Pepe Gutierrez Alvarez, Estado Español
El odio contra Trotsky y lo que significaba tuvo diversos componentes. Desde luego, el contrarrevolucionario que lo dejó bien claro en sus carteles durante la guerra “contra”, los nacionalistas porque representaba el internacionalismo, y el de Stalin porque Trotsky poseía valores de los que él carecía.
El insigne Moshe Lewin precisa: “No cabe duda de que Trotsky jugaba un papel especial en la psique de Stalin, de ahí que no le bastara con una simple victoria política: Stalin no descansaría hasta dar la orden de asesinarlo. Pero también deseaba erradicarlo de los libros de historia soviética, sirviéndose de la censura, evidentemente, pero también, por sorprendente que parezca, atribuyéndose sus logros. Por todo el país, por ejemplo, se exhibieron películas en las que se concedía a Stalin todo el mérito de las hazañas militares de su enemigo acérrimo, como por ejemplo, y no es sino una ilustración de lo increíble que resultaban esa envidia y mezquindad, el papel de Trotsky en la defensa de Petrogrado frente al ejército del general Yudenich, en diciembre de 1919”.
Este odio fue asumido por muchos comunistas de la época en la que Stalin apareció como el “hombre de hierro” que dio rostro a la victoria contra el nazismo, y sobre las victorias no hay mucha discusión. Pero el caso fue que a pesar de ello, la estrella de Stalin comenzó a declinar hasta su descomposición final mientras que la de Trotsky comenzó a ser recuperada como su negación más elevada y consecuente…Esto fue mal aceptado por aquellos que identificaban el comunismo con la resistencia heroica del pueblo ruso que no necesitaban más detalles que la existencia de una leyenda negra contra Stalin…
Con el declive del declive de este sector (Líster, Gallego, etc.), la apología del estalinismo y el odio contra el trotskismo fue declinando hasta quedar reducido a algunos núcleos cada vez más reducidos y a personajes que, por motivos extraños, persistieron en la misma línea que el exmenchevique Vishinsky, el “!matad a esos perros rabiosos¡”. Entre ellos estaba el belga Ludo Martens y el vasco José Antonio Egido cuyo escrito contra el trotskismo era de un categoría infirma, se dedicaba a dar por buena todas las acusaciones incluyendo las más peregrinas. Esto no impidió que su texto fuese reproducido en ciertos medios de la Red entre un personal sin experiencia en el debate, y totalmente desorientado ante la historia. Nunca contestó a ningún artículo, al menos no con su nombre y eso que a veces me olvidaba de la diplomacia. Curiosamente, coincidiendo con la presentación de «Retratos poumista» (2007) en Euzkadi, hubo una cena de colegas veteranos a los que les pregunté por el personaje (al que trataba de desmontar en Kao) que al parecer llegó a firmar a «Egin» como Ramón Mercader, factor que influyó con otros más importante en dejar de publicar.
Sabían lo de «Red Roja Vasca» donde publicaron entre otras cosas fragmentos de «La revolución inconclusa» de Deutscher. Se relacionaba con buen rollo con personal de la LKI hasta que uno de ello «se la pegó» con la señora…
Desde entonces comenzó su cruzada. Según cuentan, actualmente está, manda huevos, que diría Trillo, de asesor en el ministerio de economía de Venezuela. Sigue con su neura y ahora se dedica a despotricar de EH Bildu entre otros. Al parecer, ya solamente quedan los “raperos” como Pablo Hasel en cuya vehemencia ofrece una de cal (contra el capitalismo, la monarquía), y otra de arena a favor de un “comunismo” de lejanas referencias estalinistas-maoístas en la que puede encontrarse una absolutamente indigna apología de…Ramón Mercader.
Afortunadamente, sabemos de casos en los que la parte buena se ha acabado imponiendo a la parte indigna en un marco de rechazo al estudio, la lectura y el debate.