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Natalia Sedova, una vida de revolucionaria

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Natalia Sedova, esposa de Trotsky

Marguerite Bonnet

Marguerite Bonnet fue amiga íntima de Natalia durante muchos años y gestionó después de su muerte el legado literario de Trotsky. Especialista en el surrealismo, en particular en André Bretón del que publicó una Antología (1913-1966) (Ed. Siglo XXI, Madrid-México-Bogotá, 1973 y 1977), así como la edición de sus Obras Completas que están apareciendo en Éditions La Pleyade, París. El presente texto fue publicado en Hommage a Natalia Sedova-Trotsky ( 1882-1962), París, 1962, edición fuera de comercio propiciada por un «grupo de amigos de Natalia Sedova- Trotsky», con prólogo de Maurice Nadeau, y aportaciones de André Bretón, Margarite Bonnet, Pierre Naville, Laurent Schwartz, Isaac Deutscher, Joseph Hansen, Pierre Frank, Livio Maitán, con testimonios y recuerdos de Alfred Rosmer, Michel Pablo, Jack Weber, Laurent Orfila, Sara Weber, Raya Dunayevskaya (Rai Spielgel), Gerard Rosenthal, así como el texto de Natalia sobre el asesinato de Trotsky y las notas de éste sobre Natalia aparecidas en su Journal d’ exil. 

Natalia Ivanova Sedova- Trotsky, muerta en Córbeil el 23 de enero de 1962, no hablaba nunca de ella misma. Su vida estaba hasta tal punto confundida con la de su compañero que todo lo que precedió su encuentro y su combate común, parecía separado. Sin embargo, un paisaje, una silueta, revelaban a veces un pasado adormecido, y ella sabía revivirlo, con una frescura y un humor delicioso. Había nacido en abril de 1892, el 14 del antiguo calendario, en Rommi, una pequeña ciudad ucraniana. En 1955 pude ver a Natalia emocionarse al recuerdo de esta Ucrania convertida para ella en algo tan lejano –en el tiempo y en el espacio–, cuando la conduje durante las vacaciones en las montañas de Forez; ella señalaba, con una especie de sorpresa dichosa e incrédula, la extraordinaria semejanza que encontraba entre este país y Ucrania: como en Ucrania, las praderas, los bosques, como en Ucrania los valles abiertos y las montañas a la redonda… Me hablaba también, el mismo día, del Cáucaso, de las largas excursiones que hizo a pie con el que llamaba invariablemente L.D. (1). La gran naturaleza caucasiana, los picos, sus precipicios, sus torrentes, sus árboles desplomados sobre sus frutos, sus tormentas terroríficas, habían dejado en ella un deslumbramiento nostálgico.

Su familia pertenecía a la pequeña nobleza pobre. Su padre, Iván Sedov, era de origen cosaco; su madre OIga Kolchevsky de origen polaco. Tuvieron seis criaturas, varios murieron jóvenes. Natalia recordó una vez delante mío que uno de sus hermanos participó en la gran revolución de 1917 y ocupo un puesto Importante en provincia, pero murió  poco después.

Los padres murieron muy pronto: a los 18 años Natalia era huérfana. Fue educada por su abuela de la que evocaba con admiración la firmeza de su energía. Recordaba también con humor y afecto a una de sus tías, la primera mujer «modernista» de la familia, ganada a las ideas revolucionarias y a los cigarrillos. Muchos de sus familiares estuvieron implicados en el movimiento de los «norodnikis» en lucha contra la opresión zarista, muchos, entre ellos su tía, conocieron el exilio en Siberia… Criada en este ambiente, Natalia no podía escapar a la fermentación revolucionaria que se gestaba en la Rusia de final del siglo XIX. Así, desde su adolescencia, manifestó su revuelta. Alumna en Karkov de una institución para jóvenes muchachas nobles, organiza colectas para el apoyo de los prisioneros políticos y agita a sus camaradas para manifestarse contra la presencia obligatoria en los oficios religiosos, después de haberlos persuadidos de que la lectura de los folletos revolucionarios clandestinos eran preferibles a la Biblia. Como es fácil imaginar esta acción implica su expulsión.

Estudiante en una Universidad femenina en Moscú, entro más completamente en el movimiento revolucionario adhiriéndose a un grupo de estudiantes socialdemócratas. Pronto se trasladó a Ginebra para estudiar botánica. La vida debía de llevarla bien lejos de la paciente observación de las plantas, aunque hasta el final de su existencia no cesó de interesarse en ellas. Sus conocimientos en este dominio continuaron siendo importantes. Muy a menudo, en el curso de un paseo, en Francia o en México, me preguntaba: «¿Cual es el nombre de esta planta en francés?». Yo le confesaba mi total incompetencia. Natalia insistía: «Pero venga, sí usted lo sabe». Me mostraba las características de la planta para añadir, como para decidirme a descubrir el nombre rebelde: «En ruso le llamamos…». Entonces se acordaba que yo no sabía del ruso más que de botánica y nos poníamos a reír. Pero la pequeña escena recomenzaba pronto. Sin duda su amor por las plantas era muy grande para que se resignara ante mi ignorancia.

Cuando, estos últimos años su nieto, apasionado por la química instaló en el fondo del jardín de Coyoacán un pequeño laboratorio, Natalia se puso desolada: «El ácido mata el césped. Las plantas que trepaban por el muro están muertas. El rosa florece mal….» También quería defender sus camelias contra las empresas de sus biznietas, Verónica y Norita, que entonces con cuatro y tres años sentían el delicioso placer de arrancar de un zarpazo unos granos florecientes…

Pero Ginebra no aportó únicamente a Natalia una iniciación en la botánica; los problemas sociales continuaron apasionándola. Allí, Plejanov, el teórico marxista, había organizado un círculo de estudiantes. Natalia se incorporó a éstos ya los emigrados que se agrupaban alrededor del periódico ““Iskra””, en el que Lenin era uno de los animadores. Natalia, con 19 años, recibió del grupo su primera misión: transportar a Rusia textos revolucionarios ilegales.

Abandonó Ginebra por París donde compartió la existencia de los emigrados políticos que, para poder mantenerse mejor, ponían en común todos sus recursos, y tomaban juntos sus comidas en un alojamiento de la calle Lalande. Fue entonces, en otoño de 1902, cuando se encontró con Trotsky. Lo cuenta ella misma en un pasaje de su «diario» (2) del que Trotsky citará numerosos extractos en la autobiografía que publicó en 1930 con el título de “Mi vida” (3):

«El otoño de 1902 fue rico en conferencias en la colonia rusa de París. El grupo de “Iskra” al que pertenecía envió primero a Martov y después a Lenin. Este había luchado contra los «economicistas» y los socialistas-revolucionarios.

En nuestro grupo se hablaba de la llegada de un joven camarada, evadido de la deportación. Se había instalado en casa de Catherine Mikhallova Alexandrova, antigua militante de la Libertad del Pueblo que se había unido a “Iskra”. Las jóvenes queríamos mucho a. Alexandrova, y las escuchábamos con interés y estábamos bajo su influencia. Cuando el joven colaborador de “Iskra” llegó a París, Alexandrova se encargó de buscarle un apartamento entre la vecindad. Había uno libre en la casa donde yo vivía, costaba doce francos al mes, pero era muy pequeño, estrecho, sombrío, y parecía una cueva. Cuando hice la descripción a Alexandrova, esta me cortó la palabra:

-! Está bien!  iEstá bien!… Es inútil hablar tanto… Le irá bien. iQue lo coja!: .

Luego Natalia añadía:

«Cuando el camarada joven, del que no diremos el nombre, se instaló en dicho apartamento, Alexandrova me preguntó:

-Bien, ¿,prepara su conferencia? .

-No lo sé, le respondí. Probablemente… Esta noche, al subir la escalera, lo he oído silbar en su cama.

-Dile que se prepare bien en vez de silbar. Alexandrova estaba muy inquieta con «él», se preguntaba sí hablaría con éxito. Pero su ansiedad no estaba justificada. La conferencia fue muy lograda, la colonia estaba entusiasmada, el joven militante de “Iskra” sobrepasó las expectativas».

Trotsky señala lo que le debía a Natalia: su primera iniciación al arte. Fue gracias a Natalia, que guardará hasta su último día un interés vibrante por todos los dominios donde se desplega la creación humana –pintura, escultura, música, literatura–, que Trotsky cesa, nos lo dice él mismo, de ser un «bárbaro», aunque reconoce no haber nunca superado en el conocimiento del arte los límites del diletantismo. Natalia tomó nota de cómo él se mostraba, en un principio, recalcitrante ante el arte (4):

«La impresión general que hizo de París: «Se parece a Odessa, aunque»Odessa es mejor». Esta conclusión que iba en contra del buen sentido se explica así: L.D. estaba completamente absorbido por la vida política y no se daba cuenta de otras cosas de la vida más que en la medida en que se le imponían. Entonces las percibía como inoportunidades de las que tenía que escapar. Yo no admitía sus juicios sobre París y me burlaba de él».

La revolución de enero de 1905 los lleva a Rusia. Natalia sale primero por Kiev con el fin de establecer las relaciones y encontrar alojamiento. Trotsky llega en febrero. Durante un cierto tiempo tuvo que esconderse en una clínica oftalmológica, donde redacta textos y proclamas. La pareja llega a continuación a Petrogrado. Natalia fue arrestada el Primero de Mayo en el curso de una reunión clandestina en el bosque. Trotsky fue obligado a vivir con una falsa identidad en Finlandia. Natalia permanece encarcelada seis meses y luego fue deportada a Tver. Pero la revolución, por un tiempo contenida, toma en octubre un nuevo aliento. Natalia y Trotsky regresan a Petrogrado donde fue pronto elevado a la presidencia del Soviet.

La detención de los miembros del Soviet de Petrogrado, el 3 de diciembre de 1905, señala el aplastamiento del movimiento. Trotsky, condenado en 1906 a una deportación perpetua, parte en enero de 1907 para la residencia que se le había asignado, un poblado siberiano por debajo del círculo polar. Pero incluso antes de llegar a su destino se evade y se junta con Natalia en Petrogrado, desde donde partirán hacia Finlandia con su hijo León, nacido durante la estancia de Trotsky en prisión, en febrero de 1905.

Una nueva emigración que debía de durar diez años comienza para ellos, les lleva para empezar a las afueras de Viena donde nacerá en 1908 su segundo hijo, Serge. Aunque Trotsky aseguró su colaboración con la prensa democrática rusa, en particular con el “Diario de Kiev”, la vida de la familia conocerá sin embargo momentos difíciles. Trotsky escribe en este sentido:

«Los honorarios que yo recibía de la ´Kievskaia Mysl´ habrían sido de hecho suficiente para nuestra modesta existencia. Pero en los meses que le dediqué a “Pravda” me impidieron escribir una sola línea retribuida. Por lo tanto sufrimos una crisis. Mi mujer conocía muy bien el camino del Monte de Piedad, y yo vendí más de una vez a los libreros algunos de los libros comprados en días más afortunados. Llegó un momento en el que nuestro humilde mobiliario fue embargado como garantía del alquiler. Teníamos dos niños pequeños, y no había una ayuda para guardarlos. Nuestra vida pesaba doblemente sobre mi mujer. A pesar de todo, ella encontraba todavía tiempo y fuerzas para ayudarme en mi trabajo revolucionario».

Las amistades sólidas, en particular la de la familia Kliatchko, emigrados rusos, endulzó sin embargo el exilio. En noviembre de 1914, el “Kievskaia Misl” pide a Trotsky que sea su corresponsal de guerra en París. Su familia se le unirá en mayo de 1915 y se instalan en una pequeña casa de Sévres después en la calle Oudry, en el barrio de los Gobelinos. En París, Trotsky reencuentra a Martov entre los emigrados rusos, se relaciona con los sindicalistas revolucionarios, Monatte, Merrheim, Bourderon, Loriot y sobre todo Alfred Rosmer, al que le atará, como escribe él mismo, «un sentimiento de amistad que ha permanecido a través de todas las pruebas de la guerra, de la revolución, del poder soviético y de la derrota de la Oposición». La amistad de las dos parejas, Alfred y Marguerite Rosmer, León y Natalia Trotsky, durará el resto de sus vidas. Se afirma incluso en la  muerte: Marguerite falleció el 20 de enero de 1962, tres días antes que Natalia. Para todos aquellos que la han conocido, no hay duda que la inquietud que sentía por la enfermedad de Natalia aquel gran corazón generoso no hizo más que adelantar su propio fin.

En septiembre de 1916, Trotsky es expulsado de Francia, a petición del gobierno zarista, y conducido a la frontera española. Después de diferentes altercados con las autoridades españolas, se unió finalmente con su familia en Barcelona tres meses más tarde, y el 25 de diciembre de 1916, se embarcaron todos para Nueva York a donde llegaron el 13 de enero de 1917. Trotsky cuenta en “Mi vida”, esta llegada, el acogimiento de Bujarin que, desde que pusieron los pies en tierra, los acompaña, a pesar de la fatiga ya la hora tardía, a visitar la biblioteca. Natalia había guardado de este incidente un recuerdo muy vivo y me ha hablado de él en muchas ocasiones con una emoción divertida: New York por la noche, los niños se esforzaban en contar los pisos de los rascacielos y recomenzaban sin cesar sus cálculos, el aturdimiento del viaje, Bujarin amigable y voluble, desbordante de entusiasmo delante de la riqueza y la organización de la biblioteca…

En lo sucesivo, la vida de Natalia y de Trotsky se confunden con la de la revolución: encarcelados después de las jornadas de julio, Trotsky se convierte, desde su liberación, con ocasión de la tentativa de Komilov, ya en el mes de agosto, en el presidente del Soviet de Petrogrado. Natalia trabaja en un sindicato. De lo que fueron la fiebre de aquellos días, su tensión, sus esperanzas, nos pueden dar una idea las líneas siguientes. Natalia escribe:

«En los últimos días de los preparativos para el movimiento de octubre, nos fuimos a vivir a la calle de Taurida, L.D. se pasada los días en el Smolny. Yo seguía trabajando en el Sindicato de Obreros de la madera, en que tenían mayoría los bolcheviques y donde se respiraba una atmósfera muy caldeada. Las horas de servicio se nos pasaban discutiendo la cuestión del alzamiento. El presidente del Sindicato compartía el «punto de vista de Lenin y Trotsky» (que era como se decía entonces), y yo le ayudaba en la campaña de agitación. En todas partes y por todo el mundo se hablaba del alzamiento: en las calles, en los establecimientos de comidas, en las escaleras de Smolny entre la gente que se cruzaban. La comida era escasa: el sueño, corto; la jornada de trabajo, de veinticuatro horas. Casi nunca veíamos a los chicos, y durante aquellos días de octubre no me abandonó un momento la preocupación de )o que pudiera ocurrirles…»

Y más lejos, añade:

«L.D. y yo no parábamos un momento en casa. Los chicos, cuando volvían de la escuela y no nos encontraban allí, se echaban también a la calle. Las manifestaciones, los disturbios callejeros, los tiroteos, que eran frecuentes, me infundían en aquellos días mucho miedo, por ellos; téngase en cuenta que eran la mar de revolucionarios… Los pocos ratos que pasábamos juntos se ponían a contarse, muy contentos:

-Hoy fuimos en el tranvía con unos cosacos que iban leyendo la proclama de papá, «Hermanos cosacos».

-¿Y qué?

-Pues la leían, se la pasaban unos a otros, era muy hermoso…

-¿Os gustaba eso?

-Si mucho.»

Los niños confiados a unos amigos ya que la revolución absorbía plenamente totalmente a Natalia y a Trotsky (5)

«…Tarde por la noche, regresábamos a nuestra casa de la calle Tuarida para separarnos otra vez a la mañana siguiente, bien temprano, L.D. camino de Smolny y yo a mi Sindicato. Cuando ya los acontecimientos fueron creciendo, no salía de Smolny ni de noche ni de día, L.D. se pasaba días y días sin aparecer por la calle de Taurida, ni siquiera a tumbarse un rato a dormir. Yo me quedaba también muchas veces en el Smolny, donde pasábamos la noche recostados en un sofá o sillón, sin desnudarnos. No hacía calor; era un tiempo otoñal, seco, gris, y soplaba un airecillo frío. Las calles principales estaban desiertas y silenciosas. En este silencio palpitaba una tensión de desasosiego. El Smolny hervía de gente. La magnífica sala de fiestas, en la que brillaban las mil luces de sus espléndidas arañas, estaba abarrotada de gente día y noche. En las fábricas y talleres reinaba también una intensa actividad. Pero las calles seguían silenciosas, mudas, como sí la ciudad muerta de miedo, hubiese escondido la cabeza debajo del ala…»

En marzo de 1918, el gobierno central fue transferido a Moscú. Trotsky cuenta en estos términos su instalación en el Kremlin (6):

«En la «Casa de los caballeros», que da frente al «Palacio de las Diversiones», vivían antes de la revolución los funcionarios del Kremlin. Todo el piso bajo lo ocupaba el alto comandante. Ahora su vivienda estaba dividida en varios cuartos. En uno de ellos vivía yo, separado por un pasillo de Lenin. El comedor era común a los cuartos. La comida que daban entonces en el Kremlin era rematadamente mala. No se comía más que carne salada. La harina y la cebada perlada con la que hacían la sopa estaban mezcladas con arena. Lo único que abundaba, gracias a que no podían exportarlo, era el caviar encarnado. El recuerdo de este inevitable caviar tiñe en mi memoria –y seguramente que no solo la mía- la idea de aquellos primeros años de la revolución».

Comisario del Pueblo de la guerra, Trotsky estará la mayor parte del tiempo en el frente. Natalia trabajaba en el Comisariado de Instrucción Pública del que se encargaba Lunatcharsky, dirigiendo el servicio de museos y de los monumentos históricos. Pesada tarea en un período como el de la guerra civil. Como recuerda Trotsky (7):

«Mi mujer trabajaba en el Comisariado de Instrucción Pública, donde tenía a su cargo la dirección de los museos, monumentos históricos, etc. Le cupo en suerte defender bajo las condiciones de vida de la guerra civil los monumentos del pasado. y por cierto que no era empresa fácil. Ni las tropas blancas ni las rojas sentían gran inclinación en preocuparse del valor histórico de las catedrales de las provincias ni de las iglesias antiguas. Esto daba origen a frecuentes conflictos entre el Ministerio de la Guerra y la dirección de los museos. Los encargados de proteger los palacios y las iglesias echaban en cara a las tropas su falta de respeto por la cultura; los comisarios de guerra reprochaban a los protectores de los monumentos de arte el dar más importancia a objetos muertos que a hombres vivientes. El caso era que, formalmente, yo tenía que estarme cada paso debatiendo en el terreno oficial con mi propia mujer. Este tema daba lugar a buen número de chistes y de bromas».

Y está fuera de duda que, a pesar de los peligros a los que Trotsky se encontró permanentemente expuesto, a pesar de las dificultades numerosas. Natalia conoció entonces los años más exaltantes y los más ricos de toda su existencia: la revolución era victoriosa y su actividad personal respondía plenamente a sus aspiraciones.

Pero aquel tiempo fue corto: pronto comenzó en Rusia la reacción burocrática que la muerte de Lenin, el 21 de enero de 1924, debía precipitar. Desde enero de 1925 Trotsky fue relevado de sus funciones en el Comisariado del Pueblo para la guerra y tuvo que sostener una áspera lucha en el interior mismo del partido. Al final de 1927, todavía apesadumbrado por el suicidio de Joffé, su colaborador y amigo, vivió su derrota. La Oposición de Izquierda en su conjunto fue excluída del partido en su XVº Congreso. El último período de su existencia común, que concluirá trágicamente en México el 20 de agosto de 1940, se abre entonces: doce años dramáticos, marcados por la deportación, el exilio, las persecuciones más variadas, los duelos más crueles… doce años durante los cuales Natalia, discreta y eficaz, se mantiene siempre al Iado de León Trotsky, aportándole un sostén infatigable con su presencia, con su energía y su amor. Las notas sacadas del “Journal d’exil” (8), permite adivinar lo que fue Natalia para Trotsky en unos años negros, y la profundidad de su unión.

Nada más empezar conocieron la deportación, en enero de 1928, en Alma-ata, en el Asia Central, sobre la frontera de China, a 4.000 kilómetros de Moscú, donde les acompañó su hijo mayor, León Sedov, que había entrado como su padre en la lucha política. Una novedad cruel, la primera de una larga serie, les llega pronto: el 9 de junio se apaga en Moscú, Nina una de las dos hijas que Trotsky había tenido de su primer matrimonio con Alexandra Lvovna. Nina cuyo marido, miembro de la Oposición, había sido arrestado poco antes de la deportación de Trotsky, muere de tuberculosis a la edad de veintiséis años. Esta muerte fue tan dolorosa para Natalia como para Trotsky, no solamente porque ella tomaba parte en todas las pruebas sufridas por su compañero, sino también porque un afecto muy profundo le unía a las dos hijas de Trotsky, Nina y Zina, así como con Alexandra Lvovna. Ella me habló en muchas ocasiones de esta última militante de gran envergadura, que defendía con firmeza los puntos de vista de la Oposición y que fue deportada a Siberia en el momento de los procesos de Moscú. Su suerte no cesó de atormentar a Natalia hasta sus últimos años.

Trotsky, incluso aislado en una región lejana, se mantenía irreductible frente a Stalin. Queriendo golpear a la izquierda con un nuevo golpe, este último decidió por una orden de 18 de enero de 1929 la expulsión de Trotsky fuera de las fronteras de la URSS. El 12 de febrero de 1929, un vapor soviético desembarca en Constantinopla a Trotsky, Natalia y a su hijo mayor León. El más pequeño, Serge, ingeniero muy apasionado por su trabajo científico y que no tenía ninguna actividad política, había decidido permanecer en la Unión Soviética. Nadie podía prever entonces que el odio de Stalin le golpearía simplemente por ser el hijo de Trotsky.

Acompañados por algunos amigos de los grupos de la Oposición de Izquierda, Trotsky y los suyos se instalaron por razones de seguridad en Prinkipo, una de las islas del Bósforo. Trotsky se puso inmediatamente a trabajar: artículos, libros, correspondencia, folletos. Es en esta época cuando escribe su autobiografía, a petición de un editor alemán. Ampliamente ayudado por León Sedov, publica cada mes un capítulo en ruso, y continuará haciendo entre 1929 y 1940 el boletín de la Oposición que aparecerá en París y luego en New York.

Si exceptuamos un corto viaje a Noruega el otoño de 1923 en base a la invitación de una asociación de estudiantes socialdemócratas que pidieron a Trotsky una conferencia sobre la revolución rusa, Trotsky y Natalia permanecieron en Prinkipo sin interrupción hasta julio de 1933. Un nuevo duelo les golpeará: la represión contra la Oposición de Izquierda y la familia de Trotsky se acentúa en Rusia; su hija mayor, Zina, llegara a Berlín para curarse acompañado por su hijo Sieva. Había dejado en Rusia a su marido Platón Volkow y su hija pequeña. Volkow no consiguió la autorización para dejar Rusia. Enferma, agotada su resistencia nerviosa, Zina se suicida. El niño, recogido por su tío León Sedov y su compañera, Jeanne Martín, vivió tanto con ellos como con sus abuelos.

La existencia de Trotsky y de Natalia a partir de 1933 hasta su llegada a México en enero de 1937 no fue más que una larga errancia. El 20 de enero de 1932 el gobierno ruso le quitó la nacionalidad soviética a Trotsky ya los miembros de su familia que vivían en el extranjero: en estas condiciones la estancia de Trotsky en Turquía, cerca de la URSS, parecía peligrosa.

Las iniciativas destinadas al gobierno francés concluyeron con la concesión de un visado, acompañado empero de diversas restricciones. El 24 de julio de 1933, Trotsky, Natalia y sus amigos desembarcaron en Marsella. En un principio vivieron muchos meses en Saint Palais, cerca de Royan, y luego fueron autorizados en noviembre a aproximarse a París. Pero la Seine y la Seine-et-Oise permanecieron prohibidas. Se instalaron en Barbizón, en una casa situada al borde del bosque (Será en Barbizón cuando el 4 de noviembre de 1962, Natalia efectúa su último paseo: quiso volver a ver el bosque en otoño y una de sus moradas del exilio).

Al comienzo de 1934, un accidente de motociclista ocurrido a un joven camarada encargado del correo, revela su retiro. ¡La prensa se desencadena!. El ministro del Interior, Albert Serrault, cediendo a esta campaña hostil, firma el 6 de febrero de 1934 una orden de expulsión, Trotsky y Natalia encontraron un asilo provisional en Domene, cerca de Grenoble. Es en la primavera de 1933 cuando otra pesada inquietud viene a atenazarles: su hijo Serge, que permaneció en la URSS, no responde más a sus cartas. La angustia y el sufrimiento de Natalia y de Trotsky se expresa sobriamente en algunas notas del “Journal d’exil”.

Todos los gobiernos extranjeros rechazaron el acogimiento de los exiliados: más que nunca, para León Trotsky y su compañera, el planeta está sin visado. Finalmente el gobierno laborista de Noruega le concede una autorización de estancia. Al final de junio de 1935, Trotsky y Natalia y dos amigos que cumplen el papel de secretarios llegan a Oslo y reciben a unos sesenta kilómetros de la ciudad la hospitalidad de un socialista, Konrad Knudsen. Natalia no hablaba nunca sin emoción de la familia Knudsen cuyo acogimiento afectuoso fue para ellos, en este período sombrío, de un gran reconfortamiento. Sin embargo, la apertura del primer proceso de Moscú, el de Zinóviev, en agosto de 1936, convierte este asilo en precario, con el relanzamiento del gran ataque contra el trotskysmo. El gobierno soviético amenaza con boicotear el comercio noruego. Trotsky y su mujer son detenidos, confinados en una residencia vigilada. Planeta sin visado, una vez más… Solamente México, bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, le concede el derecho de asilo.

El 9 de enero de 1937, los exiliados desembarcan en Tampico. Natalia describe en los siguientes términos este momento (9):

«La llegada de un vaporcillo disipa nuestras dudas. Los rostros conocidos o desconocidos, pero todos honestos, nos, sonreían. Diego Rivera, inmovilizado en una clínica, no pudo venir, pero su mujer, Frida Kalho, estaba aquí así como los periodistas, los funcionarios mexicanos, los camaradas, amigables y afectuosos, alegres por recibimos. Una ola de nuevos entusiasmos nos llega de New York. Más que en ningún otro lugar del mundo el crimen perturbaba las conciencias. Respiramos un aire purificado… Un tren ofrecido por el gobierno mexicano nos transporta a través de los campos de palmeras y de cactus. Un auto que nos recoge en la estación nos lleva a las afueras de México. Una casa azul, un patio lleno de plantas, las salas frescas, las colecciones de arte precolombino, las pinturas en profusión. Estamos en un nuevo planeta, en casa de Diego Rivera y Frida Kalho».

Había encontrado finalmente un abrigo natural. Por poco tiempo… el 23 de enero se abre en Moscú el segundo de los grandes procesos que se centra enteramente sobre Trotsky y sobre su hijo León Sedov que preparan activamente cartas y documentos para esclarecer a la opinión mundial. Una comisión que se constituye bajo la presidencia del filósofo John Dewey, conocido por sus trabajos y su integridad, examina las acusaciones levantadas contra Trotsky, se instala en México para analizarlas y, después de varios meses de investigaciones minuciosas, declara a Trotsky y Sedov inocentes de los crímenes que les imputa Stalin. La alegría fue grande en Coyoacán, pero no iba a durar mucho. En febrero de 1938, llega el golpe más terrible e inesperado que se abate sobre Trotsky y Natalia: su hijo León Sedov, operado en una clínica parisiense de una banal apéndice, muere brutalmente en el momento mismo en que se preparaba para volver a su casa. ¿Desgracia del azar, una imprudencia o un crimen de la GPU? . Bastantes elementos permiten plantearse la última hipótesis. Las autoridades judiciales francesas no llevaron su investigación con mucho celo y el «dossier» del caso parece haber desaparecido durante la guerra. Trotsky y Natalia, aplastados por el dolor vivieron ese 16 de febrero, según las palabras de Trotsky, «la jornada más negra de su vida privada».

La herida que esta muerte y la desaparición de Serge traspasó el corazón de Natalia no se cicatrizó jamás. Veinte años después, no podía hablar de ello sin que le temblara el sonido de la voz, revelando la profundidad de su desgarro. Por más grande que fuera la grandeza de su alma, esta se doblaba bajo la atrocidad de un dolor siempre vivo. Sus ojos se humedecían…

Dos años después, Stalin que no podía dejar vivo aquel que, incluso exiliado, constituía para él un peligro ya que encarnaba la causa misma de la revolución, lanza contra Trotsky un primer ataque directo. Al alba del 24 de mayo de 1940, una banda armada, dirigida por el pintor estalinista Siqueiros, ataca la casa de Coyoacán, barrio de México en el que viven Trotsky, su mujer y algunos camaradas, secretarios y guardianes. Uno entre ellos, el joven norteamericano Robert Sheldon Harte, fue raptado por los asaltantes. Un mes más tarde se encontrará su cadáver cubierto de cal viva en una casucha campesina. Esta vez será gracias a su sangre fría que, cuando escucharon las primeras ráfagas de balas, les inspiró la idea de lanzarse fuera de su cama en un ángulo de la habitación –Natalia empujando a Trotsky contra la pared, lo protegió con su cuerpo– y también gracias a un azar casi milagroso, que Trotsky y Natalia escaparon a la muerte.

Pero los asesinos no descansaban: apenas tres meses más tarde, golpearían de nuevo y seguramente esta vez siguiendo otro método.

El asesino conocido entonces con el nombre de Jacson, había conseguido intimar en París con una joven trotskysta neoyorkina, Silvia. Cuando él se instaló en México con el pretexto de su trabajo, ella se vino a vivir con él y naturalmente reemprendió sus relaciones amistosas con Trotsky y Natalia. Al final de un cierto tiempo, ella les presentó su compañero que, sin hacerse familiar por la casa, hizo algunas visitas. El 20 de agosto, con el pretexto de pedir consejo a Trotsky en relación a un artículo, consiguió aislarse con él en su despacho para golpearle salvajemente en la cabeza con un piolet, Natalia ha contado el drama en un texto emotivo (1O). El 21 de agosto a pesar del intento de operación, Trotsky falleció. El pueblo mexicano le ofreció unas exequias grandiosas. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas reposan en el jardín de Coyoacán donde vivió sus últimos años. Es aquí donde, siguiendo su voluntad, han sido trasladados los restos de Natalia. Una alta estela rectangular se levanta en el centro del jardín. Lleva simplemente el nombre de Trotsky, la hoz y el martillo entrecruzados y arriba, ondea la bandera roja. Todo alrededor, del césped de los árboles, de los cactus que Trotsky había plantado, de los rosales que Natalia cuidaba con amor. Cada año después del crimen, ella regresaba por la casa cada 20 de agosto, esperando los mensajes, arreglando la tumba con nuevas flores, plantando nuevos rosales, siempre animada por el sentimiento de fidelidad a la misión que se había dado: mantener viva la memoria de Trotsky. Tan grande, fue esta voluntad de continuidad que quiso que toda la casa permaneciera sin cambios. Se impuso una existencia inconfortable con el fin de que los amigos y los visitantes en el presente y en futuro, pudieran, contemplando el decorado de los últimos días de Trotsky, revivir la gran tragedia y posiblemente sentir las lecciones de su excepcional destino…

La casa es una vieja mansión, una simple planta baja ligeramente alzadas sobre las que las habitaciones altas se abrían antiguamente por grandes ventanales sobre el jardín o por vastos huecos sobre la calle. Debía de ser soleada y alegre, a pesar del poco confort. Pero después del atentado del 24 de mayo, se transforma: las ventanas que daban sobre la calle fueron totalmente o en su mayor parte amuralladas. Se reemplazaron los grandes ventanales y las puertas de comunicación entre cada habitación por estrechas puertas blindadas, cerradas por pesados candados de metal. Solamente el despacho y la biblioteca mantuvieron su apertura sobre el jardín. Los muros de la propiedad, fueron alzados y cortaron toda comunicación con el exterior. El portalón fue igualmente amurallado, no se podía entrar más que por una pequeña puerta de hierro en la que se abría una ventanilla: Tenía ciertamente algo de convento y de prisión, y se volvió fría y sombría. Después de la muerte de Trotsky, Natalia se negó a devolverla a su estado primitivo, pensaba que ya se había convertido en historia, en un mudo y fuerte testimonio. Ella vivió en sus habitaciones austeras, pobremente amuebladas, en las que la única riqueza era, en el despacho y en la biblioteca, los libros, las colecciones de revistas y de diarios, y en el comedor algunas vasijas de arte popular. La vuelvo a ver, estrechamente envuelta en su tocador gris, leyendo, escribiendo en la biblioteca o con su pequeña y frágil silueta, ensimismada en los trabajos del jardín –regando, cortando las malas hierbas– que le permitían, decía, el reposo de los ojos. Quería que el despacho de Trotsky permaneciera tal como quedó en el día del crimen, con sus papeles revueltos, sus gafas que se habían roto en la lucha.

La personalidad del asesino que, sin ninguna duda, pertenecía a la GPU y que fue condenado a veinte años de prisión, permaneció durante bastante tiempo en el misterio. Los estados civiles que ofreció –Frank Jacson, canadiense, Jacques Mornard, belga– no resistieron la verificación. Largas investigaciones llevadas en diferentes lados parecen haber probado hoy que se trata de un español de nombre Ramón Mercader cuya madre, militante del partido comunista, estuvo estrechamente ligada a la GPU. Quienquiera que sea, los sucesores de Stalin han reconocido implícitamente el crimen ya que, cuando Jacson-Mornard fue liberado en 1960, algunos meses antes de la expiración de su pena, recibió un pasaporte checoslovaco y partió para Praga. Es inútil decir que su huella se perdió inmediatamente.

Después de la muerte de su compañero, Natalia continua viviendo en Coyoacán con el nieto de Trotsky, Sieva, que ella había criado y que consideraba como su propio nieto. Pasó aquellos años en una gran soledad, aligerada solamente por la presencia en México de algunas amistades seguras y por las visitas, muy raras, de amigos europeos y norteamericanos. El nacimiento de cuatro niñas en el hogar de su nieto aportan a su alrededor, en los últimos años, la alegría y la animación de la vida. En ocasiones tenía que defenderse de las instrucciones turbulentas de las que llamaba «queridas pequeñas enemigas » y que desordenaban alegremente sus libros, sus papeles. Pero ella las veía crecer y vivir con interés y ternura, siempre apasionadamente ebria por conocer y comprender, un poco ansiosa delante de lo desconocido y de las promesas que llevaban en sí aquellos pequeños seres.

También tuvo la alegría de tener, desde noviembre de 1954 a diciembre de 1955, una larga estancia en París, ciudad a la que la ataban bastantes recuerdos y presencias amistosas. En la primavera de 1957, consiguió obtener un visado de entrada en los Estados Unidos y visitar con placer, alegre de reencontrar, después de tantos años, la ciudad un poco fantástica que era para ella New York, y de reencontrarse con amigos queridos. Pero esta estancia concluyó de una manera brutal: Natalia no aceptó entrevistarse, tal como se le pedía, con un diputado miembro de la Comisión de Actividades antinorteamericanas. Le retiraron entonces su visado y tuvo que volver inmediatamente a México.

En diciembre de 1960 regresó a París. Su salud había declinado mucho y no pudo extraer de su estancia el mismo provecho que la que le precedió. Le resultaba ya difícil pasear sólo a través de la ciudad, de visitar como habría querido los museos y las exposiciones. Sin embargo su voluntad le permitió todavía superar su debilidad hasta que recibió el último golpe. Ya que, al parecer, nada se le podía ahorrar: la compañera de su hijo, Jeanne Martín, falleció en menos de un mes por enfermedad, en el verano de 1961. Uno de sus últimos ligámenes con el pasado desaparecía también. Todos los amigos de Natalia comprendieron que ya no soportaría un nuevo duelo. En septiembre y en octubre se fue debilitando de más en más. Debía de regresar a México en noviembre pero ha de guardar cama definitivamente algunos días antes de «la fecha prevista para su retorno. Envuelta en los cuidados devotos del doctor Zakine y de su familia, del afecto de todos sus amigos, se apaga después de una agonía de tres días el 23 de enero de 1962.

Su entierro tuvo lugar en Columbarium de Pere Lachaise el 29 de enero. Sus cenizas fueron a juntarse con las de León Trotsky en México.

Natalia consagró los últimos veinte años de su existencia en defender la memoria de León Trotsky, de su hijo León Sedov, de todos los comunistas víctimas de Stalin. Siguió de cerca las actividades de la IVª Internacional, creada por Trotsky, y al desarrollar sus propias posiciones, con divergencias muy serias que la alejaron desde el final de la guerra de las posiciones defendidas por este movimiento. Expresó sus desacuerdos en una carta al Comité Ejecutivo, el 9 de mayo de 1951, carta que constituye el documento de ruptura con la IVª Internacional. En dicho texto, reprocha a los dirigentes de la organización trotskysta de mantenerse en las posiciones que eran las de Trotsky en el momento de su muerte. Consideraba que la evolución de la URSS obligaba a una nueva apreciación. No podemos, decía, continuar considerando al Estado soviético como un Estado obrero. A sus ojos «los estalinistas, el Estado estalinista, no tenían nada en común con un Estado obrero y con el socialismo». Estaba convencida de que León Trotsky habría cambiado de posición sobre este punto. De esta divergencia fundamental, surgían otras: Natalia se negaba a ver en los países de la Europa Oriental dominada por el estalinismo algún Estado obrero. Condenaba el apoyo de la IVª Internacional al régimen yugoslavo que caracterizaba como una simple réplica de «la vieja burocracia estalinista», finalmente se separó de la IVª Internacional en relación a la cuestión de la defensa de la URSS en la hipótesis de una tercera guerra mundial. Estas divergencias, por profundas que fueran, no llegaron a romper empero las relaciones personales de estima y afecto que unían a Natalia con la mayor parte de los trotskystas tanto europeos como americanos. Pero el respeto a la verdad y a la persona de Natalia prohíbe el silencio sobre este punto.

En los últimos años de su vida, con ocasión del XXº y del XXIº Congreso del PC de la URSS, Natalia pide a las autoridades soviéticas la rehabilitación de Trotsky y Sedov y de otras víctimas de los procesos de Moscú. Nunca esperó una respuesta, a sus ojos, la «desestalinización» operada por una fracción de la burocracia no podía permitir el restablecimiento total de la verdad histórica y no marcaba realmente el comienzo de una nueva era. Pero estimaba que, delante de las revelaciones de Jruschev, no debía de callarse y que había que recordar al mundo la dura lucha llevada por Trotsky.

Así, hasta el final, prosiguió el combate: su valor que los más crueles desgarros no consiguieron reducir, su fe en la vida y en el triunfo de las ideas a las que había dado todo, no pueden más que imponer la admiración y el respeto, incluso entre las que no le han conocido. Los otros, los que han tenido el privilegio de ser sus amigos, no cesarán de pensar en ella con veneración y amor. También con reconocimiento; porque su recuerdo es de esos que ayudan a vivir en la confianza y en la esperanza. 

Notas

(1) Iniciales de León Davidovich, nombre de Trotsky.

(2) Un día le pregunté a Natalia sí entraba en sus intenciones publicar este diario. Le dije que había mucha vida en estas páginas que hacían desear su conjunto al lector. Le señalaba también el talento de escritor que revelaban los pasajes citados por Trotsky. Ella me respondía con su extrema y habitual modestia que había tomado estas notas solamente en algunas épocas de su vida, con el fin de aliviar la memoria de Trotsky fijando ciertos acontecimientos.

(3) Hay dos ediciones relativamente recientes en castellano, la de Zero (Madrid, 1972), y la de Akal (Madrid, 1979). Pág. 154.

(4) Idem, p. 155

(5) Idem, p. 345

(6) Idem, p. 352.

(7) Idem, p. 357.

(8) Hay dos ediciones en Gallimard, en 1960 y en 1977.

(9) Párrafos citados por Alfred Rosmer en el apéndice de “Mi Vida”, E. Gallimard, p. 618.

(10) “L. Assassinat de León Trotsky”. 

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