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La «Criminal Constituyente» (o el arte de vilificar la democracia)

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Por: Jorge Saavedra Utman 

EL DESCONCIERTO 17.12.2022

Tal como en los monos animados de mi infancia, los “expertos” aparecen mañana, tarde y noche en nuestras pantallas con el ceño adusto abjurando de la amenaza que se cernía sobre Chile. ¿Cuál era esa amenaza? Un país con más y mejor democracia.

«Te borraré de la faz de la tierra», dice una voz aguda y profunda en los anaqueles de mi memoria televisiva ochentera al recordar películas, series y dibujos animados donde el deseo verbalizado se transformaba en una estrambótica patada, combo o misilazo que hacía volar a un personaje de ficción fuera de la órbita terrestre.

Lejos de la tele, la figura de “borrar de la faz de la tierra”, o al menos de Chile, era una realidad. El exilio y la relegación habían encarnado el deseo totalitario de extirpar cuerpos para inaugurar un nuevo habitar conjunto, sin esas voces, caras y cuerpos tachados de ser “manzanas podridas” o “un cáncer a erradicar”.

Por cierto, el ejercicio dictatorial de remover personas del lugar donde vivían nunca se trató de algo meramente material: implicó el destierro de ideas que no debían siquiera plantearse como susurro. Cuerpo y mensaje, entonces, fueron tachados por quienes ostentan el mayor poder de simbolizar la realidad en las sociedades modernas: medios de comunicación e instituciones del Estado. Ambos, por años, echaron paladas de cal contra dichos sujetos e ideas para descomponer cualquier raíz desde donde resurgieran tan malévolos deseos.

Este borrado, que relato en pasado, ha cobrado nuevos bríos en objetos y sujetos en el caluroso 2022. ¿El objeto? La iniciativa democrática de la Convención Constituyente, convertida por medios, instituciones, empresarios y políticos de la plaza en una aberración que el país no se puede permitir, en un libertinaje insubordinado, en una instancia que puso en peligro a la angosta faja de tierra y que no puede ser la piedra con la que volvamos a tropezar. ¿Los sujetos? Las y los convencionales, quienes han sido execrados, al punto de hostigarles incluso en su vida post Convención –como con el requerimiento de diputados de Renovación Nacional para acusar el año sabático de la académica Elisa Loncon– y, vistos los comentarios de congresistas, impedirles participar del nuevo proceso constitucional.

No deja de llamar la atención el ensañamiento con una instancia democrática y contra sujetos que –más allá de sus naturales deficiencias– llevaron a cabo un trabajo complejo frente a varias adversidades, en un tiempo acotado, y cuyo resultado fue un texto que se sometió a escrutinio público. Y no deja de llamar la atención, cuando no vemos el mismo nivel de trato con personas e instituciones que decididamente buscaron horadar el proceso; con parlamentarios y partidos que por décadas han estado envueltos en casos de corrupción; o con instituciones que año a año demuestran la falta de probidad de sus cabecillas, léase Ejército de Chile.

Por lo tanto, ¿qué es lo que yace bajo la criminalización de la Convención Constituyente? ¿Qué hay bajo el mensaje de que la Constituyente fue un fracaso y que es imposible que nuevas y nuevos constituyentes puedan ser parte de un proceso amplio que decante en un texto que sea, posteriormente, validado por la ciudadanía? Lo que hay es un ejercicio de atribución.

Es decir, construir la derrota electoral del texto constituyente no tan sólo como la derrota de una propuesta escrita sino que, por sobre todas las cosas, como la de un ejercicio ciudadano por el cual un grupo humano democráticamente electo y de manera representativa buscó definir los límites y horizontes de la convivencia en común. En otras palabras, la derrota de una democracia menos de élite, como la que hemos tenido, y la configuración de que todo lo ligado a esa democracia es una amenaza cuya erradicación es urgente.

Y como siempre, en esta figuración de lo bueno versus lo malo, de lo deseable versus lo indeseable, tenemos malos y buenos. Los malos, lo execrable, lo eliminable, son esos ciudadanos que “se subieron por el chorro”, no se conformaron con ser consumidores y creyeron que ejercer ciudadanía era participar activamente de lo político. Los buenos, lo deseable, lo que hay que incorporar, son aquellos “expertos” que ni siquiera van a cobrar por su trabajo, además de un séquito de hombres que pusieron “moderación” para dotar al país de gobernabilidad.

Tal como en los simples monos animados de mi infancia, los “expertos” aparecen mañana, tarde y noche en nuestras pantallas con el ceño adusto abjurando de la amenaza que se cernía sobre Chile. ¿Cuál era esa amenaza? Un país con más y mejor democracia.

Jorge Saavedra Utman
Doctor en Comunicación y Medios. Profesor de la Facultad de Comunicación y Letras, e investigador del Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social, de la Universidad Diego Portales.

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