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El último nazi, un escritor maldito

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A los 91 años de edad falleció en el 2009 el escritor Miguel Serrano, autodeclarado nazista y defensor de la figura de Adolf Hitler, y que fuera uno de los más importantes ideólogos del neonazismo en América Latina a través de su extensa obra sobre ideología racialista y misticismo nazi.

 Arturo Alejandro Muñoz

La puesta a la venta en librerías de la capital chilena de algunas obras del escritor Miguel Serrano, obliga a recordar hechos acaecidos sesenta años atrás, en los que nuestro conocido novelista estuvo implicado por propia decisión, y que, además, continúan produciendo réplicas hasta el día de hoy.

Miguel Serrano fue, sin duda alguna, el principal exponente chileno de la corriente política Nacional Socialista, ergo, del ideario Nazi, especialmente de aquellos aspectos relacionados con el misticismo y el surrealismo de resonancias míticas. Izquierdista durante su juventud, cambió de amores ideológicos el año 1938 al producirse la matanza de jóvenes universitarios partidarios del nazismo, los que luego de haberse rendido ante las fuerzas de carabineros, fueron asesinados en las dependencias del edificio del Seguro Obrero, en Santiago, durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma. 

Serrano nació en Santiago de Chile, en 1917. Pese a haber sido sobrino del gran poeta Vicente Huidobro, supo independizarse del imán de atracción que ese vate ejercía sobre la juventud de la época, e incluso desechó también las influencias de un joven Neruda que, en aquel tiempo, disputaba a Huidobro y a Pablo de Rokha el cetro máximo de la poesía criolla.

Miguel Serrano pertenece a la generación literaria de 1938, y se le considera el creador del surrealismo mitológico expresado a través de una «poesía de la prosa». Es el representante de un «nacionalismo telúrico» que le llevó a sublimar el territorio chileno, transformándolo en un centro espiritual del mundo. Durante el largo y violento proceso de la Segunda Guerra Mundial, Serrano se declaró ‘nazista y defensor de la figura y obra de Adolf Hitler’, llegando a constituirse en uno de los más relevantes ideólogos del neonazismo y exponente clave del nacimiento del ‘hitlerismo esotérico’.

La trayectoria literaria del sobrino de Vicente Huidobro estaba prácticamente olvidada. No obstante, en su tiempo, la crítica lo había considerado como un notable memorialista, área en la que se destacó por «La memoria de él y yo», formada por cuatro libros publicados entre 1993 y 1996, cada uno de un color distinto: blanco, negro, rojo y dorado.

En éstas obras, junto con sus experiencias personales, el escritor relata episodios importantes para Chile con una maestría que los convierte, a juicio del también poeta, escritor y diplomático Armando Uribe, en «las mejores memorias que se hayan escrito» en nuestro país.  «A la literatura chilena le hace falta oscuridad», llegó a decir con plena convicción quien ha sido considerado el personaje más políticamente incorrecto de nuestra
fauna ideológica-partidista.

Este poeta y diplomático falleció el 28 de febrero del 2009 y, extrañamente, pareciera que el destino quiso despedirlo con una pequeña tormenta de lluvia, granizo, truenos y relámpagos que iluminaron Santiago esa jornada. El vate, quien tenía 91 años, amaba con sólida emoción a la cordillera, y de sus contrafuertes, hondonadas y alturas imposibles llegó aquella tormenta matinal aquel domingo, diciéndole adiós al autor de textos como Quién llama en los hielos, La Flor inexistente, Ni por mar ni por tierra y Las visitas de la reina de Saba, este último prologado por Carl Gustav Jung.

Fue representante de un «nacionalismo telúrico» que lo llevó a sublimar el territorio de su patria, transformándolo en un centro espiritual del mundo, pero ello se vio enrarecido por otros hechos que le agenciaron el tilde -el justo tilde, según muchos- de ‘loco nazi maldito’, ya que desde el punto de vista meramente literario e intelectual, a pesar de haber sido un defensor de las ideas nazis y haber puesto en duda el Holocausto judío, fue más que un despreciable nazi, fue también durante  muchos años un reconocido diplomático y tuvo a su haber una extensa creación literaria, compuesta por obras netamente narrativas, como por ejemplo Las Visitas de la Reina de Saba.

Después de su viaje a la Antártida (formando parte de la expedición oficial chilena de 1947) -en busca de la Base alemana –nazi, por cierto- de esas regiones subpolares-, fue, en 1953, nombrado Embajador de Chile en la India por el gobierno de Ibáñez del Campo, allí buscó las entradas al monte Kailás, el cual según Serrano era la antípoda del monte Melimoyu, en el sur patagónico chileno (pero la antípoda geográfica real del Melimoyu está en el Desierto de Gobi, en Mongolia).

En su carera diplomática, Serrano fue embajador de Chile en la India, Austria y Yugoslavia, y amigo no sólo de de Carl Jung, sino también de Jawaharlal Nehru, Indira Gandhi, del poeta Ezra Pound, Hermann Hesse, del Dalai Lama y de otros personajes.

Una vez abandonada la diplomacia, en 1972 y luego de haber sido embajador de Chile en Yugoslavia y en Austria, se instaló en la Suiza italiana, en Montagnola, en la vieja Casa Camuzzi, donde un día también habitara su amigo Hermann Hesse.

Allí se dedicó a escribir algunos de los libros en los que revela todo su conocimiento sobre el Nazismo Esotérico, además de haber publicado obras puramente literarias como Los Misterios o Las Visitas de la Reina de Saba.

Entre las teorías propuestas por Miguel Serrano, se encuentra la construcción de un mito sorprendente: Hitler no habría muerto en Berlín, sino que habría logrado evadir las tropas soviéticas que cercaban la capital alemana, y junto a unos escasos dirigentes nazis se escabulló hasta un puerto noruego (país que en el mes de abril de 1945 todavía estaba en manos nazis) donde abordó un «disco volante» recién inventado por los científicos alemanes, el cual lo trasladó a la Antártica…mientras, por mar, era seguido por 12 submarinos alemanes que lograron escapar de las manos aliadas. Estos dispares hechos escritos por Miguel Serrano conforman una narración que nunca descuida el trasfondo simbólico de cada elemento de una historia que así adquiere verosimilitud, al modo de una leyenda «real» de nuestro tiempo.

Un mito, sin duda. Una leyenda inventada ex profeso por este escritor nazi para dotar de misterio cosmogónico a la figura de uno de los más horrendos y salvajes genocidas del siglo veinte, Adolf Hitler, intentando (fallidamente, por cierto) suplir con un dudoso misticismo la carencia de humanidad que caracterizó al cabo austríaco.  No existe libro, canción, poesía ni cuento que pueda ocultar los gritos y gemidos de millones de seres humanos asesinados impune y cobardemente por las fuerzas bélicas germanas que obedecieron, precisamente, las órdenes y deseos del ‘místico’ Hitler.

Quizá, en el fondo de su alma, Miguel Serrano debe haber vivido una existencia dolorosa pues jamás pudo departir algunos minutos con su sanguinario ídolo…y tal vez, también en el fondo de su alma debe haberse agitado el manto de la duda, de la más ácida y mortal de las aprensiones, pues le resultaba imposible rebatir verdades enormes, como aquella que mostraba a los viejos nazis, a los dirigentes máximos del NSADP (Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes), y al propio Hitler junto a toda su camarilla de desquiciados, como enemigos abiertos y declarados de poblaciones no arias, entre ellas, las nuestras, las naciones y razas latinoamericanas, a las que el propio Hitler las llamó «pueblos de estiércol».

Es cierto que no debemos mezclar arte y literatura con política…pero cuando esta última se ha convertido en genocidio, en masacres a destajo y en odiosidades raciales, resulta incluso sano y oportuno mezclar política y arte. Por ello no sé cómo terminar este artículo. ¿Debo hacerlo afirmando que el año 2009 falleció el escritor y diplomático Miguel Serrano? ¿O debo concluir diciendo que falleció el último nazi, un escritor maldito, según el
establishment y la racionalidad?

 

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