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Gramsci y las revoluciones rusas a un siglo de distancia

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Massimo Modonesi

A 100 años de la revolución bolchevique y a 80 de la muerte de Antonio Gramsci cabe una reflexión en la intersección de ambas trayectorias, la de un acontecimiento que revolucionó la historia mundial y la biografía política e intelectual de uno de los más destacados pensadores marxistas del siglo XX.

Como puede apreciarse leyendo la antología de textos de Gramsci sobre la revolución rusa —compilada y presentada por Guido Liguori y que será publicada en los próximos meses en italiano— Gramsci se identificó críticamente tanto con el episodio revolucionario como con el proceso que le siguió. Ambas “revoluciones rusas” aparecen articuladas bajo una misma denominación historiográfica pero son distinguibles como lo puede ser la lucha de clase contra el Estado burgués y capitalista y la construcción de un Estado y una sociedad alternativa.

Bajo este criterio de distinción, tres momentos de la vida de Antonio Gramsci dan cuenta de la persistencia de una misma actitud política e intelectual de identificación crítica: 1917, 1926 y 1933—1934.

En 1917, el joven Gramsci se entusiasmó con la capacidad de los bolcheviques de forzar el ritmo de la historia, de romper con los supuestos de la mecánica de las etapas del marxismo canónico, de hacer una “revolución contra El Capital”, al son de las posibilidades de la lucha de clases, más allá del estadio de maduración de las estructuras económicas. No sin incrustaciones voluntaristas y subjetivistas, Gramsci exaltaba el vuelco de masas y el protagonismo de la dirección revolucionaria, captando y resaltando la específica química del acontecimiento con un dejo de idealismo, entendido tanto en el sentido de deformación como de aspiración ideal. Escribía en este sentido el 25 de julio de 1918:

La revolución rusa es el dominio de la libertad: la organización se funda por espontaneidad, no por arbitrio de un “héroe” que se impone con violencia. Es una elevación humana continua y sistemática, que sigue una jerarquía, que crea cada vez los órganos necesarios a la nueva vida social.  Pero entonces ¿no es socialismo? (…) Porque el socialismo no se instaura en una fecha fija, sino que es un continuo devenir, un desarrollo infinito en un régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, o del proletariado.

A partir de esta inspiración, Gramsci se volcó a la tarea de “hacer como en Rusia”, en el movimiento de Consejos de Fábrica de Turín entre 1918 y 1919, fundando y encabezando el grupo y el periódico Ordine Nuovo (ON), que será uno de los núcleos fundamentales del Partido Comunista de Italia (PCdI) creado en Livorno en 1921. Posteriormente, ya con Mussolini y el fascismo en el poder, Gramsci vivirá en Rusia casi dos años como representante del PCdI en la Internacional Comunista.

A su regreso a Italia en 1924 será nombrado secretario general del partido. Un par de años después, el 17 de octubre de 1926, Gramsci redactó —a nombre del PCdI— un borrador de carta al Comité Central del PC ruso. La carta de Gramsci muestra una profunda convicción unitaria y antisectaria a partir de la cual crítica a las oposiciones internas al partido ruso —en este momentos encabezadas por Trotsky, Zinóviev y Kamenev— y, al mismo tiempo, una irreductible vocación crítica que se expresa también hacia la mayoría estalinista en términos que resultarán tristemente proféticos:

Camaradas, ustedes fueron, en estos nueve años de historia mundial, el elemento organizador y propulsor de las fuerzas revolucionarias de todos los países: la función que cumplieron no tiene antecedentes en toda la historia del género humano que la iguale por amplitud y profundidad. Pero ustedes hoy están destruyendo vuestra propia obra, ustedes degradan y corren el riesgo de anular la función dirigente que el PC de la URSS había conquistado por impulso de Lenin; nos parece que la pasión violenta de las cuestiones rusas les está haciendo perder de vista los aspectos internacionales de las cuestiones rusas mismas, les está haciendo olvidar que vuestros deberes de militantes rusos pueden y deben ser cumplidos solo en el cuadro de los intereses del proletariado internacional.

Por este acento polémico, aprovechando que poco después Gramsci fue detenido y encarcelado, el borrador no fue discutido y fue archivado por Palmiro Togliatti, compañero de Gramsci desde el movimiento turinés de los consejos y el ON y uno de los comunistas italianos más cercanos a los rusos. Togliatti asumió la responsabilidad de censurar una crítica política que merecía ser debatida al interior del PCdI, actuando tanto por sentido de oportunidad y por disciplina como para cuidar el partido del cual era ya el principal dirigente, por su lealtad a la mayoría del PCUS y por estar Gramsci en prisión.

Ya desde la cárcel, a lo largo de la laboriosa redacción de sus Cuadernos, que culmina entre 1933 y 1934 en su elaboración fundamental, Gramsci fue marcando una notable distancia teórica respecto del marxismo soviético para este entonces convertido en catequismo marxista-leninista. Es objeto de debate que tanto Gramsci, ya aislado políticamente no solo por su reclusión carcelaria sino por su posición disidente respecto de la línea de “clase contra clase” de la IC, estaba teorizando en relación estricta o laxa con la elaboración (por obvias razones encriptada) de una propuesta alternativa de línea política y que tanto su distancia respecto al rumbo del país que fue de los soviets era irreversible. Como es sabido, después de su muerte, Togliatti recuperó, publicó y exaltó a la figura de Gramsci y sus notas de los Cuadernos de la Cárcel, usándolas como base teórica de la originalidad del comunismo italiano del segundo posguerra, sin renegar del leninismo ni de la URSS.

Al margen de estos aspectos, para los fines conmemorativos que me propongo aquí, es significativo cómo Gramsci fue un crítico comprometido de las revoluciones rusas, tanto en su entusiasmo por la revolución rusa como episodio como por en su adhesión crítica a la revolución como construcción del socialismo: festejó el acontecimiento criticando los límites del marxismo y criticó al régimen apelando a la amplitud del marxismo.

Además de su riqueza teórica, el marxismo gramsciano llega a nosotros, a distancia de un siglo, por esta actitud de crítica comprometida porque si, como decía él mismo, así como la verdad es siempre revolucionaria, el marxismo no puede dejar de ser crítico.

No hay entonces mejor forma gramsciana de honrar la memoria de la revolución de Octubre que la de criticar el régimen que la petrificó.

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