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DESARROLLO CIENTIFICO TECNOLOGICO Y EXPLOTACION DEL TRABAJO

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EL PORTEÑO   por Ibán de Rementería

Al realizase en estos días el Congreso Futuro, auspiciado por el Parlamento, el Gobierno, las más importantes universidades, destacadas empresas privadas y los medios de comunicación más prestigiados, evento que se vienen ocupando de los impactos positivos y negativos de la ciencia y la tecnología en la sociedad actual desde el año 2011; sin embargo, se destaca que sus análisis han sido esquivos para tratar el tema del empleo de la ciencia y la tecnología en la producción, así como de sus impactos en la jornada laboral de los trabajadores y sus remuneraciones, es decir, el tema de la productividad del trabajo y su participación en la riqueza nacional.

En una sociedad capitalista como la nuestra la explotación del trabajo consiste en la producción de la plusvalía por el trabajador y de su apropiación por el empleador capitalista. La plusvalía es valor agregado al conjunto de valores necesarios para: i) retribuir el empleo de los recursos naturales –las materias primas- , ii) pagar por los equipos e instalaciones necesarias a la producción y iii) retribuir mediante el salario al trabajo empleado. Las maneras de obtener este valor agregado, este plus valor, son dos: uno, aumentando la jornada de trabajo manteniendo fijo los salarios o disminuyéndolos, esto es la plusvalía absoluta, y dos, mejorando la productividad del trabajo empleando tecnologías que permitan producir una cantidad mayor de bienes y servicios en un tiempo igual, esto es la plusvalía relativa. Este paso de la obtención de la plusvalía absoluta a la plusvalía relativa se le llama el progreso. Vistas las cosas desde la perspectiva de la economía general la plusvalía es equivalente a la diferencia entre todos los bienes y servicios producidos en relación a los consumidos en la producción y la satisfacción de las necesidades y gratificación de los deseos personales del conjunto de la población, esa diferencia es la riqueza nacional. Según Marx solo la naturaleza y el trabajo producen valor, es decir solo ellos pueden generar riqueza.

El capitalismo primitivo se apropiaba de la riqueza mediante la plusvalía absoluta por eso la característica laboral y social de esas época histórica –siglos XVII, XVIII y XIX- en Europa y América del Norte son las jornadas laborales de 12 y 14 horas, seis días a la semana, la incorporación de trabajo femenino y el infantil; pero al mismo tiempo la pauperización de la clase trabajadora asalariada va generando procesos de reivindicación y lucha por jornada laborales más cortas, mejores salarios, condiciones laborales dignas, vacaciones anuales, etc., demandas que van estructurando procesos organizativos sociales, como las mutuales, los sindicatos, las escuelas de trabajadores, etc. y partidos políticos comprometidos con esos intereses y las luchas por esos derechos. La cacareada innovación científico tecnológica aplicada a la producción es el resultado de las luchas de los trabajadores, ya que de suyo los empresarios no prefieren invertir en tecnología, siempre preferirán aumentar jornadas laborales y recortar salarios.

Desde el siglo XVIII la respuesta represiva tradicional a las revindicaciones de los trabajadores va siendo sustituida por la incorporación de la tecnología al proceso productivo, a la organización de la producción y el trabajo, también al producto mismo; el paso de la artesanía a la manufactura, que caracteriza al capitalismo primitivo, es caracterizado ahora por el paso de la manufactura a la producción industrial, del taller a la fábrica. La culminación del paso de la apropiación de la plusvalía absoluta a la plusvalía relativa culminó al terminar el siglo XIX con la Revolución Industrial, el gran hito de ese proceso histórico está señalado porque en 1886 los mineros ingleses fue el primer movimiento de los trabajadores organizados que lograron la jornada laboral de 8 horas, el primer gran triunfo de la negociación por ramas.

Veamos que ha pasado en el mundo durante estos 130 años en términos de desarrollo de las fuerzas productivas, de revolución científico técnica, de innovación: con la tecnificación de la producción hemos desarrollado la automatización de los procesos productivos y de trabajo hasta llegar a la robótica aplicada –de los telares a los computadores-; hemos descubierto la energía eléctrica y la de los hidrocarburos para sustituir a la energía humana y animal, hemos electrificado el planeta, hemos universalizado el uso versátil de la energía fósil acumulada en los hidrocarburos, difundido todo tipo de motores eléctricos y a hidrocarburos, hemos mundializado los medios de transporte terrestres, marítimos y aéreos; hemos desarrollado la universalización de la comunicación inalámbrica –radio y tv-; hemos desarrollado el procesamiento electrónico de datos, la computación, procesando billones de billones de datos; con la popularización las técnicas de información y comunicación (TIC) hemos puesto todo el universo en nuestros hogares o lugares de trabajo o de recreación y , sobre todo, en la privacidad de nuestros bolsillos.

Tanto progreso también nos ha servido para producir grandes destrucciones materiales y humanas nunca antes vistas con la I Guerra Mundial (1914-1918), que más bien fue una guerra europea y Atlántica, y la II Guerra Mundial (1939-1945) que si tuvo un carácter planetario. Hemos intervenido la estructura intima de la materia y desarrollado la energía atómica y nuclear, junto con ello hemos llegado a garantizar la “destrucción mutua asegurada” en una guerra mundial – que hasta ahora no se ha producido, pero que Putin y Trump de igual manera en que no creen en el calentamiento global también pueden pensar que la destrucción mutua asegurada es una exageración de izquierdistas y espíritus débiles. Pero, también hemos desarrollado la aplicación de las energías alternativas limpias –solar, eólica, geotérmica, mareomotriz, etc. Hemos salido a espacio exterior, hemos ido a la luna, hemos enviado sondas a marte y otros lugares del sistema solar. Al mismo tiempo hemos empleado un modelo de desarrollo productivo que consume a la naturaleza a una velocidad mayor a su capacidad de reproducción, la depredación, y arrojamos a ella desechos a una velocidad mayor que su capacidad de procesarlos, la contaminación, cuya manifestación universal es el calentamiento global.

Pues bien pese a todo esta revolución científico técnica y a su aplicación a la producción, a la innovación, a la satisfacción de las necesidades y deseos humanos, al progreso, y también a sus efectos colaterales negativos soslayados al momento de decidir políticamente, 130 años después del triunfo de los mineros ingleses seguimos pensando que debemos trabajar 8 horas diarias, 44 horas a la semana. Muchos países desarrollados están llegando a la jornada laboral de 30 horas semanales, nosotros seguimos trabajando 43 en ese período. Es obvio que cualquier cálculo económico bien hecho demostraría que la apropiación de plusvalía absoluta por el gran capital, principalmente el financiero, se ha multiplicado miles de veces desde 1886, la reapropiación colectiva de esa plusvalía absoluta permitiría disminuir la jornada laboral, pagar salarios que cubran plenamente las necesidades y deseos de los trabadores manuales e intelectuales y financiar pensiones dignas a partir de edades en plenitud de vida. Es decir, redistribuir el ingreso aquí y en todo el planeta, hacer que ese 50% del PIB mundial que se apropia el 1% de la población sea redistribuido de manera más justa, igualitaria y equitativa.

El desarrollo científico tecnológico y la innovación productiva no depende para nada de la creación de un ministerio de ciencia y tecnología o de ciencia tecnología e innovación –lo público privado-, depende sustancialmente de la capacidad negociadora de los trabajadores, es decir, depende mucho más de las reformas laborales que fortalezcan la capacidad negociadora de los trabajadores que de las reformas científico técnicas.

 

(Fotografía: Ahumada con Agustinas, Santiago, 1955)

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