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Una inolvidable anécdota con Pelé casi me llevó a la cárcel

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Ocurrió en el año 1968, y ya es simple anécdota, como bien reza el título de este artículo

En el verano de 1967, tres amigos y compañeros de universidad –Hugo, Leo y quien escribe esta nota- tomaron sus viejas mochilas (de aquellas parecidas a las de los militares) y marcharon alegremente desde Santiago hacia allende los Andes, procurando un objetivo conciso y claro: asistir a un par de encuentros del Campeonato Sudamericano de Fútbol que se realizaría en Montevideo, Uruguay. 

Abordaron el Tren Transandino (ya desaparecido hace muchos años) y cruzaron la cordillera hasta Mendoza, para, luego, también en tren,  arribar a Buenos Aires. Desde allí, un par de días más tarde, esos tres jóvenes atravesaron hasta la otra ribera del río de la Plata,  y no bien llegaron a Colonia del Sacramento se instalaron en un bus de la empresa ONDA hacia Montevideo.

 Comienzo entonces, desde este momento,  a relatar los hechos en primera persona.

En la bella capital del Uruguay asistimos a una jornada doble de fútbol en el mítico estadio Centenario, aplaudiendo a nuestra querida ‘roja’ (selección chilena) que derrotó a la selección venezolana sin apelación, mientras en el partido de fondo Argentina vencía a Paraguay.

Sin embargo, sentíamos que aquel viaje era demasiado modesto para  nuestras pretensiones, por lo que decidimos aventurarnos y avanzar hasta Porto Alegre, sólo con la idea de “conocer algo de Brasil”. Allí, en la tierra de los ‘gaúchos’ de Rio Grande do Sul,  comenzó realmente esta historia, ya que tuvimos en suerte conocer a un joven paulista llamado Paulo Rogerio Matias, quien a su vez venía ‘mochileando’ nada menos que desde Chile. Insistió majaderamente en invitarnos a viajar con él hasta Sao Paulo para estar en esa ciudad una semana o algo más y conocer a su querida ‘turma’ (grupo de amigos) del barrio Brooklin Paulista, rúa Santo Arcadio. Aceptamos, y dos días después estábamos en la “cidade da garoa”, como llaman los paulistas a su gigantesca metrópolis. El recibimiento fue espectacular, emocionante  (e inmerecido), ya que la muchachada había colgado un lienzo  en medio de la calle, de orilla a orilla, con la leyenda: “Benvindos irmaos chilenos”.

Tres meses más tarde llegaban a mi casa en Santiago, invitados por mí y por mis padres, dos queridos amigos: Paulo Rogerio Matias y Paulo Simoes Costa. Venían con una magnífica carta de presentación y recomendación firmada, nada menos por Vicente Feola, quien había sido el Director Técnico del ‘scratch’ brasileño campeón de la Copa del Mundo de Fútbol el año 1958, llamada entonces Copa Jules Rimet.

Rogerio y Simoes eran integrantes de la Selección Juvenil del Estado de Sao Paulo. Tenían 22 años de edad y viajaron a Chile con la ilusión de ser contratados por algún club profesional de la primera división del fútbol chileno. Pese a que me encontraba cursando el tercer año de Pedagogía en la Universidad de Chile, dictaba clases en el vespertino del Instituto de Humanidades ‘Luis Campino’ y los fines de semana trabajaba como locutor en Radio ‘Del Pacífico’ (si algo me escaseaba en esos años era el tiempo), me comprometí a ayudarles. Después de todo, mis padres y yo habíamos sido quienes les invitaron a “conocer Santiago”, y les recibimos felices en nuestro hogar.

Recurrí a los excelentes oficios de ‘doña Maria’ (María Carreño), dueña de la conocida fuente de soda “Münich”, en la esquina de avenida Vicuña Mackenna y Santa Isabel, en ese entonces dirigenta del club deportivo Audax Italiano y amiga de muchos futbolistas profesionales de Santiago que acudían a la fuente de soda a degustar uno de los famosos “lomito palta/mayo” que allí se vendían (y siguen vendiéndose). Fue así que ella logró que el jugador de Colo-Colo (seleccionado nacional, además) Humberto ‘Chita’ Cruz presentara a los dos jóvenes ‘cracks’ brasileños a su DT (Director Técnico), Andrés ‘Chuleta’ Prieto, quien de inmediato los citó a los entrenamientos diarios del plantel de honor.

Ya en el primer entrenamiento, mis queridos amigos paulistas destacaron de inmediato. Rogerio en el arco y Simoes en el mediocampo. Tres entrenamientos más tarde, avanzada la primer semana, el DT Andrés Prieto tenía claro que Colo-Colo estaba frente un verdadero cheque a fecha futbolístico de augurio promisorio, pero la traba era la escasa capacidad visionaria y financiera del club chileno, por lo cual la oferta económica fue baja. Rogerio y Simoes la desestimaron y se retiraron de las dependencias del club popular chileno, aceptando conversar con Nicolás Nocetti, en ese entonces  Director Técnico de otro equipo, Santiago Morning.

A todo esto, la prensa deportiva chilena ya se había enterado de la presencia de los dos brasileños y escribía al respecto.  Mi nombre apareció en algunas de las publicaciones de las secciones de deportes de varios diarios como “el amigo de los paulistas, que fue quien los trajo a Chile”.  Ello me costaría caro  muchos meses después.

Rogerio y Simoes brillaron en los entrenamientos de Santiago Morning. Su DT conversó conmigo solicitándome que convenciera a los paulistas a firmar un contrato de cinco años con ese club. Pero mis amigos tenían razón de sobra para negarse a hacerlo. Lo que ambos clubes del  fútbol profesional chileno (Colo-Colo y Santiago Morning)  les ofrecían, significaba menos del 70% del salario que ellos ganaban en Sao Paulo como empleados de la empresa láctea ‘Kibon’, donde trabajaban desde hacía un par de años.

Rogerio y Simoes, cuatro meses después de su llegada a la casa de mis padres en Santiago, embarcaban en un avión-correo de la FACH (Fuerza Aérea Chile) con rumbo a su tierra natal. Doña María Carreño, la dueña de la fuente de soda ‘Münich’, les consiguió cupos y pasajes gratuitos en ese transporte que  oficialmente realizaba viajes de rutina entre ambos países, con escalas técnicas y administrativas en Argentina y Paraguay.

Muchos meses más tarde, al comenzar el año 1968, el masivo público futbolero santiaguino  se preparaba para asistir  al  Campeonato de Verano, una especie de Pentagonal Internacional en el que disputaban el título  equipos nacionales y extranjeros. Ese año, junto a clubes como River Plate, de Buenos Aires,  y la Selección de Alemania Oriental, participaría también Santos, de Brasil, con Pelé a la cabeza.

Al atardecer de un caluroso día miércoles, mi padre contestó el llamado telefónico de una persona que deseaba hablar conmigo. Dijo ser Pelé. Nadie le creyó, obviamente. Contesté el llamado suponiendo que se trataba de alguna broma de uno de mis amigos del barrio, o de la universidad, pero con estupor y agrado recibí el cantarino acento brasileño que me endulzaba el oído y el alma desde el otro lado de la línea telefónica. ¡Era Pelé!

Enterados del viaje del club Santos a Santiago, mis amigos Rogerio y Matias se comunicaron con dos viejos conocidos suyos, Rildo y Pelé, ambos integraban el plantel de honor santista y conocían la aventura que los dos jóvenes habían tenido en Chile. Pelé se comprometió con ellos en entregarme las poleras,  camisetas, café en grano y las cartas que mis amigos enviaban.

– ¿Puedes venir a buscar este paquete hoy mismo? –preguntó el ’Rey’

– Por supuesto que sí. Voy de inmediato. ¿Dónde están alojados ustedes?

– Ah…acá “no hotel Panamericano”…fica na rua…

– Lo conozco –respondí con rapidez- en calle Teatinos

Mi casa estaba –viajando en automóvil- a no más de diez minutos de esa dirección, por lo que aparecí frente a la puerta de ingreso del hotel cuando los relojes señalaban las 20:30 horas. Una verdadera multitud estaba presente en el lugar. También, como era esperable, había muchos periodistas esperando la oportunidad de fotografiar y entrevistar a los integrantes del club Santos, especialmente, cómo no, a Pelé.

En la recepción del hotel estaba registrado mi nombre. Pelé me esperaba en el comedor, donde todo el plantel de jugadores y el cuerpo técnico del mismo estaban cenando. Durante veinte minutos departí con Rildo y Pelé. En un momento sin explicación, el ’Rey’ dijo estar extrañado por la rapidez con que llegué hasta allí. “Vivo cerca”, dije. “¿Cuán cerca?”, preguntó Pelé. “A diez minutos en automóvil”. Entonces surgió la sorpresa.

– “Os Paulos (Rogerio e Simoes) falan maravilhas de su casa e sua familia”. Vocé chegó de carro propio o de taxi?

– En el automóvil de mi padre –respondí.

Y en un divertido “portuñol”, el gran Nº 10 de la selección brasileña hizo la pregunta que aún hoy, medio siglo después, me emociona.

– Quiero ‘conhocer’ sua gente y sua casa…¿es posible? Son ‘somente’ poucos minutos y voltamos pra acá ao hotel. ¿Tá?

Y así lo hicimos. Con la autorización del DT santista, Rildo, Pele y yo salimos a la calle, nos subimos al coche de  mi padre y enfilamos hacia la avenida  Vicuña Mackenna. Decenas de periodistas sacaron fotografías y lanzaron  mil preguntas. Dos de ellos nos siguieron en un taxi.

Pele y Rildo permanecieron  escasos quince minutos con mis padres. Luego de ello, al automóvil de nuevo. Esta vez los dos periodistas no nos siguieron; decidieron quedarse  frente a mi casa para conversar con mi padre.

Pelé y Rildo regresaron al hotel y yo volví a mi hogar con los regalos de Rogerio y Simoes.

Al día siguiente, un periódico vespertino (“Última Hora”) informaba de la reunión de Pelé y Rildo con el chileno Arturo Muñoz, en casa de este. Había también algunas fotografías. Eso fue todo.

Un año más tarde, en diciembre de 1969, se apersonó en mi casa un inspector  del Servicio de Impuestos Internos acompañado por un policía (carabinero), citándome a una entrevista con el jefe de una de las oficinas de esa repartición pública. “Le aconsejo que se presente –me dijo en tono severo- su situación podría ser grave”.

Eso hice. El Servicio de Impuestos Internos había presumido que yo era algo así como “manager” o representante de jugadores profesionales, y que no tenía legalmente el necesario “inicio de actividades” ni había pagado los impuestos pertinentes a las distintas transacciones que había efectuado representando a Paulo Rogerio, Paulo Simoes y, tal vez, haber sido uno de los gestores de la presentación de Santos de Brasil en Santiago.

La acusación era grave. Los inspectores hablaban de millones de pesos adeudaos por mí, cuestión que significaba una multa millonaria o, en su defecto, meses de cárcel.

No sin ciertas dificultades inherentes a la burocracia fiscal salí del paso  merced a la ayuda de varios personajes amigos de doña María Carreño –dirigentes del fútbol todos ellos- quienes certificaron en el Servicio de Impuestos Internos que yo no era ‘manager’ ni representante de nadie, que Rogerio y Simoes nunca firmaron contrato alguno ni recibieron un mísero peso de parte de Colo-Colo y de Santiago Morning durante su estadía en Chile…y en lo referente a la presentación de Santos en el Campeonato de Verano, era ese un asunto del que solamente se encargaba la Asociación Central de Fútbol (hoy, ANFP), ya que ningún particular tenía participación en ello.

Salí indemne de esa delicada situación. Hoy es sólo una anécdota. Así la recuerdo.

** Paulo Rogerio Matias y Paulo Simoes Costa se transformaron en mis amigos eternos, plenos, absolutos. Nos hemos visitado varias veces, ora en Chile, ora en Brasil. Con Simoes Costa nos consideramos, muy sinceramente, ‘hermanos’, y estamos en permanente comunicación vía redes sociales y teléfono.

Simoes Costa ya jubiló como vendedor estrella de una enorme empresa de golosinas –“Q Refresco’, y Paulo Rogerio Matias es el gerente propietario de ‘Pierre Cardin Brasil’.

Siempre que recordamos esta anécdota, reímos y nos abrazamos. Nuestra amistad es imperecedera.

 NOTA: En la fotografía que acompaña a este se observa a Rildo y Pelé 

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