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Mark Fisher contra los vampiros tuiteros

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Se publican el último tomo de textos reunidos del apreciado polemista británico, fallecido hace pocos años, y un volumen de escritos literarios. Las redes y el capitalismo, al banquillo.

Federico Romani, 9-7-2021

Revista Ñ, 9-7-2021

https://www.clarin.com/revista-enie/

En medio de 2013, Twitter arde en Gran Bretaña. El ensayista Owen Jones y el comediante Russell Brand sacuden distintos panales culturales tratando de volver a discutir una idea tan evanescente y preconcebida como la de “conciencia de clase”, mientras el horizonte algorítmico de los nuevos medios de comunicación ya comienza a insinuar su poderío para motorizar discordias.

Jones viene de publicar su urticante ensayo Chavs (Capitán Swing, 2011), una inyección de enojo contra los estereotipos creados para fustigar a la clase trabajadora. Brand, por su parte, detona los escenarios del circuito de clubes de stand-up y los sets televisivos donde suelen entrevistarlo, avisando a los simpatizantes de la izquierda laborista que sus propias ideas están siendo utilizadas contra ellos desde hace décadas. Entre ambos, Mark Fisher abandona la red social del pajarito señalando dudas y haciendo volar por los aires las categorías de la crítica cultural.

El texto con el que Fisher se despide de Twitter lleva por título “Salir del castillo de vampiros” y es un ataque a quemarropa, nada tímido ni condescendiente, contra la “academia” británica, los departamentos universitarios de filosofía que, para el administrador del ya imprescindible blog “K-PUNK”, no son otra cosa que grandes burocracias quejosas y anquilosadas donde la izquierda logró macerar una “impotencia reflexiva” basada en el cinismo apocalíptico y el bloqueo emocional.

Los contemporáneos académicos de Tony Blair, proclamó Fisher, han retroalimentado una generación de estudiantes universitarios entregada a soportar de manera casi hedonística la cirugía mayor del thatcherismo “sin otra alternativa”. Sus ideas ya no son añejas sino vetustas, y a esta altura resulta claro que no se puede pensar por afuera del capitalismo. Se trata, pura y simplemente, de atravesarlo para ver cómo se emerge al otro lado.

En manos del teórico y hereje Nick Land –mentor de Fisher y otros en la célebre Cybernetic Culture Research Unit de la Universidad de Warwick– esa postura que propone estimular al límite las posibilidades de expansión del sistema capitalista, para poder superarlo de una buena y definitiva vez, desembocaría en posiciones cercanas a la eugenesia y la derecha. Pero es hacia el 2015, cuando el ascenso de Jeremy Corbyn auspicia la renovación de los idearios laboralistas, que Mark Fisher todavía se permite creer en una reacción de clase, aun cuando la adivine teñida con los colores turbios del postpunk.

La intersección entre cultura popular y vanguardia, que desde sus inicios como analista cultural Fisher colocó en el centro de su programa crítico, aún puede generar el entusiasmo y el disfrute (el “goce”, dirá, en términos lacanianos) que saquen al progresismo del mausoleo conformista de los “papers” y los claustros, ese “castillo de vampiros” donde las ideas vegetan y las mentes se secan.

Los textos y las entrevistas recopilados en el tercer y último volumen del compendio K-punk recorren ese ideario y plantean la inconformidad de la cultura pop como un antídoto frente a la impotencia y la posición de actor legitimante autoasumidas por la crítica académica. “El Castillo de Vampiros se alimenta de la energía y las ansiedades y vulnerabilidades de estudiantes jóvenes, pero sobre todo vive de convertir el sufrimiento de grupos particulares –cuanto más “marginales” mejor– en capital académico.

Las figuras más loadas del Castillo de Vampiros son aquellas que han abierto un nuevo mercado del sufrimiento”, escribe Fisher, cavando una trinchera ácida e intermedia entre los departamentos de filosofía y el bloque tecnológico de las redes sociales, que sólo ofrece la posibilidad de “indignarse” rápida y superficialmente mientras socava la solidaridad entre los sujetos para reemplazarla por la aversión y la competencia. El fantasma de Walter Benjamin cae entre las páginas digitales de K-punk como un ángel cibernético cortocircuitado. Las nuevas generaciones, sentencia Fisher, han internalizado el fracaso al punto de asumirlo como una patología.

Las combinaciones teóricas de Fisher son desconcertantes e increíblemente atractivas; suenan como una armónica falsa nota en la música plana compuesta por la mayoría de sus contemporáneos, que nunca pudieron salir de las escalas esquizofrénicas y anti-edípicas de Deleuze y Guattari. En el breve y contundente ensayo “Spinoza,K-PUNK, Neuropunk”, de 2004, Fisher sitúa al filósofo holandés como precursor del cyberpunk: el primer hacker de un “sistema operativo humano” antropológicamente programado para ir en contra de su propia naturaleza.

Si Spinoza había anunciado que el mayor interés de la especie humana es volverse inhumana, Fisher confirma que el cerebro –acaso el más “plástico” de los órganos– está naturalmente programado para actuar así. Desensamblarlo y reorganizarlo (junto con el cuerpo que lo porta, claro) es la única opción, aún cuando se corra el riesgo de igualarnos, en el proceso, con las informes y “lemurianas” criaturas de un H.P. Lovecraft.

Raros monstruos del inconsciente. La crítica de Fisher está poseída por los espectros hauntológicos del pasado, acechada por los fantasmas de la cultura y la política del siglo XX. Las monstruosidades ideológicas nacidas con la Revolución Industrial alimentan la historia clínica de nuestro presente sombrío.

Su ensayo Lo raro y lo espeluznante (2016) divide el territorio mental a explorar en las dos categorías que definen nuestra reacción frente a la otredad y lo ajeno. Pero tanto lo “raro” como lo “espeluznante”, advierte Fisher, son categorías distintas a lo “sobrenatural”, lo “extraño” o lo “horripilante”. Raro es aquello que descoloca nuestra propia naturaleza, lo que desorienta nuestra subjetividad; Espeluznante es lo absolutamente desconocido, una forma original del terror que prescinde de lo “humano”.

“Sin duda alguna, hay algo que comparten lo raro, lo espeluznante y lo unheimlich”, escribe Fisher en la introducción al texto, “son sensaciones, pero también modos: modos cinematográficos y narrativos, modos de percepción. Al fin y al cabo, se podría llegar a decir que son modos de ser. En todo caso, no llegan a ser géneros”.

Al recuperar el término original y los ejemplos históricos con los que Freud se refirió a lo siniestro o a lo ominoso (entidades dobles, mecánicas, protésicas o con apariencia humana) está reincidiendo en las figuras fugitivas de una sensación de inquietud mucho más abstracta y compleja que la del simple espanto frente a aquello que, aún debiendo permanecer oculto, insiste en aparecer.

La clasificación de Fisher lo reenvía una y otra vez hacia los géneros de horror, pero no lo reduce únicamente a ellos. Los territorios exteriores a la mente humana, la fascinación por lo que se ubica más allá de la percepción, le permite combinar a David Lynch con Borges y Tarkovski, trasplantándolos de los lugares comunes donde suelen ser arrinconados para jugar con sus respectivos universos así como un genetista podría identificar rasgos que, con el paso del tiempo, pasan de abuelos (Freud) a padres (Lovecraft), y de ahí hasta los hijos e hijas (los surrealistas y Daphne Du Maurier).

Al volver sobre la noción freudiana de base –no tanto su carácter siniestro como su facultad de hacernos sentir “fuera de casa”– Fisher puede fijar modos de percepción cinematográficos, acústicos (¡la música de la banda The Fall!) y literarios, donde las cosas no son tanto como ocurren, sino cómo se las ve, se las imagina o se las escucha antes de archivarlas o sepultarlas para siempre en el inconsciente.

No por nada escribe que el psicoanálisis es el género siniestro por definición, condenado como está a perseguir una “exterioridad” a la que nunca puede afirmar o reconocer del todo.

Referencias

K-Punk vol. III, Mark Fisher. Trad. Patricio Orellana. Caja negra, 256 págs.

Lo raro y lo espeluznante, Mark Fisher. Trad. Núria Molines. Alpha Decay, 168 págs.

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