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Uruguay – Embarazo adolescente en el oeste montevideano

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Alguien colgado de mí

Tania Ferreira

Brecha, 11-8-2017

http://brecha.com.uy/

En el oeste un tercio de los nacimientos tiene como protagonistas a madres adolescentes. Detrás del dato están los relatos de las jóvenes que, aunque no planificaron ese bebé que hoy tienen y aman, contestan con coraje a quienes las acusan de arruinarse la vida. “No podemos mirar el embarazo de la adolescente como un problema, lo que debemos ver es cómo, en ciertas circunstancias, la falta de algunos soportes es un problema”, sostienen los técnicos que trabajan con ellas.

Alma tiene 19 años y un bebé de un año y tres meses. Va al liceo, trabaja y particularmente hoy está feliz porque se sacó un 8 en música. Cuando conoció al padre de su hijo dejó de estudiar, y luego cuando quedó embarazada “me entraba la pereza, me pasaba con sueño en casa”. Ahora que el bebé está más grande y se queda con la abuela, empezó a estudiar de nuevo. “Para finalizar”, explica, nada de andar dejando las cosas por la mitad.

De adolescente iba al centro juvenil Casa Joven, en Casabó; estaba embarazada pero nadie lo sabía. Cuando llegó a los cinco meses les contó a las educadoras del centro y la invitaron a participar del proyecto Casa Upa, que en ese momento funcionaba como un proyecto piloto en el barrio.

Todo lo que le propusieron en Casa Upa se cumplió, piensa. “Tuvimos talleres de parto, ahora tenemos espacios para los bebés, psicomotricista, talleres para coser ropa para los niños, hacemos pulseras, macramé o lo que cada una quiera hacer. Acá lo tenemos todo.”

Tatiana, también de 19, es otra de las madres que participó del piloto de Casa Upa en Casabó. Su hermano participaba en el centro juvenil y un día las educadoras fueron a su casa y la invitaron a sumarse. Hoy “soy la oveja negra, porque soy la única que tiene dos hijos”, dice de sí misma, mientras sostiene en brazos al varón de pocos meses, el segundo luego de la nena.

Compartir el espacio con otras mamás adolescentes “ayudó porque sabés que hay alguien que está en la misma situación. Me hizo sentir bien, saber que no sos la única”, opinó Julieta, de 14, mamá de una nena de seis meses. Tatiana agregó que las ayuda intercambiar experiencias: “Acá hablamos de los bebés, con amigas hablás de otras cosas, es distinto”. Todas recuerdan aquella primera época en la que se dedicaron a hablar de los nacimientos. “¡Mi parto ya lo conté como veinte veces!”, se ríe Alma.

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Gestionado por el Instituto de Promoción Económico-Social de Uruguay (Ipru), en convenio con el Inau (Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay), Casa Upa es un centro que trabaja con padres y madres adolescentes y con sus hijos. Funciona desde hace tres años: dos como piloto en Casabó, y desde setiembre pasado en el Cerro (en Carlos María Ramírez y Santín Carlos Rossi). El proyecto busca hacer posible un tránsito saludable hacia la maternidad y paternidad adolescentes, teniendo en cuenta las individualidades de los chiquilines, generando espacios donde encuentren información, motivación, contención y apoyo.

Sólo hay dos proyectos que trabajan específicamente con la temática del embarazo adolescente en Uruguay. Los dos lo hacen en Montevideo. Además de Casa Upa, en la zona del Hipódromo funciona desde hace 18 años Casa Lunas. Hoy Casa Upa está funcionando “a medias”, tres veces por semana con 20 gurisas y sus bebés. Con un presupuesto en crecimiento (financiado por el Inau), para el año que viene la meta es alcanzar el funcionamiento completo, es decir, todos los días, con un total de 25 adolescentes y 25 niños.

Su propuesta es trabajar con chiquilinas de entre 13 y 18 años y con niños de entre 0 y 2. Hoy todas las chicas que llegan son del oeste: Santa Catalina, Pajas Blancas, Cerro Norte, Tobogán, Maracaná.

“En mi vida cambió casi todo después de ser madre –explicó Alma, una de las más conversadoras del grupo–. Yo antes andaba de joda por ahí y no me importaba nada; si quería dejar de estudiar, dejaba. Ahora que tengo a mi hijo pienso más en estudiar y trabajar, es como que estoy más madura, no sé… Te cambia, te responsabiliza más.”

“Yo ahora tengo a alguien colgado de mí”, graficó Julieta ante las risas de sus compañeras, y el pegote de su beba es literal.

Alma continuó explicando cómo la maternidad también ha cambiado sus tiempos: “Yo lo dejo para ir a trabajar y de tarde para ir a estudiar, y a veces lo extraño pila, necesito tiempo para estar con él. Y antes no tenía que tener tiempo para nadie, sólo para mí. Porque ni siquiera a mi madre ayudaba. ¡Ahora la ayudo y todo! Como que tenés también el punto de vista de tu madre, entendés a otras personas. ¡Ahora entiendo a mi madre!”. “Mi padre me dice: ‘Esperá que la beba crezca, esperá, ya te va a pasar lo mismo que le pasa a tu madre’”, contó, riendo, Julieta.

Manuela tiene 14 años y su bebé cumplió 11 meses ayer. En un tono más serio que el del resto de las chicas que conversan y trabajan en torno a la mesa de manualidades, relató que dejó de estudiar peluquería a mitad de su embarazo, y que nunca fue de salir mucho, pero que ahora con el bebé no le atrae salir a pasear, menos que menos en invierno, “tampoco salgo a los mismos lugares que antes”, añadió.

—No vas a salir a bailar con el botija –bromeó Julieta.

—Antes de tener a Martín pensaba en mí, nomás. Ya es otra cosa, pienso que soy madre… que ya voy a tener tiempo de que mi hijo sea más grande para pensar que quiero ir a bailar, salir para allá y para acá –le contestó, reflexiva, Manuela.

—Algunos adultos sostienen que los hijos en la adolescencia interrumpen los planes de vida, que es un problema, ¿ustedes lo ven así?

—A mí no me importa lo que digan los demás. Siempre digo: nadie me mantiene, ni a mi hija tampoco –aseguró Julieta.

—Lo único que te interrumpe es que si antes querías bañarte cada cinco minutos ahora no podés; ahora tengo que entrar con él al baño con el coche y jugar al “¿dónde está?, ¡acá está!” con la cortina de la ducha –explicó, seria, Manuela ante la risa de sus compañeras.

Ninguna de ellas pensó en tener ese bebé que hoy tienen y aman. Y eso las vuelve más conscientes a la hora de planificar su maternidad futura. “Yo no quiero tener más hijos”, dice Tatiana, que a sus 19 años ya tiene dos. “No te podés bañar con uno; imaginate con dos”, coincide Manuela, pero agrega: “Yo ahora digo que no, pero cuando él tenga 12 o 13 años puede ser”. “Son lindos los bebés, a mí me gustaría tener otro, pero pasando los 20”, planifica por su parte Alma.

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De los 3 mil nacimientos que se registran en el Municipio A por año, un millar corresponden a jóvenes de entre 14 y 19 años. Dicho de otra forma: un tercio de los nacimientos que se dan en el oeste montevideano son de madres adolescentes. (1)

Por su parte, una reciente investigación de la Udelar (Universidad de la República) sobre maternidad adolescente y desigualdad social en nuestro país da cuenta de las brechas en el comportamiento reproductivo entre los barrios.2 En un extremo están Casavalle (donde el 17 por ciento de las adolescentes son madres), Villa García-Manga Rural (13 por ciento), Punta de Rieles (14 por ciento), Piedras Blancas (13 por ciento), Bañados de Carrasco (15 por ciento). En la otra punta se encuentran los barrios de la costa este de Montevideo –Carrasco, Pocitos y Punta Gorda–, donde apenas entre el 0 y el 0,9 por ciento de las adolescentes son mamás.

Entre varias conclusiones, “los resultados de este estudio permiten señalar que el embarazo y la maternidad en la adolescencia son producto de la desigualdad social, y por tanto deben ser considerados como un problema social y de derechos humanos a ser priorizado en la agenda pública”.

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Los responsables de Casa Upa organizaron un seminario hace un mes para poner el tema sobre la mesa, y para intentar responder algunas consignas.3 “Primero queremos que se hable de esto, después queremos que se hable pero desde cierto enfoque, desde cierta postura”, advirtieron. Y esa postura es justamente la de evitar ver el embarazo adolescente desde un punto de vista negativo o como un problema: en Casa Upa no trabajan para prevenir los embarazos de las chiquilinas, sino para entender todas las variables que terminan por construir esa realidad tan compleja.

“El embarazo a esa edad es una circunstancia que puede ser analizada desde muchas perspectivas: si lo desearon o no lo desearon, si tuvieron la posibilidad de prevenirlo o no, si tuvieron la educación para hacerlo o no. Pero no podemos mirar el embarazo de la adolescente como un problema, lo que debemos ver es cómo, en ciertas circunstancias, la falta de algunos soportes es un problema”, explicó a Brecha Carola Comas, coordinadora de Casa Upa.

Para la educadora siempre se parte de la visión negativa y de la premisa general de que el embarazo seguramente no fue deseado por las jóvenes, sin tener en cuenta que cada trayectoria de vida se abre a su vez en decenas de variables: “Estás hablando al mismo tiempo de adolescentes, de mujeres, de la cuestión de género, de sexualidad, a veces de cuestiones de abuso o violencia y otras veces no; lo vas desagregando y cada vez te vas sumergiendo más en temáticas que también son complejas por sí solas”, explicó Comas.

Una de esas variables es la construcción social del concepto de adolescencia (“muy poco estudiado, siempre se analiza la infancia y la juventud”), y a su vez los períodos y permisos que la sociedad les da a algunas clases sociales para algunas cosas y a otras no. Mientras que algunos terminamos el tránsito educativo a los 40 años, una adolescente que salió de la escuela a los 12 y no tuvo una oferta educativa que la lograra retener y tampoco una perspectiva de trabajo clara, ¿qué otras posibilidades tiene?, ¿qué ofertas hay para ella en su medio?, se pregunta Comas. “En definitiva: ¿qué es lo que la sociedad les pide a las mujeres sin proyección de estudio o trabajo?, ¿qué es lo que les va quedando? Por eso la idea del embarazo deseado o no deseado, si es bueno o malo… es muy relativa. ¿Cuántos otros roles distintos tiene para jugar una mujer en la adolescencia en ese caso? Quizás la perspectiva que le queda a esa joven es la de ser madre, y es la que efectivamente está jugando”, resumió la educadora.

“No es que tengamos una visión a lo Heidi, de ‘qué divino todas esas adolescentes con tantos hijitos’”, advirtió sin embargo Comas. “Todos de alguna manera consideramos que sería mejor que a esa edad estuvieran estudiando, yendo a bailar, conversando con amigas, y no cuidando a sus hijos. No es que nos parezca fantástico que tengan hijos, sino que no creemos que ese sea el problema”, concluyó.

“Ese montón de variables está en las chiquilinas, y es con lo que tenemos que trabajar acá”, coincidió Fernanda Carassus, también coordinadora de Casa Upa. Uno de los mayores desafíos de los técnicos es construir proyectos complementarios de vida para y con los adolescentes: las gurisas y gurises que están en el proyecto son madres y padres, pero antes que nada son adolescentes, y prima esa categoría. “Acompañar esas trayectorias vinculándolas con otras posibles, educativas o laborales, que ellos quieren construir. Y al mismo tiempo trabajar la generación del vínculo con ese hijo o hija que tienen que empezar a criar y que empieza a depender de ellos. Si bien nuestra mirada está fuertemente enfocada en el adolescente, es en el adolescente en el vínculo con su hijo, para generar una crianza sana, saludable y feliz”, precisó Comas.

Así las herramientas que utilizan van desde cuidar al bebé de las gurisas que quieran reintegrarse al liceo (“muchas lo dejaron desde antes de ser madres, por eso no es convencerlas de que vuelvan al liceo, sino darles apoyo para que lo puedan sostener”) hasta darles plata para los boletos, las cuadernolas, ayudarlas a administrar la asignación familiar o buscar becas.

Otra tarea es encontrar hogares para alojar a las madres que se van de sus casas, pues en algunos casos el vínculo familiar se complica (“el lugar de ‘hija madre’ es difícil y genera algunos conflictos con los padres, además de que en toda adolescente la oscilación del amor al odio siempre está presente y eso las lleva a mudanzas constantes”), o simplemente quieren un lugar propio con su pareja y el nuevo bebé.

Les toca a los técnicos tejer las redes necesarias para que puedan reinsertarse en el sistema educativo o perseguir otro proyecto que les atraiga, “trasmitirles que igual se puede, que no por tener un hijo ya no se puede ser otra cosa que madre”, resume Carassus.

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Lucía, de 14 años, con su bebé en brazos, por fin se anima a hablar:

—Algunos te dicen: “Te arruinaste la vida”, y a mí me dan unas ganas de mandarlos a la mierda… Perdón por la palabra, pero te dan ganas. Acá nadie se arruinó la vida, al contrario. –Y sigue–: A ellos no les importa por qué lo tuve, si lo mantengo yo. Aparte, hay que ver la decisión de cada una.

—A mí me pasó de estar escondida de toda mi familia durante mi segundo embarazo. Dejé de verlos. Mi madre me dijo: “No tenés que esconderte, yo te apoyo. Si no les gusta, problema de ellos” –sumó Tatiana.

—Mi madre se peleó con muchos de mi familia, porque le decían: “La gurisa se arruinó la vida”, y mi madre les decía: “Al bebé lo vamos a mantener mi hija y yo”. Y después fueron esos familiares los que le pidieron disculpas a mi madre, y no al revés. Es que te da bronca, porque vienen y opinan. A algunos ya no les hablo, ya no me dan ganas de hablarles –remató Lucía.

La maternidad las ha acercado mucho a algunas personas, como sus compañeras de Casa Upa, y las ha alejado de otras, como en la vida misma.

—Con la primera, la nena, me enteré temprano, y cuando estaba de dos meses mi madre me preguntó: “¿Qué querés hacer, abortarlo o tenerlo?”. Y yo decidí tenerlo. Después nunca me imaginé que iba a venir el segundo –se ríe Tatiana. Y continúa–: Sí, el segundo me costó, no quería elegir nombre ni nada, como lo iba a dar en adopción no quería saber nada… Pero después me dijeron que era varón… Y ahora es mi vida, igual que la nena.

En cuanto a los planes de futuro, Alma piensa en voz alta:

—Yo quiero tener mi casa, tener un taller de costura y una tienda de ropa para bebés, pero todavía no sé, estoy pensando. Porque lo que me gusta hacer no me gusta tenerlo de trabajo, porque me va a aburrir y no quiero que me aburra. A veces diseño peluches, a veces tengo ideas y a veces no.

—A mí me gustaría ser maestra –dice Julieta. Tatiana contesta a su turno que quiere seguir trabajando y tener su casa. Lucía opina que quiere terminar la Utu y hacer un curso de enfermería.

—¿Si tuvieran que darle un consejo a las chiquilinas de su edad, cuál sería?

—Que se puede –responde Julieta.

—Yo les diría que piensen un poco antes de tomar las decisiones, porque tiempo para pensarlo tienen. Yo qué sé, que piensen y se informen –opinó Alma.

—Yo tengo una amiga de 20 años con un bebé de tres meses. Y como sabe que tengo dos y siempre fuimos amigas, siempre estoy para ayudarla cuando no sabe cómo calmarlo o no sabe lo que quiere o qué le duele. No tiene experiencia, antes andaba en la suya. Está muy estresada, y eso se lo pasa al niño. Yo voy a la casa, le doy una mano y le digo que se puede –resumió Tatiana.

Entre llantos, sonajeros y ruidos de máquina de coser, el grupo se dispersa en un segundo: la merienda está servida.

Dato elaborado por Ipru a partir del Observatorio Social de Programas e Indicadores, del Mides.

“Maternidad en adolescentes y de-sigualdad social en Uruguay. Análisis territorial desde la perspectiva de sus protagonistas en barrios de la periferia crítica de Montevideo”, de A López Gómez y C Varela Petito. Montevideo, Unfpa-Udelar, 2016.

Seminario “Adolescentes madres y padres”, del 13 de julio de 2017 en el Centro Cultural Florencio Sánchez, del Cerro.

¿Aborto sí o aborto no?

Ante la pregunta, lo primero que se escucha es un “No” generalizado, pero luego surgen matices.

Alma —Yo no lo haría, yo lo tendría. Pero cada uno toma su decisión.

Julieta —Para traer un hijo al mundo para que esté mal… Si sabe que va a pasar mal, que no lo tenga. Hay gente que tiene hijos sólo por tener, y al final los tiene a todos muriéndose, descuidados.

Brecha —¿Y si una persona tiene todo lo necesario para poder cuidarlo pero igualmente decide que no quiere tener a su bebé?

Alma —Y, si no quiere, no quiere…

Julieta —Que lo dé en adopción, que no lo mate.

Tamara —Yo lo iba a dar en adopción, pero después no pude…

Alma —Nadie tiene que juzgar a nadie

A los ricos no les pasa

Una de cada cinco adolescentes pobres es madre, mientras que entre las que no son pobres el fenómeno es mucho más raro. ¿Por qué? Más allá de las respuestas que pueda dar la academia, las chiquilinas de Casa Upa tienen las suyas. “En los barrios ricos es distinto. Van a un colegio, son más educadas, no son de andar en la calle”, opinó Manuela. “¡No te creas! No son más educadas. Capaz que muchas quedan embrazadas, pero la mayoría abortan”, matizó Lucía, que como Manuela tiene 14 años.

Alma, de 19, intentó ofrecer una respuesta por otro lado: “A veces, entre las personas de plata, deciden más los padres que los gurises. Capaz que la gurisa está embarazada y los padres le dicen: ‘Tenés que abortar’. Están acostumbradas a que les hagan todo, no saben hacer nada y se les complica”

Hablé con él

La investigación de la Udelar “Maternidad en adolescentes y desigualdad social en Uruguay” reflexiona sobre la paternidad adolescente y consulta a varios varones jóvenes de la “periferia crítica” de Montevideo. Para varios de los entrevistados hay una relación directa entre el “hacerse hombre” y ser padre: “Podés ser hombre sin ser padre, pero si sos padre tenés que ser hombre. Cuando tenés un hijo te cambia la vida, ¿no? Tenés que ser un hombre sí o sí; o sea, si no sos hombre es porque no sos responsable, no sos nada, tenés que madurar, como quien dice”, respondió a los investigadores Nicolás, de 17 años y de Jardines del Hipódromo.

¿Pero qué significaría “ser padre”?: “Yo creo que tiene que luchar por esa familia, ¿no?, para ser un buen padre ¿Cómo sería luchar por esa familia? Y… queriéndola, siempre estando al lado, saliendo a laburar para ellos, para que no les falte nada”, definió Franco, de 19 años, también del barrio de la franja.

A la maternidad la asocian con el lugar de la mujer en lo doméstico, y al servicio del cuidado del hijo como una tarea de tiempo completo. “Para las madres es más responsabilidad todavía, porque, ta, a veces encuentran padres bien, pero a veces encuentran padres que no les dan ni bola, no les dan ni el apellido, y ahí se la tienen que bancar solas. Las responsabilidades tienen que ser de los dos, pero no siempre es lo que pasa”, lamentó Christian, que tiene 17 y es de Casavalle.

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