Inicio Cultura y Arte LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE LENIN.

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE LENIN.

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Pepe Gutiérrez-Álvarez

El autor de “El Estado y la revolución” quizás habría aceptado la imagen cinematográfica suya de la secuencia final de La confesión (L´Aveu, Francia, 1970). La que lo describe llorando pintado en un dibujo de pared que dio la vuelta al mundo en aquel agosto de Praga en 1968.

La imagen denunciaba la ocupación de los tanques “soviéticos” de la Praga de la “primavera” en la que se dieron la mano el socialismo y la libertad. En ella, se puede ver que el rostro compungido del líder bolchevique evocaba el doloroso significado, un significado plenamente aceptado en un momento en el que los tanques soviéticos cerraban cualquier tentativa de reforma democrática del sistema burocrático que se hacía llamar socialismo.

Recordemos que el filme (asequible en FILMIN) se basaba en la obra homónima de un viejo comunista judío checoslovaco, Arthur London, un estalinista “ortodoxo” que tuvo que pasar un tremendo trance para despertar, y para ayudar a otros a hacerlo. Fue dirigida por Constantin Costa-Gravas poco después de realizar “Z” que se había convertido en el buque insignia del llamado “Cine político” (en realidad todo cine lo es en mayor o menor medida), un filme que había erigido en estandarte del mayo del 68, unas “jornadas” animadas por unas vanguardias juveniles que se opusieron desde las barricadas al capitalismo y al imperialismo como al “socialismo real”.

Los rostros de Arthur y Lise London lo pusieron dos actores estrechamente ligados al comunismo francés de la “Resistence”: Ives Montand y Simone Signoret, en tanto que los secundarios fueron actores galos bastante reputados. Detrás del evento estuvo otro personaje no menos significado en el comunismo francés: Claude Lanzmann, autor de la mítica teleseríe “Shoah”, el trabajo más serio jamás realizado desde el cine sobre el holocausto judío.

La película fue recibida con cara de perro por parte del PCF que acababa de expulsar a Roger Garaudy, y que antes se había convertido –según confesó Malraux a José Bergamín en un ministerio de la cultura vacío por la huelga-, en la “última barricada” del sistema.

Autores como Louis Aragón y Federico Melchor (en “Nuestra Bandera”) hicieron de abogado de la obra argumentando que las acusaciones y las bestiales torturas infligidas a Arthur London, eran injustas porque éste “nunca fue trotskista”.

Por cierto, Breznev justificó la ocupación el argumento de que habían descubierto una “infiltración trotskista”, en realidad una pequeña célula juvenil ligada a la Cuarta internacional…

Obviamente, la derecha no desaprovechó la oportunidad para utilizar la película contra el comunismo. Sin embargo, Arthur London siguió al pie del cañón, mientras que Lisa escribió unas hermosas. Memorias en las que asegura que, al final de cuentas, después de las víctimas (“los trotskistas” y otros oponentes), las principales víctimas del estalinismo fueron los propios comunistas.

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