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Gran Bretaña – KEN LOACH, ¿SOLO CONTRA EL THATCHERISMO?

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Pepe Gutiérrez-Álvarez, Estado Español.

Durante los años ochenta –en el documental sobre todo- y en los noventa, Ken Loach se convirtió en el cineasta por excelencia contra el “thatcherismo”. Durante este tiempo fue habitual entre los críticos que los trataron como “el último mohicano” del cine político, aunque en realidad se estaba dando un frente de rechazo que incluso se concretó como parte sustancial de ciertas salas de cine, de éxitos como “Un lugar en el mundo”, “Daens”, “Germinal”, “La escalera de caracol”, “Carne de gallina”, y un largo etcétera.

Entre 1968 y 1990 la práctica totalidad de la producción de Loach fue para la televisión, con excepción de algunos largometrajes aislados (como Kes, éxito de crítica en Cannes en 1970 y posiblemente su mejor película). Pero el ascenso al poder de Margaret Thatcher y el creciente desgarro social favorecido por el ultraliberalismo de sus sucesivos gobiernos llevaron al realizador a cambiar de medio. En 1990 Loach estrenó Riff Raff, filme con el que de algún modo se reinventaba a pesar de mantener el discurso de sus casi veinte producciones precedentes. Cine y conciencia de clase, Riff Raff reivindicaba el estilo directo, de gran fuerza narrativa, que había hecho suyo el neorrealismo italiano a través de maestros como Luchino Visconti o Roberto Rossellini. Aunque Loach siempre criticó el llamado realismo socialista (ha recordado en multitud de ocasiones que Trotsky postulaba que el partido debía mantenerse al margen de la imposición de cualquier tendencia artística), lo cierto es que su cine se presenta al público desnudo de todo artificio. Habitualmente los equipos de rodaje de Loach mezclan actores profesionales y no profesionales, hermanados por una visión política común acerca del conflicto y los hechos explicados en el guión. Riff Raff, que narra las experiencias de un grupo de trabajadores de la construcción, respondía por completo a este esquema.

El combate se repitió en 1993 con Lloviendo piedras, para muchos su mejor filme. La conmovedora historia del irlandés en paro que se mete en líos con un prestamista ilegal para poder comprarle a su hija el vestido para la comunión golpeó la conciencia del público europeo, incluido el del Festival Internacional de Cine de Cannes, que concedió a la película el premio del Jurado. Contundente y no exento de humor, el cine de Loach se reivindicaba al mismo tiempo como una punzante herramienta de denuncia social y un acongojante modo de sufrir en la oscuridad de una sala de cine. Aparte de sus incursiones en la revolución española (Tierra y Libertad) y nicaragüense (La canción de Carla), el cine de Loach siguió insistiendo en su fórmula combativa y cotidiana: historias sencillas de los perdedores del capitalismo, personajes marginales asfixiados por problemas de clase que tratan de sobrevivir en un entorno hostil. Es lo que sucede en la primera parte de La canción de Carla (1996), así como en Mi nombre es Joe (1998), La cuadrilla (2001) o Felices dieciséis (2002) todas ellas ejemplos de los derroteros por los que transcurrió la cinematografía de un autor que corría serio riesgo de convertirse en objeto de atención exclusiva de militantes izquierdistas.

Lo dicho: en cualquier barrio, universidad, escuela o entidad se pueden montar unas jornadas sobre el cine de Ken Loach, sobre todo porque representa a alguien que no se rindió cuando todo el mundo parecía hacerlo. Porque las historias que nos cuentan ya son nuestras.

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