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Una juventud cada vez más pobre, en una España cada vez más rica

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Imagen: © Europa Press / Eduardo Parra

SPUTNIK

Pascual Serrano

En una España cuya renta media para un adulto ha pasado de 19.000 euros en los ochenta a 32.000, los sueldos de los jóvenes han bajado un 50% en ese mismo periodo. Y el 40% está sin trabajo. Hoy ya no son los pensionistas el sector más vulnerable, el 32% de la población de entre 20 y 29 años está en riesgo de pobreza o exclusión social.

Hace unas semanas la periodista y escritora Ana Iris Simón, de 28 años, fue invitada a un acto en La Moncloa, la sede presidencial española, para hablar sobre despoblación dentro del plan de España 2050.

En un breve discurso de apenas cuatro minutos, Simón, originaria de un pequeño pueblo de La Mancha, empezó afirmando: «Me da envidia la vida que tenían mis padres, a mi edad tenían hijos, tenían un hipoteca bancaria para acceder a su vivienda en propiedad, certeza de que podían pagar la hipoteca y mantener a sus hijos».

Recordaba ante la audiencia «el desmantelamiento industrial de España, el vaciamiento rural, que la aldea global arruinó la aldea local» y que la mayoría de jóvenes de su edad no tienen hijos (ella lucía un avanzado embarazo): «hay más madres de 40 que de 25, los salarios son más bajos».

Terminaba retomando la idea del inicio: «¿Cómo no envidiar la vida de nuestros padres? Para ellos tener hijos no supuso el salto al vacío que supone para mí ahora. Con 28 años he vivido tres EREs, y mi contrato actual finaliza dos días después de la fecha programada para mi primer parto, no tengo coche y no tengo hipoteca, y no lo tengo porque no puedo».

Algunos sectores de la derecha restregaron el discurso al presidente Pedro Sánchez como prueba de su fracaso para dar esperanza a la juventud y desde una izquierda cercana al gobierno de coalición de Unidas Podemos acusaron a Ana Iris Simón de recurrir a una nostalgia más cercana a las ideologías conservadoras y reaccionarias propias de tiempos pasados.

Sin embargo, otro sector de la izquierda compartía sus afirmaciones y señalaba que las reivindicaciones de la joven son las demandas lógicas y sencillas de cualquier persona y a la que desde un gobierno progresista se debía atender.

En cualquier caso, Ana Iris Simón había mostrado frente al presidente del gobierno español, en la sede de su presidencia y encarnando el ejemplo personal más palpable de lo que denunciaba, que, por primera vez desde la posguerra, los jóvenes españoles se enfrentaban a un futuro más sombrío que el de sus padres.

Sueldos un 50% más bajos

Los informes y estudios no dejan lugar a dudas del panorama que retrató Ana Iris. La Fundación de Estudios de Economía Aplicadas (Fedea), un think tank de temas económicos, que ha analizado el impacto de las crisis de los últimos treinta años en el mercado laboral de los jóvenes, muestra en un estudio que los sueldos de quienes tienen ahora la suerte de encontrar un trabajo son ahora hasta un 50% más bajos que en 1980, hace 40 años.

Los jóvenes con edades comprendidas entre los 30 y 34 años tienen salarios con una caída del 26% respecto a 1980, y los que tiene entre 18 y 20 años se reduce a la mitad. Así pues, están condenados a salir a un mercado laboral en retroceso, lleno de trabajos inestables. Esto ha provocado el llamado efecto cicatriz, en el que la precarización puede durar hasta 15 años. Además, la tasa de paro entre los jóvenes llega ya hasta el 40%.

En cuanto a los contratos de los jóvenes, los días de trabajo equivalentes a tiempo completo, entre 1980 y 2019 se han reducido entre el 22% y el 73%. Según Fedea, en la década de los 80, es decir, en la juventud de los padres de Ana Iris Simón, los días de trabajo empleados en un trabajo a tiempo completo entre los jóvenes de 18 y 20 años superaban los 250 días al año, mientras que actualmente no llegan a los 50 días. Los de 21 y 24 pasan de 270 días a 150; los de entre 25 y 29 bajan de 320 a 250; y los de entre 30 y 34 han pasado de trabajar durante 330 días a 250.

Uno de cada cuatro perdió el empleo

Pero es que, además, la pandemia de COVID-19 va a dejar peor parados a los jóvenes que al resto de los trabajadores. Según un estudio de Asempleo, una asociación que agrupa a empresas de trabajo temporal y agencias de colocación, con los datos del Instituto Nacional de Estadística, un año después de que comenzaran las restricciones, los mayores de 50 ya habían recuperado el nivel de antes de la pandemia mientras los menores de 25 años seguían siendo el colectivo más afectado del mercado laboral como consecuencia de la crisis sanitaria.

Uno de cada cuatro jóvenes en activo en España perdió el empleo en 2020 o se vio afectado por un Expediente de Regulación Temporal del Empleo (ERTE) y actualmente casi un 40% sigue en paro, situando al país en el primer puesto de desempleo juvenil de toda la Unión Europea. Un porcentaje mucho mayor que el de los mayores de 50 sin empleo, el 12,7%.

El fenómeno de generaciones que se encuentran con una calidad de vida peor que la de sus padres ha sucedido en algunos países y en algunos momentos históricos coincidiendo con coyunturas políticas o económicas que han sacudido el nivel de vida del país: la transición a la economía del mercado de los países de Europa del Este tras el colapso de la URSS, en Cuba por ese mismo colapso, la crisis argentina de 2001, y en España la posguerra civil en 1939.

La paradoja es que ahora sucede en una España que es, sin ninguna duda, y a pesar de la crisis de 2008 y la del COVID, un país más rico que el de hace unas décadas. En los ochenta la renta media de un adulto en España era de 19.000 euros y en 2019 fue de 32.000. Y el PIB por habitante era de 23.000 euros en los ochenta y en 2019 de 38.000.

Si en España, tradicionalmente, el sector de la población con menos poder adquisitivo y más vulnerable eran los pensionistas, ahora son los jóvenes. Según los datos de Eurostat y presentados por el diario El País, el 32% de la población de entre 20 y 29 años está en riesgo de pobreza o exclusión social, frente el 16% de los mayores de 65 años. El cambio se produjo en la crisis de 2010.

Desde entonces el porcentaje de personas en edad de jubilarse que viven con rentas relativamente bajas o en riesgo de exclusión se ha reducido a la mitad, pasando del 31% al 16%. Pero con los jóvenes ha pasado justo lo contrario, que han empeorado: hoy uno de cada tres adultos de entre 20 y 29 años vive en situación vulnerable. El porcentaje empeora entre los jóvenes de origen inmigrante, porque casi la mitad está en riesgo de pobreza (un 45%, frente al 20% de los nacidos en España).

El 64% viven con sus padres

Hace 15 años la mitad de los jóvenes de 25-29 años vivía con sus padres, una cifra alta pero que desde entonces ha aumentado al 64%. Es decir, que dos de cada tres jóvenes viven con sus padres. En el asunto de la vivienda también la situación ha ido a peor. En los 80, el esfuerzo de un hogar mediano para comprar un piso o casa de 94 metros cuadrados equivalía a poco más de 3 años de ingresos brutos, según el Banco de España. Un coste que se ha duplicado desde entonces: ahora necesitamos el dinero que ganamos durante 7 años para poder pagarla.

En España hay un 4% de hogares donde el sueldo principal lo aporta un hombre o una mujer de 20 a 29 años. Esos hogares eran los más ricos en 1990 y ahora se han convertido en los que tienen menos presupuesto.Una de las explicaciones para que los jóvenes españoles se encuentren hoy en ese nivel de indigencia laboral han sido las sucesivas reformas laborales que han ido añadiendo facilidades para que los empleos pudieran ser más cortos de duración, peor pagados y con menos garantías.

Es evidente que la seguridad en el empleo indefinido es más frecuente entre los asalariados de más edad, de ahí la seguridad y estabilidad de los padres de Ana Iris Simón a la hora de decidirse a tener hijos o poder acceder a un préstamos hipotecario para comprarse una vivienda. Por otro lado, cuando la situación se complica, por ejemplo por la pandemia de COVID, los primeros que terminan en la calle son esos jóvenes con empleos precarios.

Empleos temporales

En cifras concretas, según los datos presentados por El Economista en base al INE y a Asempleo, dos de cada tres jóvenes tiene un empleo temporal (67,4%) frente al 14,3% de los mayores de 50 (de los que solo un 4,7% perdió el empleo). Ha sido la flexibilización externa e interna por parte de las empresas la que ha llevado a que los contratos temporales supongan el 47% de los empleos destruidos en 2020 (sumando despidos y ERTE), cuando estos solo representaban el 26% del empleo en 2019. Así, el 27,5% de los empleos destruidos a lo largo de 2020 han sido puestos de trabajo a tiempo parcial, cuando la tasa de parcialidad en 2019 apenas llegaba al 14,5%.

Entre los jóvenes, la incidencia de la parcialidad supera el 36%, y el 22,7% de ellos ha perdido su empleo en 2020. Por el contrario, apenas el 11,6% de los trabajadores mayores de 50 años está empleado a tiempo parcial, y solo el 5,2% de estos ha perdido su empleo este año.

Pero no debería bastar con llorar y compadecerlos, ninguna generación logró mejoras sociales sin luchar por ellas y tampoco las lograrán nuestros jóvenes si no se levantan y combaten. La realidad es que algo de batalla ideológica pérdida sí que hay. Los jóvenes españoles se manifiestan cuatro días por el encarcelamiento de un rapero, pero no por un desempleo del 40% y, en cualquier caso, a los cuatro días se les pasa el enfado.

Su nivel de afiliación sindical es mínima. De hecho, la pertenencia a un sindicato era de las cosas más despreciadas el 15M. Si hace 10 años se movilizaron al grito de denuncia de «juventud sin futuro», hoy lo que la policía disuelve todas las noches son los botellones de fiestas que se niegan a cumplir las medidas de prevención del COVID. Lo de la generación más preparada de la historia, parece que quizá lo sea para muchas cosas, pero no para luchar por sus derechos.

Quizá deban comprender que concentrarse y manifestarse a golpe de grupos de Facebook y de whatsapp por los derechos de la mujer, contra el calentamiento global o contra el encarcelamiento de un rapero no llega muy lejos si no se crean estructuras organizadas estables.

No se trata de que ninguna generación dé lecciones a las siguientes, pero sí de que todas aprendan de las lecciones de las anteriores. Quizá, de todos los máster que estudian, el de luchar por sus derechos es el que más están tardando en acabarlo.

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