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Un cine para el pueblo

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El cine comprometido nació con los Lumiéres, se expresó en todas partes incluyendo por supuesto Hollywood.

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez, Kaos en la Red

El cine comprometido nació con los Lumiéres, se expresó en todas partes incluyendo por supuesto Hollywood. Conmocionó  el mundo con las grandes expresiones del cine soviético, se instaló solapadamente en el cine comercial en los años treinta, época en la nació el cine militante como una de las expresiones de la revolución social que daba vida y calor a la II República contra el militar-fascismo.

Esto por más que, sobre el papel,  solo una parte de la extensa filmografía sobre la guerra y la revolución española en general y de la prorepublicana en particular, aborda  , muy pocas abordan directamente al hecho revolucionaria aunque es algo de ello se transpira en los títulos más famosos de la época, Tierras de España, de Joris Ivens, y Sierra de Teruel, la obra maestra de André Malraux. No será hasta Tierra y Libertad, de Ken Loach que esta dimensión se aborde plenamente, provocando la reacción airada de los profesionales de la historia liberal y la atracción apasionada del público joven, aunque también es cierto que ya aparecía en algunos filmes documentales. más discutible resulta Libertarias, de Vicente Aranda, aunque suponen un voluntarioso homenaje a las “Mujeres libres” Según Marc Ferro “La guerra de España motivó la aparición de un cine militante, explícitamente revolucionario, no comercial y por lo general producido con escasos medios (…) En Estados Unidos esta corriente ha sobrevivido como ha podido después del maccarthismo, consiguiendo a pesar de todo dos obras maestras: una es un residuo del sentimiento pacifista, Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo (1971), y la otra es a la vez social, antirracista y feminista, La sal de la tierra, de Herbert Biberman, que en Estados Unidos fue boicoteada por su militancia.

Luego no será hasta la emergencia de las revoluciones anticolonialistas como la cubana o la argelina que resurgirá un cine abiertamente revolucionario con títulos tan reconocidos como los de Gillo Pontocorvo, La batalla de Argel, una obra maestra, y Queimada, mucho más interesante sobre el papel (desarrolla la teoría de la revolución permanente) que en su adecuación dramática, en este cuadro cabría registrar numerosas películas del joven y entusiasta cine cubana, tanto en el terreno de la ficción (Lucia, Memorias del subdesarrollo, La última cena, etc) como en el documenta, aunque éste apenas sí nos ha llegado fuera de los libros, aunque sobran ejemplos muy combativos como la tentativa por glorificar la lucha revolucionaria del Vietnam en filmes como Hanoi, martes 13 (1967), del cubano Santiago Álvarez. También el cine argelino tiene su propia aportación, pero apenas si traspasó el umbral de algunos festivales. Aquí entraría también algunos títulos sudamericanos tales como La hora de los hornos, de Fernando Solanas, La Patagónia rebelde, de Héctor Oliveras, La estrategia del caracol, de Sergio Cabrera, y un largo etcétera, por ejemplo, las películas del boliviano Jorge Sanjines autor del escalofriante testimonio de La sangre del cóndor (1969), o Federico García en Túpac Amaru (1984).

Con el mayo de 1968 se populariza el llamado “cine político”, oficialmente inaugurado con Z, de Costa-Gravas, un subgénero en el que destacaran, en primer lugar este cineasta grecofrancés, pero también otros tan interesantes como Francesco Rossi (Salvatore Giuliano, Manos sobre la ciudad), Francesco Masselli (El asunto Matteoti), Ives Boiset (El atentado, dedicado al asesinato de Ben Barka), Alain Resnais (La guerra ha terminado, Stavisky), Mauro Bolognini (Metello, Libertad, amor mío), y entre nosotros se dan algunos intentos como el de J.A. Bardem con Siete días de enero…en relación al mayor del 68 cabría hablar del Godard de Todo va bien, del Roman Gopuil, Morir a los treinta años, y también de Le fond de l ‘air est rouge, de Chris Marker (1977), considerado como un film compendio que en cierto modo, toca a muerto por la idea revolucionaria, por lo menos tal como había surgido en Europa.

En cuanto a la revolución portuguesa, no hay gran cosa (al menos que se haya estrenado por aquí), sí a caso A la revolución en un dos caballos (Mauricio Sciarra, 2002), casi tan fútil como Capitanes de abril (María de Medeiros, 2000), aunque, dicho sea de paso, está mostrado que se puede llevar un buen debate sobre cualquier historia aunque la película sea mediocre o incluso despreciable ya que puede servir como reflejo y como “test” de una visión edulcorada o falsificada.

En los ochenta, la revolución sandinista inspirará películas tan notables como Bajo el fuego (Roger Spottiwoode), con Nick Nolte, Gene Hackman, una de las grandes películas “liberales” de la época obra de un cineasta prometedor que denuncia de manera muy convincente la intervención norteamericana, en la misma línea se sitúan Salvador (1986), de Oliver Stone, o Romero (1989), de John Duigan…La lista naturalmente continúa, habría que hablar del ciclo de películas contra el “apartheid”, algunas de ellas bastante más radicales que Cry Freedom (Grita libertad), que al menos tuvo el mérito de iniciar el ciclo y dar a conocer la “conciencia negra”…A lo largo de un siglo el cine ha producido toda clase de películas, y entre ellas es posible encontrar muchas que podrían ayudar a provocar un buen forum, y está probado que con mucha mayor potencia que lo pueda hacer una conferencia oral. Las experiencias en este sentido son concluyentes, y no es por casualidad que en las fases de iniciativa histórica de los trabajadores, el cine-club llegó a ser una herramienta importante, un detalle que Bertolucci resalta quizás abusivamente en Soñadores, ligando el mayo del 68 con la crisis de la filmoteca parisina liderada por Henri Langlois…La diferencia es que ahora una actividad cineclubista cuenta con muchas más ventajas, primero porque técnicamente todo resulta muchísimo más sencillo, se puede jugar casi con todo el cine, y existen las fuentes suficientes (revistas, libros, páginas electrónicas, etc.), para recabar una información inicial que antaño eran cosa de unos pocos privilegiados.

Otra cuestión sería estudiar la existencia de posibles documentales, a veces mucho más valiosos, valga como muestra la guerra y la revolución española…

Finalmente, anotemos que a finales del siglo pasado, desde el criterio dominante se proclamaba que este tipo de cine ya había pasado a la historia. Que cineastas como Costa-Gravas o Ken Loach eran pura y simplemente “los últimos mohicanos”, que las nuevas generaciones todavía empelaban la imagen del “Che” como un mero recurso estético, etc. No habían contado que el pensamiento critico seguía vivo, ni que iba a ir sumando cada vez más motivos para crecer en su impugnación. Que esto es así es evidente, y ahí está el cine de izquierdas cada más activa para demostrarlo. Lo que cambia es que ahora la crítica a los errores del pasado son más asiduos, y que los puntos de denuncia del capitalismo son mñás amplios. Que temas como el feminismo y la ecología están adquiriendo mucha mayor importancia de la que antes se le daba.

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