Kaos en la Red
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
El 18 de julio del 36 fue un acontecimiento que sigue palpitando cuando otros mayores se han archivado. Después del 1789 francés, ningún otro evento de la historia moderna ha producido tanta bibliografía, no hay semana que no aparezca un libro nuevo, ahora quizás también un nuevo documental. Estamos hablando de un momento excepcional en la historia nacional e internacional, del final de la excepción republicana, del prólogo y del epílogo de la II Guerra Mundial, de una derrota popular en la estela de Auschwitz… De un acontecimiento sobre el que se podía empezar escribiendo a la manera de Charles Dickens en su Historia de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”
Mientras que en Europa el fascismo fue derrotado en 1945, en el Reino de las España el franquismo pudo sobrevivir sobre las cenizas de la derrota más devastadora jamás sufrida por el pueblo. Sus consecuencias fueron concluyentes: mientras que la República fue asesinada, perseguida, juzgada…, las consecuencias del franquismo han permitido hablar del “Gulag español” (Helen Graham) o el “holocausto español” (Paul Preston). Sobre su sombra alargada se fraguó el “pacto del olvido”. Un pacto vivido sobre el miedo, la necesidad de comenzar de nuevo, pero también sobre una confluencia de exigencias complementarias. La derecha necesitaba reajustar su relato para una nueva forma de hegemonía; para el PSOE, ajeno a la resistencia, se trataba de apostar por el “pensamiento débil” de la “modernidad”. Tampoco había mayor interés para la jerarquía del PCE asediada por sus propias páginas estalinianas (POUM, maquis rebelde, disidencias varias castigadas). En todo esto conviene no olvidar la restauración conservadora que confirió la máxima importancia a la “guerra cultural” con una victoria total sobre el estalinismo. Se trataba de entrar en una nueva fase, lejos de aquellos tiempos en los que el movimiento obrero y la agitación social que caracterizaban a la República resultaban inaceptables…
Nos metíamos de pleno en la última batalla de la guerra, la de la de interpretaciones, que se pueden dividir en tres grandes contendientes, cada cual con sus respectivas matizaciones:
- a) La de la “España nacional” que dictó la “historia de la Cruzada”, una “escuela” que al final fue representada por el inefable Ricardo de la Cierva, cada vez más desprestigiado. Obviamente, a la derecha se le hizo necesaria una puesta al día de su biografía. Una medida financiada pródigamente desde la FAES y cuya finalidad central era reforzar una nueva derecha “sin complejos”, que no aceptaba ninguna “superioridad moral” de la izquierda con la ayuda de la rampante historiografía neoliberal. Se asienta en la equidistancia inherente a la nueva “historia oficial”. Desde esta la derecha “nacional” tuerce el bastón negando que la República fuese realmente una democracia, afirmando que resultó desbordada por el “totalitarismo” izquierdista en el que el PSOE (Largo Caballero), el “estalinismo” y la “extrema izquierda” se dan la mano. Es la excusa del PP para no condenar el franquismo, antes –dicen- habría que condenar los de 1934, el 6 de Octubre catalán. Por cierto, una fecha que se convirtió en un ejemplo de “lo que no había que hacer” del catalanismo conservador según el cual Cataluña había sido “oasis” agredido por los extremos. Al tiempo, mantuvieron el silencio sobre el “Vichy catalán” (Ignasi Riera, Los catalanes de Franco,Barcelona, Plaza&Janés, 1999).
- b) La de la izquierda republicana dominante en los medios académicos y argumentada por autores como Ángel Viñas, Enrique Moradiellos, entre otros. Esta escuela, así como la de tradición comunista, entiende que el bloque numantino liderado por Negrín representó la opción más consecuente, la única vía posible de defensa conectando con la II Guerra Mundial. Autores tan importantes como el norteamericano Herbert R. Southworth (El gran camuflaje»: Julián Gorkin, Burnett Bolloten y la guerra civil española,incluido en la edición de Paul Preston, La República asediada y conflictos internos durante la guerra civil Península, Barcelona, 1999), descalifican a “la revolución” como un montaje de la CIA, olvidando completamente el contenido de sus investigaciones y obviando a otros autores, a una escuela amplia que no ha dejado de crecer con nuevas aportaciones y por la revalorización del Orwell de Homenaje a Cataluña. Este republicanismo tout courtestá representado por Antonio Elorza&Marta Bizcarrondo en Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939 (Planeta, Barcelona, 1999), y por otros tantos autores de la “cultura comunista”, por ejemplo Ferran Gallego. Algunos como Paul Preston, no han dudado en afirmar que la República se las tuvo que ver tanto con sus enemigos de derechas (franquismo) como con los de izquierdas. En otros casos se pone mayor énfasis en la equidistancia, en la concepción de una “tercera España” montada por autores como Santos Juliá, Jorge M. Reverte y Andrés Trapiello, entre otros, muy coherente con los presupuestos auspiciados desde plataformas mediáticas como El País.
- c) La más obrerista y revolucionaria que apenas ocupaba media página en los libros de historia, emergió con potencia en los años sesenta gracias a editoriales como Ruedo Ibérico y a autores como Pierre Broué, José Peirats, George Orwell o el Noam Chomsky de La responsabilidad de los intelectuales. Esta corriente sitúa al movimiento obrero en el centro de la crisis española de los años 30. Representada por la CNT y el POUM, su apuesta era la del UHP (¡Uníos Hermanos Proletarios!). Desde un lado y otro se critica a la dirección de la CNT por haberse quedado a mitad de camino, tratando de mantener la coexistencia entre las medidas colectivistas y la colaboración con el gobierno, cavando de esta manera su propia fosa. Desde la tradición liderada por Trotsky se ha responsabilizado al POUM de no haber sido lo que decía, un partido bolchevique. Sin embargo, el camino de Octubre aparecía en España de manera casi invertida por más que el potencial militante de las clases trabajadores fuese superior. Aquí lo más comparable en fuerza a los bolcheviques era la CNT o el PSOE caballerista, que carecían de capacidad de análisis concreto, de una estrategia revolucionaria. Por otro lado, el Kornilov hispano no tenía detrás un ejército en descomposición como el ruso, sino todo lo contrario. Para mayor desastre coyuntural, el prestigio de la revolución de Octubre de 1917 estaba en manos de la URSS de Stalin o sea de su negación interna, de alguien que no optó por ayudar a la República hasta que no tuvo más remedio.
La historia pues, se torcía por un laberinto del cual aún no hemos salido.