabajo bolchevique es realizado en los marcos de acero establecidos por su centro espiritual en el extranjero; sin el cual los miembros del partido se habrían sentido totalmente huérfanos, pero del que -al mismo tiempo- se sentían orgullosos y del que los mejores cuadros se consideraban dedicados servidores, como los Caballeros del Santo Grial. Kámenev, también, dijo algo indeterminado. Al final, recordaron a Zinoviev que fue poco aplaudido y no dijo nada. Finalmente, los saludos-informes llegaron a su fin…

Y entonces, el gran maestro de la orden se levantó con su “respuesta”. No puedo olvidar ese discurso, que como un rayo remeció y sorprendió no sólo a mí –un hereje accidentalmente arrojado en medio del delirio- sino también a los verdaderos creyentes. Puedo asegurar que nadie esperaba nada como éso. Parecía como si todas las fuerzas elementales se hubieran levantado de sus lechos y el espíritu de destrucción universal que no conocía obstáculos, ni dudas, ni dificultades humanas ni cálculos humanos, circulaba en la sala del Kshesinskaya sobre las cabezas de los encantados discípulos“.

 

Joel Carmichael
Introducción a la Historia de la revolución rusa, de Nicolai Sujanov

Este libro es un compendio de los siete volúmenes de Memorias sobre la revolución rusa de 1917 por Nicolai Nicolaievitch Himmer, más conocido bajo el nombre de Sujanov, redactados poco tiempo después de los acontecimientos descritos. Periodista político, economista conocido, especialista en problemas agrícolas, Sujanov era el único teórico de cierta importancia presente en San Petersburgo cuando estalló la revolución, y desempeñó un papel de primer plano en la formación del primer gobierno revolucionario.

Aún no siendo miembro de ningún partido político en aquella época, sus relaciones en el seno del movimiento socialista (era el director del diario de Máximo Gorki y el amigo de Kerensky) hicieron de él un observador experto de la vida cotidiana en la capital. Su obra constituye el único testimonio completo sobre el gran período revolucionario.

Su publicación en la Unión Soviética, en 1922, causó mucho alboroto; pero como sus teorías estaban a menudo en desacuerdo con las del régimen estaliniano, cayó pronto en el olvido.

A los veintiún años, Sujanov habíase hecho socialista-revolucionario, miembro de aquel partido «no marxista» que quería «ir al pueblo». En 1904, fue encarcelado en Moscú por haber participado en la organización de una imprenta clandestina. Amnistiado después de la revolución abortada de 1905, permaneció al margen de todo partido hasta 1917. Se ocupó entonces más especialmente de cuestiones económicas y agrícolas, pero continuando su labor de periodista político. Oficialmente era funcionario del gobierno zarista, encargado de los estudios sobre la irrigación del Turquestán, con su verdadero apellido Himmer, lo cual le permitía librarse de la policía; y colaboraba en el diario de su amigo Gorki, Letopis, con el seudónimo de Sujanov.

Al estallar la revolución de febrero, desempeñó un papel importante en las negociaciones entre los soviets y los elementos burgueses, que tuvieron como resultado la formación de un gobierno provisional. Pero, muy pronto, una vez apaciguado el tumulto, Sujanov recobró lo que su amigo Kerenski había denominado «su calidad dostoieskiana de circunspección ante las conmociones violentas».

La historia debe mucho a la honradez de Sujanov, a su carácter arisco, a su poder de análisis frío. Es uno de los pocos libros que evocan de una manera viva los personajes, las emociones y las ideas del gran período revolucionario. El era ante todo, un «intelectual», y su pasión predominante la política. Fue en Rusia donde por primera vez en la historia, aquellos «intelectuales en armas» aparecieron y arrancaron el poder a las masas que habían abierto el camino pero que iban a tientas y no sabían expresarse. Pero, hostil al plan bolchevique, Sujanov fue apartado poco después; y este hecho hace más viva aún la luz que sus Memorias proyectan sobre la política complicada de la época.

Su honrada actitud ilustra la ambivalencia que paralizó a los adversarios de los bolcheviques. En su calidad de socialista se indignó contra ellos cuando su intención de tomar el poder resultó manifiesta; pero, por fidelidad a unos principios que los bolcheviques aceptaban en teoría aunque no los pusieran en práctica. no hizo patente su cólera.

Por otra parte, no era una doctrina lo que atraía a las masas hacia el bolchevismo, sino las promesas de pan, de paz y del reparto de tierras. Como el propio Sujanov lo dice con amargura, el programa del partido socialista no era más que una improvisación prematura. Pero por fuerte que fuera su exasperación contra el leninismo, que él juzgaba demagógico, irresponsable y dictatorial, se veía obligado por su fe en unos ideales comunes a todo el movimiento revolucionario, a considerar a los bolcheviques como «campeones de la democracia», comparados con sus adversarios.

Así, describiendo un discurso emocionante de Trotsky, en un mitin ante unas masas excitadas y fascinadas, durante uno de los últimos episodios de la ocupación del poder por los bolcheviques, Sujanov observa con sentimientos mezclados: «Contemplaba yo aquella escena magnífica con una extraordinaria sensación de opresión.»

Imperioso por naturaleza, Sujanov siguió siendo un «salvaje» la mayor parte de su vida. Pero durante la revolución, refrenó su temperamento e incluso se adhirió a un grupo dirigido por Martov, un hombre a quien él respetaba, como le respetaban también Lenin y Trotsky. Era una figura importante del partido social-demócrata, un orador brillante pero carente de voluntad. Fue víctima de «la indecisión menchevique», escribió Sujanov. Hubiera podido aplicar estas palabras a sí mismo ya todo su partido.

Estas diferencias entre los bolcheviques y él no le impidieron aceptar el nuevo régimen. Creía que los bolcheviques, aun habiendo cometido un error ocupando el poder solos, sin aliarse con los otros grupos democráticos, no por ello dejaban de ser unos auténticos representantes de la clase obrera. Abandonó el grupo Martov a fines de 1920, sin haberse hecho, pese a todo, comunista. Aunque hostil al poder, creyó que podía realizarse algo constructivo en la esfera de la economía planificada. En 1924-1925, hallándose en Berlín y en París con “una misión comercial, publicó un informe en alemán y en francés explicando la obra de construcción socialista en la Unión Soviética. Parecía entonces un ardiente partidario de los aspectos económicos de aquella política. Pero, en el curso de aquellos años, la economía y la política acabaron por estar inextricablemente mezcladas, y la personalidad de Sujanov, sus reticencias ideológicas iban a causarle graves contratiempos bajo el régimen instaurado por Stalin.

En 1931, se celebró el «proceso de los mencheviques», preludio de las depuraciones sangrientas de 1936-1937. Desconocido para la mayor parte de la prensa mundial, aquel proceso fue una especie de modelo, de ensayo general de los procesos ulteriores: las acusaciones no eran terribles y las sentencias fueron relativamente moderadas. Sujanov y otros inculpados fueron simplemente acusados de haber organizado, en colaboración con los jefes del «menchevismo mundial», una supuesta «junta aliada», a fin de provocar una intervención militar, la destrucción del Estado soviético y la restauración del capitalismo. Sujanov se distinguió en el curso de aquel proceso, por una especie de honradez a contrapelo: describió complacido sus opiniones sobre numerosos temas políticos, y luego, después de haber satisfecho su tendencia a las exposiciones ya los análisis, terminó añadiendo con ironía que «ya que él tenía aquellas opiniones sobre los peligrosos absurdos del comunismo, y ya que había simpatizado en otro tiempo con el menchevismo, se había, por tanto, dedicado a conspirar activamente para provocar una intervención armada por parte de las democracias burguesas…».

Semejante broma no era posible más que a condición de haber concertado un acuerdo con las autoridades soviéticas, asegurándole la impunidad.

Sin embargo, meses después, a fines de la primavera de 1931, Sujanov y los otros acusados llegaban al campo de concentración de Verkné-Ouralsk, uno de los «aisladores» de la Guepeú. El yugoslavo A. Ciliga, que era también uno de los miles de oposicionistas que comenzaban a llenar las cárceles y los campos de concentración de la Unión Soviética, preguntó a uno de ellos cómo habían podido prestar tales declaraciones en el curso del proceso. «Ni nosotros mismos lo comprendemos. Todo aquello fue una horrible pesadilla», le respondió.

Pero Sujanov tuvo una reacción menos resignada. Escribió un llamamiento indignado al Gobierno soviético, dirigido en aquella época por Stalin, e hizo circular una copia de aquél por el campo. Insistiendo sobre el acuerdo concertado con la Guepeú, pedía que ésta cumpliese su promesa de «poner en libertad a los que habían accedido a hacer confesiones falsas».

Después, ya no se volvió a oír hablar de él. Las consecuencias de la revolución rusa han cambiado el curso de la historia tan radicalmente que la revolución misma, así como la mayor parte de los hombres que la llevaron a cabo, han sido olvidados colectivamente. Las Memorias de Sujanov, exhumadas de los archivos, son para nosotros una voz aislada venida de un mundo desaparecido, tragado por la ola gigantesca subsiguiente. La «intelligentsia» rusa que había creado un Sujanov ha sido absorbida por su subproducto, la burocracia del Estado Soviético.

Es difícil acordarse ahora de aquellos exiliados políticos, ligeros, reñidores y charlatanes incansables, que tejieron la red de las ideas y de los sucesos tumultuosos..de 1917. Las interminables sutilezas polémicas que eran el pan de cada día de los intelectuales nos parecen secas y muertas ante la explosión primitiva del pueblo ruso; y sorprende ver que las unas hayan podido ser una expresión de la otra. Resulta una ironía comprobar que la revolución rusa, uno de los acontecimientos históricos sobre los cuales se ha hablado y disputado más, se libró por completo del análisis que de él hacían los innumerables políticos que lo habían engendrado. Pocos son los detalles de aquella explosión elemental que se previeron. Aquel resultado sorprendió a todos los partidos ya sus jefes, tanto allí como en el extranjero. Sujanov lo ha dicho: «Ningún partido se había preparado para el gran alzamiento.» y el desarrollo real de la revolución, desde el hundimiento del zarismo en febrero, que abrió el camino al régimen democrático-burgués, hasta la toma del poder por los bolcheviques en octubre, modificó por entero las teorías de los propios vencedores bolcheviques.

El derrumbamiento del zarismo había sido el resultado de una profunda crisis del Estado, provocada por la incapacidad de la economía ante una guerra industrial moderna, por la organización de un ejército compuesto de campesinos y de proletarios y por un odio creciente a la guerra en aquellos que soportaban su carga. Añadamos a estos motivos generales la impotencia de la clase dirigente frente a la intrepidez de los obreros de San Petersburgo, con un temple adquirido por la agitación revolucionaria desde hacía una generación y adiestrados por la revolución de 1905.

La clase dirigente se sintió tan sorprendida como los partidos de izquierda. Todo el mundo admite con Sujanov que la revolución se inició en febrero con desórdenes semejantes a los que venían ocurriendo a menudo durante los meses anteriores. Creyendo que se apaciguarían ellos mismos una vez más o por la presión administrativa y policíaca ordinaria, no se alarmaron. En realidad, desde 1905, los movimientos disidentes de todo género eran relativamente tranquilos. Los grupos políticos que iban a surgir muy pronto en primer plano (bolcheviques, mencheviques, socialistas-revolucionarios) habían pasado los quince años precedentes en contiendas doctrinales internas, agotándose en discursos vanos. Los dos primeros sobre todo, al quedar díezmados en 1905, eran considerados como más o menos desdeñables.

Pues bien, en tres días, el régimen zarista quedó destruido, y en ocho meses la fracción bolchevique, secundaria en marzo, se convirtió en el Estado ruso.

Debe recordarse que el conservadurismo y la opresión zaristas han sido grandemente exagerados. Aquella «opresión» nos parecería hoy benigna. El desarrollo de Rusia antes de la revolución era muy activo, el intercambio de las ideas singularmente libre comparado con el período posrevolucionario y el proletariado industrial juvenil concentrado en amplias empresas. Pero el estado social y económico atrasado, que la guerra agravó, sometía la sociedad a una tensión que dio al movimiento cismático su oportunidad.

Después del hundimiento del zarismo, tan inesperado, tan completo, todos los grupos políticos se encontraron mezclados en una contienda para adueñarse del poder. Para los partidos pues ante todo, una revolución burguesa. Esta eliminaría la herencia feudal del zarismo, asentaría los cimientos de una economía capitalista, mientras el proletariado se fuese desarrollando paralelamente hasta el punto de ser capaz de hacer, más adelante, su propia revolución y emprender la construcción del socialismo.

Los métodos, los plazos y los detalles de todo aquello eran objeto de debates sin fin. Lenin aportó su ayuda más original en el terreno de la organización. No quiso admitir como miembros del partido revolucionario más que a revolucionarios profesionales que consagrasen su vida entera a la actividad política. La dictadura del proletariado estaría dirigida por un pequeño grupo estrechamente soldado que presentaría un frente unido en el exterior, cualquiera que fuese la libertad de discutir las decisiones en el interior. Aquella medida fue el origen de la escisión de 1903 entre bolcheviques y mencheviques. Era tan sólo un matiz pero Lenin luchó como un tigre en este punto. Verdad es que aquellas concepciones divergentes en cuanto a la organización política estaban henchidas de consecuencias.

En su conjunto, la escuela marxista, representada en Rusia por los mencheviques, pensaba que el socialismo sólo podría instaurarse cuando la clase obrera hubiera madurado orgánicamente a través del desarrollo de la sociedad capitalista llamada «democracia burguesa», hasta que hubiese adquirido la cultura necesaria, la competencia técnica y la densidad social que eran las únicas que garantizaban la industrialización de la Rusia agrícola y que habrían hecho así posible el socialismo.

En teoría, los bolcheviques estaban de acuerdo con aquellas opiniones pero consideraban, sin embargo, la social-democracia como guía en aquellos procesos de larga duración. La social-democracia era para ellos la levadura en la pasta social y el único cauce por donde pasaría la educación revolucionaria de las masas proletarias. Los otros sociales-demócratas pensaban que la evolución necesaria de la sociedad burguesa impulsaría la clase obrera a ocupar el poder más o menos automáticamente; creían que, cuando se hubiese alcanzado un nivel suficiente de cultura y de competencia técnica y las relaciones entre clases hubieran madurado, el cambio real de régimen resultaría una simple formalidad aunque, tal vez, insurreccional.

Los mencheviques eran, por tanto, considerados como seguidores de los acontecimientos, mientras que los bolcheviques pretendían representar aquel aspecto del acontecimiento que debía provocar activamente su cristalización. La ambigüedad que todo aquello ocultaba es evidente.

Es divertido ver en el libro de Sujanov los partidos de izquierda precipitados al poder por el movimiento espontáneo del proletariado industrial que ellos se habían pasado la vida prediciendo y analizando, y negándose a aceptar aquel poder porque contradecía su opinión de que Rusia no estaba madura para una revolución socialista. Socialistas-revolucionarios y mencheviques que tenían, en realidad, el poder después del derrumbamiento del zarismo, parecían haber cerrado voluntariamente los ojos sobre el estado de espíritu de sus propios partidarios y se negaron tenazmente -lo cual resultó un verdadero suicidio a aceptar el poder político.

Acerca de esta cuestión de seguir o de preceder los acontecimientos, es interesante comprobar que en la revolución real, los papeles de los mencheviques y de los bolcheviques parecieron trocarse. Pues aquellos «acontecimientos» eran ahora la disolución más o menos espontánea de la sociedad zarista, acompañada de un alzamiento incontrolable del proletariado juvenil y favorecida por la desesperación de los campesinos de uniforme ante la guerra que se prolongaba.

Desde ese punto de vista, el partido bolchevique capituló en realidad ante los acontecimientos y se dejó llevar a remolque de un potente alzamiento del proletariado industrial que había roto el orden tradicional. Verdad es que después de la llegada de Lenin, los bolcheviques aprovecharon activamente aquel levantamiento hacia la toma del poder, pero, en el fondo, dieron simplemente una expresión administrativa a las consignas primitivas que les habían proporcionado un apoyo suficiente en las masas. Lenin pretendió a menudo, y con razón, que las masas estaban siempre cien veces más «a la izquierda» que los bolcheviques.

Su preocupación por tener una organización coherente, mezclada con la voluntad de Lenin de ejercer el poder, les permitió sacar ventaja de la situación real. No se debe olvidar que los propios bolcheviques, aunque más instransigentes que los mencheviques, adoptaron en realidad la misma actitud que ellos en todas las cuestiones esenciales, hasta que Lenin apareció en escena y sorprendió a sus lugartenientes abandonando bruscamente lo que ellos creían que era el ABC de la doctrina marxista. Sujanov nos da una descripción impresionante de la consternación provocada por su primer discurso en tierra rusa, el día de su llegada.

Lo que hizo Lenin en realidad fue adoptar la teoría de la «revolución permanente» de Trotsky y de Parvus, es decir, la necesidad para el proletariado de adueñarse del poder a fin de llevar a cabo la revolución burguesa que la burguesía rusa era demasiado débil para realizar.

La adhesión de Lenin a la causa de la conquista inmediata del poder por la clase obrera, independientemente de las posibilidades objetivas de construir el socialismo, sorprendió a todo su partido. Sujanov relata cómo compartió él la consternación de los redactores bolcheviques de la Pravda, incluyendo a Stalin, ante las «tesis de abril» de Lenin que ampliaban todavía más el discurso intransigente que pronunció a su llegada.

En conclusión, Lenin aceptó la teoría de Trotsky sobre la revolución permanente, y Trotsky aceptó el concepto de Lenin del partido revolucionario considerado como una organización centralizada de revolucionarios profesionales enteramente adictos. La unión de estas dos nociones, de una ideología política revisada y de la técnica política tradicional, dio una expresión práctica a la audacia de los bolcheviques cuando se convirtieron en el Estado.

En la inteligencia de que el acto de voluntad de Lenin no fue realizado en el vacío. El tenía también su ideología, extraída de aquella reserva común para todos que era el marxismo. Se creía generalmente que, con independencia de la cuestión de saber si el proletariado ruso podría adueñarse del poder en un país tan atrasado, el socialismo mismo quedaba al margen de todo, en un país semejante. La única cosa que el proletariado ruso podría, pues, hacer, sería conservar el poder en espera de que una revolución proletaria socialista en Europa occidental viniese en su auxilio, dándole una base industrial suficientemente desarrollada y unos pueblos educados técnica y administrativamente, para administrativa. Esta función administrativa ha determinado, en definitiva, el carácter del régimen y le ha ayudado a salir de las ruinas del antiguo partido.

Muy poco tiempo después de haber tomado el poder el partido bolchevique se convirtió en objeto de un culto místico absoluto, colocándole fuera de toda crítica. Este culto tuvo sus raíces en la brillantez extraordinaria que rodeó el advenimiento del primer partido socialista. Ningún elemento de oposición fue capaz de luchar; todos se quedaron paralizados por el éxito de la maquinación organizada por Stalin.

El propio Trotsky, que era el crítico interior más duro del régimen, aunque atacando por separado a cada uno de los dirigentes bolcheviques con toda la virulencia de su pluma, consideraba sacrosanto el partido. de los bolcheviques, indudablemente, seguían siendo unos hombres débiles, dispuestos siempre a verse confundidos por la dialéctica; pero el partido permanecía inviolable, Aquella «mitificación» consiguió no sólo sustituir la ideología por los intereses del partido sino también decapitarle con la dispersión de su élite originaria. Así, los «viejos bolcheviques», después de un período de incubación durante el cual la facción de Stalin logró consolidar su régimen, fueron despojados de todos los honores y arrojados al destierro a raíz de las grandes depuraciones de 1936- 1938. Mientras se acrecía el culto místico del partido, los que habían estado en su origen histórico perdían la vida y su reputación política.

Una extraña sensación de fatalismo nos conmueve cuando percibimos, en el relato que hace Sujanov, el germen de un régimen que ha llegado a ejercer un control directo sobre casi la mitad del género humano y una influencia decisiva sobre el mundo entero. Pues es a partir de unas ideas soñadas durante decenios y realizadas bruscamente en 1917 cuando todo ha comenzado. Retrocediendo una generación, no podemos por menos de asombrarnos del ardor apasionado de quienes dieron vida a un organismo naciente sin sospechar lo gigantesco que llegaría a ser.

El partido de Lenin que combinaba estrechamente dos aspectos, el administrativo y el ideológico, se ha expandido en dos fenómenos distintos. Su cuidado de la administración se ha efectuado en el amplio aparato ejecutivo del gobierno soviético, sostenido por una fuerza policial ramificada, elevada por encima de todo contacto con las masas. Por otra parte, su ideología se ha convertido en fuente de autoridad para unos movimientos de masas en el mundo, consecuencia del prestigio que se asocia al Gobierno soviético en su calidad de heredero de las dos revoluciones de 1917.

Estos dos aspectos característicos del régimen -programa y aparato- son ahora visibles. El gobierno soviético tiene en lo sucesivo una relación externa, mecánica, con respecto a unos movimientos que están bajo su control. No es él mismo un elemento en la agitación, pero administra y maneja los movimientos de masas nacionales para sus propios intereses políticos. No debe olvidarse, sin embargo, que esas agitaciones son influyentes, precisamente en la medida en que reflejan, representan, el desorden espontáneo de la sociedad. Si no, los problemas a los cuales tienen que hacer frente los adversarios del Gobierno soviético serían exclusivamente técnicos, es decir militares y burocráticos.

Es este nexo de una organización y de una idea, cuya potencia en nuestra época está multiplicada por el desarrollo fabuloso de la técnica, y por la minoración del mundo que aquella produce, lo que nos petrifica…

Pero cuando abrimos el libro de Sujanov, son personajes que han vivido los primeros tiempos de esta historia y que la han creado sin sospechar su desarrollo, son momias, recuerdos vagos los que se despiertan. La escena está preparada; ahí es donde todo ha comenzado, y Sujanov nos conduce a los orígenes de la revolución.

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