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Un país sin Historia, un futuro sin memoria

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DIARIO LA QUINTA

por Gato Dequinta

Si Arturo Prat estuviera vivo, agarraría a sablazos a todos aquellos que quieren borrar el ramo de Historia de los colegios chilenos.

O’Higgins, Carrera, Manuel Rodríguez deben estar revolcándose en sus tumbas.

Y es que el neoliberalismo de la derecha gobernante considera que el sistema necesita individuos ignorantes de su historia y sus derechos, que sólo se dediquen a trabajar como esclavos y por sueldos miserables. La Historia, para estos sujetos, es un lastre, una pérdida de tiempo.

Es indudable que la Historia de Chile siempre ha jugado en contra de la derecha y ha dejado registrado sus pasos con huellas de sangre. Desde la imposición de la República Conservadora, a sangre y fuego luego de la guerra civil de 1830, con Diego Portales a la cabeza. Después, los gobiernos autoritarios de los ex generales Bulnes y Prieto. Otra guerra civil de 1859 con Manuel Montt.

La derecha conservadora chilena puso fin al liberalismo con la Guerra Civil de 1891, que costó la vida de 10.000 chilenos y la muerte del Presidente Balmaceda.

Fue durante un gobierno de derecha que fueron asesinados al menos 2.000 trabajadores en la Matanza de Santa María de Iquique, en 1907. A sangre y fuego se reprimió la llamada “cuestión social”. Es decir, la derecha chilena, en vez de buscar soluciones a las angustiantes demandas del pueblo, respondió con balas.

Más adelante, durante todo el siglo XX, la derecha chilena estuvo detrás de graves intentos de golpes de Estado. Apoyó la dictadura de Carlos Ibáñez en 1927. También respaldó la “Ley de Defensa de la Democracia”, la llamada “Ley Maldita” que estuvo vigente entre 1948 y 1958 y persiguió a la izquierda.

En el ’58 levantó la candidatura de Antonio Zamorano, “El cura de Catapilco”, para perjudicar la candidatura de Salvador Allende, lo que finalmente logró.

En el ’64, apoyó a Eduardo Frei Montalva, para impedir nuevamente la elección de Allende.

En 1969 respaldó el Tacnazo, un alzamiento militar que logró ser frustrado. Es decir, el ’64 apoyó a la DC y el ’69 le quiso dar un golpe de Estado.

En 1970, miembros de ultraderecha participaron en el asesinato de Comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, y del edecán de Allende, el comandante Araya.

Y su peor papel en la historia de Chile: impulsó, aplaudió y respaldó el golpe de Estado de Pinochet y las Fuerzas Armadas contra el Presidente Salvador Allende, lo que significó 3.200 chilenos asesinados, entre 20.000 y 50.000 torturados y alrededor de un millón de chilenos exiliados.

Durante los ominosos años de la dictadura, la derecha guardó silencio frente a las violaciones a los Derechos Humanos. Sus representantes, como Sergio Diez, decían en la ONU que en Chile no había detenidos desaparecidos. Jaime Guzmán, mientras tanto, construía la ultraneoliberal Constitución del ’80. Piñera y otros empresarios compraban a precio vil las empresas del Estado. Novoa, Julio Dittborn, Lavín, eran funcionarios del Pinochet. Francisco Javier Cuadra puso a todo Chile a mirar el Cometa Halley mientras mataban chilenos y chilenas. Onofre Jarpa sacó 18.000 soldados a la calle mientras simulaba negociar con la incipiente oposición. José Piñera creó el Plan Laboral que destruyó los sindicatos y las AFP que han empobrecido a los chilenos. Sergio Melnik fue ministro de Odeplan de Pinochet. Julio Ponce Lerou, el yernísimo, se quedó con las principales empresas de Chile y aún hoy profita de SQM.

Destaca también Felipe Cubillos, ministro de Pinochet y padre de la ministra Cubillos, que es la que precisamente quiere borrar la historia de Chile.

Además, entre otros muchos derechistas, destacan los 77 lamebotas que concurrieron a Chacarillas a jurarle lealtad eterna a Pinochet, con antorchas en la mano incluidas.

Por eso quieren borrar la historia, porque ésta los denuncia y los pone en vergüenza.

Porque para construir un futuro sólido se necesita una historia limpia.

Son todos ellos y muchos, muchos más, entonces, los que quieren que los chilenos y chilenas no tengamos memoria.

Pero ésta es insobornable, pertinaz, inclaudicable.

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