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Esclavas sexuales en Bangladesh

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por Adán Salgado Andrade

Bangladesh, ese lugar que los Beatles mostraran como mágico, maravilloso. Es un país pobre, mayoritariamente agrícola, que ocupa el sitio 33 a nivel mundial, el cual produce principalmente arroz, tiene un gran número de habitantes que emigran a países árabes para trabajar, una cuarta parte de su población vive en extrema pobreza y sufre constantes inundaciones por huracanes y las lluvias del monzón   (ver: https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/geos/bg.html).

Pues bien, dentro de los anacronismos que tiene ese país, uno, es que sus burdeles, son considerados una “tradición”, la que, desgraciadamente, afecta a miles de mujeres que, en pleno siglo veintiuno, son raptadas y vendidas a proxenetas que operan dichos sitios.Una publicación de The Guardian, firmada por Corinne Redfern, da cuenta de ello (ver: https://www.theguardian.com/global-development/2019/jul/06/living-hell-of-bangladesh-brothels-sex-trafficking).

Comienza mencionando el triste caso de Labonni, una chica que a los 13 años fue “vendida” a la dueña de un burdel. Dice que ni recuerda cuántos hombres han pagado por sus servicios sexuales, que inicia a las nueve de la mañana, de lunes a domingo. En promedio, cada hora tiene un “cliente”. Muchos le han prometido rescatarla, pero sólo queda en eso, una no cumplida promesa. Y ha pensado en suicidarse, pues ya no tiene esperanzas en salir de esa condenada existencia en ese burdel, localizado en Mynensingh, un poblado del centro de Bangladesh. En ese sitio, entre 700 mujeres y chicas trabajan sexualmente, las más de ellas, en contra de su voluntad.“Muchas veces, despierto y me pregunto ¿por qué sigo viva?”, declara, triste.

Chicas de apenas doce años están allí, durmiendo de a cinco en un solo cuarto, sus camas, separadas sólo con rotas cortinas de algodón. Ruidosos equipos de sonido emiten música y licor casero se sirve de botellas plásticas para “adormecer” el dolor. Hombres sin camisas, recorren los pasillos en busca de chicas. Diez minutos de sexo les costarán 400 takas (unos 87 pesos), pero es dinero que se va para los que regentean el burdel y muy poco o nada para las obligadas trabajadoras sexuales.

Labonni inició su desgracia cuando decidió abandonar al abusivo “esposo”, con el cual ya tenía una hija de seis meses. El año anterior casi la obligaron a casarse, a sus doce años, justo en el día en que comenzó a menstruar (ya se les considera “mujeres casaderas” en muchos países, cuando comienzan las menstruaciones. Vaya estupidez).

Dice que no sabía a dónde ir. Dejó a su hija con una hermana. Pensaba conseguir trabajo en una fábrica de ropa. Una mujer, aparentemente muy caritativa, la vio llorando. Se “compadeció” de ella, la llevó a su casa, en donde la alimentó y la dejó dormir por dos días, hasta que la vendió – sí, vendió – al burdel por 180 libras (unos 4300 pesos, ¡qué poco vale una persona allí!), y se le prohibió huir, so pena de ser castigada severamente.Al siguiente día ya laboraba como chukri, o sea, una obligada trabajadora sexual. “La matrona que me compró, me dijo que tenía que pagarle. Sobornó a la policía para decir que yo tenía 18 años – que es la edad “legal” para que se prostituyan las mujeres –, y me dijo que le debía más de 914 libras ($21,700 pesos). Me confiscó mi celular y me encerró en mi cuarto, advirtiéndome que me lastimaría si intentaba escapar. A los tres meses, desistí de escapar, pues siempre te encuentran”. De terror, el relato de la chica, comparable a la forma en que secuestraban y llevaban a los yaquis, en los años 1900’s, en México, desde Sonora, a las haciendas henequeneras de Yucatán, como es narrado en el libro México Bárbaro, del estadounidense John Kennet Turner (1879-1948).

Así, con engaños de que les “deben”, son retenidas chicas como Labonni. Desde que comenzó a trabajar con esa matrona, dice Redfern, un rápido cálculo indica que ella ha ganado más de 46,500 libras, ($1,104,000 pesos, suficiente para comprar una casa de “interés social” en México). Así, señala Redfern, Labonni ha pagado su “deuda” original unas 50 veces más.

El año pasado le dijo la matrona que, por fin, ya había pagado su “deuda”, pero Labonni sigue trabajando allí. “Siento que nada valgo. Mi hija ni siquiera sabe que soy su mamá”, se lamenta la chica. De todos modos, aún con la “deuda” saldada (tuvo que pagar 5082% de intereses), debe de dar la mitad de lo que obtiene semanalmente, aproximadamente 78 libras (unos 1852 pesos), a la matrona por el servicio de “luz y un lugar en donde estar”. O sea, Labonni debe de darle a esa explotadora el equivalente a 926 pesos (que es mucho dinero para ese país), con tal de que le permita seguir explotándola como trabajadora sexual, pues la chica siente que no tiene ninguna oportunidad de cambiar de vida. Así les arruinan los traficantes sexuales sus vidas.

Para los “clientes”, alquilar a las chicas no es “nada malo”, al contrario, sienten que les hacen un favor y ellas, los necesitan. Eso afirma Mohammed Muktal Ali, un hombre de 30 años, conductor de autobuses, casado. Ha estado visitando durante cuatro años y medio a Labonni, todos los días. Es, digamos, un cliente regular. “Todas las chicas en este burdel no reciben ayuda de nadie. Usted no puede vender a un chico, pues no tiene valor monetario, pero, sí, a una chica, pues tiene un valor monetario. Como dije, no se siente mal por alquilar a Labonni y dice que “estoy seguro en un 70% de que un día la voy a rescatar”. De eso, Labonni exclama que “¡yo, ya no creo en los hombres. Todos mienten!”.

Probablemente se sienta así porque es muy fácil para un cliente mentirle, con tal de obtener más favores sexuales de ella. Por otro lado, se deduce que la “fidelidad” no existe o muy poco, pues si Mohammed acude a Labonni todos los días, siendo un hombre casado, se ve que es lo que menos le importa. Además, son culturas que aceptan la poligamia machista, no así, la de las mujeres, a las que hasta condenan a muerte si son “infieles” (eso puede verse en la cinta estadounidense The stoning of Soraya, del 2008, dirigida por Cyrus Nowrasteh – conocida aquí como “El secreto de Soraya” –, sobre la historia verídica de una mujer que fue condenada a ser apedreada por la falsa acusación de infidelidad de su “esposo”, el que lo hizo para deshacerse de ella y que, así, pudiera él, tener una relación con otra mujer).

Cuatro pisos debajo de donde está Labonni, Farada, de 33 años, dice que se ha incrementado bastante el número de chicas que trabajan en ese burdel. Ella fue esclava sexual durante doce años, hasta que un cliente le “regaló” una chica y se convirtió en explotadora. Luego, Farada compró una segunda chica por 137 libras (unos 3,253 pesos) y creció su “negocio”. “Les pagué 27 libras (unos 641 pesos) a los policías, para que arreglaran el papeleo que mostrara que ella tenía 18 años –  como señalé antes, es la edad “legal” para prostituirse – y asunto arreglado. Pero ahora ya cobran más caro, por lo menos 450 libras (unos 10,683 pesos), por eso, ahora las chicas deben de pagarme ese gasto. Sí, entre más joven la chica, más es lo que se paga de soborno a los policías”.

No siendo suficiente eso, también les deben de pagar las matronas a la mafia local que controla el burdel. Saca Farada de las dos chicas 187 libras (4440 pesos), pero debe de dar un tercio, (1,480 pesos) a dicha mafia. Y se les debe de pagar, pues, de lo contrario, podrían hasta matar chicas o quemar el sitio (recuerda mucho eso a las bandas criminales que cobran “derecho de piso” en México y que, si no se les paga, matan a los dueños del negocio y lo queman).

Entrevistado por Redfern, el académico Siddharth Kara, quien aconseja a la ONU y a los Estados Unidos sobre esclavitud contemporánea, afirma que son desproporcionadas las ganancias que genera la esclavitud sexual mundial, pues constituyen la mitad, siendo que las personas controladas sexualmente, apenas son el 5%. Sí, es claro que, en ese sentido, es más lucrativo para el traficante de personas poner a trabajar en la prostitución a una mujer, que dedicarla, por ejemplo, a realizar trabajo doméstico.Señala Kara que “El retorno en la inversión del tráfico sexual es de alrededor del 1000% – o sea, de cada dólar invertido, se obtienen diez de ganancia –, comparado con retornos mucho más bajos, como los obtenidos en la explotación humana en construcción, agricultura o minería. Es inmensamente lucrativa esa actividad porque se gasta muy poco en adquirir víctimas y por el hecho de que de cada una, puede venderse veinte veces o más en un solo día, rindiendo decenas de miles, si no es que cientos de miles de dólares de ganancia por cada víctima”.

Es decir, actúa el capitalismo salvaje en su más puro concepto, la maximización de la explotación humana, con tal de obtener la ganancia óptima. La mercancía serán las chicas y su valor de uso, el emplearlas como forzadas prostitutas.

El problema se agudiza porque en Bangladesh, la prostitución es legal. En el 2000, luego de que cien trabajadoras sexuales fueron detenidas durante un año, el “gobierno” de entonces decidió legalizar la actividad, lo que aparentó un gran avance para los derechos de tales trabajadoras sexuales, pero lo que no se hizo fue otorgarles garantías. Al final, en lugar de avanzar, retrocedieron. No significó más libertades para la mujer en general, la que está muy oprimida en ese país. Sólo fructificó el negocio, pero ha sido una forma de marginar más a las mujeres. Una de cada cinco, por ejemplo, es obligada a casarse antes de los 15 años. Sólo un cuarto de ellas concluye la secundaria. Y que puedan elegir algo, ya sea estudiar, casarse o tener hijos, es un “lujo que pocas pueden darse”.

La prostitución es legal, pero traficar con gente o la labor forzada, no lo son. Pero los comerciantes de humanos siempre encuentran “lagunas legales” para que una mujer “traficada”, lo cual es ilegal, se convierta en prostituta, lo cual es “legal”. El “gobierno” bangladeshino estima en unas cien mil las mujeres trabajando sexualmente en el país y un estudio reciente afirma que menos del diez por ciento, o sea, menos de diez mil mujeres, lo hacen por su propia voluntad. Redfern dice que casi todas las mujeres entrevistadas, que trabajan en burdeles, fueron vendidas a extranjeros, nada menos que por “familiares” o, más grave, “esposos”, sin su consentimiento. Así que con esos “familiares” o “esposos”, para qué querrían enemigos esas pobres mujeres.

En abril del 2019, el periódico Dhaka Tribune, reportó que la sentencias para traficantes sólo se dan en el 0.5% de los implicados y a pesar de que más de 6000 personas han sido arrestadas por el delito de tráfico humano desde el 2013, sólo 25 fueron consignados. En el 2018, sólo 8 personas fueron sentenciadas en Bangladesh. O sea, las personas traficadas son un “mal menor”, que no vale para encarcelar al infame traficante (por otro lado, se esperaría que en pleno siglo veintiuno, ese anacronismo, propio de pasados siglos, no existiera ya).

Aunque muchas chicas venden sexo desde sus casas, más de 5000 está distribuidas en los 11 más grandes burdeles del país, algunos de los cuales, datan de hace cientos de años. Cada uno está registrado públicamente y “monitoreado” por la corrupta “policía” local. Un triunvirato de poderosas instituciones – gobierno, policía y religión, sí, “religión” – “vigilan” y aprueban violación, esclavitud y el abuso sobre cientos de miles de niñas pubertas.

El activista Azharul Islam, quien dirige el Rights Jessore, una organización no gubernamental local, afirma que “La policía de Bangladesh sabe todo lo que sucede en los burdeles. Los dueños de esos burdeles están coludidos con mafias y nuestros líderes políticos y los que ejercen las leyes, también tienen nexos con tales mafias”. Así que por hacerse de la “vista gorda” tales mafiosos en el poder, reciben sobornos y hasta favores sexuales (les han de pagar los dueños de los burdeles con sexo con las chicas).

Rights Jessore ayuda a rehabilitar a niños que han sido obligados a trabajar en el tráfico sexual y los devuelve a sus familias. Loable acción, que quizá no sea suficiente por el alto número de niños y niñas que caen en ese tráfico.

La investigación de Redfern averiguó que más de 20 chicas menores de edad tienen sus “certificados” de que tiene 18 años. Una chica admitió tener sólo 13 años. Mahmudul Kabir, representante de la organización noruega “Tierra de Hombres”, dice que “Esos son los legisladores, aliados con la mafia local”, lo que permite eso.

Y es que, además de las ganancias que las chicas esclavizadas dan a esos mafiosos, están “disponibles” para ellos. Por eso se han incrementado los índices de suicidio entre ellas. Y son tantas las que logran matarse, que dos burdeles, Kandapara y Daulaldia, han tenido que construirse sus propios cementerios, con tal de disponer de los cuerpos (muy a como lo hacían las famosa Poquianchis, las hermanas Delfina y María de Jesús González que tenían esclavizadas en los años 1960’s a decenas de mujeres, en Guanajuato, obligadas a trabajar en su “cártel de prostitución”. De tantas mujeres que morían, fuera por enfermedad, abortos o golpizas, hasta tenían su propio “cementerio” en el jardín, en donde se hallaron más de 90 cuerpos. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Las_Poquianchis).Shilpi, una mujer de 57 años, que trabaja en Daulaldia, dice que se mata en promedio una chica por mes. Ella se encarga de supervisar el entierro y de orar por la fallecida. Y no sabe cuántas están enterradas en el “cementerio” del burdel, pues a la número cien, “perdí la cuenta”. “Antes, las echábamos en la fuente, con piedras atadas, pero luego se soltaban y salían flotando, por eso, mejor se decidió enterrarlas”, suspira.

En el burdel en donde trabaja Labonni no hay cementerio propio, no es que no se necesite, pero se ha preferido enterrar los cuerpos de chicas suicidadas en otros cementerios, durante la noche, alumbrándose con antorchas para hacer la fosa y sepultarlas allí, en medio de la obscuridad.

Lo deben de hacer así, clandestinamente, porque como a las prostitutas las consideran “pecadoras”, son “indignos” sus cuerpos de ser enterrados en cementerios públicos. La gente no lamenta cada que una chica se suicide, al contrario, se afirma que “es una rápida forma de que se vayan al infierno”. Inverosímil, pues la mayoría fue vendida, muy probablemente por la misma gente que las desprecia por dedicarse a eso. ¡Malditos hipócritas de porquería!

Labonni ha tratado de suicidarse varias veces, pero ha fallado, dice, sentada en su cama. La pared que está a un lado muestra los teléfonos de algunos clientes garabateados. “Pero lo voy a intentar nuevamente, hasta que lo logre”, asegura, mientras muestra las cicatrices de los cortes con navaja que a diario se hace.Como Labonni, las chicas que buscan suicidarse, lo hacen porque se sienten sin valor, no merecedoras ya de una vida “normal”. Una asociación de abogadas la Bangladesh National Women’s Lawyers’ Association, BNMLA, les brinda ayuda, cuando al fin logran salir de esos, sí, infiernos. Dice Sadia Sharmin Urmi, psicóloga de la BNMLA,  que “cuando llegan, están muy espantadas, cuesta mucho lograr que reganen su confianza. Pero en tres meses, con ayuda psicológica continua, muchas ya se sienten seguras y eso significa mucho para ellas.

Sin embargo, Labonni no está esperanzada en que la ayuden. “Toda mi vida la gente me ha pedido que tenga sexo para que ellos ganen dinero. ¿Cuánto tengo que ganar para liberarme de esto?”.

Pero las diarias videollamadas con su hija, que vive con su hermana en Dhaka, le dan aliento. “Un día, cuando ella tenga suficiente edad, me gustaría que sepa que soy su verdadera madre”, concluye su testimonio.

El reportaje finaliza con pasmosas cifras de la moderna esclavitud.Hay 40.3 millones de personas que sufren alguna forma de esclavitud en el mundo. Más de la mitad de las víctimas realizan trabajos forzosos. El tráfico sexual se impone mediante coerción, abducción, fraude o por la fuerza, con tal de obtener una ganancia de la persona que se explota sexualmente.

El 99% de las personas obligadas a trabajar sexualmente en el mundo son mujeres y niñas.Hay 13,000 personas que trabajan esclavizadamente ¡nada menos que en Inglaterra! No se creería que en un país “desarrollado” sucediera eso.

Un 70% de las víctimas del tráfico sexual están en Asia y en la región del Pacífico.

Y son $150,000 millones de dólares los que deja el lucrativo tráfico sexual como ganancia anual. Los traficantes sexuales pueden ganar hasta $36,250 dólares por  víctima al año ($725.000 pesos). Esta increíble cifra muestra por qué los proxenetas se enriquecen tanto y buscan mucho dedicarse a eso.

En fin, chicas como Labonni son víctimas de la mercantilización, simples “productos vendibles”.

Y esa es la “gran sociedad”, que a tantos gusta, que ha construido el muy prometedor “capitalismo salvaje”.


Contacto: studillac@hotmail.com

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