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Género/Debates «No hay vínculo que esté a resguardo de producir un dolor»

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Con Vir Cano, filósofX, docente, activista lesbiana y feminista

«No hay vínculo que esté a resguardo de producir un dolor»

Camila Zignago

Brecha, 2-7-2021

Desde Argentina, Cano dialogó con Brecha sobre los afectos contemporáneos, desde el amor romántico hasta el valor de los nuevos vínculos, «impuros» y «a contratiempo».https://brecha.com.uy

—Ha hablado de «políticas afectivas» que gobiernan nuestra educación sentimental, se ha preguntado por el deseo y ha afirmado que están determinados por el género y el sexo. ¿De qué dependen nuestros deseos?

Primero recordar que los deseos no son la expresión de nuestra verdad última ni algo que es del orden de lo espontáneo. Tenemos un montón de teorías que han contribuido a pensar el carácter producido del deseo: el psicoanálisis, el marxismo, la propia teoría feminista. Lo que han mostrado es cómo hay una educación en torno al deseo, una legitimidad de determinados deseos que son útiles para construir el mundo tal y como está, y también una patologización, una estigmatización e incluso una persecución de otras maneras de desear.

Respecto al otro punto, diría que no todos somos mujeres y varones, pero que el mundo actúa como si todos lo fuéramos, y parte de esa diferencia tiene que ver con un repertorio habilitado o no en torno a qué podemos sentir. Lugares muy comunes de esa educación sentimental tienen que ver con la idea de que las mujeres son más sentimentales, que tienen un instinto natural que las llevaría a realizar tareas de cuidado y acompañamiento. Por otro lado, que los varones son más fríos y por tanto más racionales y están más preparados para la competencia y el mundo laboral. Esas son ideas sumamente productivas y habilitantes o no respecto de roles sociales. Esos roles sociales no se sostendrían sin una eficacia en términos de los modos en que sentimos. Y, de hecho, muchas veces son productivos. Lo interesante siempre es pensar que esas pedagogías sentimentales fracasan. Fallan. Nunca son perfectamente eficaces. Eso es un poco lo que nos salva; permite que aparezcan otras cosas. Pero es innegable que los afectos se educan con base en las posiciones sociales que se esperan que ocupemos, y esto tiene que ver con la variable género, pero también de clase y muchos de los modos con los que se estructura y organiza una sociedad, que opera diferenciando lugares, muchas veces también jerarquizando. Creo que una gran parte de nuestros deseos son los modos en que justamente el capital y el capitalismo en esta etapa neoliberal han conseguido individualizar y producir sujetos que son funcionales al statu quo. Eso nos pasa a todes, y nadie está salvado, para mí, de eso.

—«El encuentro es un enchastre», manifestó en la charla «Que la rabia nos valga».(1) ¿Por qué un «enchastre»?

Tiene que ver con ciertos discursos que vienen de los movimientos feministas que intentan discutir con la idea de que el dolor sería uno de los modos en que nos damos cuenta de que amamos. Entonces, frente a una educación sentimental que ha hecho del dolor y el padecimiento piezas clave de los vínculos amorosos, una de las respuestas que se han dado es «si duele no es amor». Y yo entiendo perfectamente que eso tiene que ver con una discusión con determinado modo de comprender el amor y su vinculación con el deseo. Pero es una frase que se queda un poco corta y es un poco mentirosa, en el sentido de que no hay vínculo que esté a resguardo de producir un dolor. Cada vez que alguien lo siente, no es necesariamente porque hay un culpable que es malo y que tiene que ser responsabilizado por esos dolores. Pienso, por ejemplo, en el duelo: cuando alguien que queremos mucho muere, sentimos un dolor enorme, ahí no hay un responsable ni un culpable, hay una herida que es constitutiva del vínculo. Los vínculos, decía [el filósofo Jacques] Derrida, son pactos de finitud, y cuando alguien a quien queremos mucho, respetamos, admiramos, etcétera, se muere, eso nos produce un dolor enorme. Y yo no estaría dispuesta a renunciar a los vínculos para evitar ese tipo de dolores.

Es la idea de no demonizar nuestros padecimientos y nuestros malestares. Por otro lado, el enchastre es algo que un día me dijo mi novia. Es una palabra que a ella le gusta mucho y a mí también, que tiene que ver con eso que no es prolijo, sino sucio, que salpica, que mancha. Y para mí la idea de un amor indoloro es una idea purista, que pretende mantener a resguardo lo que ningún vínculo puede tener a resguardo: la mismidad. Cuando estamos con otro, nos enfrentamos a esa otredad y a ese enchastre, es decir, a que el otro nos afecte, nos invada, nos lleve por delante, nos transforme, nos contamine. A mi juicio, esa es la magia de los vínculos, y la idea de enchastre es de una apertura de doble filo: al placer compartido, al acompañamiento y también al dolor. Si no dejamos que los otros ingresen a nuestra esfera, quizás nos mantenemos a resguardo, pero un poco empobrecidos.

—¿Cambia el dolor si es producto del amor romántico o si lo es de nuevas formas de vincularse?

Es muy difícil decir «esto obedece a la educación romántica, monogámica, heterosexual y sexista, y esto es lo nuevo». Me costaría mucho hacer esa distinción de manera clara, porque incluso quienes exploramos otras maneras de la amorosidad estamos influidos por esa educación sentimental centrada en la pareja y la monogamia. Pero no diría que es exactamente igual. Sí hay dolores que no encuentran una palabra o un correlato en ese libreto amoroso, monogámico y romántico.

—También habla, específicamente, del sentimiento de frustración generado, por un lado, por el «cuentito» del amor romántico y, por el otro, por el dolor que continúa estando en las otras formas de vincularse, y, a su vez, porque muchas veces se siente una «imposición» si sos feminista, disidencia, etcétera, de implementar estas nuevas prácticas. Aun así: ¿son diferentes estas frustraciones?

Sí. El amor romántico está destinado a la frustración, es un final inevitablemente melancólico, en el sentido de que tiene un nivel de idealidad que nunca se concreta en la realidad y eso produce inevitablemente frustración. Después pienso que los vínculos están transidos por la frustración, que no hay un vínculo u otro que no esté expuesto a frustrarnos, a que alguien no quiera más, a que alguien quiera algo distinto, a que haya un malentendido o un desencuentro. Lo que pasa es que no es lo mismo estar preparades para que eso ocurra a estar embarcándonos en un dispositivo que promete una felicidad que nunca llega. Ahora, el dolor que implica que las cosas no salgan como queremos, por decirlo brutalmente, es algo que nos cuesta siempre.

Está bueno no vender nuevos ideales ni nuevas fantasías de éxito, felicidad, dicha e idealidad. Las otras formas de entablar afectos no están exentas de dolor, de malentendido, de frustración. A veces nos confrontan con los límites de nuestros deseos, potencias, planes y proyecciones, y está bien. La promesa no es de «otra vida más feliz». Si alguien está buscando eso, le diría que no sé si los caminos te van a conducir a eso a través de la exploración de otros afectos, al contrario, muchas veces uno encuentra mucha torpeza: te das cuenta de que querés hacer algo de lo que no estás a la altura, que sentís cosas que te encantaría no sentir y las sentís igual. Esa educación sentimental es parte constitutiva de lo que somos, está guardada bajo la piel y aparece. Es algo con lo que tenemos que seguir lidiando.

—El amor romántico implica la jerarquía de la pareja por sobre los demás vínculos. Distanciándose de ello, igual plantea que jerarquía siempre va a haber. ¿Por qué?

El problema de la monogamia es que entabla una jerarquía vincular que empobrece nuestro mundo afectivo, básicamente porque lo recluye a un horizonte muy pequeñito de afectación, de cuidado, de responsabilidad. Pero también la jerarquía tiene que ver con la ponderación, y una asume compromisos afectivos, políticos y éticos que no son simétricos con todo el mundo. La idea de que no hay ninguna jerarquía puede conducir a cierta irresponsabilidad en los vínculos.

El tiempo es finito, los recursos son finitos, porque no podemos estar en todos lados con todo para lo mismo. El cuidado tiene que ver con estar allí, con responder al llamado de les otres, y en ese sentido digo: no hay que demonizar las jerarquías. En todo caso, quizás repensarlas, y que, por lo pronto, no sean piramidales y excluyentes, porque así funciona la familia y la monogamia: está la cúspide, pero también tiene que excluir un montón de vínculos.

—Celos: la base del amor romántico, muchas veces relacionados con el capitalismo y la mercantilización y hasta con cuestiones biológicas. ¿Acuerda con estas conexiones? ¿Las nuevas formas de vincularse escapan a los celos?

Los celos ocupan un lugar central en la pedagogía romántica-monogámica-amorosa y tienen que ver con esta idea de que hay alguien, solo alguien, que ocupa ese rol, entonces cualquier otra persona viene a amenazarlo. Nos han enseñado mucho a temer eso. Después pienso que uno puede sentir celos en muchas instancias, tanto con amigues como compañeres y colegas de trabajo. A mí no me gusta demonizar los celos porque me parece que hacerlo genera un imperativo muy frustrante para las personas. Quizás porque incluso empatizo, nunca he conseguido desarmar completamente esa respuesta afectiva, siento celos a veces. Lo que he tratado de hacer es darles otro lugar. Simplemente pelearse por algo que nos enseñaron a sentir y que no es tan fácil de desarmar tampoco sirve. Con los celos podemos hacer un montón de cosas incluso dándoles lugar, a los propios y a los de nuestros afectos.

Creo que hay que ser gentiles con las contradicciones, porque si no, nos ponemos muy puristas, muy moralistas. Si uno tuviera que ser un manual de corrección política, habría poca conexión real. A veces tenemos miserias afectivas, imposibilidades, límites, heridas, que son parte de nosotros. Y el desafío es acompañarnos en esa complejidad. No hay que pedirles a las personas que sean la encarnación de todos nuestros ideales revolucionarios y deconstructivos, sino acompañarnos en la precariedad y en la contradicción de lo que somos, y ver qué podemos hacer con lo que han hecho con nosotres en ese lugar donde nadie está exento.

—En un ensayo que publicó en Anfibia, manifestó críticas hacia el discurso del gobierno de «Quedate en casa». (2) ¿Por qué?

En la pandemia, el efecto fue muy paradójico. Por un lado, la interpelación de una responsabilidad colectiva y extendida –sumamente necesaria para tramitar un fenómeno como es una pandemia–. Aquí nuestro presidente [Alberto Fernández] dijo con mucha justicia e insistencia que «nadie se salva solo» y eso es interesante. Por otro lado, ha habido un montón de políticas comunicacionales que venían tanto del gobierno nacional como de los distintos gobiernos provinciales o del gobierno de la ciudad, que hacían mucho énfasis en el «Quedate en casa» y eso muy ligado a la idea de que en la casa habita la familia. Si vos agarrás el Instagram del gobierno de la ciudad, cuya gestión está a cargo de [Horario Rodríguez] Larreta, tienen un montón de gráficas sobre «Cuidá a los tuyos», «Quedate con tu familia», «Los domingos son para salir con la familia». Y empecemos por que no todo el mundo vive con su familia. Segundo: no todas las constelaciones familiares son lugares amorosos, de resguardo, ni las personas con las que querríamos compartir nuestro tiempo de ocio, alegría, debatirnos, etcétera.

Hay muchas maneras de construir redes afectivas que no aparecen localizadas en una vivienda. Y de repente nos quedamos como en el aire. No nos dieron casi indicaciones sobre cómo asistir y acompañar en este momento esos otros entramados afectivos que no tenían la posibilidad de recluirse en la casa. Creo que el efecto fue de relegitimación de la familia como el núcleo básico de la sociedad. Y digo que es una paradoja porque lo que ha mostrado la pandemia es que necesitamos empezar a pensar con un ojo mucho más amplio, no solo más allá de la familia, sino también de les amigues, les compañeres y el barrio. De repente tenemos que empezar a pensar que lo que pasa en un mercado de China tiene un efecto directo en nuestros modos de vida acá. Eso requiere, entre muchas otras cosas, desfamiliarizar nuestros sentidos de la responsabilidad y del cuidado.

—¿Cómo se tramita esa desfamiliarización?

Hay un montón de experiencias que han conseguido ampliar ese horizonte de colectivización por fuera de la familia, incluso por fuera de los amigos. Pienso en organizaciones barriales, los movimientos villeros, el movimiento antiespecista, el movimiento de los pueblos originarios. Me voy a quedar con los dos últimos: el antiespecismo recordando que nuestra única preocupación no pueden ser los humanos, que tenemos que repensar esa jerarquía, que ya no tiene que ver con la familia, sino con la idea de que el ser humano es el dueño de la tierra. Y las interpelaciones de los pueblos originarios recordando nuestra conexión con el territorio, con la naturaleza, con eso que desde un vocabulario colonial extractivista llamamos los recursos naturales, que no son recursos naturales, que son el agua, la tierra, ese lugar que compartimos con otres, que no son todes humanes, y que no son tampoco todos seres vivos. Entonces pienso que sí hay lugares para empezar a pensar y hay gente que ya lo está haciendo: sería construir otras jerarquías de lo viviente y otros modos del cuidado de una existencia que es siempre con otres.

—Esto que dice también me lleva a pensar en los feminismos y en una nota en Página 12 en la que escribió: «El feminismo es para todxs, y para nadie. He allí su placer y su peligro». (3)

Esa nota apareció en un contexto particular, local, argentino, pero que tiene ecos en muchísimos lugares: es la proliferación de grupos que se denominan feministas radicales y que son grupos feministas básicamente transfóbicos, abiertamente transfóbicos. Esa es una nota que discutía con intervenciones que habían hecho algunas feministas radicales en una asamblea para una de nuestras movilizaciones locales, donde se oponían a que hubiera compañeras travestis y trans, que ya eran parte del movimiento y de la asamblea.

Esa idea de que es para todos y no es de nadie tiene que ver con ese lugar: con quienes se ponen a salvaguardar las fronteras o el sujeto del feminismo. El feminismo no es de nadie: es un movimiento político complejo, tensionado, múltiple, que ha sido apropiado por muchísimas voces, y que espero que siga siéndolo. Recordar que es para todos tiene que ver con señalar que potencialmente puede ir incorporando distintos sujetos, como lo ha hecho a lo largo de su propia historia, y que no es de nadie tiene que ver con que para mí nadie detenta la legitimidad y la propiedad privada. El feminismo tiene que ser una casa abierta. O incluso me animaría a decir que la figura de la casa queda incompleta. No es una casa, es una intemperie compartida, es un espacio en disputa, no es la casa de nadie, porque si es la casa de alguien, un montón de personas se van a quedar afuera.

—En el podcast El deseo de Pandora,4 el filósofo Darío Sztajnszrajber dijo que las problematizaciones del amor romántico y las nuevas formas vinculares son aún un fenómeno de nicho. ¿Lo cree así?

No, la verdad que no. Pienso primero que los cuestionamientos en torno al amor tienen una trayectoria de años, que no vienen solo del movimiento feminista; habría que recordar el movimiento anarquista, que ha sido pionero en términos de la reflexión de lo que ahora llamamos vínculos sexo-afectivos. Sí creo que están cobrando mayor visibilidad y sí creo que quizás la idea de Darío de nicho es que esto no ha permeado a todo el mundo, al extenso de –lo que es un imaginario igual– la sociedad civil. Ahí creo que tiene un punto, yo no sé si todo el mundo está igualmente transido por estas discusiones, lo que sí veo y a lo que asisto como feminista de hace unos cuantos años es que cada vez tienen más lugar. La disputa respecto del lugar del amor romántico y de los efectos precarizadores o incluso invisibilizadores de la familia es un discurso bastante extendido. La frase «El amor es trabajo no pago» podríamos repensarla mucho, pero es un eslogan feminista extendido. También el rol del amor y la deseabilidad en la vida de las mujeres, de mínima, es algo que se escucha un montón y hasta en medios masivos de comunicación.

—¿Piensa que en algún momento estas prácticas llegarán a ser parte de lo instituido?

No lo sé. Y en general soy bastante reticente a la profecía. Siempre digo que para mí es más interesante, en vez de pensar el futuro –con todo lo que implica su idealización–, poder entender la complejidad y los antagonismos en el presente. Por eso el hecho de que sean experiencias minoritarias no va en detrimento de ellas, al contrario, es lo que las vuelve potentes: que existen aquí y ahora en contratiempo de su propio tiempo. El valor es situado, es de una experiencia de corrimiento, de antagonismo y de creación afectiva y política aquí en este mundo, con estas instituciones, con este modo de organización de los afectos. Me interesa más lo que está pasando en el pliegue, en eso que muchas veces la narración de grandes relatos quiere borrar: la idea de que hay un único amor. No, ya hay otros amores, ya hay otras maneras de entablar el afecto, de construir redes de sostén y de soporte, no tengo que esperar a la revolución por venir. Tengo que comprender que el presente es una complejidad y que hay una contradicción en ese presente que es rica. Y que tiene que ser legitimada allí. Yo no pienso que estas experiencias se volverían más valiosas si las hiciera todo el mundo –por decirlo de alguna manera–. La verdad que no lo sé ni necesariamente me interesa, pero no porque piense que tienen que quedar reservadas para diez, para nada. Lo que pienso es que el valor es ofrecer modelos alternativos en este mundo. Y eso es un montón. Porque es un mundo que tiende a la homogeneización, al aplanamiento, al borramiento de la diferencia, de las experiencias que van un poco a contrapelo de esas educaciones sentimentales recibidas. Y yo reivindico el valor de habitar en este tiempo siendo un contratiempo.

Notas

1. «Que la rabia nos valga», charla en Recoleta, Argentina, en el marco de «Te digo más», un ciclo de encuentros para analizar la realidad de los feminismos. Disponible en www.youtube.com/watch?v=731N9OS_heU.

2. Ensayo «El cuerpo que teníamos», en Anfibia: revistaanfibia.com/ensayo/el-cuerpo-que-teniamos  .

3. «Una casa común, sin cerraduras», en Página 12. Disponible en www.pagina12.com.ar/176239-una-casa-comun-sin-cerraduras.

4. «Parte de la religión. Conversación con Darío Sztajnszrajber», en El deseo de Pandora, podcast de Anfibia. Disponible en www.revistaanfibia.com/podcast/parte-de-la-religion/.

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