Se trató de una enorme purga en las fuerzas armadas soviéticas. Cuatro años más tarde, en el comienzo de la invasión nazi a la Unión Soviética, las consecuencias de este crimen le ocasionarían la mayor derrota de su historia militar.
Escribe Mariana Morena, EL SOCIALISTA ARGENTINA.
El ascenso al poder de Stalin en 1923 significó el comienzo de un proceso de burocratización del estado obrero soviético, el Partido Comunista e incluso la III Internacional, que terminaría liquidando el régimen socialista, democrático e internacionalista de Lenin y Trotsky. A medida que fueron pasando los años se fortaleció el régimen totalitario y avanzó una feroz represión. Se cree que cerca de 20 millones de personas fueron víctimas de ejecuciones masivas (purgas) llevadas a cabo por los organismos de seguridad del régimen.
La represión estalinista terminó liquidando a la totalidad de la dirección que había conducido la revolución de Octubre y los primeros pasos del gobierno soviético. En particular, entre los años 1936-38 tuvieron lugar los famosos “Juicios de Moscú”, durante los cuales decenas de dirigentes bolcheviques de la “Vieja Guardia”, educados bajo la dirección de Lenin, fueron juzgados y condenados con acusaciones absolutamente fraudulentas: conspirar con las potencias occidentales para asesinar a Stalin y otros jerarcas soviéticos, desintegrar la URSS y restaurar el capitalismo. Todos los acusados “confesaron” públicamente sus supuestos “crímenes” bajo métodos de tortura o amenazas a sus familiares. Muchos fueron fusilados, incluyendo a Kamenev y Zinoviev, los estrechos colaboradores de Stalin en su ascenso al poder. Otros fueron deportados a campos de trabajos forzados en Siberia (Gulags), donde no sobrevivieron mucho tiempo. Finalmente fueron eliminados los mismos responsables de montar esos juicios fraudulentos. Así cayeron Bujarin, el responsable ideológico del régimen estalinista, y Yagoda, el más estrecho colaborador de Stalin y jefe de la policía secreta soviética (GPU), ejecutora del exterminio de los viejos bolcheviques.
La decapitación del Ejército Rojo
Una vez liquidada política y físicamente la “Vieja Guardia”, Stalin impulsó secretamente, a mediados de 1937, la eliminación de la oficialidad mayor del Ejército Rojo, con el propósito de reemplazarla por una oficialidad dócil que no cuestionara su liderazgo. De este modo, luego de ser capturados y detenidos en los primeros meses de 1937, ocho generales del Ejército Rojo fueron fusilados tras un juicio secreto el 14 de junio de 1937. Ninguno tenía vínculos con la Oposición de Izquierda.
Entre ellos estaba el célebre Mariscal Mijail Tujachevsky, un ex oficial del ejército del Zar quien con solo 25 años había logrado victorias decisivas sobre el “ejército blanco” durante la guerra civil, y que ya en la década del 30 había logrado transformar al Ejército Rojo en uno de los más avanzados del mundo. Varias conjeturas trataron de explicar este crimen; entre ellas la conocida rivalidad entre Tujachevsky y Voroshilov, hábilmente explotada por Stalin en uno de sus habituales juegos ambiguos. Mientras Voroshilov era designado por Stalin como Comandante Supremo de las fuerzas armadas sin contar con el apoyo de la oficialidad, simplemente porque era una herramienta sumisa, Tujachevsky fue ejecutado porque podía convertirse en un adversario peligroso. Otra hipótesis es la que se abre al considerar un posible ajuste de cuentas entre Voroshilov y Tujachevsky en relación a los cambios de Stalin en materia de política exterior. En un primer momento en los años 30, el gobierno soviético se esforzó por tener relaciones cordiales con Alemania y Francia, pero luego se vio obligado a descartar la teoría de los “gemelos” y torció el rumbo hacia la amistad con las democracias occidentales. Aparentemente Tujachevsky reaccionó con lentitud a ese viraje y el desacuerdo se zanjó sangrientamente, cuestión a la que Stalin no se opuso porque de esta forma encontraba un chivo expiatorio para su política anterior frente a sus nuevos aliados internacionales.
Como fuese, para Trotsky quedaba en claro que Stalin temía al ejército y a su propia burocracia, y esta es la razón por la que se veía obligado a renovar sus instrumentos en el poder con frecuencia creciente: “Aquí no se trata solamente de crueldad personal y avidez de poder”, explica Trotsky en junio de 1937, “Stalin… no puede liberarse del temor de que en el seno de la burocracia, sobre todo del ejército, existirá oposición a sus planes cesaristas.”1
El juicio a los máximos jefes militares desencadenó una purga masiva en el Ejército Rojo, tanto que para fines de 1938 había perdido la mitad de sus mandos: unos 40 mil oficiales y comisarios habían sido expulsados con deshonor, enviados a prisión o ejecutados. En palabras de Trotsky, fue “un golpe terrible al Ejército Rojo”, que liquidó no solo a los héroes legendarios de la Guerra Civil y del triunfo de la Revolución de Octubre, sino también a todos los militares que habían intervenido en la fabricación de acusaciones falsas (“crímenes antisoviéticos”, “agentes alemanes”) y en la organización de los fraudes judiciales.
La lógica infernal del poder burocrático
Para la época de la llegada al gobierno del nazismo en Alemania, el Mariscal Tujachevsky había logrado que el poderío del Ejército Rojo fuera superior al de su temible adversario, la Wehrmacht alemana. Conjugó la implementación del concepto militar de “operaciones profundas” (la ejecución de múltiples maniobras ofensivas cuidadosamente coordinadas, seguidas por un rápido y profundo avance hacia la retaguardia enemiga) con la mecanización del ejército mediante la aviación y el blindaje, la creación de cuerpos de paracaidistas y el desembarco aéreo de grandes unidades.
La eliminación de comandantes con experiencia y capacidad militar y su reemplazo por oficiales leales pero inexpertos, carentes de iniciativa y pésimos estrategas como Voroshilov, sumada a la desorganización general de las filas del Ejército, tendrían consecuencias desastrosas a la hora de enfrentar la invasión alemana de la URSS. Los nuevos jefes militares no solo optaron por conservar las tácticas propias de la Primera Guerra Mundial en conformidad con la ortodoxia de Stalin, sino que además retiraron del Ejército las armas automáticas, detuvieron la producción de armas antitanque y antiaéreas y se deshicieron de las grandes formaciones acorazadas y cuerpos de paracaidistas que había creado Tujachevsky. Las concepciones del Mariscal, hasta entonces estudiadas en las academias militares soviéticas, fueron repudiadas oficialmente, sus libros fueron sacados de circulación y destruidos, mientras que las tácticas bélicas allí descritas dejaron de ser aplicadas.
Así fue como la “Operación Barbarroja” planeada por Hitler, infligió a la URSS gravísimas derrotas durante el primer año y medio. Iniciado el ataque en la madrugada del 14 de junio de 1941, en los primeros quince días los alemanes habían capturado 300 mil prisioneros, 2500 carros de combate y 250 aviones, destruyendo otros tantos en tierra, y en un período breve llegaron a sitiar Leningrado y a las cercanías de Moscú. Recién en 1956, después de la muerte de Stalin, un nuevo dirigente de la burocracia soviética, Nikita Khruschev, reconocería en el XX Congreso del PCUS que la Gran Purga del 37 había sido una de las razones fundamentales del desastre ante la invasión alemana, y promovería la rehabilitación oficial de Tujachevsky y otros jefes militares.
Cabe añadir que, junto con la depuración del Ejército Rojo, otro factor clave para esta derrota inicial fue el hecho de que Stalin había ignorado por completo las advertencias sobre un eventual ataque de Alemania, en virtud de su confianza ciega en el pacto de no agresión que había firmado con Hitler el 21 de agosto de 1939. Este pacto conllevó a que en la URSS la palabra fascismo desapareciera de la prensa, que se retiraran de las carteleras las obras y películas de carácter antifascista, y que hasta la GPU ejecutara a la mayoría de los dirigentes comunistas alemanes exiliados en la URSS o los entregara a la Gestapo para ser deportados a campos de concentración.
Recién unos meses más tarde, en noviembre de 1941, la batalla por Moscú marcaría un límite al avance arrollador del ejército alemán, sellado con la heroica resistencia de Leningrado después de un sitio que duró dos años y cuatro meses. Finalmente el curso de la guerra -y de la historiacambiaría definitivamente después de la victoria soviética en Stalingrado (febrero de 1943), punto inicial para el avance del Ejército Rojo que culminó en Berlín, cuando sus soldados clavaron la bandera roja sobre el edificio del Parlamento del Tercer Reich. La burocracia estalinista, que había conciliado con el imperialismo y con el régimen nazifascista de Hitler, “sacrificando los intereses de la defensa soviética en el altar de la autodefensa de la casta dominante”2, no era la responsable de ese inmenso e histórico triunfo, sino de la heroica voluntad del pueblo por defender las conquistas de su gran revolución.
1. Trotsky, León, La decapitación del Ejército Rojo, Junio 1937, en Escritos, Ediciones Pluma.
2. Idem