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¿Hay ‘prensa libre’ y ‘libertad de prensa’ en Chile?

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Fueron los economistas egresados de doctorados y seminarios de la Universidad de Chicago quienes enseñaron al empresariado cómo “hacer prensa que fuese buen negocio y mejor política”.

En varios medios de la actual prensa chilena existe un doble estándar que resulta inaceptable para la democracia como también para la profesión llamada periodismo. Es lo que se observa nítidamente en algunas entrevistas realizadas a candidatos a la presidencia de la república, de preferencia en ciertos programas de televisión donde hay varas de peso y tamaños diferentes al explicitar preguntas a unos y a otros.

Sin temor a errar, es posible decir que la prensa chilena no está dirigida por periodistas sino por empresarios y políticos.  Canales de TV, diarios y revistas ‘oficiales’ que circulan en Chile pertenecen a consorcios empresariales asociados con políticos neoliberales que se interesan sólo en obnubilar a la gente para mantenerla desinformada en beneficio de un sistema que propugna el consumismo como principal finalidad de la existencia.

Pocas horas después de que los chilenos entregaran su triunfante opinión en el plebiscito de octubre de 1988, asesores del dictador derrotado se reunieron con representantes de la nueva coalición democrática a objeto de “rayar la cancha” en materias económicas, judiciales y de relaciones exteriores.

En ese primer encuentro se abrochó la promesa concertacionista de evitar a todo trance la existencia de una prensa realmente libre e independiente, ya que ella bien podría alimentar en la sociedad civil algunas esperanzas de un mundo mejor.

Por ello, la vieja Concertación no queda exenta de culpas en estos avatares, ya que hizo desaparecer muchos diarios y revistas en sus cinco gobiernos, privilegiando a la prensa perteneciente a los conglomerados EMOL y COPESA, a quienes entregó más del 90% del avisaje fiscal, negándoselo a la prensa que había luchado valientemente contra la dictadura y que además se había jugado el pellejo para que la misma Concertación estuviera en La Moneda.

De ello pueden dar fe periodistas como Juan Pablo Cárdenas (Premio Nacional de Periodismo), Patricia Verdugo, Julio César Rodríguez, Raúl Gutiérrez, Olivia Monckeberg, etc., y decenas de parlamentarios que en su momento denunciaron el asunto, entre quienes destacaron Sergio Aguiló, Alejandro Navarro,  Juan Pablo Letelier y Lautaro Carmona.

El caso del diario “Clarín” y de la revista “Análisis” son ejemplos suficientes para demostrar cómo la Concertación (hoy ‘Nueva Mayoría’) y la Alianza por Chile (hoy ‘Chile Vamos’) se asociaron a objeto de ahogar  a medios independientes y privilegiar la continuidad de una prensa entregada a intereses privados, tanto nacionales como extranjeros.

Eugenio Tironi y Enrique Correa fueron los gestores intelectuales de la degollina de la prensa progresista durante los primeros 20 años de gobiernos concertacionistas. Y aunque duela decirlo, es un hecho de la causa que los gobiernos concertacionistas acallaron medios como La Época, Fortín Mapocho, Siete, HOY, Análisis, APSI, Página Abierta, Los Tiempos, Cauce, Rocinante, Siete más Siete y  varios medios electrónicos como fue el caso de Primera Línea y Gran Valparaíso (este último, ‘congelado’ durante un tiempo luego que Michelle Bachelet, en su primer gobierno, cancelara de manera unilateral el avisaje fiscal, ganado en licitación pública por el GranValparaíso, trasladándolo y entregándoselo al diario El Mercurio de Valparaíso).

Fueron los economistas egresados de doctorados y seminarios de la Universidad de Chicago quienes enseñaron al empresariado cómo “hacer prensa que fuese buen negocio y mejor política”. Así, los propietarios de medios aprendieron que debían coordinar sus noticieros centrales en la televisión y entregar las mismas crónicas, noticias, opiniones y orientaciones. La única diferencia existente entre los noticieros centrales de los canales de televisión abierta en Chile, deberían ser sus conductores. En el resto,  daría exactamente igual sintonizar Juana que Chana.

En países desarrollados (aquellos que nuestros hombres públicos dicen admirar, como Canadá), las leyes respecto de la prensa son estrictas y claras. Nadie puede poseer medios de comunicación escrita o hablada que superen el 30% de esa área….y además, nadie que sea dueño de un medio de prensa puede a la vez ser dueño o accionista de una entidad bancaria, y viceversa.

En Chile no es así…aquí hay un libertinaje insoportable, siempre en beneficio exclusivo de los dueños del capital, que pueden poseer bancos, financieras, canales de televisión, diarios, radioemisoras y  revistas a placer, sin importar que ellas superen incluso el 90% del espectro del área respectiva. Eso no es ‘libertad’ de prensa…es libnertinaje en beneficio exclusivo de un pequeño grupo de enriquecidos empresarios.

A ello se debe que actualmente en la televisión chilena haya más espectáculo que periodismo, más cipayismo que independencia. ¿Resulta novedoso esto último? Para nada.

Los periodistas que laboran en esos medios son, generalmente, favoritos de los propietarios, vale decir, favoritos del empresariado que controla no sólo las informaciones sino también la economía. Son, pues, periodistas que creen ser ‘famosos’ por mérito propio, aunque lo son en gran parte merced a su indesmayable servilismo que les permite estar siempre presente ante las cámaras hundiendo a los contrincantes políticos del representante del mundo de las megaempresas.

“Ese periodista que cree que es tan importante, tan famoso, tan imprescindible, su voz, sus datos. Que miserable, que pena. Yo los encuentro patéticos”, aseguró Mónica González, directora de CIPER-Chile. ¿Y ello por qué? Esos son los profesionales (¿?) que realizan a cabalidad un trabajo en beneficio de una élite, ya que enfatizan la importancia del nombre de un candidato, o de varios candidatos de la misma camada, evitando que el público internalice lo esencial, cual es votar por el tipo de país y de sociedad que se desea construir.

Definitivamente, teniendo a estas materias de la prensa como base de análisis, quienes gobiernan el país resultan invisibles al ojo público, pero son quienes mueven los hilos no sólo de ciertos títeres del periodismo sino, también, de muchos ‘honorables parlamentarios’ que la gente ha elegido en la presunción de poder contar con representantes leales en la construcción de las leyes.

 

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