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Perú, callejón oscuro

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Por Gustavo Espinoza M.

La gran mayoría de nuestras importaciones, vienen desde fuera del pais”. “Si no tenemos éxito, corremos el riesgo de fracasar”“El futuro, será mejor mañana”. “Es tiempo para la raza humana, de entrar en el sistema solar” . No amigo lector. Estas animadas frases, no las dijo Pedro Castillo Terrones, sino el ilustre Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica George W. Bush.

Una confirmación palpable de que en todas partes se cuecen habas y que las infortunadas expresiones de un hombre de gobierno pueden remitirnos a sus cualidades personales, pero no necesariamente a la condición de su gobierno.

Sin duda, algunos que al leerlas, hubo quienes pensaron en el profesor chotano. Vueltos a la realidad, las justificarán a plenitud, al saber que provienen del Jefe  de la primera potencia mundial,  y  no renunciaran por ellas, al “sueño americano” que los desvive. 

 En Arequipa se le suele llamar “huayquilla”, pero en el resto del país se habla tan sólo de “callejón oscuro”. Es una especie de castigo al que se somete a alguien a quien se quiere escarmentar,  demostrándole algo así como una sanción colectiva en la que muchos castigan, y sólo uno recibe los golpes. Algo así está ocurriendo ahora con el Presidente peruano.

 No sólo sus enemigos de ayer se han concertado para castigarlo de las más variadas formas; sino también sus aliados, aquellos que lo llevaron a la Jefatura del Estado en una contienda que quedará en la historia social del Perú como un hecho imprevisible.

Quienes se enfrentaron a en un inicio a él, actúan por dos razones: Por un lado, quieren restaurar sus privilegios en el viejo Perú Oligárquico; y por otro, están empeñados en derrotar las ínfulas de “los igualados”, esos menudos provincianos que de pronto se sintieron con derecho no solo a hablar, sino incluso a gobernar el país, a decidir las cosas. Poner a “esa chusma maloliente” en su sitio, parece  un imperioso deber para quienes se sienten detentadores del Poder, más allá que llevaran al Perú a la ignominia.

Guiados por ese espíritu, denigraron antes a Ollanta Humala, a quien finalmente lograron esterilizar como suelen hacerlo las familias rancias con sus gatos de angora. Lo llenaron de improperios y buscaron desacreditarlo, hasta que por fin moderó su discurso y atenuó sus precarias intenciones.

Luego acorralaron a PPK, no obstante que era -por razones de clase- hombre de los suyos. No le perdonaron que se alzara por su cuenta y no  se pusiera a sus órdenes, como siempre.

Pero Castillo Terrones, les pareció ya una afrenta intolerable. Nunca la habían imaginado. Algo así como como el escupitajo de un mendigo en duros años de crisis. Jamás podrían permitirlo. Si ocurriera, ni en la playa, lo olvidarían.

Para intimidar al electorado y desalentarlo de cualquier travesura, inventaron aquello de “la amenaza chavista”, el peligro de “un gobierno comunista”, la “cercanía a Cuba”, como un castigo del infierno que podría caer sobre los peruanos si tenían la osadía de marcar el lápiz en la contienda del 2021. Lo segundo, ocurrió; pero lo primero, podría quedar inscrito como parte de un mito en el imaginar de los peruanos.

Y los que ahora le dan la espalda, semejan la frustración política de quienes se sintieron los únicos ganadores y no entendieron nunca que el escenario unipolar no existe tampoco en la política peruana: y que nadie es particularmente propietario de una victoria que fuera el resultado del esfuerzo de muchos.

Ganados por un sectarismo estrecho, y cegados por un afán de dominio obcecado la reprochan a Castillo por lo que no hizo por una razón muy simple: falta de fuerza para operar en un escenario complejo en el que la telaraña del Poder conspira contra los buenos propósitos que anidan en el corazón de la gente. 

No es que no sea posible hacer nada desde las altas esferas del gobierno para cambiar la lacerante realidad que nos oprime. Claro que es posible siempre andar por caminos pedregosos evitando las caídas, pero eso requiere algo más que perspicacia política y experiencia sindical.

Pedro Castillo no fue promovido a la Primera Magistratura por sus elevadas calidades personales ni académicas. No se trataba de un científico social ni un profesional descollante. Tampoco, de un economista de primer nivel. Ni de un hombre de excepcionales cualidades.

Nunca lo fue, ni se ufanó de serlo en los difíciles meses de la campaña librada. Se presentó transparente, tal cono era: un maestro rural, rondero, agricultor y dirigente de un conflicto sindical importante pero episódico. Así se le conoció y así fue elegido, sin engaño alguno.

Quienes lo promovieron como candidato presidencial tendrían que hacerse la primera autocrítica por ubicarlo en el sitial que le ofrecieron. Conocían su límite, pero no les importó. Pensaron -y lo han dicho- que con él obtendrían los votos necesarios para “pasar la valla”. No tienen, entonces, nada que reprocharle.

Pero la carga de unos y otros, hoy suma. La censura del Ministro del Interior y el dictamen aprobado de la Comisión Parlamentaria que lo acusa, lo ponen en la mira de sus adversarios, los de antes y los de ahora. Y hace el “cargamontón” esperado.  

Asoma adicionalmente la Fiscalía, el Poder Judicial, y, sobre todo, la “Prensa Grande” que multiplica titulares y noticias por doquier y termina convenciendo que, “si tanto se dice, algo debe haber”.

De ese modo, el callejón oscuro está listito para que llegue el “apanao” y caiga el más atacado de los  mandatarios peruanos  ¿Así será?. 

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