Inicio Cultura y Arte Seis universitarios futbolistas concentrados en conocido burdel del ‘chico Lucho’

Seis universitarios futbolistas concentrados en conocido burdel del ‘chico Lucho’

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Arturo Alejandro Muñoz

EN EL ROMÁNTICO Santiago de los años ’60 la bohemia desenvolvía sus redes con absoluto dominio de las noches capitalinas. Lugares como el Mon Bijou, Bim Bam Bum, Picaresque,  La Sirena, Lucifer, Tap Room, El Zeppelín, El Rosedal, El O’Higgins,  Catacumbas 2000, La Víbora Azul, El Tronío, etc., se encargaban de atraer a los clientes como la miel a las moscas. Las noches de fin de semana eran, definitivamente, espléndidas…y muchos varones –en especial solteros- decidían terminarlas en lugares con jolgorio más desenfrenado.

En aquella época, la casa de mis padres se encontraba en las proximidades de la avenida Vicuña Mackenna, muy cerca de la actual calle Santa Isabel, por lo tanto mis zonas de recorrido diario situábanse en los alrededores de esa inigualable esquina, especialmente en la fuente de soda “Munich” y en la multicancha del Centro Vasco (“Eutzko Etxea”) donde cada tarde grupos de empresarios y comerciantes bilbaínos bebían jerez jugando “Mus”.   

Con los amigos del barrio acostumbrábamos desarrollar en la impecable multicancha de ese local -ocupado como dije por vascos nostálgicos de sus tierras- disputados partidos de baby fútbol en las noches, con iluminación, camarines y duchas con agua caliente. No nos cobraban un peso por ello; claro, en nuestro grupo participaba Javier Zulaika, hijo del concesionario del Eutzko Etxea, pero también estaban Ivo y  Tonko Tomicic, Nibaldo Carreño (hermano de doña María, dirigente del Audax Italiano y dueña del restaurante ‘Munich’, ubicado en la esquina de Avenida Vicuña Mackenna con Santa Isabel),   Tito Álvarez, Ricardo Diez, Valentín Bayó, Elías Pizarro, Leonardo Domínguez,   Guillermo Larrazábal, Teobaldo Brugnole, los mellizos Höehmann y, por supuesto, quien escribe estas líneas.

No obstante, lo que importaba en ese entonces eran las noches de sábado (o mejor dicho, las madrugadas de domingo) luego de haber disfrutado de uno de los dos shows de boite La Sirena (el de la 1:00 o el de las 3:00 de la madrugada), pues resultaba ser un verdadero rito asistir en tropel a la cuadra del 500 en calle San Camilo, precisamente a esos 100 metros ubicados entre Santa Isabel y Argomedo, para ‘cerrar la noche’ bailando con las muchachas y bebiendo cual esponjas el líquido que contenía la clásica ponchera que las ‘misses’ servían a destajo (y cobraban como carajo).

Pertenecíamos al barrio, por lo tanto, nos conocían…y me aventuro en asegurar que en aquel ambiente también se nos respetaba, ya que la mayoría de los componentes del  grupo del Eutzko Etxea  éramos alumnos universitarios, pero universitarios en una época cuando en Santiago existían solamente tres casas de estudios superiores (la ‘U’, la UC y la UTE) e ingresar a uno de esos planteles significaba ser admirado, respetado y bien considerado por todos los vecinos…incluyendo las ‘niñas’, maricones, cafiches y cabronas de los burdeles de San Camilo.

LA NOCHE DE LA “CONCENTRACIÓN

Debo aclarar que en la cuadra del 500 de esa pecaminosa vía llamada San Camilo, un burdel ‘la llevaba’ (como dicen hoy los jóvenes). Se trataba de la cas’e putas del Chico Lucho. Por lejos, el prostíbulo más visitado y de mejor ‘renombre’ en el ambiente de aquel barrio donde había mucho para ‘vitrinear’ y mucho más aun para beber, jugar pool, bailar y sandunguear hasta el amanecer, ya que en la avenida 10 de Julio (a escasos 50 metros de allí), varios locales de comida y diversión mantenían sus puertas abiertas, e iluminados su frontis, como invitantes imanes para el sediento, el hambriento y el caliente, entre ellos, ‘El Chunchito”, “Las Cachás Grandes”, “El DaGino”, “Tiburón”, “El Fresia”, “El Suiza” e, incluso, el más elegante y caro de los moteles de aquellos días: “el Valdivia.

Un atardecer de primaveral domingo, Ivo Tomicic llegó a mi casa transmitiendo la propuesta que encendería nuestras juveniles luces. El barrio tenía un club deportivo, un equipo de fútbol, que lidiaba la punta de la tabla en feroz competencia amateur, la cual cada día martes contaba con una página completa en el diario que tenía más lectores en Chile: el ‘Clarín’. Se trataba del C.D. Unión Santa Isabel… donde uno de sus máximos dirigentes… ¡ya adivinaron!, ¿verdad?… era el afamado ‘Chico’ Lucho.

Juro ante la Biblia, el Corán, la Torah y el Popul Vuh, que hasta el día de hoy me ha sido imposible averiguar cómo se enteró el Chico Lucho de que nosotros éramos buenos ‘pa’la pelota’ y que, más allá de las bromas y la chimuchina, formábamos parte de las selecciones de fútbol en nuestras respectivas Facultades Universitarias (Filosofía y Educación, Economía, Ingeniería, Química y Farmacia, Derecho). Lo concreto es que ‘don Luchito’ –esmirriado y con ojos de puto viejo- pilló de casualidad a Ivo Tomicic dando vueltas por la cuadra del 500, y le endilgó la pregunta fatal. “¿Si ustedes (los del grupo del Eutzko Etxea) son del barrio, viven aquí y aquí la pasan bien, y además son excelentes futbolistas, por qué no ayudan a mi club –que es también el de ustedes, porque es el del barrio- para obtener el campeonato provincial?”

Y nuestro querido Ivo Tomicic mordió el anzuelo y se comprometió a conseguir el concurso de los ‘universitarios peloteros’. El segundo gil en picar, fui yo. Después cayó el resto…con más facilidad que el salmón barato (que pica hasta con hollejo de uva). Ahora entiendo el viejo refrán de los estibadores de Valparaíso: “díganle al huevón que tiene fuerza, y cargará solito el barco”.

En fin, mejor vayamos al meollo del asunto. Durante siete días domingo integramos –seis de nosotros- el equipo ‘A’ del Unión Santa Isabel en las canchas de la Séptima Zona en Santiago. Siete domingos, siete triunfos, siete días martes destacados en las páginas del ‘Clarín’. Y llegamos a la gran final…contra el C.D. Tropezón, la que se llevaría a efecto en una cancha-estadio de cuyo nombre no quiero acordarme porque, sencillamente, no me acuerdo; me parece que estaba cerca del viejo Gasómetro, allí donde el Colo-Colo de esos años mantenía sus campos de entrenamiento bajo la batuta de Andrés Prieto. Pero esa es otra historia en la cual también tuve algún grado de participación, y que espero relatar algún día.

La ‘gran final’ fue anunciada, voceada y magnificada por el diario ‘Clarín’ y la Radio Del Pacífico, conmocionó al ambiente futbolero santiaguino provocando un  revuelo inaudito en las ‘huestes femeninas’ del burdel del Chico Lucho y  en todo el barrio Argomedo/San Camilo/Santa Isabel. ¡¡Éramos la gran esperanza de los vecinos!!

Por cierto, en nuestras respectivas escuelas universitarias tratamos de pasar desapercibidos y ninguno de nosotros abrió la boca para relatar tamañas vicisitudes, aunque en mi particular caso muchos alumnos del Pedagógico descubrieron que yo era parte del equipo del Unión Santa Isabel…pero esos queridos compañeros, magníficos y solidarios, sellaron también  sus labios.


Habíamos llegado triunfantes a la final del  torneo amateur,…era posible entonces obtener el título de ‘campeones’ y pese a tener el 2º lugar asegurado, nuestro dirigente barrial, “Chico’ Lucho, exigió que el equipo, ese día sábado previo al partido definitorio, se concentrase en algún lugar donde nadie pudiera interrumpir el descanso de los guerreros jugadores.

El sitio escogido fue -¡cómo no!- el mismísimo burdel que regentaba el Chico Lucho en la calle San Camilo, relativamente cerca de nuestros propios domicilios. Por cierto, ninguno de los ‘futbolistas’ había tenido la mala idea de contarles a sus padres la actividad que iban a realizar ese sábado, ya que ello habría derivado en una escandalera y, además, en el ahogo de tan interesante final de campeonato. Ese fue, tal vez, nuestro segundo error.

Nos concentramos a medio día del sábado. Tuvimos una cálida recepción encabezada por el mismo propietario del burdel junto a dos de sus ‘ayudantas’ favoritas, una de las cuales lucía tanto maquillaje que era posible pensar que se trataba de una artista circense o de alguien dedicado al magnífico teatro de los mimos. Demás está decir que el dueño del local –el ya mencionado Chico Lucho- esa noche cerró el ‘negocio’ colocando en la puerta de ingreso un cartel que daba cuenta de nuestra “concentración deportiva” para la gran final del campeonato de los barrios.

Obviamente, al atardecer –o al anochecer, para ser más preciso- se dejaron caer por allí los primeros periodistas, entusiasmados no por el partido de fútbol del domingo a media tarde, sino para indagar por qué estábamos allí, qué hacíamos para ‘matar el tiempo’ (o la gallina, como publicó el deslenguado diario ‘Clarín’ el día domingo, el día mismo del partido final), con qué mujeres estábamos durmiendo, cuánto trago bebíamos, etcétera, etcétera. Las aprensiones y suposiciones periodísticas aumentaron al momento de la llegada –imprevista, por cierto- de un muy buen amigo de Elías Pizarro y de quien escribe estas líneas. Se trataba del entonces afamado cantante Marco Aurelio, quien dijo que “iba de pasadita sólo a saludarnos”, pues debía presentarse a su actuación en boite La Sirena, en ambos shows, esa misma noche.

– ¿Vas a ir a vernos jugar mañana? –le pregunté.

– Mañana estaré en el Hipódromo y luego en el Club Hípico…corren dos de mis caballos –respondió con premura al despedirse en la puerta principal mientras los periodista luchaban con el energúmeno que impedía el ingreso de “no invitados” esa noche a  la cas’e putas.

¿Y qué ocurría al interior del burdel? Las ‘chiquillas’ se esmeraban en atendernos bajo la batuta del mismo Chico Lucho que no nos abandonó un solo instante. El más entusiasmado era nuestro DT (entrenador), don Misael, un muy buen hombre, trabajador municipal, obrero del aseo y los jardines, el que me parece jamás había visto tanta carne frente a sus ojos en toda su existencia… y me refiero a la carne asada y a la ‘otra’, pues don ‘Misa’ desapareció de escena antes de la medianoche, y a ninguno de nosotros nos cupo duda de que dormiría poco y nada, ya que la Jenny le acompañó gustosamente a ponerse el pijama y comprobar la tibieza del lecho.

A esa misma hora, medianoche, desaparecieron los periodistas… y al interior del resguardado burdel se soltaron las amarras. La letanía de una monocorde y lánguida estadía durante la interminable tarde de aquel sábado, al llegar la hora de la Cenicienta se transformó en jolgorio, bailongo y otras yerbas.  No estoy autorizado –aún- para dar nombres, pero sí puedo contar que en aquel saloncito de la luz tenue y los sillones manchados, observé el mayor contorsionismo sexual que he presenciado en mi azarosa vida. ¡¡Diablos!!, descubrí entonces que nuestro arquero, goalkeeper, golero, portero, meta o guardavallas, era realmente el hombre goma.

A las dos de la madrugada –para variar- aparecieron los ‘tiras’. O los detectives, si alguien no entendió. Solicitaron los documentos de identidad de todos y cada uno de nosotros. En aquellos tiempos la mayoría de edad se lograba al cumplir los 21 años. Tres de de los seis universitarios presentes no tenían aún esa cantidad de calendarios en el cuerpo. ¡¡Problemas!!

– ¿Dónde está el encargado responsable de este equipo, el entrenador? –preguntó a viva voz el ‘tira’ que oficiaba de jefe de la patrulla, mientras las putas se encogían en los rincones del burdel como babosas cubiertas de sal, y el Chico Lucho conversaba tímidamente en voz baja con otro de los detectives, un tipo joven, en el saloncito aledaño.

La Dorothy fue a buscar a don Misael y logró sacarlo de su dulce estar junto a la Jenny. Nuestro DT apareció con el cabello revuelto y una cara de felicidad y sorpresa que prefiero no describir. Se deshizo en explicaciones ante el ‘tira’ mayor, a la vez que yo –prepotente como siempre- exigía a los detectives mostrar sus credenciales. Me da incluso vergüenza decirlo, pero el asunto se aquietó cuando otro ‘tira’, de edad indefinida, se enteró por boca de Tonko Tomicic que mi tío Rafael Mera era el Presidente de la Corte de Apelaciones de Valparaíso. Una secuela de murmullos al oído, de policía en policía, puso fin a la visita. Los ‘tiras’ se marcharon y todo volvió a la calma.

Bueno, a la calma, calma, no. La música de boleros y cumbias regresó al saloncito a la vez que el mariconcete que estaba encargado de la cocina y decía llamarse Smith (se creía gringo el tipo) acarreaba bandejas con sándwiches de jamón-queso y jarros con borgoña. Mareados, sudados y enfermos ya de tanta sandunga, baile y cánticos a coro, los ‘deportistas’ nos fuimos a la cama cuando el reloj  marcaba las cuatro de la madrugada.

Seis horas más tarde, las ‘niñas’ nos despertaron ofreciéndonos ducha con agua caliente y desayuno. Juro y rejuro que no tengo la más remota idea de lo que ocurrió entre las cuatro de la mañana y la hora del despertar, pues sólo sé que junto a mí, cuando abrí los soñolientos ojos, descubrí que  descansaba el cuerpo desnudo de la Natalie..y ‘Tommy’, el gato regalón de las chiquillas, encorvado como un ovillo a los pies del desordenado lecho.

A las tres de la tarde de aquel domingo, una fila de zombis –equipados con camisetas blancas cruzadas por una franja horizontal azul- deambulaba, desde la micro Av. Matta que el club contrató para nuestro transporte, hacia los camarines del estadio donde más de mil de fanáticos alentaban a los equipos que disputarían la final, ora nosotros, ora el Tropezón Fútbol Club.

Cuento corto y al callo. Tropezón triunfó sin apelación. Convirtieron esos diablos los dos goles que les dieron la copa, mientras nosotros jamás pudimos siquiera poner en reales apuros al golero adversario. ¡¡Saludos al legítimo campeón, Tropezón Fútbol Club!

Una semana después, junto a los hermanos Tomicic y Nibaldo Carreño, me topé en boite La Sirena con Marco Aurelio poco antes de iniciarse el show de la una de la madrugada. El genial cantante nos abrazó a la vez que lanzaba duras críticas a nuestras escasas capacidades de machos carreteros. “Un verdadero deportista es capaz de bailar toda la noche, beber cinco litros de borgoña, comerse un pollo asado, hacerle el amor a una hembra ardorosa, y después, en la tarde siguiente, ganar una final de fútbol”, nos dijo, con voz de profeta.

Estaba más que claro. No éramos realmente deportistas ni tampoco éramos –para el concepto de aquellos años- suficientemente ‘machos choros’. Solamente éramos, simple y claro, buenos muchachos, universitarios, gozadores de la vida, inofensivos… pero muy pronto –antes de lo supuesto y de lo deseado- dejaríamos de serlo.

*** Luego del golpe de estado de 1973 perdimos contacto entre nosotros. Nunca supe qué ocurrió con el Chico Lucho. Los antiguos burdeles de la cuadra del 500 de San Camilo han desaparecido, al igual que La Sirena, el Zeppelín y las Catacumbas 2000. Mis compañeros de ese equipo del Unión Santa Isabel siguen, casi todos, vivos y en buen estado de conservación, excepto Ivo Tomicic y Nibaldo Carreño, quienes fallecieron hace varios años. Algunos viven hoy en el extranjero, otros se han retirado a sus cuarteles de invierno. Y yo, bueno, yo… sigo dando la pelea.

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