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Uruguay – El feminismo militante

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Esta es mi revolución

La fertilidad de la militancia feminista en Uruguay acompaña un fenómeno internacional de características inéditas. Puertas adentro las diferencias ideológicas y generacionales marcan distintas formas de ponerle el cuerpo a la causa y reeditan el histórico debate entre la autonomía, la institucionalización y el rol del Estado. Pero hay una preocupación compartida: cómo llegar a los sectores populares.

Daiana García

Brecha, 9-2-2018

https://brecha.com.uy/

Como un río desbordado tras una tormenta, el pensamiento feminista cautiva hoy, quizás más que nunca, a mujeres de todas las generaciones, pero fundamentalmente a las más jóvenes. Esto tiene su espejo en el brazo militante que también se ensancha y diversifica. Pero aún no está claro cómo será el cauce del río. Dos grandes paradigmas parecen dividir a la militancia feminista en Uruguay: la autonomía o la institucionalidad. Las “autónomas”, un adjetivo que las define aunque no todas sientan que es el que mejor las representa, están nucleadas en la Coordinadora de Feminismos (CF), conformada en noviembre de 2014 como una secuela del I Encuentro de Feminismos de Uruguay. En ella participan colectivos de mujeres (1) y mujeres a título personal. El segundo grupo está comprendido en la Intersocial Feminista,2 conformada el 8 de marzo de 2017 como una escisión de la CF e integrada por organizaciones de mujeres y mixtas, ya que no admite la participación individual.

La militancia no se agota en estos dos espacios. Existen organizaciones, como Mujer y Salud Uruguay (Mysu), que no participan de ninguno y otras que lo hacen en ambos. También hay diversos colectivos del Interior cuyo contacto con el capitalino es muy puntual, y está el Paro Internacional de Mujeres (Pim), cuya génesis es la que se adivina en su nombre, que actualmente se consolida como un lugar de coordinación, encuentro y acción, y aunque participa en algunas actividades de la CF, se define como independiente.

Esta geografía feminista en la que coexisten diferencias ideológicas, estratégicas e incluso generacionales, no ha logrado, hasta el momento, concretar un espacio de coordinación. Para la organización de la marcha de ayer acoplaron algunas acciones puntuales, pero con concepciones que parecen casi irreconciliables acerca de cómo aprovechar y gestionar la masividad esperada. Si colocar o no un estrado, si leer la proclama de forma colectiva o seleccionando a una vocera, y si hacerle o no reclamos al Estado fueron algunos de los principales desencuentros de cara al denominado “8M”.

Es casi un cliché decir que la izquierda progresista ya no enamora. El feminismo parece abrazar el mérito de conquistar ideológicamente y el principal desafío para las militantes parece ser cómo capitalizar esta efervescencia, o cómo traducir la masiva convocatoria en mejoras que resientan las desigualdades de género.

El estado de la materia

La concepción en torno al rol del Estado y cómo interactuar con él es uno de los parteaguas del feminismo. Mariana González Guyer, investigadora del área de género de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), explicó en conversación con Brecha que el debate entre la autonomía, la institucionalización y el rol del Estado es “muy viejo” en el movimiento feminista: “es una discusión que tiene varias décadas y que ahora se reedita”.

En Uruguay ya se esbozaba tímidamente en los primeros movimientos posdictadura, si bien en ese momento la institucionalidad feminista prácticamente no existía o era muy reciente (Cotidiano Mujer se creó en 1985). Pero se instaló con fuerza en los noventa a partir de la histórica Conferencia sobre la Mujer, de las Naciones Unidas, realizada en Beijing. González entiende que esta discusión “implica una distancia difícil de reconciliar, porque determina con quién interactuás y la acción”.

Soledad González (Cotidiano Mujer), una de las impulsoras de la creación de la Intersocial, afirma que su surgimiento tuvo que ver con la necesidad de “incidir políticamente” y hacerle reclamos concretos al Estado y al gobierno, y su objetivo es consolidarse como “un actor de peso”. En ese sentido, contó, dieron los primeros pasos al estudiar los textos de la última rendición de cuentas y luego lograron revertir algunos cambios de la ley integral sobre violencia de género que se habían introducido en la Cámara de Senadores y que eran “poco favorables”.

Si bien hay quienes reconocen en la CF rasgos anarquistas, no es una definición ideológica que sus integrantes levanten explícitamente. La mayoría parece reconocerse con el concepto de autonomía. Florencia y Verónica, dos de sus siete voceras, que prefirieron figurar sólo por sus nombres de pila, explicaron a Brecha que no buscan reclamarle nada al Estado, sino “hablarnos a nosotras mismas, desde el contacto. No tenemos una lista de reivindicaciones, tenemos una búsqueda que es transformar las relaciones entre mujeres”. Su encare se propone “cambiar el foco”, no “hablarle a otros”, puntualmente al Estado, porque lo consideran una estructura que reproduce las lógicas patriarcales.

La CF lleva adelante las “alertas feministas”, instancias situadas en el espacio público que se convocan cada vez que una mujer es asesinada por violencia de género. Esta forma de protesta es distinta a una marcha tradicional, el sentir es el clima predominante, con las performances, el “abrazo caracol” (una dinámica de abrazo colectivo) y la lectura de la proclama en forma grupal. Para Florencia “es una lucha que te atraviesa, es mucho más que una lista de reivindicaciones”. Verónica redobla la apuesta. Explica que pedirle algo al Estado “es pensar que el cambio va suceder dependiendo de ellos, cuando nos den tal presupuesto, por ejemplo. No negamos que exista, pero apelamos a estas otras formas”.

Lilián Celiberti, coordinadora de Cotidiano Mujer, define a este colectivo como “un feminismo que quiere interpelar al Estado respecto de sus responsabilidades”, pero “manteniendo la autonomía y la visión crítica, porque hay luchas concretas que exceden nuestra acción”. En esa línea, González reconoce que hay cambios más de orden cultural que no dependen exclusivamente de las políticas públicas, pero relativiza al afirmar que hay problemas más urgentes. Pone como ejemplo las mujeres que sufren violencia en sus casas hoy: “Necesitan refugio, protección legal, trámites fáciles, campañas de comunicación estable, y para eso se necesita plata. Por eso nuestro foco es pedir recursos al Estado”.

Volver a la calle

Si hay un mérito que se les reconoce a las jóvenes integrantes de la CF es el retorno del feminismo al espacio público, con las alertas. En ocasiones, lamentablemente, más de una vez por semana. Algunas de ellas visualizan una dicotomía entre la presencia en las calles y hacer política tras los escritorios de las instituciones feministas.

Mariana Menéndez, integrante de Minervas, un colectivo que articula a través de la CF, considera que el mapa de feminismos de los noventa, “muy encerrado en las políticas públicas y de género”, ha sido superado, en algún punto. La militante considera que reconquistar el espacio público como lugar de encuentro y protesta “no es poca cosa, ante cuerpos que de noche tienen miedo de estar solos en la calle, es experiencia política, aunque se desestime desde las visiones más dogmáticas”. Aunque la prioridad de Minervas no ha sido la intervención en la agenda, Menéndez reconoce que “a veces hay que arrancarle cosas al Estado, o ponerle límites”; admite que el movimiento está madurando y quizás “mañana haya que hacerlo”.

El empuje de las nuevas generaciones propone una nueva forma de hacer política, a través del cuerpo, si bien advierten que quizás no es entendida. La revalorización de los vínculos entre mujeres –en un sistema que abona la competencia– y la presencia en las calles son su motor.

Los billetes

¿Cómo financiar una causa o generar conocimiento y evidencia sin dinero?, ¿cuál es el organismo que subvenciona y en qué medida condiciona las agendas?, son algunas de las interrogantes a la hora de pensar el financiamiento del movimiento feminista organizado. Desde los colectivos institucionalizados entienden que es difícil hacer política sin dinero; desde la CF repelen completamente la financiación que provenga de organismos internacionales (de donde surge la gran mayoría de los recursos de las organizaciones que reciben financiamiento) y prefieren apelar a la autogestión o a la solidaridad de los sindicatos.

Lilián Abracinskas, directora de Mysu, fundado en 1996, reconoce que “la institucionalidad de la lucha a través de las políticas de género ha sido débil y muy mezquina”, pero entiende que con la autoorganización no alcanza: no se logran los recursos para realizar campañas que impulsen políticas públicas o para monitorear al Estado. Si hay dinero es posible, además, remunerar a las personas que trabajan en estas instituciones. Abracinskas se pregunta por qué, si las mujeres cargan con la doble o triple jornada, deben trabajar gratis para la causa.

Los espacios feministas más distantes de la institucionalidad prefieren para sí mismos formas de financiación ajenas a organismos como las Naciones Unidas o la Unión Europea, por la carga simbólica y porque entienden que hay un riesgo de contaminar las agendas. Este tipo de subvenciones, explicó Celiberti, se genera a través de concursos de proyectos “transparentes”, y se financia al ganador sin modificar su propuesta.

En 1995, ante la Conferencia sobre la Mujer, de Beijing, varias fueron las voces feministas que se alzaron en el mundo preo­cupadas por la “cooptación de la agenda”. La ítalo-estadounidense Silvia Federici, por ejemplo, en su texto “Rumbo a Beijing. ¿Cómo las Naciones Unidas colonizaron el movimiento feminista?”, realiza un análisis de la influencia que tuvo este organismo en favorecer una neutralización y apaciguamiento del feminismo: “domesticó un movimiento que contaba con un enorme potencial subversivo y fuertemente autónomo (hasta el momento)”.

Parece de Perogrullo que las actividades que hoy hacen los colectivos más institucionales no podrían sostenerse con bailes, rifas o colaboraciones de los sindicatos. Pero también que la financiación no es clave para las formas de militancia propuestas desde la CF.

De todas

Pero dentro del feminismo en Uruguay también hay concepciones compartidas: la oposición al punitivismo como respuesta a la violencia, la sensibilidad a la interseccionalidad con otras desigualdades (véase recuadro), la definición de izquierda y la importancia y la preocupación por un feminismo popular. En este sentido, Abracinskas reconoce que hay “un núcleo duro” de la sociedad al que aún no se llega con el feminismo. Es “un desafío”, porque es donde llegan, por ejemplo, “los sectores religiosos neopentecostales”, consolidando espacios en los que las mujeres “siguen reproduciendo lógicas de sometimiento”.

Desde cada lugar se trabaja para que el feminismo no se convierta en algo que involucre exclusivamente a determinadas mujeres, generalmente universitarias y de clase media. Cotidiano Mujer buscó reforzar su trabajo en el territorio, con líderes barriales, de cara al último Encuentro Feminista Latinoamericano (que llevó el sintomático lema “Diversas pero no dispersas”), está organizando un “tribunal popular” por el derecho a la vivienda y desarrolla actividades en la cárcel de mujeres.

La necesidad de consolidar un feminismo desde bases populares es también desvelo de las autónomas. Menéndez, de Minervas, cuenta que uno de los ejes sobre los que se ha trabajado es la generación de una red de “feminismos desde abajo, junto a colectivos de base”, que incluyen la dinámica de hacer asambleas en barrios como Cerro y Casavalle. La estrategia de ese feminismo “más de base”, explica, la han aprendido de la interacción con las argentinas, que tienen una importante tradición territorial.

En el Pim también germina una organización popular. Hekatherina Delgado, una de sus representantes en Uruguay, lo define como un movimiento, “no como un colectivo”, que si bien desembarcó el año pasado con la plataforma de un paro internacional, hoy ha trascendido aquella instancia concreta. Para este 8 de marzo, contó, se realizaron desde enero asambleas en los barrios para “pensarse con autonomía”. Delgado advierte que hay una necesidad de que ese espacio se sostenga, “tenemos la inquietud de visibilizar voces que no están visibles, que nadie está procesando: las compañeras presas, las trans del Comcar, las manicomializadas”. El Pim busca consolidarse como un “espacio transfeminista”, una corriente que comienza a emerger en Uruguay, la cual trasciende la visión binaria de otros feminismos: “les damos un lugar a los varones trans que no lo tienen en el movimiento”, ejemplificó.

También es cierto que en los espacios populares la palabra “feminismo” suele generar algunas resistencias. Ilustrativo es el ejemplo del colectivo La Pitanga, que realiza un trabajo que podría enmarcarse dentro del feminismo, pero no lo sienten así todas las que participan de ese espacio. La Pitanga trabaja la violencia de género con mujeres de la franja que va de Punta de Rieles a Villa García, fomentando redes solidarias de ayuda y contención mutua, generando herramientas de acompañamiento y promoviendo el empoderamiento de las mujeres de estos barrios.

Unidas y adelante

Pero la posibilidad de trazar un mapa feminista con una diversidad tan amplia era imposible de imaginar antes de 2014. Hoy, con un mismo fin último –eliminar las desigualdades de género–, los feminismos uruguayos conviven con escaso diálogo, pero admitiendo, quizás por lo bajo, que los caminos no son excluyentes y que, al final del día, “nos necesitamos todas”, en las calles, en los barrios, en el Parlamento, en la academia, en la cultura, en lo cotidiano.

Amparo Ochoa cantaba ya en los años ochenta: “Mañana es tarde y el tiempo apremia/ Nos sirven estas mujeres de ahora” para ilustrar una sensación parecida a la que se respira hoy: este es el momento. La búsqueda de la unidad y de algunos consensos emerge como preocupación, quizás con mayor ahínco en las generaciones más viejas, que ya piensan en el legado y en el rumbo que tomará el movimiento. Ellas creen que, en el feminismo, al igual que en muchos movimientos sociales, hay una crisis de representatividad y de confianza. Mientras tanto, la nueva camada desestima los liderazgos como forma de hacer política. En cualquier caso, la vitalidad del feminismo la determinará el hecho de permanecer en movimiento.

Notas

1) Los colectivos que articulan en la Coordinadora de Feminismos son: Minervas, Decidoras Desobedientas, Taller por la Liberación de la Mujer Célica Gómez, Encuentro de Feministas Diversas, Paro Internacional de Mujeres, y Amatistas.

2) Los colectivos que integran la Intersocial Feminista son: Amnistía Internacional Uruguay; Área de Género de Fucvam; Asociación Civil El Paso; Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos; Colectivo Ellas; Colectivo La Pitanga; Colectivo Ovejas Negras; Coordinadora Nacional Afro-Uruguaya; Cotidiano Mujer; Departamento de Jóvenes del Pit-Cnt; Diálogo Político de Mujeres Afrouruguayas; El Abrojo; Las Puñadito; Mujeres de Negro Uruguay; Mujeres en el Horno; Mujer Ahora; Nacer Mejor; Proderechos; Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual; Red Canarias en Movimiento; Secretaría de Género, Equidad y Diversidad Sexual del Pit-Cnt; y Uafro Colectivos.

El feminismo y la diversidad

Todas mujeres

Uruguay, a diferencia de otros lugares del mundo, no tiene grandes tensiones entre el feminismo y el movimiento de la diversidad sexual. Magdalena Bessonart, integrante del Colectivo Ovejas Negras, que hoy articula en la Intersocial, entiende que en Uruguay no hay, por ejemplo, un movimiento de lesbofeministas, no porque las lesbianas feministas no estén militando sino porque no lo hacen desde esa identidad. A su juicio, las agendas de diversidad y feminismo se apoyan e interactúan constantemente, y eso entre otras razones se debe a que el movimiento de la diversidad “no es identitario, sino que es interseccional y esto también se sintetiza con el feminismo”.

Otro distintivo del feminismo uruguayo es que no es biologicista, y por tanto no excluye a las mujeres trans: “La diversidad en Uruguay es feminista, estamos convencidas de que queremos lo mismo”, sintetizó. En esto coincide Maia Calvo, del área académica queer de la Facultad de Ciencias Sociales, y agregó que si bien la propia exclusión que sufren las mujeres trans condiciona su presencia en la militancia, en la actualidad están integradas las proclamas de las marchas de la diversidad en las del 8 de marzo.

El feminismo y otras realidades

Intersecciones

Cuando la desigualdad de género está atravesada por otras desigualdades surgen militancias específicas. En Uruguay existe una militancia afrofeminista, y sus principales organizaciones son Colectiva Mujer y Mizangas. Ambas trabajan en coordinación internacional a través de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora. Ana Laura dos Santos, integrante de la primera mencionada explicó que la agenda es similar a la de las mujeres blancas, sumando los ejes de discriminación racial. Mizangas, en palabras de su referente Tania Ramírez, trabaja desde un “enfoque interseccional deshomogeneizando a las mujeres afro”, y promueve acciones en el plano de la educación, la cultura y la autogestión.

En el afrofeminismo, explica Dos Santos, al igual que en el resto del movimiento, “no hay un único espacio de coordinación”, al margen de acciones concretas o participaciones individuales. Ramírez explicó que Mizangas articula con otros espacios, aunque reconoce que para visibilizar las demandas específicas “es fundamental tener un protagonismo propio”.

Alejada del cemento urbano, la Red de Grupos de Mujeres Rurales de Uruguay trabaja hace 27 años y está conformada por una veintena de grupos. Ellas no se definen feministas porque creen que aún se deben ese debate. Pero su foco es la defensa de los derechos de las mujeres en el ámbito rural, coordinando con otros agentes tanto públicos como privados. Estas mujeres reconocen que el patriarcado afecta en las sociedades rurales, en algunos casos más que en otros, y advierten que la construcción de ese espacio ha colaborado para que sus cónyuges “asuman muchos roles que antes ni los consideraban posibles”. En conversación con Brecha, una de las integrantes de la Red explicó que buscan “achicar las brechas existentes entre oportunidades, derechos y autonomías” en el espacio rural.

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