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SOBRE LA SRTA PARADA

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por CONVERSO DEALER

LOS ABUELOS, dos seres dedicados su vida a la dramaturgia y a las tablas; padres de tres hijos varones, padecieron la mano dura de la dictadura en medio de un dolor que nunca supieron superar: es difícil resarcir cuando ese dolor es una suerte de pago karmático y tragedia.

Ellos fueron amigos personales del Poeta y Nobel; sintieron su muerte, que fue esa partida que se cruza entre el dolor y quién sabe qué más, ya que poco se cuenta del final de esos días de calvario para esta patria compleja, en donde nacía un engendro llamado dictadura.

Los abuelos recuerdan cómo el dinero de ese Nobel fue administrado por una familia —conocida de la mujer del poeta— pero a la vez ellos, pensando en darle movimiento esa fortuna, terminaron pasando el dinero a un empresario muy influyente que estuvo identificado años más tarde como uno de los grandes instigadores para que se generara el golpe de estado y se implantara la dictadura. Él tomó la fortuna del Nobel y efectivamente la hizo crecer, pero a su vez este mismo empresario sería quien canceló durante al menos un año los sueldos de la policía política de la dictadura: en otras palabras, las platas del Nobel de alguna forma ahí fueron usadas también. Así es el horror de lo que nadie cuenta y ellos sí fueron parte de esa historia: la otra, no la que va en los libros, sino la que se narra en las tertulias de los horrores del régimen, que tampoco quedaron impresas en los informes de Verdad y Reparación.

Estos abuelos salieron al exilio junto a sus dos hijos y pronto se vieron en la necesidad de saber de dónde podían recibir una mantención; el hijo que se quedó determinó arrendar la casa de la familia, con el dinero que mensual —y religiosamente— recibían, se pudieron por varios años sostener; de lo que nunca se enteraron es que la casa fue arrendada a la policía política de la dictadura, la cual sirvió de centro de tortura y exterminio para opositores al régimen, algo muy similar a lo que Carlos Cerda escribirá en su novela titulada La Casa Vacía.

Los abuelos pudieron volver del exilio años más tarde, mas tuvieron que lidiar con tantos absurdos y se fueron a la tumba con el dolor de perder un hijo horriblemente asesinado por los servicios de seguridad, inculpado de terrorista. Este hijo les dejó una nieta, la pequeña fue cautiva de la soledad y tristeza compleja, los abuelos la acogieron, le dieron cariño, la apoyaron con su educación, la vieron crecer y la dejaron volar hasta otras latitudes.

A ella le conocí muy bien en Barcelona; antes de eso, supe de su existencia porque en una teleserie hacía el papel de la hija de una mujer que vivía en una torre; ya en la ciudad catalana me contó la triste historia de su vida y el fin horrible de su padre.

Trabajaba —en ese momento que le conocí— en una compañía de teatro, pero al comenzar a relacionarme en forma más cercana a ella, fui descubriendo que era una yonqui, y más que del teatro, vivía como dealer; se mantenía en una situación muy cómoda para como se vive en Barcelona, arrendando un piso completo, ahí próximo al Arc del Triunf. Si me lo hubiesen contado me habría costado creerlo.

Siempre utilizó su desgracia familiar, como en una ocasión se lo supo enrostrar un amigo en común; desde la lástima se le regaloneaba, pero fueron varios momentos complejos que me dejaron más que preocupado, pensar que su vida la había fabricado desde la desgracia familiar y el discurso lo sobrellevaba bastante bien, ya que donde iba siempre le hablaban con una suerte de cariño y lástima por el otro, ya que era la hija de…, la nieta de…, entonces eso daba bastante rédito.

Me contó que había sido militante de las Juventudes Comunistas, pero más tarde se había desvinculado de aquello y su cercanía ideológica la llevó a la Concertación de Partidos por la Democracia; su madre estaba muy ligada a actividades políticas y eso también le significó de alguna manera una suerte de poder aprovechar el enganche de estar relacionada a una cierta élite del poder, pero claramente cargado a la izquierda, esa que en momentos parece una derecha conservadora de colores rojos.

Cuando retorné a Chile, una amiga en común me preguntó por ella y le dije que si le querían fueran por ella a Barcelona, de lo contrario quién sabe qué desgracia podrían tarde o temprano soportar, ya que la vida y forma que estaba llevando esta muchacha podía terminar en una desgracia de excesos y drogas.

Tiempo más tarde me recuerdo que nos encontramos en un conocido Centro Cultural, donde me enfrentó y me dijo que nadie me había dado el derecho de ponerle mal con su madre y familia, a lo que respondí: ‘qué bueno que acusaron recibo del mensaje y te fueron a buscar, de alguna manera deberías estar agradecida que alguien pusiera por aviso de lo que andabas en Barcelona y no era propiamente estudiando ni montando obras de teatro’.

Nos dejamos de ver, claramente desde ese desafortunado momento, aunque nunca dejó de estar presente en los medios de comunicación y eso me mantuvo al tanto de lo que hacía o dejaba de hacer. Primero, supe de su arrimo al naciente Frente Amplio, desde donde participó activamente en AC; terminó su impulso cuando fue nombrada como Diplomática en una embajada gracias a la cercanía de su madre con la Presidencia de la República; a su regreso del cumplimiento de ese cargo volvió al país y quiso ser candidata a diputada por un partido de izquierda, pero una noche de vuelta a su casa protagonizó un accidente, el cual le dejó fuera de la carrera parlamentaria: el parte informaba que conducía en estado de ebriedad; se tuvo que submarinear por un tiempo, luego apareció haciendo coqueteos a algunos personeros del gobierno de derecha levantando frases como: ‘todo no es tan malo como se pretende mostrar o ver’; eso le valió llegar a sentarse con el propio ministro del Interior y dar la sorpresa de que quien había sido la hija de uno de los asesinados en dictadura, se sentaba —sin escrúpulos— en la mesa de los cómplices de los asesinos de su padre.

Si sus abuelos estuvieran vivos para ver esta dramatización perfecta de la comedia griega, no sé si sentirían orgullo o asco.

Luego, se le vio con una asesoría para el gobierno de derecha: claramente el valor ofrecido era más que actuar de dealer y el apetito político o el complejo de figurar le harán mantenerse en la palestra sin complejidad alguna.

Con los años se sentó al lado de un candidato de la derecha y lo promocionó como una carta alternativa a la Presidencia de la República; en medio de aquello, un grupo de nefastos pseudos amiguis de izquierda escribieron una carta de desagravio por lo mal que le trataban por su giro de izquierda a derecha; si conocieran su pasado los timoratos esos, no habrían firmado tamaño absurdo de carta.

Así, su vida pasó del dolor y la tragedia a convertirse en quien sabe sacar provecho de la desgracia de su vida y acomodarse al momento.

Esto se podría leer como una forma diferente de ver una persona adaptando el síndrome de Estocolmo a su vida o testimoniando con su actuar la mejor forma de entender lo que es un real converso.

Cualquier coincidencia con la realidad es perfectamente real.

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