El llamado «sentido común» invariablemente es la mascarada del conservadurismo. No es un accidente que la extrema derecha —como los republicanos de Kast— recurra a él como trinchera de las más reaccionarias posiciones políticas. Valiéndose de ese mismo sentido común y aunque nadie lo tome en serio, un criminal como Piñera aparece convocando a la unidad nacional, a bajar las banderas partidarias, ideológicas y todo tipo de mezquindad partisana, proponiendo poner a la patria o a cualquier valor de la moral burguesa, en primer lugar.
La bandera del apoliticismo —sucedáneo necesario del unitarismo— tiene tradición en la Derecha y fue con esta modesta política que llegó a La Moneda el llamado gabinete de gerentes de Jorge Alessandri en 1958. Posteriormente, la Dictadura tomó la posta y bajo el formato gremialista reivindicó su misión patriótica, apolítica y de unidad nacional, para perpetrar su labor genocida y contrarrevolucionaria.
Esta aspiración política de unidad nacional —fuera de toda duda— es una cuestión de vida o muerte para la minoría explotadora burguesa, que sólo puede gobernar en tanto convenza a la mayoría nacional de la conveniencia de mantener el orden social, precisamente porque el sentido común dicta que bajo la dominación capitalista todos somos iguales ante la ley y que el trabajo honrado y tesonero es garantía de superación personal. Esto es sentido común, la preservación del orden social…