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Luchar por el socialismo para salvar el planeta

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Alejandro Fernández.

Izquierda Revolucionaria. Estado Español

La lucha por el socialismo ha dejado de ser exclusivamente una cuestión de justicia social y económica, se ha transformado en la lucha por la supervivencia de la humanidad. Hasta los mismísimos Carlos Marx y Federico Engels se quedarían sorprendidos ante la posibilidad de que tras el capitalismo no llegase el socialismo sino el cataclismo; porque en última instancia la construcción de una nueva sociedad se basa en el desarrollo de las fuerzas productivas, condición que puede convertirse en sumamente difícil si dejamos que los capitalistas arrasen el medio en el que vivimos.

Hoy en día ya nadie niega, excepto algún ultrarreaccionario, el peligro que supone el calentamiento global que está experimentando el planeta Tierra. Es una realidad que el sistema climático es variable y aún bastante desconocido por el hombre, pero está absolutamente descartado que los cambios que se están produciendo pertenezcan a esa normal variabilidad. Desde los años 50 del siglo veinte muchos de esos cambios observados no tienen precedentes en decenas de miles de años. La atmósfera y los océanos se han calentado, las cantidades de hielo y nieve han disminuido, el nivel del mar ha aumentado y las concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado exponencialmente. Esta es la principal causa del calentamiento global, la emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero como consecuencia de la actividad industrial en la era capitalista. Estos gases son muy diversos y producidos de distintas maneras por el hombre. La mayoría provienen del uso de combustibles fósiles: fábricas, automóviles, producción de electricidad, etc. De entre ellos el mayor responsable del calentamiento es el dióxido de carbono; entre otros está el metano, el óxido nitroso de los fertilizantes, los usados para la refrigeración, los aerosoles, etc. A esto tenemos que añadir la continua pérdida de masas boscosas, que asimilan CO2. Más del 75% de estos gases proceden del uso de combustibles fósiles: carbón, gas natural, aceite y petróleo.

El problema que ocasionan viene derivado del aumento tan brutal que han experimentado durante la era industrial capitalista, de tal manera que han convertido en su contrario el proceso natural del efecto invernadero. En la era preindustrial y principios de la actual este proceso facilitaba la vida en la Tierra evitando que todo el calor de la radiación solar se escapase de la atmósfera, consiguiendo así una temperatura media de 15ºC donde habría unos -19ºC sin su existencia. La situación a la que hemos llegado es de tal gravedad que, según la inmensa mayoría de la comunidad científica, de seguir a este ritmo las previsiones son absolutamente catastróficas; y además bajo la amenaza de alcanzar un punto de no retorno que haría que ninguna medida que tomásemos fuese capaz de evitar el desastre. Las previsiones de la comunidad científica realmente recuerdan a maldiciones bíblicas extraídas del Apocalipsis:

1.- Inundación de zonas habitadas por el crecimiento del nivel del agua al fundirse porciones de hielo polar, sumado a la desaparición de reservas subterráneas al ser invadidas por el agua salada.
2.- Aumento de las enfermedades respiratorias, cardiovasculares e infecciosas como la malaria.
3.- Aumento de la demanda de agua potable a la vez que se reduciría el nivel de embalses, ríos y lagos por la evaporación.
4.- Escasez de alimentos ante las dificultades que se encontrarían los cultivos y la desertización se implantaría en enormes zonas del planeta.
5.- Extinción de especies por los cambios en sus ecosistemas.
6.- Aumento de la intensidad y la frecuencia de lluvias, huracanes y tornados ante el ascenso de la nubosidad por el incremento de la evaporación del agua.
Y un larguísimo etcétera que convertiría en una anécdota las 150.000 muertes al año que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce por malnutrición, enfermedades y estrés calórico.

¿Cómo hemos llegado a esta situación?

A la pregunta de ¿cómo hemos llegado a esta situación?, la respuesta es clara: por la manera de transformar la naturaleza del modo de producción capitalista. El sistema económico bajo el que vivimos es un sistema absolutamente anárquico y caótico, que responde únicamente a los intereses individuales de una ínfima minoría; la misma que impide al resto de la humanidad la posibilidad de planificar democráticamente el sistema productivo.
Para solucionar este terrible problema deberíamos desde este mismo instante comenzar a abandonar las energías de origen fósil y sustituirlas por energías renovables, limpias; y siempre bajo la incógnita de hasta qué punto de deterioro habremos llegado. Pero aquí reside el problema central para alcanzar una solución. La sustitución de unas energías por otras significaría dedicar una ingente cantidad de recursos que los capitalistas no están dispuestos a invertir, y menos en el contexto actual de una crisis de sobreproducción que ya supera a la de los años 30.

Los mismos personajes que diariamente asesinan niños sin mancharse las manos, de hacer algún movimiento en este sentido con seguridad que sería el relanzamiento de la energía nuclear de fisión, mucho más rentable desde un punto de vista económico, el único que ellos entienden. No se trata de una cuestión moral, no lo hacen por maldad, simplemente se rigen por la lógica del capital. Si sus inversiones no son lo suficientemente rentables corren el riesgo de desaparecer como capitalistas, como dueños de los medios de producción.

La ley de la competencia los enfrenta entre sí como individuos y a la vez entre burguesías nacionales que se disputan el dominio de los mercados y del mundo. Sería ridículo imaginar a las burguesías europea o estadounidense invirtiendo ingentes cantidades de recursos para que su producción de mercancías fuese limpia si, como consecuencia de ello, sus productos fuesen tres veces más caros en el mercado que los de los chinos si estos no realizasen esas inversiones y continuasen quemando carbón. Significaría su fin o como mínimo se convertirían en burguesías periféricas de segundo orden.

El mundo está gobernado por los intereses de las grandes multinacionales petroleras, eléctricas, automovilísticas. Los sentimientos en el funcionamiento de estos lobbies sólo significan debilidad; ellos hacen cierta la máxima de la ley del más fuerte. O acaso los sentimientos humanitarios juegan algún papel en las decisiones de las industrias farmacéuticas que cronifican las enfermedades para hacer negocio con sus productos. La destrucción del medio ambiente no es responsabilidad de toda la humanidad, sino de los consejos de dirección de estas multinacionales y de sus representantes políticos.

La cumbre de París

Es normal que a los ciudadanos de a pie nos asalte la duda de que los capitalistas que deciden sobre nuestras vidas no estén tan “locos”, después de todo ellos también tienen hijos y nietos y no querrán legarles un mundo arrasado; por eso tal vez exista la posibilidad de que entre todos ellos se pongan de acuerdo para salvar el planeta.

Pues a esta duda nos han respondido en diciembre de 2015 durante la famosa Cumbre de París. Aquí, los representantes de las diferentes burguesías mundiales han realizado toda una declaración de intenciones sobre lo que van a hacer para frenar el calentamiento global del planeta: nada, absolutamente nada.

La Cumbre de París ha sido una absoluta farsa, una broma macabra. En realidad, ha sido un gran acto propagandístico, carísimo por cierto, para intentar suavizar la alarma generalizada entre la población mundial. En ella, 187 de 195 países han firmado el Acuerdo de París que entrará en vigor en 2020. Con el solemne cierre del socialdemócrata Hollande: “Siempre podrán decir que el 12 de diciembre de 2015 estaban en París y podrán sentirse orgullosos ante sus hijos y sus nietos”, los representantes del capitalismo mundial se han marcado el objetivo de que el aumento de la temperatura media del planeta se quede a final de siglo por debajo de los 2ºC. Lo insultante del acuerdo es que para conseguirlo cada país aportará su propio plan de reducción de emisiones, es decir, una especie de libre albedrío; y se decide la aportación de una cantidad de 100.000 millones de dólares anuales que parecen más para paliar los efectos del calentamiento que para solucionarlo. La aparición en el documento de vaguedades como “alcanzar el pico de emisión de CO2 ¡¡lo antes posible!!” hablan a las claras de la solidez científica de lo acordado.

Con el Acuerdo de París han situado al anterior Protocolo de Kyoto como un “hito en la historia” en la lucha contra el calentamiento global. No existen ni referencias temporales para el porcentaje de reducción de emisiones, ni cupos, ni sanciones.

Esta absoluta farsa es muy sintomática del momento en el que vivimos, y que no es otro que el de una lucha a muerte por los mercados mundiales y un horizonte de recortes y ataques a la clase obrera mundial. Por qué se van a comprometer las élites financieras en cantidades y sanciones cuando son plenamente conscientes de que ni las van a cumplir ni las van a pagar. Desde su punto de vista de clase dominante no se pueden permitir añadir otro elemento de presión a la lucha de clases. Encima de que están sumiendo a la población en un escenario de hambre, guerras y retrocesos históricos en los derechos democráticos no se pueden permitir decirnos claramente que su plan para el problema ambiental es ninguno.

La Cumbre ha sido una auténtica pantomima protagonizada por personajes como el actual Comisario de Energía y Cambio Climático, el exministro español de Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, cuyos méritos para obtener ese cargo han sido ser representante del partido político que en el Estado español acabó con un sector puntero a nivel mundial como era el de la energía solar. El “impuesto al sol” del PP es un buen ejemplo de cómo se beneficia a las multinacionales eléctricas frente a los intereses del resto de la población y, por supuesto, demuestra claramente la preocupación medioambiental de las élites.

Los mismos científicos invitados a la Cumbre de París han sido extremadamente críticos con su resultado: Hans Joachim Schellnhuber, director del Instituto de Postdam para la Investigación del Impacto Climático, afirmaba: “…para tener alguna oportunidad de alcanzar el objetivo de un límite de 2ºC en el aumento de la temperatura global en 2020, los países necesitan establecer planes para la descarbonización total en el año 2050”. Kevin Anderson, del centro Tyndall para el Cambio Climático de Manchester decía: “…hacer un llamamiento para alcanzar el pico de emisiones de CO2 ‘tan pronto como sea posible’ no es científicamente sólido. El texto está en algún punto entre peligroso y mortal para los países vulnerables”. Y más demoledor resulta el testimonio de Joeri Rogelj, del Instituto Internacional para el análisis de Sistemas Aplicados de Austria: “La cantidad de carbono global que podemos emitir para que la temperatura se contenga en 1,5ºC casi la hemos alcanzado ya”. “Necesitamos ciclos serios de contabilidad de CO2 para que los países midan sus compromisos de reducción cada dos o tres años”.

Estas rotundas y fundadas afirmaciones son la mejor explicación de lo que se pretende con la Cumbre de París, pura propaganda. Declaraciones que por cierto chocan de frente con las hechas por los que se proclaman defensores del medio ambiente como Emma Ruby-Sachs, directora ejecutiva en funciones de Avaaz, que afirmaba que “de cerrarse el acuerdo, el compromiso sellado en París supone un hito histórico, un punto de inflexión que sienta las bases del cambio de rumbo hacia las energías 100% limpias que el mundo quiere y el planeta necesita”. En la misma línea el director de Greenpeace International, Kumi Naidoo, decía: “…este acuerdo pone a la industria de los combustibles fósiles en el lado negativo de la historia”.

Este tipo de aseveraciones sin ningún rigor científico no son más que declaraciones políticas que crean falsas expectativas y esperanzas entre la población mundial y que dejan en entredicho su papel de defensores del planeta convirtiéndolos directamente en unos voceros más del capital.

Ni las buenas intenciones de la comunidad científica ni las “bonitas palabras” de los ecologistas van a convencer a los capitalistas para que reorienten su sistema productivo. La historia nos demuestra que sólo serán convencidos a la fuerza, por la imposición de la clase obrera en su lucha por el socialismo, por un mundo nuevo donde la humanidad pueda decidir democráticamente sobre sus destinos. Necesitamos más que nunca arrebatarles los medios de producción para evitar el desastre.

Ellos han introducido en la lucha de clases una variable antes desconocida, el posible fin de la humanidad. Esta atrocidad sólo puede ser frenada con la lucha organizada de la juventud y la clase obrera mundial. Luchar por un mundo sin desigualdades ahora mismo también es luchar por la supervivencia misma. El capitalismo nació tras el feudalismo lleno de sangre y lodo como dice Carlos Marx en El Capital y si no lo frenamos está dispuesto a morir de la misma manera.

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